miércoles, 21 de septiembre de 2022

LUIS CERNUDA / POEMAS

 


DESDICHA

 

Un día comprendió cómo sus brazos eran

Solamente de nubes;

Imposible con nubes estrechar hasta el fondo

Un cuerpo, una fortuna.

La fortuna es redonda y cuenta lentamente

Estrellas del estío.

Hacen falta unos brazos seguros como el viento,

Y como el mar un beso.

Pero él con sus labios,

Con sus labios no sabe sino decir palabras;

Palabras hacia el techo,

Palabras hacia el suelo,

Y sus brazos son nubes que transforman la vida

En aire navegable.

 

Un río, un amor (1929)

 

NO DECÍA PALABRAS

 

No decía palabras,

Acercaba tan sólo su cuerpo interrogante,

Porque ignoraba que el deseo es una pregunta

Cuya respuesta no existe,

Una hoja cuya rama no existe,

Un mundo cuyo cielo no existe.

La angustia se abre paso entre los huesos,

Remonta por las venas

Hasta abrirse en la piel,

Surtidores de sueño

Hechos carne en interrogación vuelta a las nubes.

Un roce al paso,

Una mirada fugaz entre las sombras,

Bastan para que el cuerpo se abra en dos,

Ávido de recibir en sí mismo

Otro cuerpo que sueñe;

Mitad y mitad; sueño y sueño, carne y carne;

Iguales en figura, iguales en amor, iguales en deseo.

Aunque sólo sea una esperanza,

Porque el deseo es una pregunta cuya respuesta nadie sabe.

 

Los placeres prohibidos (1931)

 

SI EL HOMBRE PUDIERA DECIR

 

Si el hombre pudiera decir lo que ama,

Si el hombre pudiera levantar su amor por el cielo

Como una nube en la luz;

Si como muros que se derrumban,

Para saludar la verdad erguida en medio,

Pudiera derrumbar su cuerpo, dejando solo la verdad de su amor,

La verdad de sí mismo,

Que no se llama gloria, fortuna o ambición,

Sino amor o deseo,

Yo sería aquel que imaginaba;

Aquel que con su lengua, sus ojos y sus manos

Proclama ante los hombres la verdad ignorada,

La verdad de su amor verdadero.

 

Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien

Cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío;

Alguien por quien me olvido de esta existencia mezquina,

Por quien el día y la noche son para mí lo que quiera,

Y mi cuerpo y espíritu flotan en su cuerpo y espíritu

Como leños perdidos que el mar anega o levanta

Libremente, con la libertad del amor,

La única libertad que me exalta,

La única libertad por que muero.

 

Tú justificas mi existencia:

Si no te conozco, no he vivido;

Si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido.

 

Los placeres prohibidos (1931)

 

QUÉ RUIDO TAN TRISTE

 

Qué ruido tan triste el que hacen dos cuerpos cuando se aman,

parece como el viento que se mece en otoño

sobre adolescentes mutilados,

mientras las manos llueven,

manos ligeras, manos egoístas, manos obscenas,

cataratas de manos que fueron un día

flores en el jardín de un diminuto bolsillo.

Las flores son arena y los niños son hojas,

y su leve ruido es amable al oído

cuando ríen, cuando aman, cuando besan,

cuando besan el fondo

de un hombre joven y cansado

porque antaño soñó mucho día y noche.

Mas los niños no saben,

ni tampoco las manos llueven como dicen;

así el hombre, cansado de estar solo con sus sueños,

invoca los bolsillos que abandonan arena,

arena de las flores,

para que un día decoren su semblante de muerto.

 

Los placeres prohibidos (1931)

 


NO DECÍA PALABRAS

 

No decía palabras,

acercaba tan sólo un cuerpo interrogante,

porque ignoraba que el deseo es una pregunta

cuya respuesta no existe,

una hoja cuya rama no existe,

un mundo cuyo cielo no existe.

 

La angustia se abre paso entre los huesos,

remonta por las venas

hasta abrirse en la piel,

surtidores de sueño

hechos carne en interrogación vuelta a las nubes.

 

Un roce al paso,

una mirada fugaz entre las sombras,

bastan para que el cuerpo se abra en dos,

ávido de recibir en sí mismo

otro cuerpo que sueñe;

mitad y mitad, sueño y sueño, carne y carne,

iguales en figura, iguales en amor, iguales en deseo.

