ELIANNE SANTIAGO (Toluca, México). Estudió la licenciatura en Letras Latinoamericanas en la UAEMéx. Realizó estudios en Creación Literaria en la Escuela de Escritores del Estado de México (SOGEM), y en la UNICENTRO, Paraná, Brasil, donde llevó a cabo cursos de perfeccionamiento de la lengua portuguesa. Se ha desenvuelto como catedrática, correctora de estilo y, en el ámbito editorial, como coordinadora de la revista Castálida, del Instituto Mexiquense de Cultura. Ha sido alumna de los talleres de poesía dirigidos por Enriqueta Ochoa, Óscar Wong y Dolores Castro. Obra suya aparece antologada en el libro La Mujer Rota, publicado por Literalia Editores (Guadalajara, 2009), y en el pliego Pavesas, editado por La Colmena (núm. 59, julio-septiembre, 2008), entre algunas otras publicaciones. Ha participado como ponente y lectora de su obra en diversos foros y medios. Recientemente concluyó la licenciatura en Psicología y se desenvuelve en el ámbito de la psicopedagogía.
LOS QUE AMAMOS A LOS GATOS NEGROS
Los que amamos a los gatos negros
no somos convidados a la mesa de la suerte,
donde en el festín se deleitan la vanagloria y el escarnio.
Nuestras sombras son apenas gracias a un rayo
que se resistió a sólo germinar simientes
y arremetió tenaz contra el centro de la roca.
(Pero no somos geoda en nuestra entraña.)
Amamos las pérdidas porque nos pertenecen,
los desencuentros, los imposibles y las derrotas.
Llegamos demasiado tarde a la vida,
cuando las armas y los dones
eran ya el regodeo mezquino de otros.
Errabundos, entre brumas,
nuestros pies son la astilla a cada paso,
y en nuestras manos la oscuridad se asila.
Somos los sin nombre ni casa,
los que edifican un lugar con los escombros,
y hacen de las tormentas un arrullo
con que dormir la pesadilla.
Sobrevivientes de nosotros mismos,
traspasamos cual fantasmas
la opulenta alegría de los otros,
por el afán de suponer la dicha,
y, en la marginalidad de nuestros territorios,
malamente ensayamos la sonrisa.
Compartimos el sobrante de nuestro pan
y la acostumbrada ausencia de nuestro abrazo
con los seres de negra suerte,
los indeseables a la mirada,
los que con ruindad son echados del camino
por temor a las cuentas pendientes.
Y, hermanos de su agorera oscuridad,
les amamos como nadie ama,
con lo que ni siquiera tenemos,
les curamos las heridas con la sal de nuestros ojos,
les cobijamos con nuestro frío,
les damos a beber de nuestras cicatrices
mientras encaramos un ruego con fiereza
hacia la imperturbable infinitud de la noche.
NO ME CREO
He advertido la penumbra de un tiempo que me miente la que soy
tras los escenarios donde el mundo prepara la sonrisa.
Soy la que se arrodilla ante la luz y pierde el rostro,
la sin sombra por no elegir el simulacro.
Nombre sin eco capaz de restituir el título de notables actuaciones
en el carnaval de las lisonjas.
La carcajada dimensiona el tropiezo y cede su protagonismo a la caída.
¡Aplausos! ¡Caravanas! Muecas largamente ensayadas.
Luego, un silencio rapiñero clava el vidrio de su ojo inconmovible
al llanto, a la vergüenza de estar representando el cuadro de estar vivo.
Pero en este acto no hay virgen que ofrezca su manto,
no hay piedad, sólo una aséptica discusión sobre aciertos e infalibles.
¡Que la caída se repita, que sangre,
que una lágrima destelle entre la noche
y la caricatura asome el mejor ángulo de su irrisoria desventura!
¡Que la mofa se abra a un tiempo de mortaja y repiques indóciles
a un tiempo fijo de disección doméstica!
Cualquiera puede repetir el trance
y dejar caer el telón para descubrir tras de sí el artilugio,
la tramoya humana donde cedemos nuestra vida
por una mirada de aceptación mansa.
COSMÓPODO
El loco de ojos vidriosos ama las piedras
y las palomas que nunca han sido tantas
y los pensamientos que han sido muchos.
ALFONSO KIJADURÍAS
Sólo el loco sabe amar
la voz del pensamiento
con la furia del recluso,
del suicida, del mendigo.
En su misticismo con la mosca
todas las doctrinas son por su hedor
adoración del insecto,
y él lo sabe:
comprende el lenguaje del tiempo,
la porción de ceniza que somos;
pero no se duele,
ama su muerte, su hambre, su enfermedad,
la costra que lo cura de ser “bello”.
Ha burlado el miedo al abismo,
haciendo de sí una caída sucesiva
donde sus palabras sobrevuelan
en violenta sinfonía de aves delirantes
el cadáver que somos.
El loco lo sabe, lo sabe,
una carcajada lo delata,
el brillo extático de sus pupilas,
el desdén de su gesto,
la gutural ternura de su voz:
es el amado, el Elegido
de un dios vilipendiado que no olvida.
Los otros: los artífices, los zalameros,
los proxenetas del pensamiento
nos podemos retirar.
Nada sabemos.
Hemos perdido.
PARA QUE EN TI NO OSCUREZCA
Nos amamos al filo de un foso con leones,
porque amar es punible en estos días.
Pero aún somos tantos los insolentes equilibristas del sueño
y la dentellada de la vida tanto ha menoscabado
que todo lo vale el morir por la rendición de un instante
perdurable en la mirada del otro, el otro
donde somos cuando a una voz decimos noche
y el extravío se puebla de estrellas,
cuando ateridos nombramos la piel del deseo
y una brisa tibia nos envuelve y colma con ternura.
La serenidad de los astros también sabe del temor al vacío,
pero su luz respira con denuedo,
porque no hay otra certeza que continuar amando
la oscuridad y su insalvable herida,
la vida y sus famélicas fieras de lumbre.
Por eso hechizo a la bestias
con el hipnótico goteo de mi sangre,
para ahuyentar su rugido, para que a ti,
no te rocen sus flamígeras pupilas
y persista el diapasón del manantial que tu corazón contiene.
Porque tu palabra es credo posible entre estos tiempos de usura,
y aún falta tanto por descubrir tras la apacible bravura de tus ojos,
bajo los enigmas de tu piel, en la violenta cabriola de tu sexo,
que gozosa, después del bien de amarte,
avivaría el cirio de mi alma hasta las cenizas,
para que tu carne no fuera presa de los emisarios del dolor,
y, en cambio, se pronunciara diáspora ascendente de luminoso polen,
pira de dulcísimos cantos en medio de la tiniebla.
Para que en ti no oscurezca,
para que el mal tiempo no combe tu esperanza.
2 comentarios:
Cuánta poesía en esta hermosa jungla, cuánto derroche de amor entre tanto verso cocinado a golpe de letras enlazadas, bien enlazadas. Ahora ya sé porque me llaman la atención los gatos negros.
Un poema perfecto, digno de Rimbaud. Te felicito, Poeta.
Publicar un comentario