AFRUTADOS
Veo
las frutas en la cima
siendo
recompensa en días áridos
de
indivisas despedidas
y
sueños a la mitad.
Reseca
la boca
tientan
con lujuriante aroma
alcanzada
en tu refugio
donde
ya ni a salvo estás,
embestida
de apetitos
y
renuncias.
Elige
una, aunque áspera te sea.
La más
distante o la más esférica,
y
álzala con su azul erotizado por la nostalgia
en el
invisible ritual
de
invertir el infortunio
…
LA ROSA SEPIA DE OBREGÓN
Libre,
la rosa sepia abre su centro.
La
asedian los ciclones y la espina.
Tiene
suerte el celador que en ella
encuentre
razones de permanencia.
Recordarte
entonces a ti, Roberto.
A ti,
su obsesivo y terco vigilante
que
diseccionas a la rosa
y a
sus pétalos enumeras,
fotografiándolos
en su breve tránsito
mientras
se desprenden uno a uno,
atando
la quimera
a la
caída del último.
A ti,
que de la rosa hiciste templo.
Del
rocío a la resurrección
en la
vigilia del pensamiento
al
nombrar los otros núcleos,
de la
aflicción en la rosa cautiva.
Contemplo
el estremecimiento,
aguijoneando
las heridas del cuerpo
que en
solitario hurga la tempestad,
que
solamente la rosa despierta.
Libre
ya de tu cuerpo, te entregas
a la
hora huérfana que no fue de otros
sino
de la rosa azul y fugitiva,
la que
perdura
en
quien la retuvo alguna vez
como
lo hiciste tú,
con
alisada crin de posesión y fulgor.
…
CELAJE NARANJA
Pertenezco
a la tribu de los que escuchan
en el
celaje naranja las llaves del misterio,
resonancias
entre el objeto y la palabra
con el
lazo simple de lo que espuma
en los
espacios blancos de la página.
Algo
vuela y cae en tierra, auscultadas
las
mínimas sonoridades entre las grietas.
Reconocerse
es trabajo silencioso en soledad.
El
celaje atraviesa la concavidad del cielo
abanicando
salvajes naranjas y turquesas
arenas
oro en la rugosidad del césped,
donde
meditas y alzas la mirada bien arriba,
mientras
rebuscas en los fondos de memoria
rastros
de rostros
puntas
de lo poco quieto
los
focos percutantes del deseo
la voz
del padre
a la
hora del grillo.
…
ALMINAR
Solamente
tú,
con
voz bajita,
en el
raro instante en que el almuecín anuncia
cinco
llamadas a la oración cotidiana,
eres
quien
me
incita a tocarle la punta a lo radiante.
¿Al
revelárseme,
sobre
el triángulo alto del faro de fuego…
hacia
cuál pregunta incómoda me inclina?
…porque
nada parece ser lo que antes fue,
danza
encendida sobre la superficie mercurial
que, a
lo vivido, convierte en presente.
Entonces,
extiendo
las dos manos para recibir allegados
dibujos
de aire,
trazados
en la pirueta inicial,
comprendido
cada agudo sonido
con
cuerpo de pájaro libre.
Ahora
que tu casa habito, logro ver por los cerrojos
avispados
movimientos que al vacío cruzan,
sucesión
de perfiles que van y vienen,
disfraces
sueltos de lo que mudo queda con tu ida,
los
que apenas alcanzo a ver desplazarse sin apuro
siendo
abates líneas de vocales sueltas
que
silban el canto sepia de tu soledad.
Edda
Armas (Caracas, Venezuela -1955)
Poeta, psicóloga social, editora y gestora
cultural. Ha publicado Toma lo
simple por el tallo (Universidad Simón Bolívar, USB, 2010), Casa y arcángel
(Nueva York, 2008), Armadura de piedra (2005), Cuerdas de serpiente (1985), y
la antología Dagas y otras flores (Monte Ávila Editores, 2007), entre otros.
Coautora con Lihie Talmor de dos Libros de artista, uno en el Taller Arte Dos
Gráfico de Bogotá; también de la antología Fe de errantes; 17 poetas del mundo
(Ediciones Otero, Caracas, 2006). Obtuvo el Premio Municipal de Poesía (Caracas,
1995) con su poemario Sable y el Premio Internacional de Poesía “José Antonio
Ramos Sucre” (Venezuela, 2002) por En bicicleta. Presidió el PEN Venezuela
entre 2005 y 2009.
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