lunes, 12 de julio de 2021

Luis Gerardo Mármol Bosch / Tercer libro de los entusiasmos (12 poemas)

 




ARMANDO CON SU BOLSA DE CEREZAS

 

¿Podremos decir que el mundo derrota a la historia, finalmente,

si andamos por un barrio que es nuestra alma?

Sí podemos,

porque entonces el barrio es el mundo.

¿Qué hay en el cielo y en el aire

cuando comemos una fruta?

No será ahora como la anciana que come ciruelas

y mira el cielo blanco, la nieve sobre el árbol y sobre el suelo,

y el estruendo de los pájaros que se sacuden

sobre el árbol desnudo;

pero, ¿no es igual el consuelo?

De todo árbol nace el epitalamio.

La oculta ciudad, el hueso indestructible de nuestra columna,

el que guarda esa porción de médula donde el alma se asienta,

es la flor del cerezo;

pero, ¿lejos del mundo?

Lejos de los hombres huecos, tal vez.

Lejos sin duda del poder;

pero, ¿lejos del mundo?

¿Cómo podríamos, si estamos frente al mar?

Y si el mar fue lugar por excelencia del Encuentro,

si allí estuvo, como nunca, el Amado,

¿por qué nos dicen que un día ya no existirá?

¿Qué dices tú?

Prados habrá, sin duda,

y muy singulares fuentes de agua.

La uva es guardián del alma

y la ciruela, quizás, como la amada;

pero el Agua es la ciencia absoluta.

¿No habrá un racimo de cerezas frente al cántaro de agua?

Más allá o más acá de nuestra ciencia

estamos siempre flotando.

Nos cernimos hacia arriba y hacia abajo, siempre,

abatidos por grandes mazos.

No hay que maravillarse de lo sucedido en una ocasión remota, nos dicen,

sino de que esto a diario suceda:

el mejor vino lo guardan

para el final de la boda.

ICOR

 

Mira el color de tu sangre

y mira el color de la de ellos.

¿Ahora entiendes

por qué los ángeles se arrodillaron ante Adán?

 

LA PALABRA Y EL DESEO

 

Los ojos abiertos en la piedra.

¿Quién está preparado para el milagro,

que irrumpe

cuando así lo quiere?

 

TÁNGARA

 

Un templo rojo y negro, resplandeciente,

¿es una niña que en las temibles calles de la madrugada

se me aparece y me dice:

yo te amo, te protejo?

El Pico de Plata que en la mañana de los pinos llenos de agua

viene a silbar conmigo y de pronto se para al lado del azulejo,

¿me dice que, por fin, puedo hablar con la niña?

Bien conoce el recinto celeste la tángara rojinegra.

Es Dionysos nuestra garganta, y no sólo por el beber.

Sangre de toro, terciopelo que asoma,

¿vuelas al norte, y pareces quedarte?

¿A dónde viaja, para ser rey,

aquél cuya caza se oculta a las miradas familiares?

 

A LA SOMBRA DE LOS MAESTROS VERDADEROS

 

(Tercer asedio a Khayam, y otras cosas)

Algunos han enterrado a sus muertos en cántaros de arcilla

como si los hombres fuésemos manuscritos.

¿Lo somos? ¿Lo seremos?

¿No es mejor usar el aceite de cedro

para encender o perfumar la hoguera donde arderemos,

para que el humo nacido de nuestra hoguera perfume cielo y tierra?

¿No es mejor, antes que ser enterrado en un cántaro,

ser el cántaro mismo?

¿Debe el mago mermar a favor del ermitaño, el hombre amoroso?

Esto no es un sacrificio, porque el mago conoce el vino.

¿No fueron hechos los cántaros para el vino,

más que para los manuscritos?

Nada existe, en el Cielo y en la Tierra, sin un libro;

pero, ¿qué cosa es mayor?

Si apenas la copa es el rostro de Aquel, que nadie verá,

¿habrá gestos, que ya no palabras, para el licor?

 

SUSPIROS

 

Cerré los ojos tendido en el lecho.

Era de día y miraba la ventana: esto suelo hacerlo.

Al cerrar mis ojos,

se hizo dentro de ellos el índigo imposible, la esmeralda incomparable.

¿Hay algún templo clausurado, ventana o vidriera como mis ojos cerrados,

como los colores que dentro de ellos se forman?

Por causa del amor, entonces dije:

Amor sin límites, ¡cómo me has maltratado!

Y el índigo y su costado, la esmeralda,

continuaban allí, sin mudanza,

tan quietos, tan en silencio como mi respiración,

como el plexo del sol olvidado.

Algo tan inaudito que al tocarnos

(y siempre nos toca por vez primera)

ni siquiera sabemos llamarlo dulzura.

¿Son aguas que se mueven otra vez,

es el viento disolviendo los hielos

o es el lago que se aquieta al pie del monte?

La boca es un corazón, un párvulo sol:

se alimenta y exclama.

¿Quién hace preguntas

cuando celebran sus bodas el Cielo y la Tierra?

POMAGÁS

 

¿Esta púrpura no es la de San Bernardo,

el que al fin tomó el lugar de Beatriz?

