lunes, 5 de octubre de 2020

Marta Jazmín García / La extranjera

 

 




LA EXTRANJERA

 

Yo vengo de ya no encontrarte.

Solo tengo que ver contigo

ausente, en esta ciudadanía coagulada

del mundo que me transpira.

 

Si todos hubieran conocido

tus lúgubres signos

superpuestos en mi mapa

como dúctiles atlántidas,

tal vez por fin entenderían

ese extraño acento

del silencio en mis labios

herméticos y con tus besos muertos

adentro.

 

Marta Jazmín García (Puerto Rico, 1983)

Es una poeta y educadora puertorriqueña. Su interés principal es la literatura, especialmente, la poesía hispanoamericana contemporánea. Ha publicado Luz fugitiva (2014) con Ediciones Callejón además de textos críticos en revistas y sitios especializados. Se dedica a la enseñanza de la literatura a nivel universitario y estudia un doctorado en la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras.

Roberto Juarroz / Diez poemas de Poesía vertical

 









1

 

Una red de mirada

mantiene unido al mundo

no lo deja caerse.

Y aunque yo no sepa qué pasa con los ciegos,

mis ojos van a apoyarse en una espalda

que puede ser de dios.

Sin embargo,

ellos buscan otra red, otro hilo,

que anda cerrando ojos con un traje prestado

y descuelga una lluvia ya sin suelo ni cielo.

Mis ojos buscan eso

que nos hace sacarnos los zapatos

para ver si hay algo más sosteniéndonos debajo

o inventar un pájaro

para averiguar si existe el aire

o crear un mundo

para saber si hay dios

o ponernos el sombrero

para comprobar que existimos.

 

2

 

La muerte nos roza a veces los cabellos,

nos despeina

y no entra.

 

¿La detendrá quizás algún gran pensamiento?

¿O acaso pensamos

algo mayor que el pensamiento mismo?

 

3

 

El ser empieza en mis manos de hombre.

El ser,

todas las manos,

cualquier palabra que se diga en el mundo,

el trabajo de tu muerte,

Dios, que no trabaja.

 

Pero el no ser también empieza entre mis manos de hombre.

 

El no ser,

todas las manos,

la palabra que se dice afuera del mundo,

las vacaciones de tu muerte,

la fatiga de Dios,

la madre que nunca tendrá hijo,

mi no morir ayer.

 

Pero mis manos de hombre ¿dónde empiezan?

 

5

 

No quiero confundir a Dios con Dios.

 

Por eso ya no uso sombrero,

busco ojos en los ojos de la gente

y me pregunto qué es lo que nos deja despertar,

mientras estoy aquí, entre paréntesis,

y sospecho que todo es un paréntesis.

 

Mientras manoseo esta muerte con horario de trenes

y me calco las manos.

 

Porque tal vez todo el juego sea ése:

calcarse uno las manos.

 

Calcarse entre paréntesis,

no afuera.

 

No quiero confundir a dios con dios.

 

9

 

Pienso que en este momento

tal vez nadie en el universo piensa en mí,

que sólo yo me pienso,

y si ahora muriese,

nadie, ni yo, me pensaría.

 

Y aquí empieza el abismo,

como cuando me duermo.

Soy mi propio sostén y me lo quito.

Contribuyo a tapizar de ausencia todo.

 

Tal vez sea por esto

que pensar en un hombre

se parece a salvarlo.

 

13

 

Hay palabras que no decimos

y que ponemos sin decirlas en las cosas.

 

Y las cosas las guardan,

y un día nos contestan con ellas

y nos salvan el mundo,

como un amor secreto

en cuyos dos extremos

hay una sola entrada.

 

¿No habrá alguna palabra

de esas que no decimos

que hayamos colocado

sin querer en la nada?

 

 

15

 

El amor empieza cuando se rompen los dedos

y se dan vuelta las solapas del traje,

cuando ya no hace falta pero tampoco sobra

la vejez de mirarse,

cuando la torre de los recuerdos, baja o alta,

se agacha hasta la sangre.

 

El amor empieza cuando Dios termina

y cuando el hombre cae,

mientras las cosas, demasiado eternas,

comienzan a gastarse,

y los signos, las bocas y los signos,

se muerden mutuamente en cualquier parte.

El amor empieza

cuando la luz se agrieta como un muerto disfrazado

sobre la soledad irremediable.

 

Porque el amor es simplemente eso:

la forma del comienzo

tercamente escondida

detrás de los finales.

 

17

 

Hay que caer y no se puede elegir dónde.

Pero hay cierta forma del viento en los cabellos,

cierta pausa del golpe,

cierta esquina del brazo

que podemos torcer mientras caemos.

 

Es tan sólo el extremo de un signo,

la punta sin pensar de un pensamiento.

Pero basta para evitar el fondo avaro de unas manos

y la miseria azul de un Dios desierto.

 

Se trata de doblar algo más una coma

en un texto que no podemos corregir.

 

33

 

Sí, hay un fondo.

 

Pero hay también un más allá del fondo,

un lugar hecho con caras al revés.

 

Y allí hay pisadas,

pisadas o por lo menos su anticipo,

lectura de ciego que ya no necesita puntos

y lee en lo liso

o tal vez la lectura de sordo

en los labios de un muerto.

 

Sí, hay un fondo.

 

Pero es el lugar donde empieza el otro lado,

simétrico de éste,

tal vez éste repetido,

tal vez éste y su doble,

tal vez éste.

 

39

 

Voy a alargar caminos de caricia,

con algo de dulzura entre dos dientes

y un garabato tibio en los cabellos,

para que el poco sueño que aún nos queda

no se nos caiga.

 

Voy a alumbrar tu rostro mientras duerme

y mirarlo al revés, donde no duerme.

 

Voy a juntar raíces por el aire,

catálogos de nieves que no caen

y sitios para párpados.

 

Voy a tomar al hombre por el centro

y tirarlo a rodar, a ver si llega.

 

Voy a tomarme a mí, ya me he tomado,

para enlazar de nuevo los cristales

con un redondo material sin tiempo.

 

Voy a cortar las puntas de la vida

como unas uñas demasiado largas.


Roberto Juarroz (Coronel Dorrego, Provincia de Buenos Aires, 5 de octubre de 1925 - Temperley, Buenos Aires, 31 de marzo de 1995)