Aunque sólo sea una esperanza

porque el deseo es pregunta cuya respuesta nadie sabe.

 

Los placeres prohibidos (1931)

 

TE QUIERO

 

Te lo he dicho con el viento,

jugueteando como animalillo en la arena.

O iracundo como órgano tempestuoso.

Te lo he dicho con el sol,

que dora cuerpos juveniles

y sonríe en todas las cosas inocentes.

Te lo he dicho con las nubes,

frentes melancólicas que sostienen el cielo,

tristezas fugitivas.

Te lo he dicho con las plantas,

leves criaturas transparentes

que se cubren de rubor repentino.

Te lo he dicho con el agua,

vida luminosa que vela en un fondo de sombra;

te lo he dicho con el miedo,

te lo he dicho con la alegría,

con el hastío, con las terribles palabras.

Pero así no me basta:

más allá de la vida,

quiero decírtelo con la muerte;

más allá del amor,

quiero decírtelo con el olvido.

 

Los placeres prohibidos (1931)

 

DONDE HABITE EL OLVIDO

 

Donde habite el olvido,

En los vastos jardines sin aurora;

Donde yo sólo sea

Memoria de una piedra sepultada entre ortigas

Sobre la cual el viento escapa a sus insomnios.

Donde mi nombre deje

Al cuerpo que designa en brazos de los siglos,

Donde el deseo no exista.

En esa gran región donde el amor, ángel terrible,

No esconda como acero

En mi pecho su ala,

Sonriendo lleno de gracia aérea mientras crece el tormento.

Allí donde termine este afán que exige un dueño a imagen suya,

Sometiendo a otra vida su vida,

Sin más horizonte que otros ojos frente a frente.

Donde penas y dichas no sean más que nombres,

Cielo y tierra nativos en torno de un recuerdo;

Donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo,

Disuelto en niebla, ausencia,

Ausencia leve como carne de niño.

Allá, allá lejos;

Donde habite el olvido.

 

Donde habite el olvido (1933)

 

ADOLESCENTE FUI EN DÍAS IDÉNTICOS A NUBES

 

Adolescente fui en días idénticos a nubes,

cosa grácil, visible por penumbra y reflejo,

y extraño es, si ese recuerdo busco,

que tanto, tanto duela sobre el cuerpo de hoy.

Perder placer es triste

como la dulce lámpara sobre el lento nocturno;

aquél fui, aquél fui, aquél he sido;

era la ignorancia mi sombra.

Ni gozo ni pena; fui niño

prisionero entre muros cambiantes;

historias como cuerpos, cristales como cielos,

sueño luego, un sueño más alto que la vida.

Cuando la muerte quiera

una verdad quitar de entre mis manos,

las hallará vacías, como en la adolescencia

ardientes de deseo, tendidas hacia el aire.

 

Donde habite el olvido (1933)

 

DESPEDIDA

 

Muchachos

Que nunca fuisteis compañeros de mi vida,

Adiós.

Muchachos

Que no seréis nunca compañeros de mi vida,

Adiós.

 

El tiempo de una vida nos separa

Infranqueable:

A un lado la juventud libre y risueña;

A otro la vejez humillante e inhóspita.

 

De joven no sabía

Ver la hermosura, codiciarla, poseerla;

De viejo la he aprendido

y veo a la hermosura, más la codicio inútilmente

 

Mano de viejo mancha

El cuerpo juvenil si intenta acariciarlo.

Con solitaria dignidad el viejo debe

Pasar de largo junto a la tentación tardía.

 

Frescos y codiciables son los labios besados,

Labios nunca besados más codiciables y frescos

aparecen.

¿Qué remedio, amigos? ¿Qué remedio?

Bien lo sé: no lo hay.

 

Qué dulce hubiera sido

En vuestra compañía vivir un tiempo:

Bañarse juntos en aguas de una playa caliente,

Compartir bebida y alimento en una mesa.

Sonreír, conversar, pasearse

Mirando cerca, en vuestros ojos, esa luz y esa

música.

 

Seguid, seguid así, tan descuidadamente,

Atrayendo al amor, atrayendo al deseo.

