jueves, 7 de julio de 2022

Pia Tafdrup / (16 poemas )

 







RECREO MACROCOLECTIVO

 

En una sociedad dentro de una sociedad,

ahí vivo. Con una cinta de cuero

trenzada y sin mucha ropa.

Me despierto hacia mediodía

con los tímpanos temblando

por las notas de rock que retumban

entre las tiendas de campaña del lugar

y los pájaros del terreno

deben abandonar sus marcas.

Igual que yo en las noches estrelladas

me tambaleo, me balanceo y caigo

dormida con las oleadas

de conciertos de alta frecuencia.

Uso la ducha portátil

común. Hago la compra

en la tienda provisional. Me como

un revoltijo planificado

de verduras biodinámicas

y arroz sin procesar. De agrio

y dulce equilibrado

con amargo y salado. Paso

pocas horas sobria a pleno día

en happenings espontáneos

en la arena. O escucho

discusiones de las reuniones conjuntas.

Sobre anarquía. Sobre utopía. La vida

fuera de las leyes existentes

se muestra caracterizada por otras

leyes. Me tumbo en la hierba y río

hacia el sol después de la borrachera. Una

risa infinita. O participo

descalza en una fiesta. Con costo,

priva y caricias colocadas. Las ideas

se propagan. Con desenfreno.

Un espíritu pionero ha levantado

un tiovivo con coloridas

cabañas y tiendas. Hecho

sitio para las hogueras. Construido

las calles de pueblo. Montado

los tenderetes cojos

de las calles del Colocón y de Nepal

junto con un cobertizo para astromasajes

no muy lejos de la calle del Solano.

Una carrera de conejos y niños

educados gnósticamente entre

las tiendas. Por perros, cabras,

personas pintadas. Con

y sin pantalones. En un continuo

y mutante alucine común.

Soplo a soplo me levanto

a mi propio ritmo tranquilo.

Las vibraciones se expanden. Solo

la pura fantasía puede transmitir

fuerza dinámica desde la fricción

del mar de vuelta a la luna.

Me levanto mareada del campamento

de Thy. Donde nada se detiene

cuando ha terminado. De vuelta

para el último año de colegio.

Equipada con necesarios

conocimientos de primera mano de

un recreo macrocolectivo

en un planeta extraño.

Donde apenas pude vivir

más de una semana de mi vida.

 

BLANCO ENCABRITADO

 

Sangre roja, sangre blanca, sangre negra,

llenan el cerebro

hacen estallar el cráneo.

La tierra se agrieta, noche estrellada

sobre los campos cosechados de mi padre

donde siete caballos blancos nos llaman a que salgamos

con potentes relinchos.

-Esa gota en la memoria

es un océano lleno a rebosar.

Sangre roja, sangre blanca, sangre negra,

allí en el campo los caballos encabritados se detienen –

huidos

de un circo ambulante

o enviados,  ¿de dónde?

Nosotros no tenemos caballos en la granja,

pero ¡han venido a nosotros!

Sin sillas ni jinetes…

Estoy despierta

hasta el tuétano de mi espinazo,

 estoy galopantemente despierta.

Los poros de la piel se abren

desbocados,

la noche entra, fresca, clara.

Me ciegan

las panzas de blanco lunar de los caballos,

los oigo relinchar cuando nos ven

a mi padre y a mí.

Por un segundo descendente

los caballos levantan mi corazón

más alto –

de lo que nunca antes he volado en el espacio.

Caballos preparados a entrar de un salto en la noche,

salir fuera de un salto.

No hay cartel que ponga

Prohibida la entrada a los caballos

este planeta es un territorio abierto de par en par.

Todo puede pasar.

- Un océano de fuego y sal

lo inunda todo.

Pesados golpes de cascos se alejan,

después

insuperable crepúsculo. Retumbante.

