Deja reposar el texto, como el pan. Déjalo sobre la mesa para cuando vuelvas a tener ganas de escribir, como quien queda con hambre y encuentra que en la mesa todavía está el pan. Y tú también reposa. Deja tu mente en blanco para que el vacío la llene o, mejor, el silencio. Incluso deja la hoja en blanco.