jueves, 26 de diciembre de 2024

Catalina Larraguibel Lazo / Colaboración Poética

MOLLE, AMOR, SIEMPRE

 

Viento, árboles, flores, hojas, cerros

cielo azul.

Todas las estrellas del universo,

la vía láctea ahí mismo.

Silencio, amor, familia.

Agua destilada bajo el nogal.

Chimenea, música de Bach a Leonardo Favio,

Gardel, tangos que bailé con mi padre.

La radio en la cocina, la radio en la galería.

 

Amor siempre.

Libros, libros, más libros.

Tren, estación, amigos, canto,

guitarras y acordeón.

 

Amor siempre.

Sol y luna llena que nos iluminaban

más allá del río y su puente.

Panchito, amor, vida, muerte.

 

Amor, mucho amor, siempre.

 

Así era El Molle.

Así fue.

Así será.

Siempre.


Catalina Larraguibel Lazo

Periodista y escritora. Escribe bajo la guía de Teresa Calderón. Sus escritos han sido premiados y publicados en Chile y Argentina. 


viernes, 20 de diciembre de 2024

Felipe Eduardo Pérez Carrasco /Colaboración Poética

 


Impostor

 

Mi corazón late inquieto

Desde que te conoció

Pareciera que el tiempo se frenó

Y todo avanza menos yo.

 

Ella es mi punto débil

Ha llenado el espacio

Que creía vacío

Y lo ha vuelto frágil.

 

A un fuego violento

Que no quema

Pero arde por dentro

Y se propaga por mis venas.

 

Alcanza mi núcleo y enciende

El botón de reinicio

La tecla de volver al principio

Donde todo aún está verde.

 

El rubor me delata

Cuando su risa desenmascara

A mi corazón impostor.

 

 

Cautivos

 

Tenía una mirada fría

Su tono de piel a veces hasta pálida

Paradoja de sus caricias tan cálidas

Manos coincidentes con las mías.

 

Disfrazando nuestro amor en un pasillo

Sentimientos saciados de rebeldía

Encerrados en una celda de cobardía

Atrapados en lo que creímos un castillo.

 

Cautivos de un amor inocente

Locos por un amor de dos polos

Dichosos de no volver a sentirnos solos

Prisioneros de una pasión demente.

 

Nos dejamos llevar por la magia

Perdimos en nuestro propio juego

Víctimas de nuestros ojos ciegos

Invadidos otra vez por la nostalgia.

 

Inmensas ganas de volver a amar

Enamorado de la cabeza a los pies

Siempre buscándote en otro lugar.

 

 

Temblor

 

Seducido por un encuentro furtivo

Su sonrisa coqueta

Me inspira

Y se ha vuelto adictivo.

 

Figura imponente

Piel erizada

Pupilas dilatadas

Siento que tiembla

 

Cuando caminas

A mi alrededor

Cada que te acercas

Silenciosa como un rumor.

 

Todo lo que alguna vez

Causo dolor

O temor

Desaparece.

 

Retumba

Me tocas

Y se siente el temblor.

 

 

Gema

 

Su corazón tiene forma de rubí

Tejido con lava

De hilos hirvientes

Volcán de erupción activa.

 

Sus ojos esmeraldas

Prometen un bosque

Verde y próspero

Amazónico y salvaje.

 

Su cabello se tiñe de ámbar

En ese instante

Justo en el ocaso

Su sonrisa es tan valiosa como un diamante

 

Cristalizada en un zafiro

Brilla aun de noche

Y en las tinieblas

Ella es talismán

 

Es una joya

Un amuleto

Tan preciada como una gema.

 

 

 

Felipe Eduardo Pérez Carrasco, 19 de octubre de 1993, Antofagasta, Chile. Autor de 2 poemarios publicados.