No cuidéis de la herida que la hermosura

vuestra y vuestra gracia abren

En este transeúnte inmune en apariencia a ellas.

 

Adiós, adiós, manojos de gracias y donaires.

Que yo pronto he de irme, confiado,

Adonde, anudado el roto hilo, diga y haga

Lo que aquí falta, lo que a tiempo decir y hacer

aquí no supe.

 

Adiós, adiós, compañeros imposibles.

Que ya tan sólo aprendo

A morir, deseando

Veros de nuevo, hermosos igualmente

En alguna otra vida.

 

Desolación de la quimera (1962)

 

PEREGRINO

 

¿Volver? Vuelva el que tenga,

Tras largos años, tras un largo viaje,

Cansancio del camino y la codicia

De su tierra, su casa, sus amigos.

Del amor que al regreso fiel le espere.

Mas ¿tú? ¿volver? Regresar no piensas,

Sino seguir siempre adelante,

Disponible por siempre, mozo o viejo,

Sin hijo que te busque, como a Ulises,

Sin Ítaca que aguarde y sin Penélope.

Sigue, sigue adelante y no regreses,

Fiel hasta el fin del camino y tu vida,

No eches de menos un destino más fácil,

Tus pies sobre la tierra antes no hollada,

Tus ojos frente a lo antes nunca visto.

 

La desolación de la quimera, 1962

 

EPÍLOGO (POEMAS PARA UN CUERPO)

 

Playa de la Roqueta:

Sobre la piedra, contra la nube,

Entre los aires estás, conmigo

Que invisible respiro amor en torno tuyo.

Mas no eres tú, sino tu imagen.

Tu imagen de hace años,

Hermosa como siempre, sobre el papel hablándome,

Aunque tan lejos yo, de ti tan lejos hoy

En tiempo y en espacio.

Pero en olvido no, porque al mirarla,

Al contemplar tu imagen de aquel tiempo,

Dentro de mí la hallo y lo revivo.

Tu gracia y tu sonrisa,

Compañeras en días a la distancia, vuelven

Poderosas a mí, ahora que estoy,

Como otras tantas veces

Antes de conocerte, solo.

Un plazo fijo tuvo

Nuestro conocimiento y trato, como todo

En la vida, y un día, uno cualquiera,

Sin causa ni pretexto aparente,

Nos dejamos de ver. ¿Lo presentiste?

Yo sí, que siempre estuve presintiéndolo.

La tentación me ronda

De pensar, ¿para qué todo aquello:

El tormento de amar, antiguo como el mundo,

Que unos pocos instantes rescatar consiguen?

Trabajos de amor perdidos.

No. No reniegues de aquello.

Al amor no perjures.

Todo estuvo pagado, sí, todo bien pagado,

Pero valió la pena,

La pena del trabajo

De amor, que a pensar ibas hoy perdido.

Es la hora de la muerte

(Si puede el hombre para ella

Hacer presagios, cálculos).

Tu imagen a mi lado

Acaso me sonría como hoy me ha sonreído,

Iluminando este existir oscuro y apartado

Con el amor, única luz del mundo.

 

La desolación de la quimera, 1962

 

 


 

Luis Cernuda Bidou  (Sevilla, 21 de septiembre de 1902-Ciudad de México, 5 de noviembre de 1963) fue un destacado poeta y crítico literario español, miembro de la Generación del 27.

martes, 30 de agosto de 2022

Rubén Pérez Hernández / Colaboración Poética




Su sonrisa voló alto
como una mariposa colorida
batiendo sus alas hacia el sol.
La bailarina del circo callejero
se mueve libre sin saberlo,
saltando y girando
llena de emoción.
Sus manos repletas de flores
las lanza al viento
para que lleguen
a los pobres corazones
carentes de amor.
Al final, con los brazos abiertos mira
al breve horizonte lejano
sabiendo,
que su función ha terminado.
Sonrisas aladas despiertan
con las primeras estrellas,
volviendo sobre sus pasos
arrancando saludos
a una luna que recién llega.
 