¿Saben ya

para qué se preparan nuestros ojos?

 

LA FIESTA INNOMBRABLE

 

I

 

Abrir castillos

 

 

Por dondequiera, en hojas, tu albedrío

hasta en el mar creciendo tu corona

y en cada hoja la estación de gloria

abre un castillo al ciervo del estío.

Y el más celeste junio vuelve y perdona

llamas al viento, nieve a la memoria

José Lezama Lima

Abrir castillos al ciervo del estío

es hermosa obsesión.

El estallido de un bucare, el de un araguaney:

sol sobre los muslos de la diosa

pero también frontera, coyunda entre uno y otro Paraíso;

el amor es uno solo.

Abrazar con las cejas es cándido, y fatiga.

¿Cuántos alcanzan, sin abandonar su cuerpo

la visión que sólo tras dejar el cuerpo es cosa común?

¿Sólo la mujer tiene una casa inmensa en los oídos?

  

Aguas del sol, araguaney:

¿una voz de torrente y duraznos

es don del alma contemplativa?

No conozco las flores de durazno,

pero me han dicho que con el agua huyen, que corren siempre,

 y es casi imposible hallar la gruta al pie del torrente.

La voz podemos hacerla nuestra, nuestra voz:

lo único, nos dicen, que permanece intacto después de la muerte.

¿Quién ha de morir, falena azul?

Tú eres el invisible regato,

el rostro anochecido,

pero este cielo es el único azul incandescente.

Cielo y araguaney, sol sobre los muslos de la diosa,

¿qué piélagos respiro?

Pero el púrpura azurado, ¿asciende o desciende?

¿Dónde está nuestro rostro?

Uva, estrella nocturna, guardián del alma:

son plaza fuerte las constelaciones, luz de la otra mitad tras la invisible corriente.

A veces, entre felices y abatidos,

pensamos que todo es un castillo,

porque ante la súbita visión de cualquier cosa se realiza lo

indescriptible.

Pero tal vez no es así,

tal vez hay una grieta en el arca,

y merced a ello, rodeando los tesoros de la visión,

recibimos palabras.

 

¡Quién soñara con vino!

El agua es mayor que el vino, ciertamente,

pero su ciencia verdadera no la podemos conocer,

si no hemos conocido la del vino.

Tan sólo aquí el azul es incandescente.

Este sol y sus aguas, los montes, el azul anegado,

¿nos elevan al fin? ¿Nos anclan aquí como nunca? ¿Qué es esto?

Amores de cóndor, ¿qué son?

¿Somos o seremos caparazones de chicharra

porque las aguas del sol fatigamos

abriendo murallas del Misterio?

Vino, aliento y tiempo, ¿una sola palabra? Difícil es saber.

Primero se conoce el vino.

Misterio y Vino tienen la misma cifra.

 

II

Otra vez

 

 

¿Qué vino ofrendan las buganvilias?

Y el lirio invisible y amarillo en su entraña, ¿cuántos rostros evoca?

¿Por eso las llamamos trinitarias?

El calor del sol se hace vino, con el jugo de la vid,

no sólo en la Edad de Oro.

Para el mundo creado,

la Edad de Oro no es un recuerdo.

Singular cosa es nuestra alma.

Habitar susurros como velámenes es el cuerpo glorioso, Joseíto:

¿cuál es su edad?

Meter las manos en el costado

en mitad de la luz que arrulla, incluso nace de las piedras,

ojos abiertos, peces o agua luminosa,

parece cosa de otro lugar, un desierto más y menos áspero.

Colinas peladas, trinitarias y su luz eucarística,

tierra rosada incluso, e hilos de agua,

nos aparejan a las frías provincias: una Anunciación frágil, femenil,

y el León, fuera de la cueva, a los pies del mensajero.

Tú lo supiste, porque adivinabas en el rosa de los terrones

el consuelo del cuerpo triste,

mientras decías:

Códice el aire en su miniado pliego

 

URAPE PURPÚREO

 

Tan sólo aquí el azul es incandescente.

De tanto que se respira, se presiente el mar,

creemos que el urape es almendrón o uva de playa, y así lo soñamos.

Pero su flor, su orquídea, que llaman aquí la orquídea del pobre,

es, a un tiempo, el estigma terreno, impronunciable cristal del estío,

y la fresca, sutil Anunciación del véspero.

 

RUBAI

 

¿Quién, como el Cielo, deja su azul franja

sobre unas flores de color naranja;

color del crimen, del Iluminado,

de las flores que crecen en la zanja?

 

CUARTO ASEDIO

¿no aprecias el olor

de lengua derramada

como si la palabra

fuese cáscara

de una pulpa cotidiana?

Franklin Hurtado, Sal

La palabra es siempre cáscara de algo,

pero hay entrañas abrasadas

que sólo toleran el vino.

Y morimos por ello.

