aZOOMate un poco
Antología de cuentos
Por Miguel de Loyola (escritor
chileno).
El año 2020, a
pesar de la pandemia o por causa de la misma, se han publicado cientos de
libros en Chile. De todos los géneros y las más diversas categorías. Será
difícil su clasificación, en el caso de que la hubiese, en un país donde leer
no es una costumbre, salvo para un segmento minoritario, marginado por una
sociedad más entregada al placer del cuerpo que del espíritu. Sin embargo, cabe
destacar esta vez el auge que ha cobrado la creación literaria. El encierro forzado
ha servido a muchos para un encuentro consigo mismo a través de la palabra y su
ejercicio. Escribir es resistir, y bajo este contexto pandémico, la frase no
puede calar más hondo.
En mis manos tengo
una publicación intitulada aZOOMate un poco, título que alude a
las condiciones en que se han desarrollado las relaciones humanas en medio de
la pandemia, en su mayoría a través de la plataforma virtual denominada zoom.
El libro reúne textos de cinco autores: Daniel Alves, Matías Aninat, Irene
Araya, Claudio Ernesto y Maritza Herrera. Se trata de relatos breves,
probablemente escritos in situ, producto del encierro. En ellos es
posible advertir la capacidad de contar que habita en todo aquel que se lo
proponga, concentrándose en ello. Un ejercicio que el hombre viene desarrollando
desde el principio del mundo para comunicar sus sueños e inquietudes: «En el principio era el Verbo, y
el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios».
Los relatos reunidos
en aZOOMate un poco subrayan anécdotas y peripecias de lo
cotidiano, del diario vivir, algunas referidas a las experiencias en pandemia.
Relatos realistas, podríamos clasificar, aunque algunos desbordan hacia otros
planos. Relatos bien escritos, sin problemas de sintaxis, como suele ocurrir a
la mayoría de los noveles escritores. Se nota aquí la preocupación por el uso
de los tiempos verbales correctos, por sustantivos y adjetivos adecuados. Hay un
buen trabajo de edición de los textos, sin erratas a diestra a siniestra que
tanto malogran un relato, perjudicando el fondo y la forma.
Su lectura es
amena, entretiene, divierte. Permite al lector meter narices en mundos ajenos, participar
de ellos, advertir las múltiples aristas que dan forma a la realidad, en un
mundo que a diario pretende fijarla en un solo punto, reprimiendo la
imaginación y la fantasía que tanto necesita el hombre para vivir en paz
consigo mismo y con los otros.
Destacan por
cierto algunos relatos más que otros, como ocurre en cualquier antología: La
fiesta, de Daniel Alves; El nuevo rostro, de Matías Aninat; Furia
en primavera, de Irene Araya; La realidad tras el espejo, de Claudio
Ernesto y especialmente Como dos gotas de agua, de Maritza Herrera donde
se percibe la tensión dramática y el conflicto que todo relato necesita para
sorprender al lector. Sin embargo, en todos ellos está implícita la búsqueda
permanente de todo narrador de la historia que conmueva. El intento de plasmar
una experiencia, real o imaginaria, siguiendo los paradigmas del arte de la
literatura.
Sin duda, el año
de la pandemia dará a luz muchas antologías, marcando un hito en la
historiografía literaria del mundo entero. Se trata de un fenómeno mundial.
Santiago de Chile, Diciembre del
2020.
LA FIESTA
Eso fue lo que encontró
Melisa en internet cuando se sintió aburrida e hizo una pausa en su trabajo. A
sus treinta años, a veces cuestiona cosas de su vida. Creo que a todos nos ha
pasado más de una vez. Saber si estamos donde deberíamos estar o si trabajamos
en lo que somos buenos. Incluso se pregunta si haberse cambiado a Chile hace
diez años fue una buena decisión.
Le llamó la atención la
palabra acaso y más aún la primera explicación. Si te pones a pensar, los
acontecimientos causales están por todas partes y todo el tiempo, se dijo
mientras caminaba hacia la puerta para recibir el delivery de su cena. Lo que
no entiendo, es por qué siempre me cuesta aceptar el acaso, pensó ya sentándose
a comer. La televisión estaba encendida en un canal cualquiera, ella sólo
quería aquellas voces acompañándola. Luego se iría a la cama a descansar.
—Javi, me voy de
vacaciones a Egipto en octubre —me dijo Melisa cuando llegó a la oficina y me
vio sentado en mi escritorio.
—¿En serio, por qué
Egipto? —le pregunto con algo de envidia, yo que nunca he ido al continente
africano.
—Voy al matrimonio de una
amiga. ¿Quieres ser mí +1?
—Sorry, Meli, no tengo
dinero ni días de vacaciones para acompañarte. —Y no le mentí, ya estaba todo
planificado para irme a Estados Unidos en septiembre.