***
Entre azules ardientes lejanos
sacude insistente el oleaje
de crines salvajes al viento,
el redoble perpetuo de sus cascos
hace temblar el llano
cuando el monte despierta
estirando al cielo sus manos.
Los veo galopar juntos
como marea incontenible,
como si nada los contuviera,
nada en este mundo
nada más que la libre voluntad
de rodar entre montes y espinos.
Los he visto bebiendo en los arroyos
o corriendo frenéticos contra el viento,
envueltos en remolinos de relinchos,
impregnando el aire con fuertes latidos.
 
***
 
El camino corre lejos, muy lejos.
Se pierde en el infinito sin remedio,
sin saberlo, sin quererlo.
Ruinoso, corcovea salvaje
entre árboles y pájaros sedientos
de aventuras leídas,
de cuentos contados a la luz de una luna
gigante y conocida.
Pero todos esperan ansiosos
que el camino los lleve
a algún lugar concreto,
cuando todo el mundo sabe
que el camino corre lejos,
lejos sin saberlo.
 
 
A LA CIUDAD VIEJA DE MONTEVIDEO

Desde la plaza se ve el Plata
que luminoso y brillante responde,
entre árboles del paseo dominical,
a las palomas
que vuelan hacia la Catedral.
Mirando la vieja ciudad
que se rinde al llegar al mar,
como los amantes:
se miran sonrientes,
complacientes,
desgranando su historia de amor.
Blanca arena.
Puerto bravío.
Rugiente mar.
Tantos años sosteniendo
ese claro amor,
entre el mar y la ciudad.
 
***
 
A los poetas desconocidos,
a los que nadie ha leído,
a aquellos que sus versos vieron
la luz entre borradores descoloridos.
A los poetas desconocidos,
que han escrito poemas
pero no salieron en libros
ni nadie ha visto,
que no sonaron altivos
en ningún lado,
ni siquiera dichos
lentamente al oído.
A esos poetas,
a esos queridos desconocidos,
a ellos les dedico
-con mi mayor respeto-
estos versos sencillos.
 
***
 
Ella estaba en el último vagón del tren
mirando la gente pasar
mirando con desgano al mundo
al que quería abandonar.
Ella sabía a donde iba,
sabía lo que quería,
solo quería mostrar su voz
luminosa y clara,
blanca cascada que derramaba
millones de sonidos,
esbeltos sonidos
que rompían en pedazos
los oscuros cristales de su pasado.
Así estaba la chica en la ventana
mirando la gente pasar
mirando el estridente silencio
que dejaba atrás.

 

 

Rubén Pérez Hernández, nació en ciudad de Montevideo-Uruguay, el 13/10/1960. Trabaja en la Biblioteca del Poder Legislativo, Licenciado en Historia, escritor y poeta. Ha publicado en varias revistas de Argentina, México y España. Ha participado de una Antología poética organizada por la Editorial Oxymoron en la República Argentina.

 


viernes, 12 de agosto de 2022

Mercedes Luna Fuentes / METRO

 


Metro

 

uno

 

fuiste tú quien ideó el plan

quien me arrojó al mundo

hecho dolorosa artificialmente

me puso en este andén vacío

sólo para mí

 

fue parte de tu plan

tu bien estructurado plan

construir túneles

en los estantes de tu casa

para que yo asomara en ellos

 

 

dos

 

fuiste tú quien hizo el metro donde viajo ahora

quien hizo las monedas para comprar boletos

quien hizo los boletos y los entregó

apretando      suavemente mi mano

 

fuiste tú quien se sentó conmigo en la estación

antes de emprender el viaje

y no me dirigió la palabra

 

 

tres

 

eres este túnel

de costillas oxidadas

que paso

 

ese par de relojes en lo alto

marcando distintas horas

 

este botón azul de emergencia

que no funciona

 

 

cuatro

 

tú me arrojaste agua en la cara

camino al túnel

diciendo lo torpe que he sido

lo buena que he sido

 

tú colocaste metales

retorcidos en mi espalda

para enderezar mi cuerpo

y resistir el viaje

 

 

cinco

 

en el pasillo del metro

sobre mis manos untaste opio

diciendo

compra menos      destruye más

 

me diste este paso de serpiente

que busca

y mancha el piso de acero

ahora mismo debajo mío

de un aceite negro luminoso

 

 

seis

 

eres tú

quien sostiene estas vías sobre las que viajo

las que me van a salvar

 

eres tú

tras las luces amarillas del vagón

dentro de ellas

 

eres tú

cada uno de los asientos

 