 

miércoles, 18 de diciembre de 2024

Krina Ber / A FUERZA DE PULMÓN

 


A FUERZA DE PULMÓN

 

Aquel verano de 1972 estábamos vagando por el sur de Inglaterra. Viajábamos alternando autobuses y auto-stop, como lo hacían entonces todos los estudiantes, “limpios” y ávidos de vacaciones. Pernoctábamos en las pequeñas posadas caseras que siempre se consiguen en esos pueblitos, disfrutando cada mañana un copioso desayuno británico que bastaba para llenarnos los estómagos hasta el día siguiente.

Hablo de mí, porque Mauro de todas formas ya estaba acostumbrado a vivir prácticamente sin comer. Se exilió en Londres a mitad de junio, cuando rompimos, y durante las ocho semanas de furiosa correspondencia que precedieron a mi arrepentimiento y visita, había adelgazado casi diez kilos. La tan espectacular pérdida de peso se debe imputar tanto al despecho como, indirectamente, a los cigarrillos. Mauro era un fumador empedernido, aficionado especialmente a esos asquerosos cigarrillos franceses de tabaco negro y sin filtro (Gauloises o, mejor, los de doble grueso: Celtiques) que solía consumir en el continente a razón de dos a tres paquetes diarios. En pocas semanas descubrió que conseguir trabajo en Londres era una misión imposible y le tomó apenas un par de días averiguar que la cantidad de libras esterlinas que valía la matrícula en la AA School no le permitiría seguir los estudios, pero la desagradable sorpresa del precio de los cigarrillos le golpeó no bien desembarcó del ferry y se acercó al primer quiosco. Descontando el costo del más mísero alojamiento que se podía conseguir en Bromley South, la pensión que le enviaban con gran sacrificio sus padres apenas le alcanzaba para una comida diaria o para un mísero paquete de cigarrillos ingleses, finos, rubios y afligidos de una larga boquilla de filtro: tremenda calamidad para un verdadero fumador. Era eso o aquello, así de simple.

Suerte tuvo Mauro que la viuda Slutzki —la gorda de gran corazón que le alquilaba el cuarto — le brindara cada día una botella de leche y una ración de cereales en un gesto de pura bondad que sin duda le salvó la vida, pues mi novio había elegido fumar en vez de alimentarse. Bueno, ni tan pura, su corazón de madre acariciaba ciertas esperanzas de empatar a ese muchacho extranjero con su hija, igualita de gorda. Pero a los dos meses de ese régimen llegué yo, y conmigo doce cartuchos de Celtiques… Una maleta llena de Celtiques que milagrosamente no me abrieron en la aduana. Era la fiesta, la felicidad completa. Mauro ni se fijó en que la botella de leche no había vuelto a aparecer detrás de la puerta. Cuando viajamos al sur de Inglaterra estaba radiante pero tan flaco que se le caían hasta los lentes. Y fumaba como un condenado, por supuesto. Yo le reprochaba a veces su desmesura, sin mucha convicción: a esa edad nadie creía en serio que nuestros organismos fueran destructibles. Pero nunca me hubiese imaginado (digan lo que digan los detractores del humo) que ese deplorable hábito iba a ser nuestro auxilio en una situación de verdadero peligro.

Nos encontrábamos aquel día tomando el líquido blancuzco que allí se denomina coffee with milk, únicos clientes en un pequeño expendio de sándwiches y licores en medio de la nada a unos veinte kilómetros de Salsburry, cuando un bramido de motores irrumpió en la apacible tarde campestre y el estacionamiento enfrente del local se llenó de pronto de motorizados que azotaban entonces aquellos parajes. Por primera vez vi con mis propios ojos a los afamados Black Angels —la faceta oscura del movimiento hippie— violentos y peligrosos, nada más lejos de make love not war. Llegaron en manada sobre flamantes motocicletas, todos vestidos de negro, con cascos negros y chaquetas de cuero adornadas con calaveras. Las únicas tres muchachas lucían el mismo atuendo agresivo, minifaldas de cuero y botas altas hasta los muslos. No se veían precisamente amistosos. Cuando entraron, la actitud aterrada y servil del dependiente nos hizo comprender que ese local era territorio reservado y que por el simple hecho de estar sentados allí habíamos infringido alguna ley desconocida. Sin querer, ni comprender por qué, éramos invasores.

