miércoles, 14 de julio de 2021

Susana Cabuchi / (7 poemas)




ULEILA

 

Porque no hay que viajar

grandes distancias,

además es apacible, es bello,

encantador, decían.

Y cada año autorizaba el ocio

una población serrana

cuyo nombre proponía

un juego sin salida,

un interminable y misterioso acertijo:

Salsipuedes.

La calle principal

era de oscuro y empinado asfalto

y ondulaba, perfecta para el patinaje

y sus consecuentes advertencias.

Juntábamos piedras, mariposas,

plantas medicinales. Buscábamos

víboras, avispas, miel.

Pero lo inolvidable

fue el nombre de la casa alquilada:

Uleila del Campo.

Uleila sonaba a oleaje campesino,

a ciclos lunares en una lengua antigua,

 a ulular marítimo,

a lagunas nocturnas, a luz.

¿Uleila era una flor silvestre,

 un extraño y distante país,

 un pájaro prodigioso y desconocido,

 una mujer?

 Desde entonces, en secreto,

 llamamos así a nuestra madre:

–¿Llegó Uleila del Campo?

 –Uleila dice que ordenemos el cuarto.

–¿Ha visto usted a la señora Uleila?

Nos había prometido estarse viva,

tostar zapallos porque –dijo– serían muy dulces

ese verano,

hacerme un vestido de seda verde

 para los bailes de carnaval.

A veces la nombramos.

En las calientes noches,

 desde cualquier lugar, le preguntamos:

Señora Uleila,

Uleila del Campo,

¿dónde está, por qué no vuelve,

por qué demora?

¿O está en el Mirador

 reconociendo amaneceres, colinas,

lejanías,

 y no puede salir?

…             


Llovía          

para que la hermana mayor

se lavara sus cabellos.

Entonces

danzaba por el patio

persiguiendo la lluvia,

sostenía su balde

bajo el hilo más grueso

y el agua

cantaba sobre el agua.

El viajero

colocaba pequeñas vasijas

en los desagües

y ayudaba

poniéndolas al fuego.

Océanos misteriosos

los baldes de la hermana:

nos quedábamos

mirando,

entre las astillas del fondo,

distancias infinitas.

Y todos

nos sentíamos orgullosos

después,

cuando con la mano

               abría

sus oscuros cabellos

y brillaban.

     

      

El viajero

ayuda a la madre

en la cocina

y al padre

en la carpintería.

Cuando los dos trabajan la madera

hablan de ir a pescar

el próximo verano.

Y aunque todos creemos

que para aquellas fechas

nuestro amigo se irá,

es una alegría ver al padre

reír

y gesticular

mostrando

cómo serán de grandes

los peces

que traerán para la cena.

 

EL DULCE PAÍS

 

Entonces, tus ojos eran caramelos de miel

y hablabas

de las bicicletas que regalaba el Niño Dios

a los que no podíamos comprarlas.

El río se callaba para que tú contaras figuritas.

Yo era alegre,

y eran alegres los nísperos del patio.

Y tú eras otro,

no el hombre de hoy

lejano como todos.

Cada domingo era una sorpresa de ciruelas,

de plaza con hamacas.

Tu padre cantaba en el taller

mientras tu madre

lavaba mamelucos de amor y aceite.

El mío no había partido todavía

y llegaba al hogar con dulces y regalos.

Yo oía con asombro tus mentiras

y creía en gigantes voladores

y en ángeles guardianes

que cuidaban tu ropa y mis zapatos.

Por cada diente el ratón nos compraba mandarinas.

La abuela, abría el gran ropero

y sacaba

turrones envueltos en papeles crocantes.

Si vuelves, como entonces,

con sombrero de piel y las manos con barro

verás, que guardo aún

el corazón de las manzanas.

VISITA

Un viajero

ha llegado a la casa.

Salimos todos

a abrazarlo

porque trae noticias del hermano.

Habla de campos secos,

del hambre en las ciudades,

muestra fotografías.

Después del almuerzo

le servimos

la fruta más dulce del ciruelo.

Y la ha comido,

        pero sin alegría.

 

VINCENT VAN GOGH

Aquí estoy

en esta soledad luminosa,

plena, habitada

de fuegos y ventanas.

La casa

arde de girasoles

como un infierno congelado

entre aceites

y vientos amarillos.

Sordo de tanto silencio

y dispuesto

a entreabrir

cada lirio celestial,

cada cristal de paja,

cada gota de acero,

cada ojo de sangre,

cada vidrio de miedo.

