Riqueza
Tengo la dicha fiel
y la dicha perdida:
la una como rosa,
la otra como espina.
De lo que me robaron
no fui desposeída:
tengo la dicha fiel
y la dicha perdida,
y estoy rica de púrpura
y de melancolía.
¡Ay, qué amante es la rosa
y qué amada la espina!
Como el doble contorno
de dos frutas mellizas,
tengo la dicha fiel
y la dicha perdida….
*****
El amor que calla
Si yo te odiara, mi odio te daría
en las palabras, rotundo y
seguro;
¡pero te amo y mi amor no se
confía
a este hablar de los hombres tan
oscuro!
Tú lo quisieras vuelto un
alarido,
y viene de tan hondo que ha
deshecho
su quemante raudal, desfallecido,
antes de la garganta, antes del
pecho.
Estoy lo mismo que estanque
colmado
y te parezco un surtidor inerte.
¡Todo por mi callar atribulado
que es más atroz que entrar en la
muerte!
*****
Besos
Hay besos que pronuncian por sí
solos
la sentencia de amor
condenatoria,
hay besos que se dan con la
mirada
hay besos que se dan con la
memoria.
Hay besos silenciosos, besos
nobles
hay besos enigmáticos, sinceros
hay besos que se dan sólo las
almas
hay besos por prohibidos,
verdaderos.
Hay besos que calcinan y que
hieren,
hay besos que arrebatan los
sentidos,
hay besos misteriosos que han
dejado
mil sueños errantes y perdidos.
Hay besos problemáticos que
encierran
una clave que nadie ha
descifrado,
hay besos que engendran la
tragedia
cuantas rosas en broche han
deshojado.
Hay besos perfumados, besos
tibios
que palpitan en íntimos anhelos,
hay besos que en los labios dejan
huellas
como un campo de sol entre dos
hielos.
Hay besos que parecen azucenas
por sublimes, ingenuos y por
puros,
hay besos traicioneros y
cobardes,
hay besos maldecidos y perjuros.
Judas besa a Jesús y deja impresa
en su rostro de Dios, la felonía,
mientras la Magdalena con sus
besos
fortifica piadosa su agonía.
Desde entonces en los besos
palpita
el amor, la traición y los
dolores,
en las bodas humanas se parecen
a la brisa que juega con las
flores.
Hay besos que producen desvaríos
de amorosa pasión ardiente y
loca,
tú los conoces bien son besos
míos
inventados por mí, para tu boca.
Besos de llama que en rastro
impreso
llevan los surcos de un amor
vedado,
besos de tempestad, salvajes
besos
que solo nuestros labios han
probado.
¿Te acuerdas del primero…?
Indefinible;
cubrió tu faz de cárdenos
sonrojos
y en los espasmos de emoción
terrible,
llenáronse de lágrimas tus ojos.
¿Te acuerdas que una tarde en
loco exceso
te vi celoso imaginando agravios,
te suspendí en mis brazos… vibró
un beso,
y qué viste después…? Sangre en
mis labios.
Yo te enseñe a besar: los besos
fríos
son de impasible corazón de roca,
yo te enseñé a besar con besos
míos
inventados por mí, para tu boca.
*****
Piececitos
Piececitos de niño,
azulosos de frío,
¡cómo os ven y no os cubren,
Dios mío!
¡Piececitos heridos
por los guijarros todos,
ultrajados de nieves
y lodos!
El hombre ciego ignora
que por donde pasáis,
una flor de luz viva
dejáis;
que allí donde ponéis
la plantita sangrante,
el nardo nace más
fragante.
Sed, puesto que marcháis
por los caminos rectos,
heroicos como sois
perfectos.
Piececitos de niño,
dos joyitas sufrientes,
¡cómo pasan sin veros
las gentes!
*****
Amor amor
Anda libre en el surco, bate el
ala en el viento,
late vivo en el sol y se prende
al pinar.
No te vale olvidarlo como al mal
pensamiento:
¡le tendrás que escuchar!
Habla lengua de bronce y habla
lengua de ave,
ruegos tímidos, imperativos de
mar.
No te vale ponerle gesto audaz,
ceño grave:
¡lo tendrás que hospedar!
Gasta trazas de dueño; no le
ablandan excusas.
