lunes, 7 de julio de 2008

IGOR BARRETO


Igor Barreto nació en Venezuela, en 1952, y residió varios años en Rumania; a su regreso se incorporó al taller Calicanto. Luego cofundó, tras su ruptura, el conocido Grupo Tráfico.

Realizó estudios de cine y dramaturgia, y ha escrito libros como Tiempo de ausencia (1971), Y si el amor no llega? (1983), Soy el muchacho más hermoso de esta ciudad (1987, Premio Municipal de Literatura), Crónicas llanas (1989) y Tierra negra (1994, Premio Universidad Central de Venezuela), entre otros. Destacado escritor de nuestro país, Igor Barreto ha desarrollado una importante carrera durante la cual ha sido editor de catálogos de arte para diversos museos de Venezuela, colaborador como articulista de prestigiosos diarios y revistas literarias nacionales e internacionales; Es profesor de la Escuela de Letras de la Universidad Central de Venezuela, y ha representado al país en diferentes encuentros internacionales en Rumania, España, Estados Unidos, Colombia, Cuba y Argentina. Sus poemas son incluidos en las antologías de poesía venezolana contemporánea y algunos de ellos traducidos al inglés y al francés.



BIG BANG

Cuando un vaso
se rompe,
ya no es posible.
Cómo juntar0
aquellos trozos
si aún después
de unas horas
encontré fragmentos
de cuarzo
al pie de una silla,
y pasados los meses
adosada a la pared
había una escarcha
brillante,
y un año
luego
el universo
de afiladas nostalgias
continuaba.

EL BURDEL

Era un recinto de ahilaradas habitaciones
muy cerca de la Imprenta de los Niños Huérfanos.

Al redoble del ángelus llegaban los comensales:
el fogonero de un barco de sal

un general
de negra perilla y voz de órgano:

el mismo que baña en vasos de aguardiente
sus riñones de toro viejo.

Desde los cuartos de las meretrices
se veían las casas de San Fernando

como granos de arroz
en el barro hediondo de los esteros.

En noches de chubasco
y de música de mabil

el sigilo afiló mi mano hasta la Media Morocota,
La Caimana o La Garza

aprisionadas en las verdes sales de cobre
de los alambiques.

Ellas fueron:
sobre breñales la fragancia del nardo

la oscura sabia que cintillea mi vida
y se pierde entre ciénagas.


NATURALEZA DEL EXILIO

Unas reses llegaron del boscoso anhelo,
de unas calcetas añoradas.

¿Qué sentido tenían aquellos animales
de rostros humanos?

La cocina era una hoguera
a media noche.

El acallamiento
vegetal del balcón

donde unos helechos
aletean como esfíngidos.

¿Qué fue de la quietud de unos parajes
que conocía tanto?

No encontré barriales constelados,
ni la camisa azul.

Era la naturaleza del exilio,
un río de nada.

Algo que corta una cebolla en pequeños trozos,
blanca, como un farol bajo un árbol marchito.


CELEBRACIÓN DEL COLOR NEGRO

Brilla la luz, festejando la pureza del color negro:
el azabache negro,
el origüelo negro,
el que celebra el hocico del puerco en mitad del bosque.
Lo canta el grillo
inmóvil y orgulloso
bajo su dura piedra.
El espacio negro donde mi corazón palpita:
esponjado fieltro
en el que soy plena duración,
lento movimiento de aires y emociones.
El jervedor
ama lo intenso de sus plumas negras:
la pura forma
sin sombra de luz.
La que anida en intrincado nido la coitora.
El negro profundo
de donde penden las galaxias
como adornos
en el pelo
de una mujer oculta.


ESTAS GARZAS


A la memoria
de José Natalio Estrada.



Estas garzas
deben ser castellanas
porque forman una V al volar.

Abajo

los ríos se represan
y se hacen cada vez más anchos.

Dos manatíes afloran
y lanzan tenues chorros de vapor blanquecino.