—Compórtate como si no existieran— musitó Mauro en mi oído. Me apliqué en masticar el sándwich como si no existieran, pero mis mandíbulas estaban petrificadas de espanto. Sinceramente, pocas veces en mi vida había tenido tanto miedo.

No fue infundado: esos grupos eran conocidos. De hecho se comportaban perfectamente a la altura de su mala fama. Deliberaron algo entre sí dirigiéndonos miradas claramente hostiles, luego se sentaron todos. Era fácil identificar al líder, fornido vikingo, cuyo largo cabello rubio formaba una melena leonina con la barba y el bigote. Él y sus dos caporales, tras haber dejado a a sus mujeres en la mesa adyacente, se sentaron prácticamente encima de nosotros. Pidieron cerveza y, sin consumir más nada, se balanceaban en sus sillas hacia adelante y atrás mirándonos con toda la provocación del mundo mientras tintineaban sus cadenas y espuelas. Las pocas palabras que intercambiaban entre sí en el dialecto local nos eran incomprensibles cual gruñidos amenazadores.

—¿Qué vamos a hacer? —susurré angustiada.

—Sólo actúa de forma natural…Tranquila, ¿sí? Trata de no sentirte aludida.

Era difícil no sentirme aludida bajo la mirada porcina del jefe que se posaba sobre mí con una lúbrica insistencia. Estaba aterrada. Ese lugar era totalmente solitario: apenas ellos y nosotros dos (el dependiente obviamente no contaba). El vikingote acercó más la silla, de modo que al balancearse hacia adelante su rodilla rozaba la mía, y comenzó a mirar a Mauro de manera directa y francamente insolente. ¿Buscaba algo como una pelea entre machos? Mi novio —en aquel momento más flaco, más desesperadamente intelectual y cuatro ojos que nunca— no podía seguir ignorando la provocación; tenía que hacer algo, tenía que contestar de alguna manera. Él, vencedor de tantas esgrimas verbales, se hallaba en una situación imposible de controlar. No podía mostrar que estaba muerto de miedo y echó mano del único recurso disponible: sacó del bolsillo la cajita de “Celtiques” y en un gesto internacionalmente amistoso tendió el paquete al jefe. Éste aceptó con una mirada de divertido desdén de quien se ve obsequiado con algo que de todos modos ya le pertenece. Dominando como podía el temblor de las manos, Mauro produjo su encendedor a gas y le ofreció fuego, luego prendió su propio cigarrillo e inhaló profundamente, tratando de relajarse, diciéndose que tal vez el efecto de la pipa de la paz podría funcionar también en Inglaterra. El líder inhaló también.

Y allí se produjo un desenlace totalmente inesperado. Los pulmones del temible vikingo que conocían apenas algo de hachís y los muy ligeros cigarrillos ingleses con filtro, reaccionaron muy mal al desacostumbrado golpe de nicotina del grueso tabaco negro: el hombre casi se ahoga. Se dobló en dos, rugió cual león herido, y presa de un incontenible ataque de tos terminó por atragantarse. Mauro, aterrado por lo que había hecho se tragó una triple porción de humo que le salía en dos columnas por la nariz, y sólo mucho más tarde caí en cuenta de que su mirada en blanco, inmovilizada por el puro pavor detrás de los cristales de sus lentes, bien podía leerse inflexible en su fijeza.