 

ALEGRÍA

 

Primero está la alegría,
introducida de estraperlo por la frontera

atravesando un túnel estrecho.
La noche está por encima, ahogada en el mar,
metida bajo tierra, ha pasado miles de años sola.
Olores que ya existían
lo rodean todo,
los caballos bufan en el establo.
Despertarse con luz,
mirar el juego de sombras en el papel pintado,
oír los pájaros en las hiedras y arbustos.
Las voces y risas de los mayores,
una pista de aterrizaje segura
al otro lado de la pared.
Primero está el jardín de la mañana
al sol,
su manera de iluminar al corazón.
Las manzanas caen sobre la hierba cálida,
los insectos ascienden
desde los pétalos de las flores.
Primero está la apertura
que pronto se cerrará,
sin rostro.
Primero está la confianza,
que será engullida con facilidad
por el miedo galáctico.
Primero está la alegría,
que recién nacida mana
hacia el mundo, soñándolo.
Luego le sigue la pena, luego la ira,
y alguien dice:

 ̶  Que la paz sea con ello.
La vida es la muerte que vendrá,
pero primero está la alegría.

 

FILO EXTERIOR

 

El lago con los gatitos ahogados,
en él
patinamos, herimos
al invierno espejado.
Filo interior y filo exterior
ejecutados por mi madre
con un niño en la barriga,
patina hacia atrás
sacando el trasero hacia fuera
y los brazos en horizontal,
los patines deslizándose
 de lado a lado –
pero sobre todo
el sonido de fresadora
del metal recién afilado
contra el hielo,
un zumbido de chispas de nieve
saltan en la luz.
El lago con los gatitos ahogados,
en él
patinamos
cuando el hielo es lo bastante grueso
para olvidar
las patas que se agitaban en el aire
las garras que se extendían,
los animales ciegos hundiéndose,
pataleando en el saco
con la piedra pesada.
Las burbujas, como largos
ríos
en el agua negra,
donde los anillos tenían su centro
   como blanco de tiro,
en el mapa de alcance
de los misiles de Cuba.


LA MANO DE MI MADRE


Me baño en la quieta luz de una gota
y recuerdo cómo llegué a ser:
Un lapicero puesto en la mano,
la fresca mano de mi madre sobre la mía, cálida.
- Y así nos pusimos a escribir
entrando y saliendo de corales,
un alfabeto submarino de arcos y puntas,
de caracoles espirales, de estrellas marinas,
de blandientes tentáculos de pulpos,
de grutas y formaciones rocosas.
Letras que con sus cilios se abrían paso
vertiginosamente entre lo blanco.
Palabras como lenguados aleteando
y enterrándose en la arena o anémonas oscilantes con sus cientos de hilos
en un quieto y único movimiento.
Frases como cardúmenes
que se hicieron de aletas y ascendían
y también de alas que en compás se agitaban,
palpitando como mi sangre que a tientas
golpeaba estrellas contra el cielo nocturno del corazón;
fue cuando vi que su mano había soltado la mía,
que yo hacía mucho, escribiendo, me había desasido de ella.

 

EL ABREVADERO DE LOS SUEÑOS

 

Aquel que tenga oídos para oír
escuchará un mar de música,
una corriente submarina de palabras
que se desliza por la penumbra y desaparece volando
con un recuerdo de nubes,
de sombras, de meandros
y del viento sobre la hierba.
Las aletas transparentes y de fina seda del pez,
una anal, una dorsal y una caudal,
dos ventrales y dos pectorales,
siete alas para viajar a la velocidad de la sangre
a través de los mares del mundo,
noche tras noche,
entre cráneos de delfines, caracoles
y ostras fósiles, entre verdes algas
que durante el día relumbran como una eterna primavera.
Siete colores en un arco iris
para surcar el cielo
como el primer ciervo del año
brincando por los campos.
Siete colores en un arco iris,
trazados con geometría
sobre el firmamento del alma,
mucho antes de que el más antiguo vertebrado
poblara el agua, una era
antes de que los primeros subieran a la tierra
para después dar vida a anfibios,
reptiles, aves y por fin a aquella
que ahora está sentada en silencio, escuchando.
Aquel que tenga ojos para ver
tendrá que escuchar bien
cuando caiga la lluvia, cuando las gotas
resuenen como la luz en la música,
puras como la primera eyaculación del muchacho,
y sobre todo después,
cuando un arco iris acústico
entre formaciones rocosas y altas montañas
ardiendo tenuemente se eleve desde el polvo
desplomándose hacia arriba,
y es entonces que uno, en un palpitante destello azul,
con euforia amará su propia vida,
porque es de uno,
y uno sabe que se cerrará
como la puerta de este poema
que ahora termina dando un portazo. 