La vieja casona del puerto:
bisagras, cerraduras de bronce.
En el meandro constelado de uno de sus cuartos
los pezones negros de una mujer.

La cúpula
de la iglesia.
En un nicho de su fachada
el enyelmado guerrero
pregunta al ya caído en el hondón:
¿Quién como Dios? ¿Quién como Dios?
¿Quién como Dios?

Y más allá la sabana,
el polvo con el viento tras los viajeros
y el ganado,
y tras ellos el tardío anhelar del corazón.

Que sople fuerte el viento del idioma
para que estas aves lleguen lejos.



CARMELITAS

En una casa cercana
unos perros sufren
cual monjes Carmelitas.
Un perro de sayal amarillo
de lomo engusanado
y una perra pequeña sin orejas.
Los he visto padecer
mientras una lechuza los observa
redonda y emplumada de fría tranquilidad.
Entre maderos apilados
y potreros renegridos de cálida bosta
reposan la vigilia nocturna:
la pureza mayor
es la intemperie mayor.
Así se purifican ellos mismos.
¡Qué santos son!


EL ARBOL DE MANGO


"Para venir a poseerlo todo,
no quieras poseer algo en nada".

SAN JUAN DE LA CRUZ



El árbol de mango
es inmortal
y no necesita de lo humano.
Forma umbríos claros
en lo denso del monte
y ahí perdura.
La palma
podrá sostener al mundo,
pero el mango
ha aceptado
la oscura llamada del bien.
Porque no quería tener
algo en nada
se ha ido:
más allá de las dunas azules,
entre madroños y píritus
de negra espina.
Allí
donde dos ríos se unen
como semblantes de soledad.


NOCTURNO

Durante las noches de mi infancia
mi madre
saca una silla frente al portón
y duerme
con el abanico de palma moriche sobre las piernas.

El técnico del taller donde reparan radios
está aún
bajo una lámpara de luz muy pálida.

Durante las noches de mi infancia
los bulbos de una radio desarmada
vuelven a encender su voz
y de nuevo la voz desaparece.

Entre las ramas de un samán
transcurre el río;
se diría que esa noche
da a su paso
un tono más lento.

Durante las noches de mi infancia
escucho el rugido de los tigres
de la casa de los ingleses:
pobres animales enjaulados en torno a una piscina.
Yo sé
que tras el muro
lamen sus garras
y amurrungan los ojos.

Mi padre ha llegado en su jeep
y unas lechuzas lo sobrevuelan.

El único ratón de la casa da las nueve

porque a esa hora corre
y atraviesa la sala.


REGRESO

A San Fernando quiero ir en el vapor Delta.
Desde las escalerillas ver cómo el barco separa
las cargas de troncos de los aserraderos
y los lomos florecidos de los caimanes.
Llegar a su puerto de tablones
donde el río entrega las aguas de cien barrancas
y el recuerdo de algún pueblo orillero.
Cuando la lluvia descuelga sobre mi cabeza
angostas calles enhebran la cifra de tu nombre.
El río crecido roza la capilla del anima salvadora
donde iré a dejar unas cuantas monedas
por los amigos que enfermaron de distancia.
Al pasado quiero ir en el vapor Delta,
a los burdeles, a las galleras del traspatio,
donde Dios habita la plenitud de su tristeza.
Que todos los sabanales reblandezcan con su brillo.
Yo me voy por esta senda donde el rayo se enmantilla.
Amo las noches lenguarases de sus muelles,
el sucio butacón de las nubes en los días de invierno
con marineros apoyados a sus palancas de anoncillo.
El lirio viejo de sus bosques.
A San Fernando quiero ir,
quiero volver,
ahora que el paisaje ha muerto de alabanza.