Así te escribo.

Sobre las torres de la desesperación,

a orillas del Ródano,

entre la mezcla brumosa de los óleos,

a la hora del ángelus,

a pleno mediodía,

sobre el caballo áspero

         de la pena,

con la piedra roja 

    de la desgracia,

con la arena negra de la locura,

con las sílabas celestes del amor,

con la sorpresa blanca de la tela

            vacía,

con el cuervo del hambre

            sobrevolando mi cama,

con la mordedura hirviente

          del deseo,

entre el humo agrio de la luz,

en el paraíso húmedo

        de los manteles,

en los bares nocturnos,

así,

       hermano mío,

  hermanito menor,

   casi mi padre.

 

 VISITA AL PURGATORIO

 

 El cartel anuncia

    “El Paraíso”.

Aquí están

la directora del colegio,

la fundadora del Teatro Vocacional,

el carnicero,

el prestamista, el notario.

–Sí madre,

traigo galletas,

sacaremos una mesa,

jugaremos a la confitería,

tomaremos el té.

Las pequeñas carrozas

      –trípodes, andadores,

      sillas de ruedas–

giran.

Aferrados al pasamanos

los caminantes

repiten la peregrinación,

como antes en la plaza,

ahora a orillas de la ciudad,

a orillas de la vida,

con las máscaras de la vejez,

con los pesados trajes,

          marchitos.

Sí madre,

soy la tía Emma

y también soy Susana.

Entre sombras

la comparsa emite

entrecortados llantos, gemidos secos.

–No madre, sus padres

no la olvidan,

están muy ocupados.

Cuando puedan

      vendrán

con un ramo de rosas.

 

Susana Cabuchi (Córdoba, Argentina, en 1948)

Ha publicado: El corazón de las manzanas (E. y G. López editores, 1978), Patio solo (Alción Editora,1986), Álbum familiar (Alción Editora, 2000), El dulce país y otros poemas (Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología de la Nación, 2004), Detrás de las máscaras (Ediciones El Copista, 2008), Poética-1965-2010 (El taller del Escritor, 2010), Album de famille - Livre CD (París, Francia, 2015), El viajero (Viento de Fondo, 2018) y El corazón de las manzanas (edición homenaje 1978- 2018, Alción Editora, 2018 ).Textos de su autoría han sido incluidos en numerosas antologías argentinas, americanas, europeas y en ensayos y estudios críticos de poesía hispanoamericana y de literatura escrita por mujeres.

 

                        

 

 

lunes, 12 de julio de 2021

Luis Gerardo Mármol Bosch / Tercer libro de los entusiasmos (12 poemas)

 




ARMANDO CON SU BOLSA DE CEREZAS

 

¿Podremos decir que el mundo derrota a la historia, finalmente,

si andamos por un barrio que es nuestra alma?

Sí podemos,

porque entonces el barrio es el mundo.

¿Qué hay en el cielo y en el aire

cuando comemos una fruta?

No será ahora como la anciana que come ciruelas

y mira el cielo blanco, la nieve sobre el árbol y sobre el suelo,

y el estruendo de los pájaros que se sacuden

sobre el árbol desnudo;

pero, ¿no es igual el consuelo?

De todo árbol nace el epitalamio.

La oculta ciudad, el hueso indestructible de nuestra columna,

el que guarda esa porción de médula donde el alma se asienta,

es la flor del cerezo;

pero, ¿lejos del mundo?

Lejos de los hombres huecos, tal vez.

Lejos sin duda del poder;

pero, ¿lejos del mundo?

¿Cómo podríamos, si estamos frente al mar?

Y si el mar fue lugar por excelencia del Encuentro,

si allí estuvo, como nunca, el Amado,

¿por qué nos dicen que un día ya no existirá?

¿Qué dices tú?

Prados habrá, sin duda,

y muy singulares fuentes de agua.

La uva es guardián del alma

y la ciruela, quizás, como la amada;

pero el Agua es la ciencia absoluta.

¿No habrá un racimo de cerezas frente al cántaro de agua?

Más allá o más acá de nuestra ciencia

estamos siempre flotando.

Nos cernimos hacia arriba y hacia abajo, siempre,

abatidos por grandes mazos.

No hay que maravillarse de lo sucedido en una ocasión remota, nos dicen,

sino de que esto a diario suceda:

el mejor vino lo guardan

para el final de la boda.

