ACACIAS
En la
gélida noche rugen los huracanes.
"A Diotima", Hölderlin
Estremecidas
como naves
acacias
emergidas de un paisaje antiguo
y no
obstante batidas en su fuego
bajo la
negra luz de atardecida
yo miro
yo asisto
a este
mínimo esplendor tan denso
yo palpo
la
intermitencia de las arboladuras
su fuego
girante delirante
enmarcadas
en un éxtasis grave
como
desposeídas lanzadas al abismo
así de
grande
en un
follaje poblado de sombras agitadas
las miro
frente a
la piedad de mis ojos
bajo los
huracanes de la Noche.
***
ADIÓS AL
SIGLO XX
a Alvaro Mutis
Cruzo la
calle Marx, la calle Freud;
ando por
una orilla de este siglo,
despacio,
insomne, caviloso,
espía ad
honorem de algún reino gótico,
recogiendo
vocales caídas, pequeños guijarros
tatuados
de rumor infinito.
La línea
de Mondrian frente a mis ojos
va
cortando la noche en sombras rectas
ahora que
ya no cabe más soledad
en las
paredes de vidrio.
Cruzo la
calle Mao, la calle Stalin;
miro el
instante donde muere un milenio
y otro
despunta su terrestre dominio.
Mi siglo
vertical y lleno de teorías...
Mi siglo
con sus guerras, sus posguerras
y su
tambor de Hitler allá lejos,
entre
sangre y abismo.
Prosigo
entre las piedras de los viejos suburbios
por un
trago, por un poco de jazz,
contemplando
los dioses que duermen disueltos
en el
serrín de los bares,
mientras
descifro sus nombres al paso
y sigo mi
camino.
***
AMANTES
Se
amaban. No estaban solos en la tierra;
tenían la
noche, sus vísperas azules,
sus
celajes.
Vivían
uno en el otro, se palpaban
como dos
pétalos no abiertos en el fondo
de alguna
flor del aire.
Se
amaban. No estaban solos a la orilla
de su
primera noche.
Y era la
tierra la que se amaba en ellos,
el oro
nocturno de sus vueltas,
la
galaxia.
Ya no
tendrían dos muertes. No iban a separarse.
Desnudos,
asombrados, sus cuerpos se tendían
como
hileras de luces en un largo aeropuerto
donde
algo iba a llegar desde muy lejos,
no
demasiado tarde.
***
MI AMOR
En otro cuerpo va mi amor por esta calle,
siento sus pasos debajo de la lluvia,
caminando, soñando, como en mí hace ya tiempo …
Hay ecos de mi voz en sus susurros,
puedo reconocerlos.
Tiene ahora una edad que era la mía,
una lámpara que siempre se enciende al encontrarnos.
Mi amor que se embellece con el mal de las horas,
mi amor en la terraza de un café
con un hibisco blanco entre las manos,
vestida a la usanza del nuevo milenio.
Mi amor que seguirá cuando me vaya,
con otra risa y otros ojos,
como una llama que dio un salto entre dos velas
y se quedó alumbrando el azul de la tierra.
***
CANCIÓN
Cada
cuerpo con su deseo
y el mar
al frente.
Cada
lecho con su naufragio
y los
barcos al horizonte.
Estoy
cantando la vieja canción
que no
tiene palabras.
Cada
cuerpo junto a otro cuerpo,
cada
espejo temblando en la sombra
y las
nubes errantes.
Estoy
tocando la antigua guitarra
con que
los amantes se duermen.
Cada
ventana en sus helechos,
cada
cuerpo desnudo en su noche
y el mar
al fondo, inalcanzable.
***
CEMENTERIO
DE VAUGIRARD
Los
muertos que conmigo se fueron a Paris
vivían en
el cementerio Vaugirard.
En el
recodo de los fríos castaños
donde la
nieve recoge las cartas
que el
invierno ha lacrado,
recto
lugar, gélidas tumbas, nadie, nadie
sabrá
nunca leer sus epitafios.
Un alba
en escarchas de mármol
y el
helado aguaviento
soplando
sobre amargas ráfagas,
Alba de
Vaugirard, rincón donde la muerte
es una
explosión interminable. Piedras, huesos, retama.