CARAMA
(fragmento)

Vi a los otros, y esa luz
en sus ojos cerrados era una costra de serenidad.
¡Virgen de las siete piedras, se quedaron dormidos!
¿Qué se hizo el aguaviento y la palmera doncella
mientras la vida era bañada por un gélido escozor?
Las hojas cayeron
al pie del árbol del "he llegado".
Tan fríos estaban
que casi sentí su color azul en la yema de mis dedos.
Allí quedó el vendedor de biblias
con los ojos nublados como escama de pez;
traía una botella de ron blanco en el bolsillo de su pantalón,
donde guardaba también unas monedas.

Allí quedó Antonio José Orasmas
vestido de caqui, de pie
bajo el madroño,
con fusil y charreteras de cincuenta balas
y un cuchillo cacha de venado
y su sombrero
de pluma colombiana de gavilán
colocada en la cinta de la copa.
Y en la barranca más cercana
los pasajeros de un vapor
que extendían sus manos a la orilla
para tomar algunos frutos
se quedaron inmóviles,
suspendidos en una calina entumecida.

Dime luna, ¿qué haces en el cielo?,
tus zarcillos de plata negra
colocan sus rosas
contra mi sudor.

Pasaron cien, doscientos instantes secándome la boca,
y por última vez
miré la fachada
de la antigua casa de gallos Los Marañones,
en el friso habían pintado un ave
que sostenía en sus patas una copa licorera
y debajo la inscripción
que apenas podía leer:
Brindo por todas las aves.

Yo tenía un mapa de esta ciudad,
mi corazón de recién llegado
lo fue trazando en el enlucido de las ventanas.

San Fernando, aquella ciudad pequeña como Martinica.

Hoy, mis palabras se han excluido.
El paisaje ha desarmado sus piezas
y el árbol y un trozo de río
han vuelto a ser sólo partes.
Hay un punto de llanto,
una mancha blanca
que ha tomado el lugar del todo armónico.

Aquí estoy entre la utilería de antiguas representaciones.
En las noches, cuando recuerdo a ciegas un lavamanos
suelo beber un tazón de leche
para matar el tedio.

Sólo el oído trae noticias de tiempos que desconozco,
el oído es mi salvación:

Laguna de Mateo, campos de La Baisera,
Mata de Santa María, Mata de Sánchez,
Mata de Gutiérrez, cementerio de Cunaguaro,
cerros de Aragualluna, lagunazo del Congrio Solo,
caminos de Las Camazas, caño Las Hormigozas,
ora pro nobis, ora pro nobis…

De: Carama, Sociedad de Amigos del Santo
Sepulcro, San Fernando de Apure, 2000

EL CENTAURO

Atado a una soga
llevé al centauro
hasta el galpón
trasero de la casa.

Fuiste el sabio
maestro de Aquiles
y de Esculapio
y de un tajo

corté su cabeza
colocándole
una trompa
con sus belfos.

Susurré en su oreja:
La sabana es la nada
donde el caballo
es lo único que existe.

Vendrán
vulgares jinetes
a robar
tu trascendencia.

Al final
espera la tristeza,
el mal
y la derrota.


*Apure, 1952




ENTREVISTA A IGOR BARRETO POR STEFANIA MOSCA


Stefania Mosca: Carama es un largo poema publicado impecablemente por una, para mí y hasta ahora desconocida, Sociedad de Amigos del Santo Sepulcro.. Todos los detalles (las ilustraciones, los editores, la ciudad y hasta el colofón) delatan cierta intencionalidad. ¿Hay algo que sea inocente en la edición de este libro?

Igor Barreto: Nada. Yo pensé hasta en el formato del libro: es como un cuaderno donde doy rienda suelta a la memoria, a las voces de mi tradición.

SM: ¿Pero existe esta Sociedad de Amigos del Santo Sepulcro?