Melisa no se daba cuenta
de que en aquel instante el acaso ya se estaba encargando de preparar sorpresas
para su viaje. Yo sí me lo imaginaba. Siempre que alguien me anuncia que se va
de viaje, yo ya veo la película completa. Incluso me gusta hacer una salida de
despedida, no porque piense que le podría pasar algo malo, al contrario, pienso
que tal vez pase algo tan bueno que sea más fuerte que volver al hogar. Conozco
experiencias de gente que se fue de vacaciones y nunca volvió.
En nuestras siguientes
conversaciones, le contaba a Melisa los lugares que a mí me gustaría conocer de
Egipto. Obviamente, yo hablaba desde el punto de vista de alguien curioso y
cinéfilo. Y que por eso sabía el nombre de algunos lugares en aquellas tierras.
De nuevo ella no vio que el acaso nos llevaba a estas conversaciones y apuntó
todo.
Cuando volví de Estados
Unidos, nos juntamos a tomar cerveza. Ella, preparada para escuchar mis
historias de vacaciones. Como viajé solo, sentía que las historias eran sólo
mías también y le omití detalles en mis relatos. La misma fiesta de mi regreso
fue para despedirla. El lunes siguiente, yo ya estaría solo en la oficina.
Durante los primeros días
de su ausencia, nos comunicamos a diario. Y ella me hablaba de la gente de
allá, de las comidas árabes, de los mercados y las personas “exóticas” que se
cruzaban en su camino. Todo aquello era el “acaso” en acción. De nuevo no nos
dábamos cuenta.
Nuestros mensajes fueron
disminuyendo y me dediqué a mi trabajo. Estoy seguro de que Melisa estará
disfrutando de sus vacaciones. Algunos días antes de su regreso, le cuento en
secreto, que ya no podré seguir haciendo su parte del trabajo. Es fome, le digo,
pero dejo de hablar para no echar a perder sus últimos días en Egipto. El lunes
siguiente ya no estaría sólo en la oficina.
A su regreso, quiere
contármelo todo. Mientras escucho, voy construyendo mi película de Egipto. Me
narraba sus aventuras y las cosas que solo se viven cuando se viaja. El mejor
dinero gastado es el que se gasta en viajes. “Pensé que no volverías, Meli”, le
comento, encontrando gracia en los nombres de la gente que conoció. Ella
también reía. Estoy seguro de que igual que yo, también omitió detalles.
La rutina nos hace volver
a la vida en Santiago. Hasta que recibo una invitación de las antiguas, en
papel, para una fiesta. Como suele decir mi madre, lo mejor de la fiesta es
esperar por ella. Me demoré años en entender eso. Le digo a Melisa que sea mí
+1, pero responde que ya tiene planes para el fin de semana. No me queda otra
que ir solo. Pero el “acaso” me tenía otra sorpresa. Un egipcio había venido a
Chile en busca de quien se había enamorado en El Cairo semanas atrás. Entonces
celebramos el noviazgo de Melisa y Adib.
Daniel Alves
EL NUEVO ROSTRO
Jacobo se sentía extranjero en su país. En
efecto, era la única persona de la ciudad que conservaba su rostro original.
Todo el mundo llevaba cubierta la cara con algún fruto de los árboles que
crecían en los parques y espacios verdes de la urbe. El joven se avergonzaba al
caminar por las calles. No toleraba ver cómo era el único que estaba ajeno a la
nueva moda. Se sentía observado por los transeúntes, quienes fijaban su mirada
de desprecio sobre este hombre que aún tenía un rostro humano.
En su casa, la situación
no era para mejor. Al mirarse al espejo, reaccionaba con horror frente a este
rostro horrible que le estaba condenando al ostracismo. Incluso, tenía
pesadillas de manzanas, naranjas y peras que lo perseguían por callejones
oscuros. No le quedaba otra alternativa más que sucumbir.
Un día, se levantó
decidido a cambiar su rostro. Sólo debía encontrar algún árbol que le brinde un
fruto suficientemente atractivo para poder insertarlo en la cara. Para su
suerte, a dos cuadras de su casa, un limonero relucía en la colina de un parque
aledaño. Sin dudarlo, Jacobo corrió hacia él con la esperanza de poner fin a
sus problemas.
Llegó hasta el árbol y
cogió entre sus ramas un limón. Sin embargo, no comprendía cuáles pasos eran
requeridos para intercambiar su rostro. Intentaba frotárselo por encima de su
cara, sin que surgiera efecto. Cuando comenzó a desesperarse, pasó por el lugar
un hombre cubierto por una naranja, quien le indicó al joven acudir a un sitio
de trasplantes donde un especialista se haría cargo de la operación. Aliviado,
Jacobo cogió el fruto y emprendió una nueva búsqueda.