¿Quién
oía el tintinear de sus pailas
a la
sagrada hora del café
cuando
son interminables sus chácharas?
¿Qué
silencio tan hondo allí suplía
el cantar
de uno solo de sus gallos?
Muertos
de sol, de espacios, de sábanas,
muertos
de estrellas, de pastos, de vacadas,
muertos
bajo tierra a caballo.
Los
muertos que conmigo se fueron a París
vivían en
el cementerio Vaugirard,
estéril
pabellón de graníticas tapias.
¿Qué
queda allí de esa memoria
ahora que
la última luz se ha embalsamado?
¿Qué
recordarán sus camaradas
de sus
voces, de sus humildes hábitos?
Alba de
Vaugirard, niebla compacta,
amistad
con que la luna clavetea las lápidas,
¿qué
quedó allí de aquellos huéspedes
agradecidos
de tanta posada?
¿Qué
noticias envían ahora lejanos
a los
caídos, a los vencidos, a los suicidas olvidados?
Un alba
en escarchas de mármol
y el
helado aguaviento
soplando
sobre amargas ráfagas.
Oscuro
lugar donde la muerte
es una
explosión interminable
sobre
recuerdos, átomos, retama.
¿Qué
permanece de tanta memoria?
¿Quién
llega ahora a oír sus chácharas
cuando la
nieve recoge las cartas
que el
invierno ha lacrado? Nadie, nadie
sabrá
nunca leer sus epitafios.
***
DOS
REMBRANDT
Con
grumos ocres pudo el viejo Rembrandt
pintar su
último rostro. Es un autorretrato
en su
final. hecho de encargo
para un
joven pintor de 34.
(El mismo
Rembrandt visto en otra cara.)
Puestos
cerca esos cuadros
muestran
en igual pose las dos bocas,
unos ojos
intensos o vagos,
las manos
juntas en el aire
y el
tacto de colores
con
hondas luces que se rompen
en sordos
sollozos apagados...
Rembrandt
en la vejez, al dibujarse
supo ser
objetivo. No interfiere
en los
estragos de su vida,
ve lo que
fue, no afiade, no lamenta.
Su alma
sólo nos busca por espejo
y sin
pedirnos saldo
se acerca
en sus dos rostros,
pero
quién al mirarlos no se quema?
***
Dura
menos un hombre que una vela
pero la
tierra prefiere su lumbre
para
seguir el paso de los astros.
Dura
menos que un árbol,
que una
piedra,
se
anochece ante el viento más leve,
con un
soplo se apaga.
Dura
menos un pájaro,
que un
pez fuera del agua,
casi no
tiene tiempo de nacer,
da unas
vueltas al sol y se borra
entre las
sombras de las horas
hasta que
sus huesos en el polvo
se
mezclan con el viento,
y sin
embargo, cuando parte
siempre
deja la tierra más clara.
***
AQUÍ
Aquí, amor mío, se queda el canto,
aquí se quedan las palabras…
Y la dicha veloz de esta esfera volando
detrás de un sol que nos ignora
y nos arrastra hacia su noche,
aquí también sin huella ha de apagarse.
Aquí, amor mío, nos desvestimos;
los cuerpos quedan solos con sus sombras,
las sombras con el viento,
mientras la luna salva lo que puede
de todo el íntimo naufragio.
Mas aunque se adueñe del olvido
el soplo que nos borra,
algo de ti, de mí quizá se salve
y aquí perdure en el azul terrestre.
Aquí, amor mío, con esta lámpara
que propaga el claror de su luz nómada,
aquí donde otras sombras que no vemos
también nos acompañan.
***
EL
ESCLAVO
Ser el
esclavo que perdió su cuerpo
para que
lo habiten las palabras.
Llevar
por huesos flautas inocentes
que
alguien toca de lejos
o tal vez
nadie. (Sólo es real el soplo
y la
ansiedad por descifrarlo.)
Ser el
esclavo cuando todos duermen
y lo
hostiga el claror incisivo
de su
hermana, la lámpara.
Siempre
en terror de estar en vela
frente a
los astros
sin que
pueda mentir cuando despierten,
aunque
diluvie el mundo
y la
noche ensombrezca la página.
Ser el
esclavo, el paria, el alquimista
de
malditos metales
y
trasmutar su tedio en ágatas.
en oro el
barro humano.
para que
no lo arrojen a los perros
al
entregar el parte.
