La experiencia de Claudia Sierich como traductora contribuye en gran medida a diseñar ese espacio liminar del decir.
Liminares son las transiciones iniciáticas a lo largo de nuestra vida. En el ámbito religioso, tal estado corresponde a Hermes, guía de las almas en el mundo de las profundidades. Pero Hermes es, asimismo, el dios de los lenguajes secretos. El hermetismo patente en estas páginas hechas de intensidad, exigencia, bella oscuridad, se inserta en un continuo esfuerzo de transgredir los límites percibidos en el entorno: su búsqueda de sentido se verifica no solo en la escritura, sino en la existencia de quien escribe. Por algo, la voz que nos llega de los umbrales nos invita a cuestionar los rotundos paraísos laicos y nos ofrece una escéptica indeterminación, un lugar donde podemos convivir en paz con la duda para, desde ella, crear.
Miguel Gomes
Todo tiene irreparable vida útil. Inmejorable fecha de vencimiento. Son varias las horas que corren allí afuera. Varias las que desvarían. Si hay hora, deshora. No camina ninguna hora.
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La ciudad de mi infancia no luce relojes en los espacios públicos. Los recuerdo sin haberlos visto. Desatendidos, no protagonizan nada. Trastos inútiles, interfieren en la cadena sin horas del caprichoso transitar urbano. Su estructura sirve para colocar una que otra basurita como última noticia del paseante. Doblegados como cualquier pieza del ornato público, defensa de la carretera o valla publicitaria, se aburren más que un triste y abollado poste del alumbrado que casi alumbra.
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La renuncia que rinde: deseo pensar en que consiste un escabullirse de la aceleración generalizada que se ha venido imponiendo como una fuerza muda, incontestable. Cogió ritmo por su cuenta. Instaló el anónimo destrozo del tiempo. La esperanza puesta en ganar tiempo ( para nosotros ) gracias a diversas tecnologías de transporte y de comunicación se tornó fuerza omnívora y nos alcanza como el tiro por la culata.
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Es ilusorio pensar la traducción cómo calco más o menos perfecto. No pensarla así, entrar en espesores a los que pocos te acompañan. Tampoco sirve el recurso de la explicación, ni de la descripción. En tanto réplica se conforma la reposición desplazada, contestación, la respuesta en rara resonancia.
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Casi nada, casi todo.
Algo que se mueve estando quieto.
Donde los elementos se mantienen
los unos a los otros en suspenso, abiertos.
La avidez de descifrar, la ternura de sostener el material, la estructura.
Algo que no se desgasta con el uso,
la adivinanza de todos los días.
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Saber que existe la ruptura absoluta e inevitable me dicta esta mensura, esta medida de contención: la de abandonar, de interrumpir el dispendioso devenir verbal y cerrar en frágil y valedero punto de equilibrio. Concluyo la traducción del poema y lo asiento, así, en lugar imposible, imposible de fijar de por siempre.
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El fino hilo interminable de la traducción impide que enmudezca un mundo. Participar me coloca en modo de resonancia y sucedo. Permite pertenecer y cobrar pertinencia. En una historia sin fin, reverbero en el bello rumor – bello por correspondiente, por respondón y disidente. Hay dioses allí afuera – y no están cansados.
Claudia Sierich: Nació en Caracas, en 1963. En libre ejercicio, se mueve entre la interpretación de conferencias, la traducción y la escritura. En 1999 ganó el Concurso de Poesía del Taller Literario Lugar Común de la Universidad Simón Bolívar en su 1era edición. Su poemario (Imposible de lugar en cursiva) obtuvo el premio de poesía Autores Inéditos de Monte Ávila Ed. Latinoamérica 2008 y la Mención Honorífica en Poesía del Premio Municipal de Literatura de Caracas 2010.
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