Todos muestran
sus mejores galas. No sueñan, aquí el sueño no existe. Viajan, van formando con
ayuda de otros las imágenes del gran circo. Son fuertes, hábiles en su trabajo,
bellos, demasiado bellos. En cambio, son peces -todos los son-. Yo tengo cara
de anfibio. Un pez tiene su precio; a veces puede costar hasta tu propia
existencia. Ya hasta los peces han dejado de ser inofensivos.
***
Los muchachos
abren sus bocas
-escuchan la
radio,
despliegan las
manos por las agendas-.
Otros visten de
mujeres
perfuman la
ciudad.
Los vestidos de
la apariencia flotan.
Esta es la
noche de los caballos.
En un lugar
cercano
se destila el
néctar de un ron
que después de
beberlo seremos lúcidos,
es la
embriaguez de una generación.
Puedo ver las
manos que cogieron al cerdo
para venderlo
en deliciosos y
pobres manjares.
Desconozco la
membrana divisoria.
Clavo las
espuelas en el cuerpo del caballo
atravieso la
garganta.
Nadie puede
salir.
Aprieto las
manos,
empujo la daga
que corta,
las devoradas
figuras
que se alzan.
***
Puedo verlos
están ahí;
Me acechan los
árboles plantados
árboles que
Dios puso y dispuso
para mí.
Ahora ellos
pasan con sus uniformes,
con sus
carpetas;
algunos
desparramándose,
entregándose.
Otros ríen
aman algún
secreto
o algún secreto
los ama.
Los miro con
sus bicicletas.
Tengo deseos de
ir a besar
a cualquiera.
Puedo verlos
gente protegida
detrás o debajo de sus
paraguas.
Esa pertinaz
llovizna
el agua baña
los cuerpos,
el agua corre y
se desliza
por los valles.
Estoy detrás
del marco
de la ventana.
Hombres
sudorosos,
caballos de
madera,
carrusel que
gira sin moverse.
Puedo
levantarme, andar,
ir creciendo
junto a los inmóviles árboles.
Dicen que tengo
los ojos tristes,
que he llorado
-el amor vuelve-
esos deseos de
ir recobrando la desnudez,
aquellos
labios,
manos que me
escriben,
calvicie que he
besado
con la mirada,
árboles que
florecen,
árboles
plantados
que Dios puso
y dispuso
para mí.
***
Sobre tu cuerpo
desde abajo
en un costado
de espaldas.
En acróbatas
posiciones
del amor
clandestino,
sobre tu
cuerpo.
***
Un loco me mira
me enseña los
carteles lumínicos.
Yo limpio los
platos
de una amiga
por comida.
Un hombre de
manos largas
me regala un
billete
(dice que me
dará suerte).
El hombre es
hermoso
pero también me
vigila.
Sólo encuentro
asfalto
rellenando los
huecos
Hundo mis dedos
hasta lo
profundo,
calmo este
desvelo.
***
Cadena
alimenticia.
El que
trabajaba en la gasolinera
le vendió
combustible a la víctima;
la víctima
trasladaba la carne.
En el trayecto
a la casa del punto:
la víctima fue
asaltada
por el asesino;
el asesino mató
a la víctima,
para poder
vender en piezas
el motor.
El hijo del
asesino
fue mordido por
el perro
que vio cuando
mataron
a la vaca.
El asesino
duerme
en una litera
de cemento.
El perro está
amarrado
debajo del
algarrobo
donde ahorcaron
al gato
que se tomó la
leche
del niño.
El hijo del
asesino
suelta espuma
por la boca,
delira
tiene fiebre.
La rabia de
todos.
***
El silencio
grita
mi madre grita
los profesores
gritan
las
exposiciones gritan
los políticos
gritan.
Las calles
gritan
La piel grita
La música grita
Las cazuelas
gritan.
Yo
padezco
de sordera.
***
Afuera la gente
sigue tratando
de llegar
de alcanzar
Caminan como
sí por los
alrededores
no hubiera
nadie
como si fuera
una constante
competencia.
Ni siquiera
saben
dónde ponen los
pies:
caminan mirando
hacia delante,
avanzan sin
saber,
se alejan en la
búsqueda.
Caminan por
debajo de
edificios en ruinas.
Una muchacha
abre
la ventana de
su cuarto;
me sonríe.
Un hombre gris
mira el metro
contador.
Un perro come
una hamburguesa bañada en
salsa de
tomate.
Tengo hambre.
En los
corredores las mujeres se pintan las uñas, los niños construyen un mundo de
barro.
Tengo hambre.
Ayer un viejo
me regaló un poema
mirándome a los
ojos;
hacía rato,
nadie me miraba así.
Eran hermosas
sus manos,
hermosas y casi
muertas.
Hay olor a
cadáveres.
En las calles
hay olor a
carne que se pudre.
Tengo hambre.
Hay basura en
las calles,
basura de
productos importados:
cajas de
cigarros,
botellas
plásticas,
vasos
desechables,
una postal con
la imagen
de la rosa
búlgara;
la dedicatoria
A Mamá
la misma,
la de casi
todos.
Pero Mamá
siempre se emociona
al recibir la
misma cartulina
con la tonta
flor
y aún más
tontas palabras.
Algo me dice
que me vaya
que no me quede
detenido
mirando
el resplandor
del mediodía.
Acaricio mis
pies,
rozo mis
tobillos
con una hoja de
laurel.
Recuerdo cómo
aquella boca
humedecía mis
dedos.
Observo la hoja
de laurel,
observo hasta
la minuciosidad,
tragando en
seco
el instante en
que soy feliz
y no calmo mi
hambre.
Yanier H. Palao
(Cuba, 1981). Escritor y artista visual. Ha publicado, los libros: Sombras del solo, Peces en bolsas de nylon,
Música de fondo, A la intemperie, Vaciados, Esteros.
Ha recibido numerosos premios se destaca la beca de creación literaria
que otorga el proyecto “Torre de Letras”, 2016. En el 2018 publicó Óxido por Letras
Cubanas. Recientemente ha salido a la luz País excéntrico. Libro de narrativa.
Ilíada ediciones. 2021.
Sus artículos de opinión aparecen con frecuencia en varias revistas.
Mantiene la columna
de opinión “Basuras Biología” en la revista de periodismo narrativo El
Estornudo