 

LA CAÍDA DEL MURO

 

Deseo en enero de 1989 con tanta fuerza

como puede desear una persona

ser algún día testigo

de la caída del muro de Berlín.

Estoy 200 años después de la Revolución Francesa

en el frío de un lugar elevado,

observando el cemento, el alambre de espino, las verjas electrificadas,

filas de barracas grises y lúgubres.

Hay conejos salvajes saltando alrededor de la zona

entre el este y el oeste.

Ese mismo año se abriría la frontera,

yo lo veo en diferido el 9 de noviembre

desde West End Avenue en la tele estadounidense.

Los guardias levantan las barreras,

permiten sin trabas

que los coches y peatones circulen libremente

del este al oeste

mientras la gente en algún lugar entre sueños diurnos y nocturnos escala el muro.

La noche socialista se diluye

en la capitalista, el júbilo

no tiene fin,

la fiesta en las calles dura toda la noche.

Oigo dos días después en The Kitchen

que Heiner Müller y Heiner Goebbels

aparecen haciendo un bis

acerca de la caída del muro,

la sala está hirviendo, una alegría aguda

hace estallar el momento.

Cae el muro, el cemento, las verjas

y el miedo cotidiano.

Oigo saludos desde Alemania

en Nueva York,

los anuncia Heiner Müller,

que es conocido como artista,

no agente.

El ojo ígneo del sol,

algo atraviesa el tiempo flotando,

el cielo se hace grande sobre Berlín. 

 

LAS BALLENAS DE PARÍS

 

No creo que sea a París a quien cantan las ballenas de los grandes océanos,
pero la ciudad está preciosa esta mañana, cuando me despierto
tras haber soñado con ballenas juguetonas que pesan toneladas.
Por todas partes nadaban los gigantes animales,
mi única salvación en el mar agitado
era agarrarme a sus colas, que eran tan resbaladizas
que mis manos resbalaban cuando las ballenas giraban
o las movían con fuerza, lanzándome muy lejos,
pero cada vez que volvía a ellas, me volvía a agarrar
y de ese modo me mantenía con vida toda la noche…
En la pared de enfrente veo ahora que es una mañana luminosa,
el saludo de los pájaros sugiere lo mismo,
las ballenas están lejos, una mujer va de ventana en ventana,
sube las persianas y entorna las ventanas,
– esto lo incluyo en mi protocolo onírico.
El sol entra en la cocina de la mujer,
que camina reuniendo montones de ropa.
Cada día nos inventamos nuestra vida;
una combinación hasta ahora nueva de lo conocido y lo desconocido
quizá surja hoy –
depende de lo que se nos ocurra,
lo que nos ocurra, nos abraza con una mirada llena de memoria
cuando buscamos una entrada a algo

que es libertad para el alma –
y no tolerará más límite que el cielo abierto.

 

SALTO

 

Una mosca avanza
enorme como una ballena,
la luz parpadea —
yo asciendo sin parar con el animal
entre las crestas de olas de las nubes.
Me despierto, no puedo dormir
la mitad de la noche, un nuevo milenio
ha comenzado en el fondo del alma.
La piel es cálida y tú
no paras de ascender,
hasta que el animal se sumerge de súbito
y a toda prisa vuelve a la superficie…
Me pones una bebida
de sal y espuma alta,
de principio blanco como la nieve.
Un mar de átomos indomables se abre
por vasos cónicos
de tallo alto, crecen
palabras entre la noche
hacia un primer crepúsculo en oriente,
los más tempranos colores matinales de la apoteosis.
Soy cadera y hombros,
cuello y talón,
una brizna de hielo
se derrite en tu sol,
supersónica.
En mí caes
y caes:
soy un último cielo para tu aterrizaje.