***
EN EL
NORTE
Esta
noche dimito de las sombras,
el
Támesis regresa al mar del norte
con
celajes de tren bajo la lluvia
y en sus
raudos vagones
los
viajeros sacan crucigramas.
Es la
noche, resguárdate,
grita el
reloj cerca del polo,
pero a
esta hora mi país de ultramar
cruza el
arco del sol
y se
baten azules las palmas.
En cada
muro en que me acodo
siento el
vaivén errante de los barcos.
Entre
estas islas y mi casa
caben
todas las aguas por siglos de este río,
el gris
invierno de paredes rectas,
los
vientos que nos tornan monosilábicos
y quedan
leguas que llenar para acercarse.
Mi
corazón da tumbos en medio de la niebla,
no se
ajusta a los polos,
busca el
lugar donde la tierra gira más despacio.
Esta
noche soy diurno frente al Támesis,
no voy a
bordo en sus vagones,
sigo de
pie con el silencio de una palma.
mi país
de ultramar resplandece a lo lejos
y yo
cuento sus horas
en
relojes perdidos más allá del Atlántico.
Su
ausencia es mi único equipaje.
***
ESCRITURA
Alguna
vez escribiré con piedras,
midiendo
cada una de mis frases
por su
peso, volumen, movimiento.
Estoy
cansado de palabras.
No más
lápiz: andamios, teodolitos,
la
desnudez solar del sentimiento
tatuando
en lo profundo de las rocas
su música
secreta.
Dibujaré
con líneas de guijarros
mi
nombre, la historia de mi casa
y la
memoria de aquel río
que va
pasando siempre y se demora
entre mis
venas como sabio arquitecto.
Con
piedra viva escribiré mi canto
en arcos,
puentes, dólmenes, columnas,
frente a
la soledad del horizonte,
como un
mapa que se abra ante los ojos
de los
viajeros que no regresan nunca.
***
HOTEL
ANTIGUO
Una mujer
a solas se desnuda,
pared por
medio, en el hotel antiguo
de esta
ciudad remota donde duermo.
Abren las
sedas un rumor disperso
que se
mezcla al follaje
de los
helechos en el aire.
Se oyen
llaves que giran en un cofre,
jadeos
ahogados, prendas,
la
inocencia de gestos solitarios
que beben
los espejos.
A su
tiempo la noche se desnuda
y las
calles apiladas se doblan
en un
vasto ropaje
con la
fatiga de un final de fiesta.
Una mujer
a solas tras los muros,
unos
pasos, un oscuro deseo,
hasta mí
llega de otro mundo
como
alguien que he amado y que me habla
desde un
ataúd lleno de piedras.
***
LA HORA
DE HAMLET
Esta
mañana me sorprende
con mi
olvidada calavera entre las manos.
Hago de
Hamlet.
Es la
hora reductiva del monólogo
en que
interrogo a mi Hacedor
sobre
esta máscara que ha de volverse polvo,
sobre
este polvo que sigue hablando todavía
aquí y
acaso en otra parte.
A la
distancia que me encuentre de la muerte,
hago de
Hamlet.
Hamlet y
pájaro con vértigo de alturas,
tras las
almenas del íngrimo castillo
que cada
quien erige piedra a piedra
para ser
o no ser según la suerte,
el
destino, la sombra, los pasos del fantasma.
***
LA POESÍA
La poesía
cruza la tierra sola,
apoya su
voz en el dolor del mundo
y nada
pide
ni
siquiera palabras.
Llega de
lejos y sin hora, nunca avisa;
tiene la
llave de la puerta.
Al entrar
siempre se detiene a mirarnos.
Después
abre su mano y nos entrega
una flor
o un guijarro, algo secreto,
pero tan
intenso que el corazón palpita
demasiado
veloz. Y despertamos.
***
La
terredad de un pájaro es su canto,
lo que en
su pecho vuelve al mundo
con los
ecos de un coro invisible
desde un
bosque ya muerto.
Su
terredad es el sueño de encontrarse
en los
ausentes,
de
repetir hasta el final la melodía
mientras
crucen abiertas los aires
sus alas
pasajeras,
aunque no
sepa a quién le canta
ni por
qué,
ni si
podrá escucharse en otros algún día
como cada
minuto quiso ser:
más
inocente.