A los veinte minutos,
encontró una tienda que desplegaba un gran cartel en su exterior “cambio de
rostros por solo $100 pesos”. Sin pensarlo dos veces, ingresó, para encontrarse
con una anciana que —para su gran sorpresa— también conservaba su faceta
humana.
—¿En qué lo puedo ayudar
joven? —le preguntó.
—Vengo a que me cambien mi
rostro por el de un limón.
—¿Y por qué motivo quiere
hacerlo?
Fue después de esta
pregunta que Jacobo tomó una pausa. En efecto, nunca comprendía el motivo por
el cual esta moda había causado tanta sensación en la ciudad. Además, la
primera persona a la cual veía también con su rostro humano en mucho tiempo era
—vaya paradoja— alguien que se encargaba de hacer el implante.
—Disculpa que le pregunte,
¿pero por qué usted no se ha cambiado el rostro, como todo el mundo? —le
replicó Jacobo después de un breve silencio.
—Porque no le encuentro sentido.
—Pero todo el mundo lo
hace.
—¿Y así qué? ¿Acaso estoy
condenada a seguir la corriente?
—Y si no le parece, ¿por
qué entonces se ha dedicado a hacer trasplantes de cara a todos los demás?
—No tengo otra opción,
hijo. Yo me dedico a hacer lo que me pidan.
Quedando estupefacto, a
Jacobo se le ocurrió una idea. Qué tal si en vez de seguir la moda imperante,
él aprovechaba la ocasión para implantar un nuevo movimiento. Era una
oportunidad segura para causar sensación, y ser él esta vez quien lleve la batuta.
—Cambio de opinión. Mejor
quiero que me saque todo rastro de carne humana sobre mi cara.
Sin cuestionar su cambio
de parecer, la anciana puso manos a la obra. Varias horas tardó en despojarle
todo rastro de piel humana que almacenaba en la cara. El resultado salió como
lo esperaba: Jacobo ahora era una calavera viviente.
El joven estaba feliz.
Después de un buen tiempo viviendo bajo la sombra de la vergüenza, al fin podía
presumir de su nuevo rostro. A la salida, caminó por las calles más visibles de
la ciudad con un evidente aire de orgullo. Las personas a su alrededor lo
observaban ya no con desprecio sino con maravilla, como si se tratase de alguna
celebridad. Muchos incluso miraban su propia cara de fruta con vergüenza, como
si ya estuviera pasada de moda.
Al llegar a su casa, por
primera vez en mucho tiempo, Jacobo se miró al espejo con el pecho erguido. Y
no era para menos, pues estaba en completo enamoramiento con su nuevo rostro.
En lugar de desprecio, se admiraba al observarse con su cráneo, cuya blancura
irradiaba como luz de luna llena.
Esa misma noche, Jacobo
trató de recostarse en la cama. Sin embargo, no le fue posible conciliar el
sueño. La almohada le incomodaba demasiado. Además, su mente estaba absorbida
por la idea de querer lucirse en la ciudad. Tras reflexionar por algunas horas,
llegó a convencerse de que debía inmiscuirse en su nueva faceta por completo.
Fue así como el
protagonista acudió al cementerio donde pretendía pasar la noche. Para su
suerte encontró una tumba vacía. Sin pensarlo dos veces se acostó en el sitio y
utilizó barro acumulado por los alrededores para cubrir su cuerpo. Así se
durmió un poco más tranquilo.
A la mañana siguiente se
despertó gracias a los rayos de sol que iluminaron el resplandor del
cementerio. Jacobo estaba de buen humor, más aún cuando escuchaba a los pájaros
de los árboles de sus alrededores silbar de alegría. Comenzó a dirigirse hacia
las vías principales, donde esperaba ver el efecto que surgiría con sus
acciones.
Y así fue. Niños,
ancianos, mujeres, vagabundos, artistas, y tantos otros personajes que rodeaban
las calles estaban ahora a esqueleto descubierto. Sin embargo, lejos de
complacer a Jacobo, la escena le resultó horripilante. Las múltiples calaveras
con que se topaba, no eran más que un despojo de la humanidad de las personas.
Al menos los frutos le recordaban el mundo natural; ver toda esa cantidad de
huesos era un espectáculo que personificaba la muerte bajo su faceta más
trágica
y gris.
Necesitaba volver a
sentirse vivo. Corrió al taller a un ritmo desesperado con el propósito de
revertir todo lo que había causado. Nuevamente lo recibió la anciana, quien no
se sorprendió por su repentino retorno.
—¿Qué pasa ahora, hijo?