IB: Es una sociedad que he ido rehaciendo en el tiempo. Unipersonalmente claro. Mi familia, durante todas las Semanas Santas, se encargó de cuidar, pintar, arreglar, redecorar la imagen del Santo Sepulcro donada por mi tatarabuelo a la Iglesia de San Fernando, cuando decidió abandonar la masonería. Había una conseja en el pueblo: se sabía que la masonería tenía en su seno una suerte de ley vengadora para los desertores que estuviesen tentados a revelar los secretos de la orden. A esas personas las seguía una suerte de "bola negra" que generalmente terminaba con la muerte. Mi tatarabuelo, sabiamente, para evitar esa "bola negra" de la muerte, les regaló a los masones una estatua de Bolívar y el Santo Sepulcro a la Iglesia. Desde entonces, en mi familia, el Santo Sepulcro es un objeto de devoción enorme. Yo no recuerdo un momento de mi vida que no estuviese asociado a esa imagen.

SM: ¿Qué es el Santo Sepulcro exactamente?

IB: El Santo Sepulcro es el Cristo ya muerto, en su urna, o sea, que es un hombre muerto. Tiene mucho que ver con Carama: en este libro sólo mueren los hombres. A medida que mi familia fue desarrollando el culto al Santo Sepulcro, los hombres de mi familia iban muriendo. Muere mi tatarabuelo, mi bisabuelo y muere el único varón, el único hijo asesinado a manos de sus compadres. Se consolidó así el culto por esa figura masculina muerta trágicamente. Yo retomo eso en el libro: el lamento del pasado por la muerte, el lamento por la muerte de aquellos hombres.

SM: ¿Pero son muertos o son fantasmas?

IB: Bueno, para ser fantasmas se requiere primero que sean muertos, ¿no?

SM: Supongo…

IB: Esos muertos son fantasmas, como debería ser toda presencia de pasado útil sobre la tierra. Fantasma es, digo yo, un estado más trascendente. Un fantasma puede pasar del pasado al presente, está más relacionado con la memoria que con la historia.

Muertes equiparables

SM: Me parece que en Carama, como apuntaba Alejandro Oliveros cuando presentó tu libro, está claro, hay un relato. Pero el relato que podría ser una simple representación del pasado, tiene, gracias a los matices de la ironía pero también gracias a lo evanescente de los personajes, una profunda gratuidad. No es edificante. No hay una épica. El personaje es la disolución que permite más o menos recuperar como la aguada que dejó ese paisaje en sí, como una marca, como una huella, ¿verdad?

IB: Sí. No hay una épica. Estas son muertes civiles, no son muertes militares. No son muertes heroicas. Ellos no son héroes de nada.

SM: Pero te ayudan a representar como la pérdida de un punto…

IB: De una ciudad. Sus muertes ayudan a representar la memoria de una ciudad, o la reconstrucción de una ciudad. Son muertes también equivalentes. Todas son una sola muerte que ocurre en distintos escenarios, siempre los escenarios de la ciudad. Siempre es un hombre el que muere. Es por esto que son muertes equiparables.

SM: Muy bien, son muertes del hombre común. Pero, sin embargo, tocan casi lo real maravilloso, son muertes atípicas. No sabes si está muerto, si lo enterraron o no, uno muere por un gallo… No son muertes heroicas pero tampoco son muertes cotidianas. Pero claro, tienen la prueba de lo real, la historia como argumento, tienen un origen. Son, me imagino, crónicas recuperadas.

IB: ¡Claro! que partí de unas crónicas que comencé a desarrollar mientras escribía el poema. Algunas son crónicas de Pedro Laprea Sifontes, aparecidas en un diario de San Fernando llamado El Llanero (que ya no existe). Otras fueron recolectadas en la hemeroteca de la Biblioteca Nacional, en la prensa publicada en San Fernando a principios del siglo XX y a finales del siglo XIX. Son crónicas recreadas. He tratado de transmitir una visión de la historia desde una perspectiva civil, colocando el acento en lo personal y lo regional. De esta manera el dato histórico no tiene por qué sujetarse a la estricta realidad. Va mucho mas allá. La memoria siempre agrega, siempre adosa algo de fábula a las cosas que retiene y, bueno, quizá por eso sean personajes digamos atípicos. Estas son muertes que ocurrieron en la cotidianidad más absoluta. En el llano el que maten a un hombre y lo metan dentro de su caballo no es cosa insólita. Yo creo que (para mí) aquí se cuela otro tema: el del exilio. Si estas historias están, digamos, un poco fuera de lo convencional, es debido a la distancia con que se nos imponen esos lugares y esas gentes, evocados desde una ciudad como Caracas.