Desde que
nace nada ya lo aparta
de su
deber terrestre,
trabaja
al sol, procrea, busca sus migas
y es sólo
su voz lo que defiende
porque en
el tiempo no es un pájaro
sino un
rayo en la noche de su especie,
una
persecución sin tregua de la vida
para que
el canto permanezca.
***
LETRA
PROFUNDA
Lo que
escribí en el vientre de mi madre
ante la
luz desaparece.
El sueño
de mi letra antigua
tatuado
en espera del mundo
se borró
a la crecida del tiempo.
Colores,
tactos, huellas
cayeron
bajo túmulos de nieve.
Sólo
murmullos a deshora
afloran
hoy del fondo,
visiones
en eclipse, indescifrables
que
envuelve el vaho de los espejos.
Los ojos
buscan en el aire
el
espacio donde el alma flotaba
y se
pierden detrás de su senda.
Lo que
escribí en el vientre de mi madre
quizás no
fue sino una flor
porque
más hiere cuando desvanece.
Una flor
viva que no tiene recuerdo.
***
MANOA
No vi a
Manoa, no hallé sus torres en el aire,
ningún
indicio de sus piedras.
Seguí el
cortejo de sombras ilusorias
que
dibujan sus mapas.
Crucé el
río de los tigres
y el
hervor del silencio en los pantanos.
Nada vi
parecido a Manoa
ni a su
leyenda.
Anduve
absorto detrás del arco iris
que se
curva hacia el sur y no se alcanza.
Manoa no
estaba allí, quedaba a leguas de esos mundos,
-siempre
más lejos.
Ya
fatigado de buscarla me detengo,
¿qué me
importa el hallazgo de sus torres?
Manoa no
fue cantada como Troya
ni cayó
en sitio
ni grabó
sus paredes con hexámetros.
Manoa no
es un lugar
sino un
sentimiento.
A veces
en un rostro, un paisaje, una calle
su sol de
pronto resplandece.
Toda
mujer que amamos se vuelve Manoa
sin
darnos cuenta.
Manoa es
la otra luz del horizonte,
quien
sueña puede divisarla, va en camino,
pero
quien ama ya llegó, ya vive en ella.
***
ORFEO
Orfeo, lo
que de él queda (si queda),
lo que
aún puede cantar en la tierra,
¿a qué
piedra, a cuál animal enternece?
Orfeo en
la noche, en esta noche
(su lira,
su grabador, su cassette),
¿para
quién mira, ausculta las estrellas?
Orfeo, lo
que en él sueña (si sueña),
la
palabra de tanto destino,
¿quién la
recibe ahora de rodillas?
Solo, con
su perfil en mármol, pasa
por entre
siglos tronchado y derruido
bajo la
estatua rota de una fábula.
Viene a
cantar (si canta) a nuestra puerta,
a todas
las puertas. Aquí se queda,
aquí
planta su casa y paga su condena
porque
nosotros somos el Infierno.
***
PÁJAROS
Oigo los
pájaros afuera,
otros, no
los de ayer que ya perdimos,
los
nuevos silbos inocentes.
Y no sé
si son pájaros,
si
alguien que ya no soy los sigue oyendo
a media
vida bajo el sol de la tierra.
Quizás es
el deseo de retener su voz salvaje
en la
mitad de la estación
antes que
de los árboles se alejen.
Alguien
que he sido o soy, no sé,
oye o
recuerda,
si hay
algo real dentro de mí son ellos,
más que
yo mismo, más que el sol afuera,
si es
musical la fuerza que hace girar el mundo,
no ha
habido nunca sino pájaros,
el canto
de los pájaros
que nos
trae y nos lleva.
***
REGRESO
Un
instante la silla ha regresado
a su
lejano árbol
con sus
verdes tatuajes ya secos.
Sus
pájaros están dispersos, muertos,
y la
manada del rugoso cuero
yace
plegada bajo las tachuelas.
Ya no hay
más que silencio nivelado
bajo la
sombra de un follaje extinto
donde se
curte todo su misterio.