—le preguntó ella, manteniendo su tono sereno. —
¡Quiero hacer un cambio!
Así entonces, Jacobo fue
experimentando con múltiples facetas. En una primera instancia, el joven quiso
pintar su calavera de varios colores. El resultado no lo dejaba satisfecho,
pues se sentía como un payaso que intentaba maquillar la realidad. Luego,
insertó al interior de su cabeza trozos de tierra para sembrar unas semillas
que tenía guardadas en su habitación. Al poco tiempo de que le crecieran
plantas, fue invadido por insectos y pájaros, haciendo que nuevamente cambiara
de parecer. Por último, se construyó un mueble en la cara, pero al mirarse al
espejo, tuvo una sensación horrorosa de verse como un objeto inerte.
Estos intentos lo
terminaron frustrando, a tal punto de tomar una decisión final. Fue así que un
día acudió por última vez al taller, decidido a recuperar su identidad
original. Además, ya estaba asqueado de esta ciudad y, por ende, concluyó que
debía emprender nuevos rumbos.
La anciana del taller
guardaba en un cajón trozos de piel de la cara de Jacobo, extraídos desde la
primera ocasión en la que ingresó a su tienda. Cuando lo vio entrar, la dueña
del local tuvo un presentimiento de cuál sería la nueva solicitud. —
¡Quiero ser el yo de
antes! —imploró de un golpe el joven
—¿Está seguro? Una vez que
recobre su rostro original, ya no me será posible hacerle otro cambio.
—Seguro como nunca en mi
vida.
—Bueno, como es primera
vez que hago esta operación, no le puedo asegurar que resulte perfecto.
—No me importa, tiene mi
permiso para proceder.
Algunas horas más tarde,
Jacobo volvió a sentir el calor de su piel en el rostro. En efecto, el
procedimiento no había estado exento de imperfecciones. Manchas y cicatrices
eran ahora parte de su cara, como grietas que habían permanecido en una casa
tras haberla reconstruido después de un desastre. Poco le importaba al joven,
quien estaba contento de lograr su cometido. Se despidió de la anciana, esta
vez de forma definitiva, agradeciéndole por su ayuda durante todo este periodo.
Jacobo deambuló por las
calles de la ciudad, la que ahora era un caos total. Mientras que algunas
personas habían optado por quedarse con su esqueleto, otras —viendo los cambios
que el joven había experimentado— decidieron emprender sus propias
transformaciones. Así, algunos se revistieron de insectos, mientras que otros
construyeron casas y hasta edificios enteros en su rostro. Incluso, había
quienes se decapitaron por completo. Cada uno buscaba ser el nuevo estandarte
de la moda imperante.
Lejos de perturbarse,
Jacobo transitó tranquilo hacia el muelle de la ciudad. Sabía que la urbe ya no
era su lugar. Llegó la hora de embarcarse a nuevos destinos. Fue así como cogió
uno de los botes, para remar rumbo a su nuevo hogar: la Isla de la Liberación.
Matías Aninat
FURIA EN PRIMAVERA
Gabriela no paraba un
minuto mientras supervisaba hasta el último detalle de la cena que había
preparado para sus amigas. Como era tradición, se juntaban cada seis meses en
su casa, las cuatro que componían esta cofradía desde sus tiempos de compañeras
de curso en el Villa María. Cada una había tomado caminos distintos, pero
seguían reuniéndose para compartir y apoyarse en los tiempos difíciles.
Rondaban los sesenta años y tenían hijos mayores, excepto Liliana a quien la
maternidad nunca le interesó.
La casa de Gabriela era
enorme y ella misma se encargaba de la decoración, que había sido su hobby
desde que terminó sus estudios. Su marido era gerente de una importante empresa
y ella no había necesitado trabajar para subsistir. Sus dos hijos ya eran
independientes y vivían en distintos países, por lo que se sentía en ocasiones
algo solitaria.
La primera en llegar fue
Macarena, la Maca, un torbellino rubio en tacos y mucho animal print. Separada
dos veces, con un hijo de cada matrimonio, ahora se dedicaba, según sus propias
palabras, a disfrutar de la vida.
—¡Gaby está quedando la
embarrá con todo esto de las movilizaciones! —le dijo azorada —esta semana ya
me han suspendido tres veces la hora de la peluquería y mira cómo tengo las
raíces —agregó mientras estiraba su pelo. —¿Pero qué onda pasa en este país?
—Ni idea —respondió
Gabriela —mejor sentémonos a tomar un rico aperitivo que hizo la Rosita, —le
contestó refiriéndose a su empleada.
En eso estaban cuando
llegó la tercera de las amigas: Isabel Margarita de Larraguibel, como le
gustaba nombrarse en honor a su marido, un ilustre senador de la República.
