martes, 20 de abril de 2021

Ida Gramcko ( 9 poemas)





Viva belleza desde el seno irrumpe

como una curvatura que desliza

las auroras boreales de las ubres

sobre un lecho de líneas.

Somos el hombre el caballo sufren,

pero una inmensa investidura estricta

nos señala sin verbo entre las cumbres.

Somos entonces ser hasta la risa,

la carcajada diáfana en los buches.

 

 

CASI SILENCIO

 

La piedra cae el fondo. Así caen todas

las piedrecillas. Un día, algo que remueve

las aguas las hace correr, precipitarse,

abriendo heridas en la fina arena. El

agua toda es llanto. Pero un rayo de

sol aparece. Las aguas se hacen claras.

Al fondo, lentamente, las piedrecillas

hallan al fin sitio. Y encima de las aguas,

flota una flor entreabierta: la

conciencia.

 

La esencia no es pérdida de tierna

presencia.

La esencia es la presencia

de lo intemporal,

de lo divino y sobrehumano.

 

El cambio, para que lo sea,

tiene que cambiar siempre.

He ahí la permanencia.

 

La muerte es lo único

que no es curable.

 

Para lo más hondo, yo no creo

en instantes. Lo supremo jamás

es actual.

El amor sin mortal asidero,

no se somete al tiempo.

 

Porque lo que está sometido

al devenir y no al alcance

de lo más luminoso y más puro,

aunque sea emotivo, es ligero.

 

Lo que no conocemos no es misterio.

Son aspectos insignificantes

del mundo material.

Conocemos lo eterno, lo inmenso,

lo máximo, —es suyo, es mío

y sólo es así—

y ante tamaña luz,

¿caben hallazgos,

descubrimientos o sorpresas?

 

Un afecto puede ser hermoso pero,

ante el sentimiento único e inmutable,

nos resulta pequeño.

Como la yerba ante el astro.

Como el guijarro ante la nube.

Como fronda salpicada de frutos ante

el cielo en que alumbra una sola flor

áurea y suprema.

 

POEMA 12

 

Tú, párvulo indefenso,

encuentras cómo reventar el labio

para vengar con testimonio intenso,

el bello, el denso,

el increíble agravio.

 

...

 

POEMA 14

 

Amor invalidándonos reflejo

para trocarlo en cómplice sumiso.

Estupor, reto añejo,

humillación en ámbitos de hechizo

donde el tocado, el tímido, el perplejo

padece culpa y huele paraíso

 

 

Estar afuera es como estar adentro

de inagotable intimidad creadora.

No es perder cuerpo, es descubrir un centro

mayor que lo interior que nos demora.

Estar afuera, a pleno sol, al viento…

La noche ya no es más la mediadora,

pues nos une a través de un mandamiento

de sombra impuesta que se ve o ignora.

Escogida es la unión desde lo intenso.

Vivo nivel estalla con la aurora

y enlaza lo profundo con lo inmenso,

pues cada ser deviene lo que añora.

Y queda un solo ser, un gran suspenso,

mas el hombre lo sabe y lo atesora.

 

 

No, la tierra no podrá ser la tierra,

ni la muerte podrá ser la muerte,

ni la vida la vida,

hasta que mi alma no haya conocido toda

la espantosa pesadilla,

y no se haya internado hasta la entraña

del hondo, humano abismo.

¡Ah! ¿Qué valen aquí, sobre este mundo,

mi espíritu y mi instinto,

si aún tienen un temblor de ensueños claros

que son claras mentiras?

No, no, no puede ser, ni puedo

tampoco ser yo misma,

hasta que no haya saboreado toda,

toda la hiel amarga y el acíbar.

 

EL ESPANTAPÁJAROS

 

Nunca amaste los pájaros. Es cierto.

Ni los niños que huyeron de tu sombra

¡crucifijo del hombre contra el cielo!

Se deshizo la ronda

en el jardín; volaron los insectos;

después, las mariposas…

Sólo quedó, en la soledad, tu espectro,

y un niño sólo en la pradera sola,

inválido y sediento.

Lejos de ti, volaron las palomas,

y la ronda infantil en otro huerto

levantó sus columpios, sus coronas…

Sólo permanecieron los almendros

abrieron sus corolas

glaciales como témpanos.

¡No podían volar! Y las bellotas,

los manzanos en flor y el limonero.

Pasaban, fugitivas, las alondras.

¡Pudiste detenerlas en su vuelo!

Pasaron golondrinas y gaviotas,

y mirlos y jilgueros,

y enamoradas tórtolas…

Y maduró tu fruto en el silencio;

en el silencio, sonrosadas pomas,

labios mudos, se abrieron.

Pero hoy el viento sacudió las hojas,

dispersó las semillas y los pétalos

y el pezón de los árboles se agota

en exhausto racimo amarillento.

¡No veles ya! Se marchitó la fronda.