Rasga vasos de flor, hiende el
hondo glaciar.
No te vale decirle que albergarlo
rehúsas:
¡lo tendrás que hospedar!
Tiene argucias sutiles en la
réplica fina,
argumentos de sabio, pero en voz
de mujer.
Ciencia humana te salva, menos
ciencia divina:
¡le tendrás que creer!
Te echa venda de lino; tú la
venda toleras.
Te ofrece el brazo cálido, no le
sabes huir.
Echa a andar, tú le sigues
hechizada aunque vieras
¡que eso para en morir!
*****
Yo canto lo que tú amabas
Yo canto lo que tú amabas, vida
mía,
por si te acercas y escuchas,
vida mía,
por si te acuerdas del mundo que
viviste,
al atardecer yo canto, sombra
mía.
Yo no quiero enmudecer, vida mía.
¿Cómo sin mi grito fiel me
hallarías?
¿Cuál señal, cuál me declara,
vida mía?
Soy la misma que fue tuya, vida
mía.
Ni lenta ni trascordada ni
perdida.
Acude al anochecer, vida mía;
ven recordando un canto, vida
mía,
si la canción reconoces de
aprendida
y si mi nombre recuerdas todavía.
Te espero sin plazo ni tiempo.
No temas noche, neblina ni
aguacero.
Acude con sendero o sin sendero.
Llámame a donde tú eres, alma
mía,
y marcha recto hacia mí,
compañero.
*****
Sonetos de la muerte
I
Del nicho helado en que los
hombres te pusieron,
Te bajaré a la tierra humilde y
soleada.
Que he de dormirme en ella los
hombres no supieron,
Y que hemos de soñar sobre la
misma almohada.
Te acostaré en la tierra soleada
con una
Dulcedumbre de madre para el hijo
dormido,
Y la tierra ha de hacerse
suavidades de cuna
Al recibir tu cuerpo de niño
dolorido.
Luego iré espolvoreando tierra y
polvo de rosas,
Y en la azulada y leve polvareda
de luna,
Los despojos livianos irán
quedando presos.
Me alejaré cantando mis venganzas
hermosas,
¡Porque a ese hondor recóndito la
mano de ninguna
Bajará a disputarme tu puñado de
huesos!
II
Este largo cansancio se hará
mayor un día,
Y el alma dirá al cuerpo que no
quiere seguir
Arrastrando su masa por la rosada
vía,
Por donde van los hombres,
contentos de vivir.
Sentirás que a tu lado cavan
briosamente,
Que otra dormida llega a la
quieta ciudad.
Esperaré que me hayan cubierto
totalmente
¡Y después hablaremos por una
eternidad!
Sólo entonces sabrás el por qué
no madura
Para las hondas huesas tu carne
todavía,
Tuviste que bajar, sin fatiga, a
dormir.
Se hará luz en la zona de los
sinos, oscura:
Sabrás que en nuestra alianza
signo de astros había
Y, roto el pacto enorme, tenías
que morir.
III
Malas manos tomaron tu vida desde
el día
En que, a una señal de astros,
dejara su plantel
Nevado de azucenas. En gozo
florecía.
Malas manos entraron trágicamente
en él.
Y yo dije al Señor: -Por las
sendas mortales
Le llevan, ¡sombra amada que no
saben guiar!
¡Arráncalo, Señor, a esas manos
fatales
O le hundes en el largo sueño que
sabes dar!
¡No le puedo gritar, no le puedo
seguir!
Su barca empuja un negro viento
de tempestad!
Retórnalo a mis brazos o le
siegas en flor.
Se detuvo la barca rosa de su
vivir
¿Qué no sé del amor, que no tuve
piedad?
¡Tú, que vas a juzgarme, lo
comprendes, Señor!
Lucila Godoy Alcayaga, mejor conocida como Gabriela Mistral es una poeta, diplomática y pedagoga chilena.
Se desempeñó como profesora y llegó a participar en la reforma del sistema educacional mexicano.
Es una de las figuras más
relevantes de la literatura chilena y latinoamericana.
Recibió el premio Nobel de
Literatura en 1945, fue la primera mujer iberoamericana y la segunda persona
latinoamericana en recibir este premio.
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