El paisaje recuperado

SM: Una de las cosas que me afectó mucho en la lectura fue que, a pesar de estar evocando la pérdida o lo perdido, espacios, hombres, casas desoladas, cuando el lector termina de leer Carama ha recuperado un sitio. Relatando la pérdida, el poema te da el espacio de ese paisaje que, creo, tú logras recuperar. ¿Cómo lo recuperas?, porque no es una imagen intimista tampoco.

IB: No, para nada. El relato de estos sucesos intenté hacerlos con conciencia de la distancia, con sobriedad. También pienso que la poesía comparte con otras artes la obsesión de crear dobles.

SM: ¿Y cuáles serían los otros en Carama?

IB: Bueno, todos estos personajes son dobles.

SM: ¿Son dobles a su vez del Santo Sepulcro?

IB: Son dobles del Santo Sepulcro, también son personajes, pero, ¿Quién es el personaje? ¿Es una figuración, es uno mismo, es una colectividad? No lo se. Ese es un terreno donde las identidades son mutables. Por eso son dobles. En el cine la presencia de los dobles está más clara. Los dobles están animados, se mueven, lo sobreviven a uno. Es algo que señalaba Edgar Morin, de pronto uno se adentra en el tiempo y envejece, mientras esa imagen en el cine continúa, te tiraniza durante toda la vida. Esos dobles te devoran. Las imágenes de esos personajes son, de alguna manera, estos dobles que no sé si me pertenecen a mí o pertenecen a la comunidad. Son los emblemas de una comunidad a los que traté de darles sobrevivencia. A lo mejor mueren y la palabra no dura lo suficiente como en otras oportunidades.

La irresponsabilidad ante el olvido

SM: Carama, según tu defines en una nota a la entrada del libro, son árboles derivados por los ríos que se entrelazan y sobresalen en los bajíos del cauce. Para construir ese paisaje perdido,¿ por qué necesitas apelar a la Carama, a lo devastado?

IB: La carama es un paisaje que se anuda y esconde su sentido. Al igual que estas muertes. Muertes anudadas, que se confunden entre ellas. En el libro hay un entrevero de textos, de voces. Hago un esfuerzo por entender el significado de estas muertes. Ahora bien, ese sentido lo entiendo desde la devastación. El llano es una cultura de la devastación, una cultura que no tiene fijeza material.

SM: ¿ Una cultura de la devastación o del olvido?

IB: Del olvido también, en el sentido de la irresponsabilidad frente a eso que llamamos "el olvido" ¿Quién tomó la decisión para que estos seres, para que estos hechos fueran olvidados?, ¿por qué la comunidad no se organizó para defenderlos del olvido? En Carama quise preservar esa memoria. Ha sido un intento muy personal. Esta es una edición de 250 ejemplares. La trascendencia de lo que yo pueda decir, no va mas allá de 250 ejemplares, yo quise escribir un poema social, yo quise escribir un poema para los habitantes de San Fernando. Pero estoy tan alejado de éllos. Coloqué unos ejemplares en una librería de la ciudad y no se vendió ninguno. No hay, digamos, un puente, una comunicación, un canal a través del cual me pueda vincular. Unos amigos allá lo han leído, te digo que hasta con cierta indiferencia. Quise hacer una suerte de reclamo por estas muertes civiles. Reivindicar el espacio de la vida civil.