 

EL FOCO CANDENTE DE LOS OCÉANOS

«Prohibido pescar»
dice el cartel junto al océano curvo
pero yo acabo de cazar
una ballena
sin ser engullida:
las palabras la llevan ahora en la boca.
En la luz,
que es gris como ceniza humana,
pienso en la esencia de la ballena
– comprendo,
mientras la tierra recibe besos
de la lluvia que arde como el metal,
que nada de esto es lo que esperaba.
En un mundo enfermo no existe más centro
que lo que se mueve libremente…
¿Qué cazó
el ojo de la ballena?
Desde el mar primigenio me amenazó
con la alegría de un cráter,
con una sacra desvergüenza.
Para mi alivio, llena
infinitamente más que mi propia vida
el soñar con ella,
– o para agotar el poder de lo posible,
encontrarla desnuda y febril
y darme cuenta,
mientras lo milagroso arde y duele,
de que pierdo mi alma en la suya
porque ella pierde la suya en la mía.

 

SÓLO LO QUE NO HA EXISTIDO NO SE PUEDE PERDER

 

Está nublado y el silencio estalla:
el sueño del colibrí, el sueño de la ballena
(¿tienen un denominador común,
aparte de que ambos han visto tu alegría?)
— No me despiertes
con tu desaparición…
El colibrí está quieto en el aire
con las alas batiendo,
un temblor moldea mi cerebro.
El colibrí succiona miel
y es bautizado con el nombre de «besaflor».
Tus labios tocan mi rostro,
quizá me has confundido con una flor sucia,
o florezco en caída libre entre tus manos,
fluyo tan profundo
que me pierdo en la oscuridad
protectora de los océanos.
La sangre tiene un fuerte olor a sangre,
he visto una ballena y me elevo contigo
en el ensordecedor abrazo
de lo creado.
Entre continentes angulosos se mueven nuestras huellas candentes,
sobrevivimos en la tierra virgen del mar
entre la noche y el día y memoria condensada
bajo el cielo gris espuma.
— No me despiertes
con tu desaparición…
El sueño del colibrí, el sueño de la ballena:
¿tienen un denominador común,
aparte de que ambos, en relámpagos de espejos mágicos,
han visto nuestra alegría desperdiciarlo todo?

 

SACRIFIER

 

Medio dormidos respiramos al compás vueltos el uno hacia el otro,
como si respirásemos con los mismos pulmones —
pero dos cuerpos separados
son necesarios para dar forma a la inmensidad.
El descenso de los labios en un beso
hacia la sal caliente de un hombro que se mece.
La dulzura del aire de mayo
se mezcla en la sangre con el verano verde ácido.
Inhalamos lo blanco, lo puro,
exhalamos el carbón.
Las verjas vidriosas de los minerales crecen en nosotros, claras
e ingrávidas. Como un crujido mudo y duro en la montaña.
Cuento hacia atrás
hacia la oscura y amorfa melancolía,
hacia el torbellino de una vida
que nos da
nuestra muerte —
cuento hacia delante
hacia la luz y la precisión prismática.
Me atraviesan volando:
primero tu fuego lunar, luego tu sol matutino,
– caminos de olvido por donde
soy transportada hacia lo real
y me reciben con los brazos abiertos,
me siguen llevando
sin entender por qué ni hacia qué…
En danés se diferencia entre
«entregarse» y «sacrificarse»,
pero en francés es la misma palabra,
roja y de doble filo,
noto un aliento creciente
bajo un asalto a contraluz.
Un repentino estallido
de tu silvestre veneración
pone su firma de huellas evanescentes.

 

NO SOMOS ANIMALES DE UN DÍA (de «Las ballenas de Paris»)

 

En la oscuridad la luna vigila
cóncava.
Tus ojos están cerrados –
todos han visto algo,
pero ninguno lo mismo.
Lo que el rostro oculta,
lo observa la noche
y la puerta está abierta.
Tus ojos están cerrados –
tu cara está cerca de la mía.
Una fuerza no para de crecer
desde el momento en que nacemos,