—¡Qué tal chicas! —dijo
entrando mientras sus pulseras emitían un tintineo cristalino. —¡Qué atroz
todo, les digo, esto va a terminar mal! —comenzó diciendo Isa, —todos estos
roteques reclamando no sé qué. Julián llamó de Bruselas pidiéndome que no
saliera de casa, pero estoy atroz de aburrida sin poder ir a ningún lado,
porque claro, cierran temprano en todas partes. Si hasta mi manicurista me dijo
que no me podía atender, porque tenía que volver temprano a su casa. Figúrate
tú, el colmo de la flojera.
Seguía lamentándose cuando
llegó la última de las amigas, Liliana. Alta y delgada, vestida sencillamente
de jeans y blusa de seda negra, había sido la única en estudiar en la
universidad, de donde había egresado como veterinaria, a lo que se dedicaba
desde entonces. Su padre, un diplomático de renombre y sus amigas, no podían
creer la carrera que había escogido. Por último, podría haber sido economista o
escritora, habían pensado. Todo, menos trabajar con animales. Pero ella era
feliz, dedicándose al cuidado de las mascotas de otros.
Las cuatro se saludaron
cariñosamente y después del aperitivo, disfrutaron de la exquisita cena
preparada por Gabriela. Durante la sobremesa comenzaron nuevamente a hablar de
la situación actual.
La más enfadada era Isabel
Margarita que no paraba de reclamar:
—¡No sé qué más quieren!
Tienen derecho a salud, educación y todo ¿Por qué han llegado tantos
inmigrantes entonces? —decía —porque estamos en un oasis como dijo Sebastián*
—se respondía a ella misma, mientras saboreaba la torta Tatin del menú.
—¡Atroz, atroz! —agregaba
Macarena. —¡Y más encima van todos estos niñitos de las universidades a
avivarles más la cueca! ¡Qué horror!
—Paren, chicas —dijo
Liliana— ¿No se han detenido un segundo a pensar que tal vez sea la gente que
tiene la razón y no ustedes?
Las dos se pusieron en
guardia y al unísono le preguntaron a qué se refería.
—Me refiero a que no todo
el mundo tiene sus necesidades resueltas, así como ustedes. Aunque no lo crean,
existen personas más allá de los límites de sus casas o sitios que frecuentan.
Ustedes los conocen, porque los ven todos los días, pero no reparan en ellos,
en que no tienen lo mínimo necesario para vivir dignamente.
Ante la mirada perpleja de
sus amigas continuó, —tengo una pregunta para las dos: ¿Cuánto ganan sus
empleadas?
Isabel Margarita fue la
primera en contestar.
—La Chelita gana como dos
millones creo yo, no sé, si es Julián el que paga todo.
Macarena, al menos, tenía
una idea más aproximada:
—Yo le pago a mi nana
cuatrocientas lucas al mes, claro que sin imposiciones porque eso sube mucho el
costo.
Al escucharla, Gaby elevó
su voz por primera vez: —pero ¿quién vive con esa plata al mes? —dijo —si no
alcanza para nada.
—Esa justamente es la
razón de las movilizaciones amigas, malos sueldos, mala educación, salud y
peores jubilaciones — remató Liliana.
—¡Esto no me está gustando
nada, Lili! —declaró Isabel Margarita —así como hablas, te estás pareciendo a esta
niñita con lentes rojos, esa diputada del Partido Comunista.
Bastó ese comentario para
que Liliana explotara.
—¡Ya me aburrieron! ¡Se
acabó! —dijo con lágrimas en los ojos. —no puedo seguir con esta farsa. Hace
años que nos reunimos para recordar aquellos tiempos en que éramos unas niñas.
Siento que no hemos evolucionado nada. Nos quedamos detenidas en el tiempo. No
tengo nada en común con ustedes y creo que ya no seguiré viniendo a estas
estúpidas reuniones — les manifestó a sus horrorizadas compañeras —y antes de
irme, quiero decirles que tengo una pareja maravillosa hace siete años. Se
llama Viviana y nunca he podido presentarla a mis amigas por lo que van a
pensar ellas de mí —terminó diciendo, y dirigiendo su mirada a Isabel Margarita
le gritó: —
¡Ahora sí que está
completo el cuadro, Isa: comunista y lesbiana!
Todas quedaron en shock
ante la confesión de Liliana, pero fue justamente Isabel Margarita, la menos
pensada, la que ofreció su apoyo.
—Tranquila Lili, nunca te
vamos a juzgar por lo que eres. Para serte franca hace un tiempo lo sabíamos —y
ante el asombro de Liliana le explicó: —la Maca te vio con ella hace un par de
años en una exposición de cuadros de la Isidora Del Río. ¿Recuerdas? ¿pero
quiénes somos nosotras para juzgarte? Estábamos esperando que confiaras en
nosotras. Además –prosiguió —debo decirles que no soy la yegua insensible que
aparento. De hecho, en estos momentos ni siquiera tengo empleada.