 

siete

 

tu cálculo fue

ser ese hombre tras el cercado

lanzándome piedras

 

tu cálculo fue

armar los barrotes

en que ahora me sostengo

 

 

ocho

 

has puesto música encapsulada

sobre este cielo gris

sólo para mí

 

 

nueve

 

avanzando antes que la velocidad

 

ángel que hizo los aviones plateados

que sobrevuelan el metro

 

creador de esta botella de agua

meciéndose en mi saco

 

 

diez

 

no hay mapas en este metro

están en tu cabeza

doblados en tres partes

como las tres almas que tienes

y me heredarás

tan pronto se abra

la primera estación

 

 

once

 

tú estallas el vidrio

 

tú revuelves mis cabellos negros

como listones de seda interminables

 

tú arrancas incendias

la ropa clara

que llevo puesta

 

 

doce

 

tú has dejado esta gota terca estirándose

sobre el cristal y no se acaba

para que yo la vea

 

 

trece

 

avanzo y me pierdo de ti

me pierdo de mí

 

escucho al final del túnel

tus aullidos y los míos

 

 

Mercedes Luna Fuentes

(México, 1969)

martes, 26 de julio de 2022

MOSAICO EN SEPIA / Consuelo Undurraga Infante

 


MOSAICO EN SEPIA

Testimonios y reflexiones sobre la vejez

 

Mosaico en sepia ha titulado su reciente obra, la piscóloga y escritora Consuelo Undurraga Infante. Es un texto, cuya importancia y trascendencia es incuestionable en los tiempos que corren. La autora, esta vez ha decidido ponernos frente al espejo con la vejez y la muerte con todo su franco realismo, pero al mismo tiempo presenta con dulzura la visión del siglo XXI, el tiempo de los viejos, que como tales plantean a la sociedad nuevas visiones y nuevas realidades que empezamos a observar con mayor detenimiento y seriedad. ¿El mundo ha envejecido? Indudablemente no. Indudablemente sí. Solo podemos asegurar que sus habitantes hemos envejecido en una sociedad que no estaba preparada para recibirnos y comprender nuestras necesidades y con ello el trato y las consideraciones que se han de contemplar con las personas que venimos llegando como un enjambre a esta etapa de la vida llamada vejez. La autora con una envidiable lucidez nos advierte: “La vejez ya no es una sola vejez”, y nos ilumina con conceptos que ya forman parte de una realidad que, como se suele decir, “ha llegado para quedarse”. Entonces nuestra sociedad senescente debe considerarse en diversas etapas, a pesar de que decir “viejo”, considerando su inevitable dejo despectivo en el vocablo, “solo alude a una persona que tiene más de sesenta años”. (…) Un punto en extremo destacable es cómo la autora no solo nos habla desde el conocimiento de este gran tópico humano, sino también interviene narrando bella y poéticamente, sin soltar la mano de la conciencia, sin abandonarse a su natural emocionalidad, episodios de su propia experiencia vital, desde ella misma, con amigos y parientes. Eso, a mi juicio, nos acerca aún más a este libro cuya importancia y realidad es abrumadora.

 

Esta obra que comienza con la vejez y que será de gran ayuda para quienes ya somos viejos en distintos tramos y tenemos viejos junto a nosotros, con quienes a veces no sabemos cómo relacionarnos, ni cómo manejar sentimientos que nos conflictúan como la tristeza, la rabia, la culpa, el dolor y todo el abanico que se despliega ante la realidad de la vejez y la proximidad de la muerte.

Teresa Calderón

 

 

 

CAMINO DEL OLVIDO

 

