martes, 6 de abril de 2021

Gabriela Mistral / 7 poemas

 


Riqueza

 

Tengo la dicha fiel

y la dicha perdida:

la una como rosa,

la otra como espina.

De lo que me robaron

no fui desposeída:

tengo la dicha fiel

y la dicha perdida,

y estoy rica de púrpura

y de melancolía.

¡Ay, qué amante es la rosa

y qué amada la espina!

Como el doble contorno

de dos frutas mellizas,

tengo la dicha fiel

y la dicha perdida….

 

*****

 

El amor que calla

 

Si yo te odiara, mi odio te daría

en las palabras, rotundo y seguro;

¡pero te amo y mi amor no se confía

a este hablar de los hombres tan oscuro!

 

Tú lo quisieras vuelto un alarido,

y viene de tan hondo que ha deshecho

su quemante raudal, desfallecido,

antes de la garganta, antes del pecho.

 

Estoy lo mismo que estanque colmado

y te parezco un surtidor inerte.

¡Todo por mi callar atribulado

que es más atroz que entrar en la muerte!

 

*****

 

Besos

 

Hay besos que pronuncian por sí solos

la sentencia de amor condenatoria,

hay besos que se dan con la mirada

hay besos que se dan con la memoria.

 

Hay besos silenciosos, besos nobles

hay besos enigmáticos, sinceros

hay besos que se dan sólo las almas

hay besos por prohibidos, verdaderos.

 

Hay besos que calcinan y que hieren,

hay besos que arrebatan los sentidos,

hay besos misteriosos que han dejado

mil sueños errantes y perdidos.

 

Hay besos problemáticos que encierran

una clave que nadie ha descifrado,

hay besos que engendran la tragedia

cuantas rosas en broche han deshojado.

 

Hay besos perfumados, besos tibios

que palpitan en íntimos anhelos,

hay besos que en los labios dejan huellas

como un campo de sol entre dos hielos.

 

Hay besos que parecen azucenas

por sublimes, ingenuos y por puros,

hay besos traicioneros y cobardes,

hay besos maldecidos y perjuros.

 

Judas besa a Jesús y deja impresa

en su rostro de Dios, la felonía,

mientras la Magdalena con sus besos

fortifica piadosa su agonía.

 

Desde entonces en los besos palpita

el amor, la traición y los dolores,

en las bodas humanas se parecen

a la brisa que juega con las flores.

 

Hay besos que producen desvaríos

de amorosa pasión ardiente y loca,

tú los conoces bien son besos míos

inventados por mí, para tu boca.

 

Besos de llama que en rastro impreso

llevan los surcos de un amor vedado,

besos de tempestad, salvajes besos

que solo nuestros labios han probado.

 

¿Te acuerdas del primero…? Indefinible;

cubrió tu faz de cárdenos sonrojos

y en los espasmos de emoción terrible,

llenáronse de lágrimas tus ojos.

 

¿Te acuerdas que una tarde en loco exceso

te vi celoso imaginando agravios,

te suspendí en mis brazos… vibró un beso,

y qué viste después…? Sangre en mis labios.

 

Yo te enseñe a besar: los besos fríos

son de impasible corazón de roca,

yo te enseñé a besar con besos míos

inventados por mí, para tu boca.

 

*****

 

Piececitos

 

Piececitos de niño,

azulosos de frío,

¡cómo os ven y no os cubren,

Dios mío!

 

¡Piececitos heridos

por los guijarros todos,

ultrajados de nieves

y lodos!

 

El hombre ciego ignora

que por donde pasáis,

una flor de luz viva

dejáis;

 

que allí donde ponéis

la plantita sangrante,

el nardo nace más

fragante.

 

Sed, puesto que marcháis

por los caminos rectos,

heroicos como sois

perfectos.

 

Piececitos de niño,

dos joyitas sufrientes,

¡cómo pasan sin veros

las gentes!

 

*****

 

Amor amor

 

Anda libre en el surco, bate el ala en el viento,

late vivo en el sol y se prende al pinar.

No te vale olvidarlo como al mal pensamiento:

¡le tendrás que escuchar!

 

Habla lengua de bronce y habla lengua de ave,

ruegos tímidos, imperativos de mar.

No te vale ponerle gesto audaz, ceño grave:

¡lo tendrás que hospedar!