—Pero ¡cómo, Isa! —saltó
Gabriela. —¿Y cómo te las arreglas?
—¿Recuerdan ustedes a Luchito
“Tololo” Baeza?
—¿El hijo de la señora del
kiosco del colegio?
—Sí me acuerdo —dijo
Macarena. —usaba unos lentes enormes, por eso lo de Tololo**.
—¡Bien Maca! —felicitó
Isabel Margarita. —¡El mismo! Tanto que nos reíamos de él en ese entonces y
ahora somos pareja —declaró antes sus estupefactas oyentes. —vivimos juntos
hace cinco años. Lo ayudo a atender su pastelería que tiene cerca de la Plaza
Ñuñoa.
—¿Pero y tu marido Julián?
–preguntaron a coro Gabriela, Maca y Liliana.
—Ese me dejó hace siglos,
—respondió tranquilamente Isabel Margarita. —Se fue con su secretaria y no
tengo idea dónde estará. Continué con esta farsa por las mismas razones que
Liliana. Para mantener las apariencias.
—Bueno —habló Macarena —ya
que estamos en esto, debo decirles que mi vida tampoco ha sido fácil. Vivo con
mis hijos y me toca cuidar a los nietos todo el día. Cero glamour. Ambos
hicieron malas elecciones y ahora con lo difícil que es conseguir trabajo,
están todo el día trabajando en Uber mientras me quedo con los críos. Ni para
una manicure decente me alcanza. —Se quejó.
De pronto todas se
volvieron hacia la dueña de casa.
—¿Por qué me miran todas?
—dijo Gabriela. Y ante la mirada inquisitiva de sus amigas se confesó.
—Bueno, para serles
franca, debo decirles que probablemente esta será la última reunión en esta
casa.
Ante las exclamaciones de
las otras mujeres continuó: — seguiremos juntándonos como hasta ahora, pero en
otro lugar. Despidieron a José Pablo a sus sesenta y dos años, porque la
empresa quiso ceder su puesto a un ingeniero comercial más joven, casualmente
sobrino de uno de los accionistas mayores. Y con el tren de gastos de esta
casa, obviamente no nos va a alcanzar, así es que ya la vendimos para pagar
deudas y pudimos comprar un pequeño departamento en Ñuñoa —confesó emocionada.
— Podremos ir a visitarte a tu pastelería Isa —terminó bromeando.
Todas comenzaron a reír
simultáneamente. Llevaban tantos años fingiendo.
—Bueno, chicas, brindemos
por nosotras —dijo finalmente Liliana, —basta de mentiras y sigamos
reuniéndonos por lo que somos.
—¡Eso es! —dijo Macarena
—nada más que mujeres comunes, peleando día a día para poder subsistir.
—¿Saben qué? —sugirió
Gabriela —les propongo sumarnos a las movilizaciones. Total, todas hemos
perdido algo por lo cual habíamos luchado.
Todas asintieron riendo.
—Listo, —continuó Gabriela
—¡cada una a buscar su cacerola! ¡El llamado a manifestarse es a las ocho!
*Sebastián Piñera: actual presidente de
Chile.
**Tololo: Observatorio astronómico ubicado
cerca de La Serena, Norte de Chile.
Irene Araya
LA REALIDAD TRAS EL ESPEJO
Abrió los ojos, se estiró
con un bostezo prolongado, como con ganas de quedarse durmiendo y después de
gritar sílabas inentendibles, se incorporó listo para comenzar un nuevo día. En
una hora, entró y salió del baño; subió y bajó repetidas veces la escalera. Vistió
formal, se arregló el escaso pelo y, finalmente, antes de tomar el maletín y
subir a su 4x4, fue a saludar y a darse ánimo frente al espejo. Limpió con un
trozo de papel la humedad que pudiera empañar su mirada. Con amplia sonrisa y
mirándose fijamente, se arengó para tener un día perfecto. Miró con admiración
los ojos al otro lado del espejo, les habló en distintos tonos, les pidió y dio
bendiciones. Después, encendió la tercera luz del baño y repitió todo por
segunda vez. Cuando notaba que el tono de la voz que venía desde el espejo no
era igual al tono que él había decidido emitir, se volvía a acomodar, moviendo
el cuello de un lado al otro y arreglándose el arreglado poco pelo, repetía la
limpieza sobre la superficie brillante, borrando cualquier signo que empañara
el brillo marrón que lo observaba desde el fondo. A veces, todo resultaba bien
al primer intento, ahí era cuando se retiraba de enfrente del espejo, pero
inmediatamente y presa de la inseguridad, volvía a la posición anterior sólo
para constatar que el otro también se hubiese retirado y al ver que el otro
estaba haciendo lo mismo, volvía a repetir todo desde el principio. Finalmente
lo miraba con orgullo y al ver que recibía lo mismo, se iba feliz. Y cuando no
resultaba al primer intento, ni al segundo y así, por horas, simplemente
llegaba atrasado a su trabajo.