Danielle era una hermosa mujer de más de sesenta años, madre de seis hijos y eterna militante de causas solidarias. La conocí en mi primer trabajo en Francia y nuestras vidas se fueron entrelazando poco a poco, a pesar de una gran diferencia de edad. Bondadosa, se convirtió en la abuela de mis hijos y con los suyos, en la familia extendida añorada. Quise hacerle un regalo para agradecer su afecto y la invité a pasar juntas un fin de semana a la playa. Accedió con entusiasmo y propuso que fuéramos a Etrétat, una localidad en el Oeste de Francia. Salimos entonces de París, un lindo día de primavera, ella manejando su Peugeot 106, yo de copiloto, y enfilamos hacia el borde del mar por esa hermosa ruta, enmarcada por flores blancas de perales y manzanos y pasto verde. Fueron horas maravillosas en las que el ritmo de las palabras bajaba solo para apreciar la belleza del entorno. El pueblo pequeño y pintoresco de casas con entramados de madera típicos de la región, descendía suavemente hacia una playa de arenas blancas, custodiada por enormes acantilados de piedra caliza. Caminamos, reímos y degustamos ricos platos típicos rebosantes de crema, por supuesto no faltó la sidra ni el Calvados, el licor de la región. Fueron momentos inolvidables de una cariñosa y jovial complicidad. Pero terminaron mal, la vuelta a casa derrotó a Danielle, hasta esa fecha, gran conductora y buena conocedora de su capital. En su mente, el mapa de París parecía haberse esfumado, y un camino tan conocido, le pareció extraño. Se perdió y dio vueltas y vueltas por los dos anillos que rodean la ciudad: la Grande y la Petite Ceinture, sin encontrar el regreso a casa. Fue una pesadilla y el primer signo de que algo andaba mal. Ella se dio cuenta, me quedó claro, cuando con vergüenza y la voz teñida de angustia, me rogó que no lo comentara con nadie. No sé si debería haber expuesto el hecho, pero quedé entrampada en la lealtad hacia mi amiga y cumplí la promesa. Al poco tiempo, Danielle comentó que a veces las palabras se fugaban de su mente, la tranquilicé, pensando que era la edad, pero asustada consultó un médico. No supo, o no pudo explicar lo que este le había dicho, pero comentó: parece que no me llega bien la sangre al cerebro y tengo que hacer unos ejercicios. Al poco tiempo la casa se alegró con decenas de papelitos de colores que nombraban los objetos: mesa, sábana de baño, sillón, revista. Mi amiga los observaba y repetía: mesa, sábana de baño, sillón, revista. Un poco más tarde, fue la utilidad de los objetos nombrados la que se escapó de su memoria. Siempre recordaré cuando yo estaba poniendo la mesa, quiso ayudarme y no pudo: tomó los viejos cubiertos de plata con puño de marfil, tantas veces lavados, pulidos y los miró con extrañeza, sus ojos se nublaron, y no supo qué hacer. Lentamente, la peste del olvido como la llamó García Márquez en Cien años de soledad, iba avanzando y ella, la dueña de casa perfecta, empezó a angustiarse y a quedar paralizada ante las más pequeñas tareas. Esto fue aún más evidente en su reino, la cocina. Nunca más degustamos su famosa pierna de cordero asada, ni las berenjenas con salsa de tomate, ni sus deliciosas tartas de fruta. La preocupación y la tristeza invadieron familia y amigos. Danielle luchaba diariamente por conservar los restos de su memoria herida, pero perdía batalla tras batalla. El daño se acentuó notoriamente después de la muerte de su marido: una parte de ella se fue con él, y la dejó aún más despojada. Lo triste era que ella era consciente de avanzar inexorablemente en el camino sin retorno. Se tomaron disposiciones para asegurar su cuidado: estar siempre acompañada, guardar los elementos peligrosos, cortar dispositivo del gas después de usarlo, pero nada fue suficiente, varias veces se perdió en el bosque colindante y se la encontró sumergida en la confusión y el miedo. El mal continuaba su obra destructora, poco a poco se le fueron borrando los rostros de los seres queridos; luego desconoció el propio al reflejarse en un espejo o en un vidrio. ¿Quién es esa mujer que me mira en la ventana? decía una y otra vez y estas visiones la atormentaban. La vida cotidiana se hizo cada vez más complicada, se tomó entonces una difícil decisión: se la llevaría a una residencia especializada para que pudieran atenderla mejor. Danielle se resistió con rabia y angustia al cambio, finalmente se rindió, y durante un tiempo pareció acomodarse a esa vida en la que el ritmo de la propia existencia lo marcan otros. La última vez que la vi ya no hablaba, pero sus ojos transmitían emociones. La llevamos a Giverny, el jardín donde pintó Renoir, ahí se vio feliz, en ese mundo de belleza que al instante se esfumaba. Pasó el tiempo y su organismo entero le resultó desconocido: no podía ir al baño y caminar. Finalmente ya no pudo respirar. Dejó su cuerpo vacío de recuerdos un triste otoño, hace ya muchos años.