Fiel a
sus tablas, sólo da reposo,
cuando en
tardes la hemos recostado
a la
pared, ahogando una memoria
de días
que crecieron como un árbol
y la vida
tronchó por cosa muerta,
claveteada
con viejos pensamientos.
***
SER
ESCLAVO
Ser el
esclavo que perdió su cuerpo
para que
lo habiten las palabras.
Llevar
por huesos flautas inocentes
que
alguien toca de lejos
o tal vez
nadie. (Sólo es real el soplo
y la
ansiedad por descifrarlo.)
Ser el
esclavo cuando todos duermen
y lo
hostiga el claror incisivo
de su
hermana, la lámpara.
Siempre
en terror de estar en vela
frente a
los astros
sin que
pueda mentir cuando despierten
aunque
diluvie el mundo
y la
noche ensombrezca la página.
Ser el
esclavo, el paria, el alquimista
de
malditos metales
y
trasmutar su tedio en ágatas,
en oro el
barro humano,
para que
no lo arrojen a los perros
al
entregar el parte.
***
SETIEMBRE
Mira
setiembre nada se ha perdido
con
fiarnos de las hojas.
La
juventud vino y se fue, los árboles no se movieron
El
hermano al morir te quemó en llanto
pero el
sol continúa.
La casa
fue derrumbada, no su recuerdo.
Mira
setiembre con su pala al hombro
cómo
arrastra hojas secas.
La vida
vale más que la vida, sólo eso cuenta.
Nadie nos
preguntó para nacer,
¿qué
sabían nuestros padres? ¿Los suyos qué supieron?
Ningún
dolor les ahorró sombra y sin embargo
se
mezclaron al tiempo terrestre.
Los
árboles saben menos que nosotros
y aún no
se vuelven.
La tierra
va más sola ahora sin dioses
pero
nunca blasfema.
Mira
setiembre cómo te abre el bosque
y
sobrepasa tu deseo.
Abre tus
manos, llénalas con estas lentas hojas,
no dejes
que una sola se te pierda.
***
SÓLO LA
TIERRA
A Reynaldo Pérez-So
Por todos
los astros lleva el sueño
pero sólo
en la tierra despertamos.
Dormidos
flotamos en el éter,
nos
arrastran las naves invisibles
hacia
mundos remotos
pero sólo
en la tierra abren los párpados.
La tierra
amada día tras día,
maravillosa,
errante,
que trae
el sol al hombre de tan lejos
y lo
prodiga en nuestras casas.
Siempre
seré fiel a la noche
y al
fuego de todas sus estrellas
pero
miradas desde aquí,
no podría
irme, no sé habitar otro paisaje.
Ni con la
muerte dejaría
que mis
cenizas salgan de sus campos.
La tierra
es el único planeta
que
prefiere los hombres a los ángeles.
Más que
el silencio de la tumba
temo la
hora de resurrección:
demasiado
terrible
es
despertar mañana en otra parte.
***
UCCELLO,
HOY 6 DE AGOSTO
En el
cuadro de Uccello hay un caballo
que
estuvo en Hiroshima.
Nadie lo
ve cuando se ausenta,
cuando
sus ojos beben sombra
sobre los
cascos que se pulverizan.
Uccello
dejó un mapa de la guerra
arcaico,
con armas inocentes.
No
dibujaba aviones ni torpedos,
desconocía
los submarinos,
su muerte
iba del gris al rojo, al verde.
Sólo el
caballo en este 6 de agosto
está
herrado con viejas cicatrices,
sólo sus
patas llevan en la noche
a la
desolación del extenninio.
Es un
caballo torvo, atado a un árbol,
siempre
listo en su silla,
Uccello
lo cubrió con capas de pintura,
lo borró
de su siglo,
y hoy
aguarda en el fondo de la cuadra
con los
jinetes del Apocalipsis.
***
UN AÑO
Vuelvo a
contarme aquí mi vida
otra
tarde de otoño
viejo de
treinta y tres vueltas al sol.
Vuelvo a
replegarme en esta silla
palpando
su inocencia de madera
ahora que
el año hace su estruendo
y me
sacude fuerte, de raíz.
En la
terraza inicio otro descenso
al
infierno, al invierno.
Sangran
en mí las hojas de los árboles.