Durante el trayecto
pensaba en cómo saber si la imagen en el espejo también iba a su trabajo y si
también iba atrasada. La imagen del espejo se le cruzaba por la mente en momentos
inoportunos durante el trabajo, haciéndolo olvidar detalles o decisiones que
después debía explicar con mentiras a sus superiores.
Últimamente le está
costando más despegarse del espejo. Arenga, miradas, destellos, movimientos y
limpieza, cualquier detalle que no lo convenza, lo hace repetir repetir todo de
nuevo, todo de nuevo. En especial, el viernes pasado, fue el colmo. Estando
listo para retirarse del espejo y después de haberse acomodado, moviendo el
cuello y arreglándose el arreglado poco pelo y haber repetido repetido la
limpieza sobre la superficie brillante, se movió leve hacia la frontera del
cristal, perdiendo de vista un ojo y media cara del otro lado, pero sin poder
resistirlo, devolvió el movimiento una y otra vez hasta que sin darse cuenta
cómo, sentía que estaba quieto, paralizado, inmóvil. Perplejo, observó cómo su
imagen al fondo, se movía repitiendo sus movimientos anteriores, perdiéndose
cada vez un poco más hasta desaparecer por completo. Esto es imposible quiso
pensar, pero el frustrado intento de despegar los pies del piso, lo hicieron
temer lo peor. No podía moverse.
Sus hijos se levantaron, su esposa transitaba
feliz por la casa. Todos haciendo sus vidas, incluso hablando del papá, que
está en el trabajo, decían.
En un estado anterior al
pensamiento, quiso pensar lo siguiente: “Inmóvil e invisible, no puede ser”,
pero ni siquiera pudo pensar. No había forma de articular un pensamiento, ni de
moverse. Comenzó a disfrutar ese estado de no ser, de levitar inducido, de no
sentir. Así, se resignó a esperar su vuelta del trabajo, que ya no era su
vuelta, pero que de alguna forma sí era su vuelta. Y, dispúsose a dejar pasar
el tiempo, mientras veía el fondo vacío del espejo, a la espera de sí mismo.
Recién había notado cómo
se comenzaba a extinguir la claridad por entre las celdas de la rejilla de la
puerta del baño, cuando logró pensar algo y desde ese momento y cada segundo
pensó más y más, hasta que, mirando hacia el fondo del espejo, notó que
aparecía un ojo, luego la cara, luego el otro ojo. Cuando su rostro completó su
rostro, pudo mover sus piernas y todo el cuerpo. Extrañamente feliz, salió del
baño, se puso pijama y se acostó.
Abrió los ojos, se estiró
con un bostezo prolongado como con ganas de quedarse durmiendo y después de gritar
sílabas inentendibles, se incorporó listo para comenzar un nuevo día.
Claudio Ernesto
COMO DOS GOTAS DE AGUA
—¿En qué puedo ayudarte?
—Dijo con una voz que me sonó conocida.
—¿Papá? —Dije bien bajito,
queriendo que me tragara la tierra. —¿Qué haces aquí a esta hora? Deberías
estar en casa cuidando a mi madre, por qué la has dejado sola, cuando ya no
puede caminar y ¿si necesita alguna cosa? ¿quién la ayudará?
Pero en segundos aterricé,
qué le diría yo a mi padre si tampoco debería estar aquí en este café sentada
esperando a mi amante, si no lo despachaba luego a casa se encontraría cara a
cara con Facundo y ahí no sé qué haría papá conmigo y con él. Necesito actuar
rápido. Me levanté de la mesa, lo encaré de frente, me amarré el cabello y le
dije en un tono fuerte y claro.
—¿Con quién está mamá?
—Tu madre está bien
cuidada, por supuesto que no la dejaría sola, pero tú, Camila ¿desde cuándo
vienes por la mañana a este lugar y no pasas a ver a tus padres?
—Bueno, yo me dirigía a la
casa de ustedes, pero decidí tomarme un café, no sabía si estarían despiertos
tan temprano... —de pronto me sentí como una niña, dando explicaciones,
mintiendo y lo más terrible de todo, tendría que sacarlo luego de aquí, ya que
Facu no tardaría en llegar y él no sabía que yo era casada y con hijos.
