1
Una red de mirada
mantiene unido al mundo
no lo deja caerse.
Y aunque yo no sepa qué pasa con
los ciegos,
mis ojos van a apoyarse en una
espalda
que puede ser de dios.
Sin embargo,
ellos buscan otra red, otro hilo,
que anda cerrando ojos con un
traje prestado
y descuelga una lluvia ya sin
suelo ni cielo.
Mis ojos buscan eso
que nos hace sacarnos los zapatos
para ver si hay algo más
sosteniéndonos debajo
o inventar un pájaro
para averiguar si existe el aire
o crear un mundo
para saber si hay dios
o ponernos el sombrero
para comprobar que existimos.
2
La muerte nos roza a veces los
cabellos,
nos despeina
y no entra.
¿La detendrá quizás algún gran
pensamiento?
¿O acaso pensamos
algo mayor que el pensamiento
mismo?
3
El ser empieza en mis manos de
hombre.
El ser,
todas las manos,
cualquier palabra que se diga en
el mundo,
el trabajo de tu muerte,
Dios, que no trabaja.
Pero el no ser también empieza
entre mis manos de hombre.
El no ser,
todas las manos,
la palabra que se dice afuera del
mundo,
las vacaciones de tu muerte,
la fatiga de Dios,
la madre que nunca tendrá hijo,
mi no morir ayer.
Pero mis manos de hombre ¿dónde
empiezan?
5
No quiero confundir a Dios con
Dios.
Por eso ya no uso sombrero,
busco ojos en los ojos de la
gente
y me pregunto qué es lo que nos
deja despertar,
mientras estoy aquí, entre
paréntesis,
y sospecho que todo es un
paréntesis.
Mientras manoseo esta muerte con
horario de trenes
y me calco las manos.
Porque tal vez todo el juego sea
ése:
calcarse uno las manos.
Calcarse entre paréntesis,
no afuera.
No quiero confundir a dios con
dios.
9
Pienso que en este momento
tal vez nadie en el universo
piensa en mí,
que sólo yo me pienso,
y si ahora muriese,
nadie, ni yo, me pensaría.
Y aquí empieza el abismo,
como cuando me duermo.
Soy mi propio sostén y me lo
quito.
Contribuyo a tapizar de ausencia
todo.
Tal vez sea por esto
que pensar en un hombre
se parece a salvarlo.
13
Hay palabras que no decimos
y que ponemos sin decirlas en las
cosas.
Y las cosas las guardan,
y un día nos contestan con ellas
y nos salvan el mundo,
como un amor secreto
en cuyos dos extremos
hay una sola entrada.
¿No habrá alguna palabra
de esas que no decimos
que hayamos colocado
sin querer en la nada?
15
El amor empieza cuando se rompen
los dedos
y se dan vuelta las solapas del
traje,
cuando ya no hace falta pero
tampoco sobra
la vejez de mirarse,
cuando la torre de los recuerdos,
baja o alta,
se agacha hasta la sangre.
El amor empieza cuando Dios
termina
y cuando el hombre cae,
mientras las cosas, demasiado
eternas,
comienzan a gastarse,
y los signos, las bocas y los
signos,
se muerden mutuamente en
cualquier parte.
El amor empieza
cuando la luz se agrieta como un
muerto disfrazado
sobre la soledad irremediable.
Porque el amor es simplemente
eso:
la forma del comienzo
tercamente escondida
detrás de los finales.
17
Hay que caer y no se puede elegir
dónde.
Pero hay cierta forma del viento
en los cabellos,
cierta pausa del golpe,
cierta esquina del brazo
que podemos torcer mientras
caemos.
Es tan sólo el extremo de un
signo,
la punta sin pensar de un
pensamiento.
Pero basta para evitar el fondo
avaro de unas manos
y la miseria azul de un Dios
desierto.
Se trata de doblar algo más una
coma
en un texto que no podemos
corregir.
33
Sí, hay un fondo.
Pero hay también un más allá del
fondo,
un lugar hecho con caras al
revés.
Y allí hay pisadas,
pisadas o por lo menos su
anticipo,
lectura de ciego que ya no
necesita puntos
y lee en lo liso
o tal vez la lectura de sordo
en los labios de un muerto.
Sí, hay un fondo.
Pero es el lugar donde empieza el
otro lado,
simétrico de éste,
tal vez éste repetido,
tal vez éste y su doble,
tal vez éste.
39
Voy a alargar caminos de caricia,
con algo de dulzura entre dos
dientes
y un garabato tibio en los
cabellos,
para que el poco sueño que aún
nos queda
no se nos caiga.
Voy a alumbrar tu rostro mientras
duerme
y mirarlo al revés, donde no
duerme.
Voy a juntar raíces por el aire,
catálogos de nieves que no caen
y sitios para párpados.
Voy a tomar al hombre por el
centro
y tirarlo a rodar, a ver si
llega.
Voy a tomarme a mí, ya me he
tomado,
para enlazar de nuevo los
cristales
con un redondo material sin
tiempo.
Voy a cortar las puntas de la
vida
como unas uñas demasiado largas.
Roberto Juarroz (Coronel Dorrego,
Provincia de Buenos Aires, 5 de octubre de 1925 - Temperley, Buenos Aires, 31
de marzo de 1995)
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