***
DOS
CUERPOS
Cuántas veces, a tientas, en la noche,
sueñan dos cuerpos fundirse en uno solo
sin saber que al final son tres o cuatro.
Ocurre siempre ante el desnudo de la carne
y su ávido misterio:
de pronto un ojo extraño se abre en las almohadas,
cruzan labios volando por la niebla,
surgen intempestivas voces
de olvidados amantes.
Los espejos protegen a esos duendes
interpuestos en los jadeos
y los susurros.
Nada delata en las alcobas
sus crueles usurpaciones sentimentales.
Solamente la luna
sabe qué manos verdaderas se acarician,
qué rostros ríen detrás de las mascaras
y quiénes envueltos en la sombra
con pasos furtivos se reencuentran.
Solamente la luna que es redonda,
lenitiva y amarga.
***
LA CASA
En la
mujer, en lo profundo de su cuerpo
se
construye la casa,
entre
murmullos y silencios.
Hay que
acarrear sombras de piedras,
leves andamios,
imitar a
las aves.
Especialmente
cuando duerme
y en el
sueño sonríe
—nivelar
hasta el fondo
no
despertarla;
seguir el
declive de sus formas
los
movimientos de sus manos.
Sobre las
dunas que cubren su sueño
en
convulso paisaje,
hay que
elevar altas paredes,
fundar
contra la lluvia, contra el viento,
años y
años.
Un ademán
a veces fija un muro,
de algún
susurro nace una ventana,
desmontamos
errantes a la puerta
y atamos
el caballo.
Al fondo
de su cuerpo la casa nos espera
y la mesa
servida con las palabras limpias
para
vivir, tal vez para morir,
ya no
sabemos,
porque al
entrar nunca se sale.
***
Elegía a la muerte de mi hermano
Ricardo
Mi hermano ha muerto, sus huesos
yacen
caídos en el polvo. Sin ojos con
qué llorar
me habla triste, se sienta en su
muerte
y me abraza con su llanto
sepultado.
Mi hermano, el rey Ricardo, murió
una mañana
en un hospital de ciudad, víctima
de su corazón que trajo a la vida
fatales dolencias de familia.
Mi madre estuvo una semana muerta
junto a él
y regresó con sus ojos apaleados
para mirarme de frente. Aún hay
tierra
y llanto de Ricardo en sus ojos.
Perdía voz - dijo mi hermana-,
tenía febricitancia
de elegido y nos miraba con tanta
compasión
que lloramos hasta su última
madrugada.
Mamá es más pobre ahora, mucho
más pobre.
Mi familia lo cercó. Él nos amaba
con la nariz taponada de
algodones.
Todos éramos piedras y mirábamos
un río que comenzaba a pasar.
Lo llevaron alzado como un ave de
augurios
y lo sembraron en la tierra
amorosa
donde la muerte cuida a los
jóvenes.
Cuando bajó, sollozaba profundo.
El rey Ricardo está muerto. Sus
pasos
de oro amargo resuenan en mi
sangre
donde caminan con fragor de
tormenta.
su nombre estalla en mi boca como
la luz.
Todos lo amamos, mi madre más que
todos.
y en su vientre nos reunimos en
un llanto compacto:
desde allí conversamos, como las
piedras,
con un río que comienza a pasar.
***
BIOGRAFÍA
Eugenio Montejo nació en Caracas, Venezuela, el 19 de
octubre de 1938. Fue profesor universitario, gerente literario de la editorial
MonteAvila de Venezuela. Como diplomático trabajó en la embajada de Venezuela.
Fue fundador de la revista Azar Rey y
cofundador de la Revista Poesía de la Universidad de Carabobo. Fue investigador
en el Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos de Caracas, y
colaborador en revistas nacionales y extranjeras.
Publicó, entre otros, los poemarios: Elegos
(1967), Muerte y memoria (1972), Algunas palabras (1977), Terredad (1978),
Trópico absoluto (1982), Alfabeto del mundo (1986) y Chamario (2003). Publicó
poesía infantil con el seudónimo de Eduardo Polo.
En 1998 recibió el Premio Nacional de
Literatura de Venezuela y en 2004 el Premio Internacional Octavio Paz de Poesía
y Ensayo.
Murió en Valencia, el 5 de junio de 2008.
(Poemas tomados de biblioteca personal y sitios webs)
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