SEGUNDA OPORTUNIDAD
(Fragmentos)
Debía tomar una decisión y rápido. No podía vacilar, ya que tiempo era lo único que no tenía. La operación tendría que llevarse a cabo al día siguiente. Era de vida o muerte. Los médicos no lograban definir con exactitud lo que me sucedía, sin embargo, no podían dejar pasar un minuto más. Era necesario intervenir. Eso consistía en abrir mi cerebro, para ver in situ que pasaba en él. Con veintitrés años se va por la vida sin temores y llena de sueños con la certeza de que el mundo nos pertenece. (…)
Era el lunes 14 de septiembre de 1981. Plenas Fiestas Patrias. Chile comenzaba a vivir una semana de alegrías y desbordes. Esa ráfaga de hielo lacerante se apoderó de mi cuerpo y parecía que a esos niños pequeños también les había atravesado por un instante. Fue el comienzo de una vida llena de incertidumbres y dolores. No supe más de ellos, hasta varios meses después, cuando me llegaron cartas y dibujos de cariños para esa Miss que apenas lograron conocer, pero que fueron mis inyecciones de luz en un momento de aflicción.
Tengo
el recuerdo brumoso de haberlos dejado sentados en el suelo de la cancha donde
estaban también otros cursos con sus profesores. Luego partí donde la monja
directora, quien quedó suspendida en el aire, sin saber qué hacer con esta
niñita que la dejaba en medio de la nada. ¡Cómo iba arreglar los horarios! ¡Por
Dios, que irresponsable! ¡Cómo se le ocurre dejar botados a niños tan pequeños!
Ni siquiera fue capaz de darse cuenta de lo que me estaba pasando. Yo estaba en
trance, mi cuerpo me decía que pronto iba a estallar. Salí corriendo porque me
estaba asfixiando. (…)
No pude llegar a la consulta de mi esposo. El
suelo me atrapó. Caí como un saco roto, con movimientos inconexos. Todo mi
cuerpo se estremeció sin control. Las personas se aglomeraron a mi alrededor.
Una viejita gritaba histérica ¡la niña epiléptica! Otras, en cambio, me
acomodaron para que no me golpeara la cabeza. Siempre existen en el mundo
personas llenas de amor. A ellas hasta el día en que dé mi último suspiro, les
estaré agradecida por su ternura. (…)
Llegamos al hospital José Joaquín Aguirre, a
primera hora del día, después de haber sufrido un ataque convulsivo violento al
amanecer. Yo siempre me caractericé por ser sana. Era profesora de Educación
Física recién titulada. Hacía dos meses que habíamos celebrado nuestro
matrimonio por la Iglesia Católica. En plena utopía y llena de sueños para
compartir juntos. Parte de mí tenía miedo, miedo de que mi muro invisible no
aceptara los riesgos de convertirme en otra persona, no la que soñaba ser, sino
una mujer asustadiza y débil. Pero sentí a la vez en mi interior, una valentía
y fortaleza que me hicieron estar lista para lo que estaba a punto de acontecer.
(…)
La mañana del 28 de septiembre de 1981, marcó el quiebre más profundo de mi vida. Me operaron sin saber cómo sería el resultado. Lo importante era que viviera. Yo estaba en manos del cirujano, de su habilidad y experiencia. (…)
Alfonso fue quien me sostuvo y dio
fuerzas para resistir, él me amaba y ese amor me hizo ver en mis profundidades,
el dolor y la angustia. Desde ese lugar oscuro y silencioso logré, poco a poco,
elevarme y, en la soledad de mi silla de ruedas me reencontré con mi yo más
íntimo. Me reconocí y también me amé. (…)
La historia siguió ensañándose con mi vida. A
mi esposo que recién tenía veinticinco años, le descubren un cáncer de células
gigantes en la rodilla izquierda, dos meses después de mi operación. Nos
dijeron que fue gatillado producto del estrés. Probablemente haber presenciado
in situ la operación de mi cerebro, tuvo algo que ver. Le dieron seis meses de
vida. (…)
El mundo perdió para mí ese carácter nebuloso,
ese fluido de hacerse y deshacerse. Logré aprender lenta y penosamente lo
sencillo que es todo y maduré. Entonces me di cuenta de que quería ser madre,
esa sería mi bendición. (…)
Daniel, Verito y Tomás, son nuestros tesoros,
regalos que la vida nos entregó gratuitamente. Ellos son la luz y la esperanza
para nosotros, cada uno es una llama que flamea sin cesar, nos abrigaron e
iluminaron ese camino tan oscuro que tuvimos que recorrer, desde que nos
dijimos ¡sí, quiero! Ese quiero significaba forjar una vida llena de sueños y
anhelos. Son los únicos que conocen cómo suena mi corazón desde mis entrañas.
Tres almas que nos enseñaron a resistir y a existir. Fuimos temerarios y navegamos
por las tierras extrañas de la incertidumbre y el riesgo. Pero lo demostramos,
lo encarnamos y lo vivimos día a día. Tan solo el presente era nuestra
felicidad. Todo fue como un sueño. El tiempo y el espacio se desvanecieron por
un segundo. El exceso de felicidad me dio la impresión de irrealidad. Descubrí
la riqueza y el valor de cada instante, me sentía tan nueva y confiada a lo
desconocido que el futuro ya no me pertenecía, solo el presente tomó conciencia
del valor de la vida.
Verónica Christiny, Santiago de Chile, 1957. Profesora de Educación Física, Universidad de Chile. Psicopedagoga, Universidad Mayor. Magister en Educación, Universidad Metropolitana
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