El resultado fue asombroso. Apenas recuperó el aliento, el líder de los Black Angels se levantó de la silla y, tosiendo aún, hizo una muda reverencia hacia mi novio expresando claramente que en ese particular enfrentamiento su código de honor le obligaba a reconocerse vencido; luego, con otro gesto brusco y explícito, ordenó a su pandilla la retirada. No podía creer mis propios ojos cuando todos esos seres de pesadilla se levantaron obedientes y en un traqueteo de botas y espuelas abandonaron el sitio a la zaga de su líder, llevándose sus chaquetas de cuero, sus cascos y sus tres mujeres. Afuera rugieron las motos. Luego, mientras la distancia amortiguaba sus ecos, el local quedó de nuevo inofensivo y desierto en el silencio de mesas desordenadas, vacías latas de cerveza en el piso y una que otra silla volteada.

Me dejé caer llorando en los brazos de Mauro quien llamó al dependiente para que nos calentara el café, please. Y lentamente, meticulosamente, le echó el humo a la cara.

 

Krina Ber

 

 


Krina Ber (Kristina Ber de Da Costa Gomes, de nacionalidad venezolana, israelí y portuguesa) nació en Polonia en 1948, creció en Israel, estudió en Lausanne (Suiza) y se casó en Portugal antes de radicarse, en 1975, en Caracas. Arquitecto EPFL-UCV y cofundadora de KRESKA proyectos industriales C.A. Se dedicó al diseño industrial en arquitectura, en el campo de acero, vidrio y membranas textiles. Comenzó a escribir en español en 2001. Fallece el 17 de diciembre de 2024 en Caracas, Venezuela.

viernes, 13 de diciembre de 2024

Leon Deresh / Colaboración Poética

 


Tenían razón

 

Siempre me dijeron

que tu amor no tenía barreras,

y yo les aseguraba

que tenían toda la razón.

 

Podía escuchar tu voz

desde el otro lado del mundo,

pues gastabas todo tu aliento

para que tus palabras me alcanzaran.

 

Sentía tus manos firmes apretando mis hombros;

cada huella de tus dedos tratando de marcarme el alma.

Sentía tu presencia como una sombra a mis espaldas;

tu respiración envolvía mis pasos para que el abandono no me apresara.

 

Marcabas guías en el piso,

en cada decisión y pensamiento,

para que no me perdiera

en las encrucijadas de la vida.

 

Desde que te fuiste,

poco ha cambiado:

sigues presente,

como el primer día que llegaste.

 

Y siempre me dijeron

que tu amor no tenía barreras,

ni límites ni respeto;

Tenían toda la razón.


León Deresh


Leon Deresh, oriundo de Puente Alto, conoce la escritura a corta edad como medio de salida a las emociones producto de situaciones vividas. Con ello tambien encuentra el amor por las artes, como la musica y la fotografía. A día de hoy, se encuentra trabajando en su primer poemario ¨Rosas Azules¨, y otros proyectos similares.


Este poema fue presentado por la autora como propio

miércoles, 11 de diciembre de 2024

Gisela Domínguez Daly / Colaboración Poética

 


CASTA DIVA

 

La canción no me abandona

se repite como un himno, señal, leitmotiv, tralalá

la escucho en el ascensor apretado de gente, en el carro,

en los pasillos por donde marcho  lenta y segura hacia el martirio

llevo mi ofrenda en las manos

arroz y lentejas

la mirada al frente

y mi banda sonora en cuatro D

oídos, cabeza, corazón y vientre

no conozco a nadie                           no miro ni esquivo

hoy soy la más hermosa de los treinta y tantos pisos de Parque Central y sus alrededores

lo dice mi canción   on    on   on   on

desde el piso veintisiete veo como el miedo toma las calles

y se apodera de cinco millones de personas

estoy atrapada y él no está

como siempre soy mi propio ángel de la guarda.

y mi canción

la llevo puesta.