ICOR

 

Mira el color de tu sangre

y mira el color de la de ellos.

¿Ahora entiendes

por qué los ángeles se arrodillaron ante Adán?

 

LA PALABRA Y EL DESEO

 

Los ojos abiertos en la piedra.

¿Quién está preparado para el milagro,

que irrumpe

cuando así lo quiere?

 

TÁNGARA

 

Un templo rojo y negro, resplandeciente,

¿es una niña que en las temibles calles de la madrugada

se me aparece y me dice:

yo te amo, te protejo?

El Pico de Plata que en la mañana de los pinos llenos de agua

viene a silbar conmigo y de pronto se para al lado del azulejo,

¿me dice que, por fin, puedo hablar con la niña?

Bien conoce el recinto celeste la tángara rojinegra.

Es Dionysos nuestra garganta, y no sólo por el beber.

Sangre de toro, terciopelo que asoma,

¿vuelas al norte, y pareces quedarte?

¿A dónde viaja, para ser rey,

aquél cuya caza se oculta a las miradas familiares?

 

A LA SOMBRA DE LOS MAESTROS VERDADEROS

 

(Tercer asedio a Khayam, y otras cosas)

Algunos han enterrado a sus muertos en cántaros de arcilla

como si los hombres fuésemos manuscritos.

¿Lo somos? ¿Lo seremos?

¿No es mejor usar el aceite de cedro

para encender o perfumar la hoguera donde arderemos,

para que el humo nacido de nuestra hoguera perfume cielo y tierra?

¿No es mejor, antes que ser enterrado en un cántaro,

ser el cántaro mismo?

¿Debe el mago mermar a favor del ermitaño, el hombre amoroso?

Esto no es un sacrificio, porque el mago conoce el vino.

¿No fueron hechos los cántaros para el vino,

más que para los manuscritos?

Nada existe, en el Cielo y en la Tierra, sin un libro;

pero, ¿qué cosa es mayor?

Si apenas la copa es el rostro de Aquel, que nadie verá,

¿habrá gestos, que ya no palabras, para el licor?

 

SUSPIROS

 

Cerré los ojos tendido en el lecho.

Era de día y miraba la ventana: esto suelo hacerlo.

Al cerrar mis ojos,

se hizo dentro de ellos el índigo imposible, la esmeralda incomparable.

¿Hay algún templo clausurado, ventana o vidriera como mis ojos cerrados,

como los colores que dentro de ellos se forman?

Por causa del amor, entonces dije:

Amor sin límites, ¡cómo me has maltratado!

Y el índigo y su costado, la esmeralda,

continuaban allí, sin mudanza,

tan quietos, tan en silencio como mi respiración,

como el plexo del sol olvidado.

Algo tan inaudito que al tocarnos

(y siempre nos toca por vez primera)

ni siquiera sabemos llamarlo dulzura.

¿Son aguas que se mueven otra vez,

es el viento disolviendo los hielos

o es el lago que se aquieta al pie del monte?

La boca es un corazón, un párvulo sol:

se alimenta y exclama.

¿Quién hace preguntas

cuando celebran sus bodas el Cielo y la Tierra?

POMAGÁS

 

¿Esta púrpura no es la de San Bernardo,

el que al fin tomó el lugar de Beatriz?

¿Saben ya

para qué se preparan nuestros ojos?

 

LA FIESTA INNOMBRABLE

 

I

 

Abrir castillos

 

 

Por dondequiera, en hojas, tu albedrío

hasta en el mar creciendo tu corona

y en cada hoja la estación de gloria

abre un castillo al ciervo del estío.

Y el más celeste junio vuelve y perdona

llamas al viento, nieve a la memoria

José Lezama Lima

Abrir castillos al ciervo del estío

es hermosa obsesión.

El estallido de un bucare, el de un araguaney:

sol sobre los muslos de la diosa

pero también frontera, coyunda entre uno y otro Paraíso;

el amor es uno solo.

Abrazar con las cejas es cándido, y fatiga.

¿Cuántos alcanzan, sin abandonar su cuerpo

la visión que sólo tras dejar el cuerpo es cosa común?

¿Sólo la mujer tiene una casa inmensa en los oídos?

  

Aguas del sol, araguaney:

¿una voz de torrente y duraznos

es don del alma contemplativa?

No conozco las flores de durazno,

pero me han dicho que con el agua huyen, que corren siempre,

 y es casi imposible hallar la gruta al pie del torrente.