SM: Pero todo eso está hecho, y sin patetismo ni sentenciocidades ejemplarizantes.

IB: Tal vez con ironía. Hay un momento, cuando se va Cipriano Castro del pueblo, en el que se habla de la raíz de cierta "tristeza común", de la tristeza pueblerina. Esa cosa miserable que uno termina por aceptar. Llega el extranjero, y lo celebran y se divierten con las estupideces que por momentos dice. Cuando el extranjero parte, el mundo se diluye y sobreviene una enorme tristeza.

SM: O el fracaso.

IB: Un fracaso común. Yo creo que el problema central de ese fracaso está en la irresponsabilidad frente a eso que llamamos "olvido". Tener responsabilidad también frente al olvido, tomar decisiones frente a eso que ocurre y no estamos dispuestos a olvidar.

Ser urbano frente a la naturaleza

SM: ¿Cómo empieza tu desplazamiento de la avenida, del muchacho de la fuente de soda, el muchacho más bello de la ciudad al muchacho que colecciona espuelas de gallo? ¿Es una transfiguración?

IB: Yo no hablaría de una transfiguración. Sino de centramiento y adentramiento en la memoria. Ha sido un destino que yo elegí. Si la poesía sirve para algo es para empezar a abrir esos espacios interiores, romper esos muros interiores detrás de los cuales uno se escapa de la individualidad, del cerco del yo y entra en contacto o abre los canales para escuchar las voces de la tradición, como Blaga las llamaba, las voces de las madres. Por otro lado, toda la poesía sobre la tierra, pienso en Wordsword, por ejemplo, es una poesía escrita desde la ciudad. Una poesía descolocada cuyo origen está en un cierto estado de contingencia. A mí me interesa mucho la idea de ser urbano frente a la naturaleza. Estar descolocado frente a la naturaleza. Por supuesto, esto conduce a una serie de laberintos, de espejos: la naturaleza ya es un hecho descolocado. Es una imagen cultural. ¿Cuándo no fue una imagen cultural? Siempre. En el momento de su organización racional, la naturaleza se convirtió en un hecho cultural y se planteó esa distancia de la que hablo.

SM: Todo eso que se llamó la poesía de la tierra, el costumbrismo, etc…, ¿no les tienes miedo a esas cercanías?

IB: No, para nada. El costumbrismo representa muy bien un momento en el desarrollo de nuestras ciudades y nos habla de una capacidad de representación de la naturaleza. Esta es una sociedad que ha ido creando sus propios iconos y el costumbrismo hizo sus aportes a esta imagen final que tenemos de la naturaleza, que es nuestro icono más sagrado. Lo que ocurre es que esta imagen sagrada de la naturaleza ha entrado en crisis y ya resulta intolerable representarla liricamente.

SM: Probablemente, el ángulo urbano desde donde ves el paisaje, no sólo lo hace más complejo y evidencia nuestra distancia, los rumores de la tradición que perviven al olvido y la ausencia de nosotros mismos que ejercemos rutinariamente sin percibirla. ¿ La naturaleza existe o es sólo un tema de la literatura?

IB: Creo que han ocurrido señales de un cuestionamiento de la imagen arcádica de la naturaleza, por ejemplo, en la fragmentación que se enuncia en la poesía de Enriqueta Arvelo Larriva. En Enriqueta comienza a deconstruirse ese paisaje exaltado, heróico, que heredamos desde Andrés Bello. En Luis Alberto Crespo también ocurre, aunque la fragmentación no es la única manera de poner en cuestión esa imagen arcádica. Hay otras formas.

SM: Esa intertextualidad que tú usas, busca la crónica...

IB: Intento sincerar una visión urbana de la naturaleza, donde estos temas como la memoria, el olvido, el juego de las representaciones dentro de una cultura comiencen a ser planteados como temas poetisables.

1 comentario:

e. e. dijo...

Que maravilla de foto.