—Papá, te invito a que
vayamos a ver a mamá, luego se me pasará la hora y no podré hablar nada con
ella.
Me miró con cara de duda,
o tal vez, eso sentía yo, debido a que la conciencia ya hacía varios meses me
pesaba; si, estaba arriesgando años de matrimonio por una aventura, pero ¿qué podía
hacer ahora?, nada, de momento solo retirar a mi padre de esta escena, antes de
que se desatara la más terrible de mis pesadillas y fue justo cuando escuché a
papá decirme a lo lejos en mi cabeza...
—Vamos hija, te ves tan
pálida que parece que estás enferma.
—Sí, puede ser, es por eso
que paré aquí, sería bueno tomarme algo para la cabeza apenas llegue a tu casa,
—me apresuré en decir y aproveché de tirar de mi papá hacia la puerta lo más
rápido posible.
—Hija, te pido que por
favor no le digas a mamá dónde me encontraste, tú sabes que a ella le encantaba
salir, sobre todo tomarse un café, bueno y ahora, en su condición, me siento
egoísta haciéndolo yo solo, ¿Me entiendes?
—Claro, papá, no te
preocupes, pero vamos, tu secreto quedará muy bien guardado. —En ese momento,
observé a lo lejos una mujer más o menos de la edad de mi madre, sentada al
fondo de la cafetería con cara triste mirándonos, y fue entonces que entendí;
mi padre estaba pecando igual que su intachable hija, qué cosa más absurda, me
dieron ganas de mirarle con cara de ¿tú piensas que soy tonta?, pero me contuve
y solo lo invité a caminar delante de mí para asegurarme de que ahora él no
descubriera mi secreto. Cuando ya estábamos afuera, no pude aguantarme y solo
le dije: —Qué raro papá, sabes que tu color de piel está igual al mío, creo que
nos contagiamos del mismo virus, ¿qué crees tú?
—Puede ser cariño, estos
días están tan inestables que todo puede ser.
Con su mirada, me dejó
callada, no sé si la conciencia me estaba persiguiendo, pero me pareció que el
abuelito de mis hijos, el tierno y buen señor de edad, me había descubierto,
rápidamente lo abracé y le dije:
—También lo creo.
Maritza Herrera
Cinco autores, cinco
pantallas distintas, cinco estilos narrativos unidos por encuentros virtuales.
Aquí te dejamos un esbozo de lo que traen, apenas un bocado, para que el hambre
por conocer sus historias no se sacie.
Daniel
Alves: Busca siempre la aventura en las letras que nos ofrece, lleva
el asombro en los ojos y sus recuerdos en cajas de zapato. Aquí derrama delirio
y ensoñación, en historias que nunca pasarán desapercibidas para el lector, con
quien dialoga en todo momento, haciéndolo parte de lo que narra. Nos trae
personajes únicos como Tunico, el pájaro que cuida los cajones de sus emociones
o, Gir Asol, un leal compañero de verano.
Matías
Aninat: Nos sumerge en un mundo onírico, todo es posible desde su
pluma. Leerlo es transformarse, como sus personajes o andar 9 hacia el Valle de
los cuentos, para revelar que vivimos en él. Matías nos lleva de la mano a un
sueño, que quizá sea el de cada lector, para descubrirnos al final del camino
intactos. En esta antología presenta una breve muestra de toda su creatividad,
comparable apenas con sus casi dos metros de altura.
Irene
Araya: Lectora ávida siempre, lo cual se traduce en su destreza
narrativa. En sus historias con frecuencia nos encontramos ante hechos
realmente sorprendentes y su versatilidad nos puede presentar las ocurrencias
de dos jóvenes o mostrarnos el más complejo de los casos detectivescos. Debes
leerla con la sonrisa siempre a la mano, pues las oportunas pinceladas de humor
te harán requerirla.
Claudio
Ernesto: Todo es poesía a su alrededor, y con él respiramos la vida en
metáforas. Nos trae una muestra que de a ratos nada en el surrealismo y de
pronto se sumerge en la realidad más sentida, se hace eco y voz de temas
profundamente sensibles. Ama por sobre todas las cosas y de esa pasión que es,
quedamos todos impregnados.
Maritza
Herrera: Nacida bajo el signo de Géminis, nos presenta aquí parte de
esa dualidad, y nos lleva de un extremo a otro en ese torbellino de emociones
que entreteje para esta antología. Entre lo erótico y lo trágico, nos presenta
un camino que debemos transitar con todos los sentidos dispuestos, para poder
saborear cada trozo.
La invitación ahora es a
sumergirse en la ficción que predomina en esta obra, aZOOMate un poco y quizá
no quieras salir de estos mundos...
Teresa Calderón
Georgina Ramírez
Diciembre, 2020.
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