La voz podemos hacerla nuestra, nuestra voz:

lo único, nos dicen, que permanece intacto después de la muerte.

¿Quién ha de morir, falena azul?

Tú eres el invisible regato,

el rostro anochecido,

pero este cielo es el único azul incandescente.

Cielo y araguaney, sol sobre los muslos de la diosa,

¿qué piélagos respiro?

Pero el púrpura azurado, ¿asciende o desciende?

¿Dónde está nuestro rostro?

Uva, estrella nocturna, guardián del alma:

son plaza fuerte las constelaciones, luz de la otra mitad tras la invisible corriente.

A veces, entre felices y abatidos,

pensamos que todo es un castillo,

porque ante la súbita visión de cualquier cosa se realiza lo

indescriptible.

Pero tal vez no es así,

tal vez hay una grieta en el arca,

y merced a ello, rodeando los tesoros de la visión,

recibimos palabras.

 

¡Quién soñara con vino!

El agua es mayor que el vino, ciertamente,

pero su ciencia verdadera no la podemos conocer,

si no hemos conocido la del vino.

Tan sólo aquí el azul es incandescente.

Este sol y sus aguas, los montes, el azul anegado,

¿nos elevan al fin? ¿Nos anclan aquí como nunca? ¿Qué es esto?

Amores de cóndor, ¿qué son?

¿Somos o seremos caparazones de chicharra

porque las aguas del sol fatigamos

abriendo murallas del Misterio?

Vino, aliento y tiempo, ¿una sola palabra? Difícil es saber.

Primero se conoce el vino.

Misterio y Vino tienen la misma cifra.

 

II

Otra vez

 

 

¿Qué vino ofrendan las buganvilias?

Y el lirio invisible y amarillo en su entraña, ¿cuántos rostros evoca?

¿Por eso las llamamos trinitarias?

El calor del sol se hace vino, con el jugo de la vid,

no sólo en la Edad de Oro.

Para el mundo creado,

la Edad de Oro no es un recuerdo.

Singular cosa es nuestra alma.

Habitar susurros como velámenes es el cuerpo glorioso, Joseíto:

¿cuál es su edad?

Meter las manos en el costado

en mitad de la luz que arrulla, incluso nace de las piedras,

ojos abiertos, peces o agua luminosa,

parece cosa de otro lugar, un desierto más y menos áspero.

Colinas peladas, trinitarias y su luz eucarística,

tierra rosada incluso, e hilos de agua,

nos aparejan a las frías provincias: una Anunciación frágil, femenil,

y el León, fuera de la cueva, a los pies del mensajero.

Tú lo supiste, porque adivinabas en el rosa de los terrones

el consuelo del cuerpo triste,

mientras decías:

Códice el aire en su miniado pliego

 

URAPE PURPÚREO

 

Tan sólo aquí el azul es incandescente.

De tanto que se respira, se presiente el mar,

creemos que el urape es almendrón o uva de playa, y así lo soñamos.

Pero su flor, su orquídea, que llaman aquí la orquídea del pobre,

es, a un tiempo, el estigma terreno, impronunciable cristal del estío,

y la fresca, sutil Anunciación del véspero.

 

RUBAI

 

¿Quién, como el Cielo, deja su azul franja

sobre unas flores de color naranja;

color del crimen, del Iluminado,

de las flores que crecen en la zanja?

 

CUARTO ASEDIO

¿no aprecias el olor

de lengua derramada

como si la palabra

fuese cáscara

de una pulpa cotidiana?

Franklin Hurtado, Sal

La palabra es siempre cáscara de algo,

pero hay entrañas abrasadas

que sólo toleran el vino.

Y morimos por ello.

 

 

Luis Gerardo Mármol (Caracas, Venezuela)

Poeta venezolano. PhD en Matemáticas por la Universidad Central de Venezuela (UCV). Es profesor de pregrado y postgrado en el Departamento de Matemáticas Puras y Aplicadas de la Universidad Simón Bolívar (USB), del cual ha sido Jefe, y así mismo fue miembro del Consejo Editorial de Equinoccio, casa editora de esta universidad. Dentro del área de las matemáticas, su obra, de reconocimiento internacional, aparece en publicaciones científicas especializadas en Italia, Suiza, Eslovaquia, Turquía, Egipto y Colombia. Ha sido árbitro de diversas revistas dentro de su especialidad, Además de esto, colabora para Mathematical Reviews y MathScinet, división de la American Mathematical Society.