 

Gasta trazas de dueño; no le ablandan excusas.

Rasga vasos de flor, hiende el hondo glaciar.

No te vale decirle que albergarlo rehúsas:

¡lo tendrás que hospedar!

 

Tiene argucias sutiles en la réplica fina,

argumentos de sabio, pero en voz de mujer.

Ciencia humana te salva, menos ciencia divina:

¡le tendrás que creer!

 

Te echa venda de lino; tú la venda toleras.

Te ofrece el brazo cálido, no le sabes huir.

Echa a andar, tú le sigues hechizada aunque vieras

¡que eso para en morir!

 

*****

 

Yo canto lo que tú amabas

 

Yo canto lo que tú amabas, vida mía,

por si te acercas y escuchas, vida mía,

por si te acuerdas del mundo que viviste,

al atardecer yo canto, sombra mía.

 

Yo no quiero enmudecer, vida mía.

¿Cómo sin mi grito fiel me hallarías?

¿Cuál señal, cuál me declara, vida mía?

 

Soy la misma que fue tuya, vida mía.

Ni lenta ni trascordada ni perdida.

Acude al anochecer, vida mía;

ven recordando un canto, vida mía,

si la canción reconoces de aprendida

y si mi nombre recuerdas todavía.

 

Te espero sin plazo ni tiempo.

No temas noche, neblina ni aguacero.

Acude con sendero o sin sendero.

Llámame a donde tú eres, alma mía,

y marcha recto hacia mí, compañero.

 

*****

 

Sonetos de la muerte

 

I

 

Del nicho helado en que los hombres te pusieron,

Te bajaré a la tierra humilde y soleada.

Que he de dormirme en ella los hombres no supieron,

Y que hemos de soñar sobre la misma almohada.

 

Te acostaré en la tierra soleada con una

Dulcedumbre de madre para el hijo dormido,

Y la tierra ha de hacerse suavidades de cuna

Al recibir tu cuerpo de niño dolorido.

 

Luego iré espolvoreando tierra y polvo de rosas,

Y en la azulada y leve polvareda de luna,

Los despojos livianos irán quedando presos.

 

Me alejaré cantando mis venganzas hermosas,

¡Porque a ese hondor recóndito la mano de ninguna

Bajará a disputarme tu puñado de huesos!

 

II

 

Este largo cansancio se hará mayor un día,

Y el alma dirá al cuerpo que no quiere seguir

Arrastrando su masa por la rosada vía,

Por donde van los hombres, contentos de vivir.

 

Sentirás que a tu lado cavan briosamente,

Que otra dormida llega a la quieta ciudad.

Esperaré que me hayan cubierto totalmente

¡Y después hablaremos por una eternidad!

 

Sólo entonces sabrás el por qué no madura

Para las hondas huesas tu carne todavía,

Tuviste que bajar, sin fatiga, a dormir.

 

Se hará luz en la zona de los sinos, oscura:

Sabrás que en nuestra alianza signo de astros había

Y, roto el pacto enorme, tenías que morir.

 

III

 

Malas manos tomaron tu vida desde el día

En que, a una señal de astros, dejara su plantel

Nevado de azucenas. En gozo florecía.

Malas manos entraron trágicamente en él.

 

Y yo dije al Señor: -Por las sendas mortales

Le llevan, ¡sombra amada que no saben guiar!

¡Arráncalo, Señor, a esas manos fatales

O le hundes en el largo sueño que sabes dar!

 

¡No le puedo gritar, no le puedo seguir!

Su barca empuja un negro viento de tempestad!

Retórnalo a mis brazos o le siegas en flor.

 

Se detuvo la barca rosa de su vivir

¿Qué no sé del amor, que no tuve piedad?

¡Tú, que vas a juzgarme, lo comprendes, Señor!

 

 


 

 

Lucila Godoy Alcayaga, mejor conocida como Gabriela Mistral es una poeta, diplomática y pedagoga chilena.

Se desempeñó como profesora y llegó a participar en la reforma del sistema educacional mexicano.

Es una de las figuras más relevantes de la literatura chilena y latinoamericana.

Recibió el premio Nobel de Literatura en 1945, fue la primera mujer iberoamericana y la segunda persona latinoamericana en recibir este premio.