 

 

EL CUERPO

 

Ayer me detuve frente al espejo y me acordé de una escena de esa hermosa película alemana: Nunca es tarde para amar, del director Andreas Dresen. En ella la protagonista -de más de setenta años- se observa frente al espejo antes de una cita amorosa. Yo no tenía ningún encuentro, pero hice el riesgoso ejercicio de detenerme a observar la que soy en esta etapa de la vida. ¿Qué queda de esa niña tranquila y de esa adolescente con los ojos bien abiertos al mundo? Desde el punto de vista físico, no mucho: quizás la forma de la cara, el color de los ojos, las mejillas de manzana, ciertos atisbos de cintura, y unas manos grandes. El tiempo me ha cambiado y moldeado guardando parte de mi historia. Ahí está, cobijada en un pliegue, la cicatriz en el entrecejo, fruto de una broma escolar en una pila de agua; las arruguitas de los ojos, herencia de momentos de alegría y risa; las anchas caderas que acogieron a mis hijos y también kilitos de más, fruto de la buena comida. Claro que hay marcas que no se ven: las de las caricias, las del dolor y el sufrimiento, las del amor y el placer. Esas son más tímidas y pudorosas, se esconden en mi mente y solo aparecen en momentos especiales.

La que está en ese espejo soy yo, es mi cuerpo de mujer madura; mi carta de presentación, lo que los otros ven y yo a veces olvido. Tiene una cierta armonía, aunque está cansado, pero es el mío. Me invade una suerte de respeto, una ola de ternura, por el tiempo en él inscrito, y me aparto en silencio, agradecida.

 

 

LAS MANOS DE MI PADRE

 

Mi papá tenía lindas manos, por lo menos eso pensaba yo. Eran grandes, con sus uñas cuadradas bien recortadas, de un color mate bronceado fruto de sus días campesinos. Lo que era más asombroso es que eran suaves, muy suaves, como las de una niña y, extrañamente, las conservó así hasta su muerte a los noventa y dos años. Eran manos fuertes, poderosas, inspiraban respeto, pero también muy tiernas, moldeadas por infinitas caricias. Cuando era pequeña, me tranquilizaban, el solo rozarlas me producía paz y serenidad. Ya más grande, observándolas cuando el papá conducía el Citroën negro de tres corridas de asientos, irradiaban poder. Una sola vez las usó para pegarme una palmada, y yo, sorprendida y con temor, me hice pipí. En la adolescencia, sus cariños me producían una infinita vergüenza, sobre todo en presencia de mis amigos. Años más tarde, ya de novia, me sentía tensionada entre dos amores, cuando en la mesa almorzando, me las tomaba para acariciarlas. Con los años sus manos se fueron manchando, pero no perdieron lozanía. En su vejez, después de la terrible enfermedad que le robó la vista, fueron ellas su lazarillo. Al caminar las extendía, para percibir los peligros que acechaban su paso. Y en su último tiempo, se pintaron de rojo, pequeños derrames de un color violáceo las ensuciaron, pero él afortunadamente no las vio. De manera inesperada, en sus últimos momentos, mostraron de nuevo su belleza: estaban tersas, impecables, suaves, muy suaves, con sus uñas cuadradas bien cortadas, como despidiéndose con esplendor. Entonces fui yo la que no las quería soltar, solo pude dejarlas ir cuando el calor las abandonó y su alma bondadosa desapareció entre las nubes.

 


 

Consuelo Undurraga Infante (Santiago de Chile 1949)

Doctora en Psicología de la Sorbonne, París, Francia, ciudad donde estudió y vivió muchos años.

Hoy Profesora Titular de la Pontificia Universidad Católica de Chile, Psicoterapeuta de adultos en consulta particular.

Entre sus publicaciones destacan:

Como aprenden los adultos (2004) Ediciones Universidad Católica

De la conquista del mundo a la conquista de sí mismo (2011) Ediciones Universidad Católica

Hojas sueltas (2019) Editorial Puerto de Escape

Kaleidoscopio Antología con otros autores (2020) Editorial Puerto de Escape