¡Despídete del cerco!

En una alegre emanación sonora,

la infancia, en ronda florecida, ha vuelto.

Los pájaros celebran su victoria

picoteando tus restos:

tu pecho de aserrín, tu sien de estopa,

la hilacha sin color de tus cabellos.

Te sostiene una estaca melancólica

como al retrato de un payaso muerto.

¡Oh trágica derrota;

oh racimo de harapos verdinegros;

oh maniquí del campo que sollozas

mirando el alto nido y el alero,

hermano del fantasma, de la escoba,

del ciprés y del cuervo!

Hermano mío… ¡llora!

Llora conmigo sobre el campo yermo.

y aprende a amar los pájaros… ¡Que te oigan

cantar los niños y te escuche el viento!

Como un ángel caído al que perdona

la mano celestial, sube hasta el cielo.

¡Que se levante un ala milagrosa

en cada uno de tus hombros, quiero!

¡Que emprendas en tu muerte, que es tu aurora,

el viaje azul al paraíso eterno

en donde un niño solitario toma

gajos de luz que no consume el tiempo

a un árbol sin otoño y sin carcoma!

El niño aquél, inválido y sediento.

 

 

 

Arráncame  las áridas  raíces

déjame suspendida en el espacio,

entre los vientos firmes.

Allí se está como en un gran regazo

maternal y sin límites.

Déjame con los pájaros,

indagan lo invisible.

¡Ah, más allá del cielo se alza un árbol

que sus alas indómitas persiguen!

No lo han visto jamás y, sin embargo,

creen sentir su rumor en los confines.

Rumor de hojas distantes... Pero ¿acaso

no lo vieron, gigante, en el origen

primero de la vida, y en sus cantos

no es la voz de la ausencia lo que aflige?

Deja que suba a lo alto

y que mi canto vibre.

Canto la ausencia de algo,

de una estrella enterrada en nubes grises.

La sombra azul del árbol

se dilata y me ciñe.

Déjame con los pájaros.

Soy una flor delimitada y triste.

Arráncame los pétalos y el tallo

y la fragancia, y líbrame.

 

Esto soy todavía

un sosiego turbado por las lágrimas.

Esto fui: una pupila

húmeda, abierta y ávida.

Esto he de ser: el llanto, mientras viva.

Un erguido sollozo me levanta,

me hace andar en las cumbres, me encamina

hacia la azul montaña.

Y allí está la sonrisa

como una flor salvaje que me aguarda.

Veré la blanca flor y será mía,

¡mía!, y tendré, llorando, que arrancarla

del fondo de mi ser, pequeña y tibia,

de lo alto de la cumbre, pura y blanca.

¡Mía! Y el llanto surca mis mejillas

para que yo merezca su fragancia.


PLEGARIA

 

No te puedo nombrar. No tienes nombre. Eres lo que se siente. Nunca lo que se explica. ¡Oh mi Absoluto Amado, a quien descubro ahora sin que ninguna forma lo limite! Perdóname la antigua reflexión.

 

No eres lo que se piensa. Eres lo que se ama. No eres conocimiento sino sólo estupor. No eres el perfil sino el asombro. No eres la piedra sino lo inaudito. No eres la razón sino el amor.

 

De la mano del Ángel yo he ascendido a tu hallazgo que nunca es un concreto tesoro sino continuamente un descubrimiento inenarrable. El Ángel, a mi lado, sintió también intensa, más intensa que nunca, más intensa que con algo o con alguien, esa visión de inmensidad. Como con nadie, no porque cada caso es singular, sino porque aquel acto fue más hondo que todos los suyos, como si recibiéramos de pronto un advenimiento de infinito.

 

Y es inútil pensar en encarnarte. Eres lo que nunca se puede encarnar ni nombrar porque sólo nos juntas las manos y nos haces doblar las rodillas.

 

Déjame sentirte, ¡oh infinitud, oh zona inmensa, dimensión sobrehumana, oh mi Dios, siempre con la piel deslumbrada tanto que el cuerpo se me vuelve luz! Déjame estupefacta, arrebatada, y déjame que vibre para siempre con la palpitación mía e íntima.

 

Quisiera ser aquella que permanece, atónita, ante ti. La que no sabe de tu nombre, la que no sabe de tu forma, una ignorante estremecida. Y que así sea.

 





Ida Gramcko  (Puerto Cabello, Venezuela 1924-1994)

Poeta, ensayista y cuentista, venezolana. Nace en Puerto Cabello. Ha obtenido los siguientes premios: "Premio de la Asociación Cultural Interamericana", con el libro Umbral (1941); "Premio de Teatro Ateneo de Caracas"; con el libro La rubiera (1956); "Premio Municipal de Poesía" con el Libro El Poeta (1962); entre otros. Otros libros: Cámara de Cristal (1944); La Vara Mágica (1948); María Lionza (1955).