 

 

TENGO MIEDO DE DECIR

 

Temo traspasar la puerta que abre el silencio

adentrarme en el país de las palabras que nadie jamás ha dicho

flores ocultas bajo lodo y piedras

músicas no escuchadas

 

Apenas me asomo

un zumbido aprisiona la boca de mi estómago

escucho caer trozos de discursos que se despeñan furia abajo

 sapos chapoteando en los tequieros y miamores

 rezos que se roban el aire

 

Tengo miedo de saber

que las palabras pronunciadas no son más que letras

ordenadas según quien haya dictado esa razón

que mi boca pronuncie lo que no quiero decir

impelida de la necesidad

tengo miedo de escuchar

que el silencio esté enterrado en la tumba con mi padre.

 

 

DÉCIMA TRANSVERSAL

 

A Marucha Silva

                                                

Soy la que no aprendió a ceder ante los desastres.

Antígona

                                                 Sófocles

 

Cómo sonará una bala en mi cabeza

una bala disparada arteramente

con un fusil kalashnikoff  o smith and wesson es igual

 

Se escucharán estoy segura

las voces y las risas de mis niñas

la mome  Piaf cantando Rian de rian

y resonará para quien quiera oírlo

el primer movimiento del segundo concierto para piano

de Rajmaninoff.

Si hay tiempo antes de caer

hablará la grave y pausada voz de Neruda diciendo sus versos

 

Si además es permitido en estos casos

ya que ahora todo es multimedia

me veré volar en parapente

serena sobre el golfo de Santa Fe

 

Será lento el tempo del sonido en el espacio

llegará hasta la pequeña casa de ProPatria

con papá y mamá y todos nosotros

donde tal vez alguien rezará una letanía

 

Debo prepararme para el día y la hora del suceso

no sé si a otros los ha tomado por sorpresa

y a nadie le dio tiempo de escucharlos.

 

 

PORQUE   ESTO   ES   MI CUERPO

 

Tres líneas curvas  dibujan mi cuerpo en el agua

cuerpo que ya no es bello ni inocente

pero si desprevenido

mi cuerpo anclado a la vida

ansioso de palabras

escéptico        creyente          mestizo

 

Este cuerpo mío  huye apresurado

busca refugio

bajo el temblor del agua

allí donde presiente compañía

A fuerza de intemperie

se ha cubierto de una concha dura

más que proteger ha logrado lesionarme

punza mis heridas y arrastra mis costras

a veces me desangro

pero nadie lo nota

Este cuerpo mío se esconde de miradas amorosas.

 

 

BALSAS DE MEDUSA

 

Están tumbando tu casa mamá

la enorme boca de la grúa

muerde las paredes donde aún cuelgan tus cuadros

la vajilla y los manteles se han cubierto de escombros

las schifleras secas         mustias

solo volutas de madera

enterradas con los perros

quedan de tus muebles rescatados y pulidos

no hay olor a trementina

ni Arpege de Lanvin

todo huele a sucio

a desgastado

                         a huida

a comida descompuesta en la nevera.

 

Están tumbando tu casa mamá

tomaron posesión la hachas y los picos

como si no fuera de nadie

las fotos de tus muertos se las lleva el viento

un alboroto de papeles en el aire

balsas de Medusa

sobre pobres restos blanqueados.

 

Despierta madre                              despierta

los pasillos aún tienen luz

tus hortensias siguen tan azules

y todavía estamos en los espejos.

 

Gisela Domínguez Daly, nace en Caracas, Venezuela,1942. Es socióloga actualmente jubilada. Ha participado en diversos talleres literarios: Celarg 2014-2016 facilitado por Belén Ojeda, así como talleres de Armando Rojas Guardia y Luis Alberto Crespo. Ha recibido mención en concurso literario: Por una Venezuela literaria 2017 por su libro Es cara abajo aún inédito. Pertenece a grupos literarios En la otra orilla y Oficio puro ambos en Caracas. Obra publicada Pájaras, Fondo Editorial # Nos Une La Poesía, Caracas (2023). Es cara abajo es su segunda publicación.