 

 

Luis Gerardo Mármol (Caracas, Venezuela)

Poeta venezolano. PhD en Matemáticas por la Universidad Central de Venezuela (UCV). Es profesor de pregrado y postgrado en el Departamento de Matemáticas Puras y Aplicadas de la Universidad Simón Bolívar (USB), del cual ha sido Jefe, y así mismo fue miembro del Consejo Editorial de Equinoccio, casa editora de esta universidad. Dentro del área de las matemáticas, su obra, de reconocimiento internacional, aparece en publicaciones científicas especializadas en Italia, Suiza, Eslovaquia, Turquía, Egipto y Colombia. Ha sido árbitro de diversas revistas dentro de su especialidad, Además de esto, colabora para Mathematical Reviews y MathScinet, división de la American Mathematical Society.

 

 

sábado, 10 de julio de 2021

Carlos Egaña / hacer daño (13 poemas )

 



 

alguna vez soñé con incendiar el ávila:

destruir el tótem que arrastra nuestros lastres

hacerlo polvo y desamparar la selva roja.

quise eliminar cada árbol, cada jardín, cada chicharra

para que nos viésemos desnudos y nos apenásemos por nuestros ombligos.

alguna vez quise deslumbrar y criticar,

volver humo la máscara que asumimos en nuestra natura.

pero sería muy injusto.

¿quién quisiera enredarse entre edificios avejentados

y avenidas sin raciocinio?

o tal vez sería ingenuo:

canaima respira en nuestros fondos de pantalla.

 

¿qué quieres que haga?

como me dijo el expresidiario:

los héroes se hacen en campo de batalla.

tocará cavar huecos

encender mechas

buscar el sol hasta que lo incendie todo

antes de huir a una roca menos sucia.

 

tengo el mundo entre mis dedos.

es una esfera que parece de hielo.

cada vez que intento estrujarla

se resbala y con ella mi soltura.

¿acaso como narciso

me hundiré en la belleza de lo ajeno

en vez de ignorar las costras en mis labios?

 

suelo arrancar calcomanías de paredes

y chicle de los pupitres

suelo temblar tras fumarme un cigarro

tras pronunciar discursos en público

suelo despeinarme, dibujar inconsistencias, provocar terremotos en mis pies

suelo hacer pedazos los envoltorios que consigo sobre el escritorio.

pero al esconder mi mano en tu muslo, mi ojo en tu sombra,

soy piedra

diamante

obelisco.

yo soy mi hambre

yo soy mi ausencia

yo soy un vacío que anda,

un saco de huesos mareado.

ayer fui prosperidad y exceso:

la viscosidad oscura de mi sangre me empujó

hacia el abismo.

soy muerte, soy sombra, soy luz:

experiencias trastornadas y arrojadas

al asfalto.

yo soy mi hambre.

denme ritmo, solo ritmo, no la caguen con melodías sin fin.

denme un tambor para destruirlo con mis pies,

no estrangulen mis oídos con vocecillas de muñecas de plástico.

denme la magia que necesitan mis pasos,

perviértanlos

quítenles la dignidad.

quiero muñones que me obliguen a brincar,

nada de susurros, nada de susurros, ¡grítame al oído

si esperas que vuelva a pisarte

y desgastar tu suelo!

 

créeme que quisiera sentir como tú

la obsesión por unos dientes amarillentos

la fijación en una mente que piensa sin prudencia

la admiración de un loquillo que duerme poco y lamenta todo.

créeme que quisiera verme

como lo haces cuando deslizas tu dedo

–lento, viscoso, una oruga de colores–

en la pantalla de tu espíritu.

pero mi esqueleto irrespeta mis principios.

¡jamás te aceptará, tan cercana a mis valores!

 

sobre mi espalda jorobada

me empuja al suelo el peso de las memorias.

no puedo andar erguido cuando

el disparo a mi integridad, mis creencias, mis emociones, mi dicción

no sana.

no crean que me martirizo.

las labores que escojo son mi culpa.

pensar que mi cansancio es su obra es una excusa.

yo escojo mi responsabilidad

mi sentido

el camino de tantas espinas

con las que amo tropezar

y las que tanto juro dar fin.

me duele mi espalda

recibo comentarios sobre su forma con rabia

pero la prefiero encumbrada

que saberme una planicie sin adorno.

 

casi azul

es tu rostro

cuando las huellas de mis dedos

presionan tus pulmones, tu garganta, tu corazón

y el mar revierte la distancia.

 

doy mis gracias

a todos los cuerpos que me han permitido su uso

a todos los amigos que han regalado cigarros

a todos los momentos en que me pensé un dios

a todos los mensajes que me hicieron sentir al mando

a todos los llamados a la acción y a la idea

a todos, a todos, a todos,

sin que queden restos de mi cuerpo

para agradecer en tiempos futuros.

 

abro mi garganta en dos

para mostrarte las verdades que encierra la playa:

el sol que incinera la cicatriz del pulmón

la luna que fija la soledad como destino.

Carlos Egaña (Caracas, Venezuela)

Cursa la maestría en Escritura Creativa en Español de New York University. También ha sido profesor de lenguas en distintos niveles educativos. Es autor del poemario Los Palos Grandes (dcir ediciones, 2017), y escribe sobre arte, política y cultura pop en los medios venezolanos Prodavinci y El Estímulo.