– y no somos animales de un día.
Nuestros cerebros no están construidos
para manejar alas,
sino para construir lenguajes
y navegar de otra manera:
pensar es intentar
mirar de una nueva forma, clara polar
 – lo cual también quiere
decir entender las limitaciones.
Tus ojos están cerrados –
tu cuerpo es un salto adelante
en el resplandor de azafrán.
El sueño ha volcado
la piedra rosetta de tu cerebro;
muestra un escrito
que no habíamos descifrado…
Nuestro lugar es el tiempo
y leemos
como si intentásemos recordar lo
que no nos ha sucedido.
Lo que no hacemos
no se perdona.
Una mano agarra con fuerza,
la otra protege,
una tercera bendice.
Tus ojos están cerrados –
el alma es arrastrada
por el espacio infinito,
construido por las pausas de la música.
Tengo tu grito
                            en mi boca.

 …

 

CUENTOS DE INVIERNO

En el tren se me acerca un hombre

y me pregunta

por el libro que leo,

Cuentos de invierno, de Karen Blixen.

Soy vista

por una mirada luminosa,

no busco escondite en el paisaje

que pasa ante el cristal del vagón,

porque esta mirada no

va a caminar a otros lugares.

El libro está entre él y yo,

no se puede usar como escudo

porque de repente

nos está uniendo.

Mejor pedida de mano no la he conocido,

deja su impronta en el alma.

Es él, el que pocos días después

bajo una corona de libros verde pálida

me besará

una noche de agosto

cuando el sol caiga en picado.

Temblamos, y todas las hojas del árbol

se ponen en movimiento.

El germen de los sueños

planea

en el viento tibio.

Es él, con quien después

me casaré,

un cuento de invierno con el sol en lo alto y un frío insondable.

 

FILO INTERIOR

 

Sueño que un hombre en el hueco de una puerta

me observa.

Lo reconozco enseguida,

me atrae.

¿O me busca él? La mirada penetra.

Voluntad de tigre, sed de tigre,

el deseo del pulso tras una verja en llamas.

En el sueño, las paredes se inclinan sobre mí,

el papel pintado de la habitación está gastado,

no hay una sola ventana.

Un brillo matutino blanco como el cloro

desde la ventana real

desintegra el silencio

con una náusea repentina.

Estoy despierta y anhelo

que justo esa mirada

me vuelva a encontrar, su relámpago de fuego

brote

fuera del sueño.

Un viento luminoso vuela

a través de un árbol otoñal aún verde.

 

NIÑOS VIEJOS

 

Una cosa es ser madre de tus hijos,

y otra

ser madre de tu madre

y aun así sentir culpa

por no tener tiempo

de estar ahí cuando lo necesita,

pero se contenta

con dar buenos consejos que ella no

acepta

porque solo quiere que le den permiso

para ser ella.

Un día ser niña

y ser consolada —

el otro arreglárselas sola y ahora

preferir apoyarse en el viento

a usar bastón,

preferir ser atropellada

a hacerse con un andador,

preferir quedarse en casa

a llevar una alarma,

preferir caerse un día

por la escalera

y morir.

Preferir morir

a ser salvada

y volver a ver a su familia

y por tanto estar lista para vivir unos años más.

 

Pia Tafdrup (Copenhague, 1952) es una figura fundamental en la poesía nórdica. Ha sido galardonada con el Premio de Literatura del Consejo Nórdico en 1999 por el poemario Dronningeporten, en 2005 obtuvo el Premio Søren-Gyldendal y en 2006 recibió el Premio Nórdico de la Academia Sueca; en 2001 fue nombrada Caballero de los Dannebrog. Desde su primera publicación, en 1981, ha editado más de 20 libros, 18 de ellos de poesía, dos novelas y dos obras de teatro. En 2006 se tradujo al castellano Tarkovskijs heste (Los caballos de Tarkovsky, ed. Bassarai). Salamandersol se publicó en el año 2012 en Dinamarca (ed. Gyldendal) y Suecia (ed. Ellerströms) y en 2015 en Reino Unido (ed. Bloodaxe). Cada poema de los 60 que componen Sol de salamandra corresponde a un año en la vida de la autora. Sus libros han sido traducidos a 17 idiomas y ha participado en antologías y revistas de todo el mundo. Desde 1989 es miembro de la Academia de las Letras en Dinamarca.