jueves, 19 de agosto de 2021

Miriam Mireles / Nenúfares malogrados y otras pesadillas ( 10 poemas )

 




[9]


Como  un fantasma débil, despierto. Me doy cuenta en la

mitad de la noche. En la mitad del sueño. En la mitad del

atajo inútil, que no somos el centro de ningún

acontecimiento. Sólo un tulipán logra resquebrajar la tierra

y en la sofocación de salir, arrastra deseos. De los que no

sobreviven con los fantasmas débiles.


[13]


Entre sueños prestados, paso una semana de ser capullo a

ser imago de las mareas. Llego como larva en los litorales

despojada de mi boca. Delirio el viento y trémulo sacude mi

envoltura. En la búsqueda del desasosiego muere el sitio de

las tristezas de los ríos. Consigo un badajo preservado en

una jalea. Susurran por debajo de la arena que un náufrago

lo perdió mientras calafateaba las puertas de las ninfas.

Ésas. De las que Marco Polo no podía amar. En conjura,

ellas con sus mañas resguardaron el badajo y lo mostraron

como un fruto. Como un fruto de mar en litorales lejanos.

En litorales de playas donde resucito larva sin boca. Algunas

ninfas dicen que ahí, el fruto se les ha perdido. Otras que lo

han abandonado. Otras, las que más, lo han maldecido con

penitencias. Una semana de sueños es un tiempo en fuga.

Una precariedad en mi devenir de ser imago de las mareas.

Confundida con las ninfas, presto las alucinaciones.

Alucinaciones ajenas a su grito: ¡Pena a quien lo posea y la

mortificación eterna a sus deseos!

 

 

[17]

a Fernando Albán, in memorian

 

Las palabras de este sueño no pueden describirlo. Ni

siquiera los latidos. Menos aún el horror. Devastado es el

aire desde la ventanilla. No cabe el cuerpo que se volvió

minúsculo. Las telarañas de lluvia no dejan que pasen sus

hombros. Doblegado. A juro danza sobre el infinito. Sobre

la mañana cae pesadamente. Encima de las palabras. Sobra

la esperanza.


[21]


Este sueño se devuelve cada noche. Lo he memorizado.

Dicen que no quiere repetir los acordes de su adagio a las

puertas de un supermercado. En una ciudad rota. En un

país estafado. Insisto. No sé a quién decirle, presumo que se

acompleja por aquello de los orgasmos robados. Todavía no

reconoce que todas lo sabíamos. Una de las mujeres que no

lo ha olvidado, se camufla de Blancanieves. Nadie en la fila

del supermercado es indiferente a su carne pálida. Atraviesa

la indiferencia de los que están dormidos o muertos. Los

condena a una vigilia espantosa. Su vientre se vuelve

oscuro. Con la lengua hueca de miedo solicita al

dependiente orgasmos hurtados. Expropiados. Timados. La

fila protesta por la tardanza. Por las devoluciones de

artefactos raptados. Prestados. Saqueados. Blancanieves

insiste en que tienen que ser robados. Cuenta que ha

caminado los mares, especialmente el Mar Caribe para ver

si los consigue. ¿Cuántos han sido robados? Blancanieves se

aventura a ofrecerle a la fila de hombres del supermercado,

una infusión de besos. En procura de las ganas de pecar

hasta morir. Nadie puede simular lo vulnerable de su

sonrisa. Blancanieves les exclama que desea jugar a ser

bellaquera. Canta el adagio de amar al hombre de los

orgasmos. De los orgasmos robados.


[10]

 

Noctámbula. Cercana al amanecer, camino ansiosa. Camino

desde el hotel hasta la sala de lectura. Lugar escogido para

tomar las fotografías de aquellos sueños. Aguardo por ti.

Aguardo más de lo que era posible. Más de lo que podía

detenerme. Más de lo que el hombre del acordeón exhausto

-dormido sobre la silla- me decía. Más de las veces que te

has ido en un primer autobús. De un autobús lleno de gente.

Yo sólo quiero descubrir el penúltimo sueño.

Impresionarme. Acariciar la luz. La luz del espejismo en tus

fotografías de los sueños.      


[14]


La luna se resiste a vivir sostenida al cielo. Se lame las

blancas máculas. Se estremece cuando asciende la marea

Me presiente dormida. Reconoce que ya vivo en el sueño. Se

ve la cara. Su cara oculta.

 

[6]

 

Al leer la risa de ave. De ave de rapiña, apareces en el sueño.

Nadie lo celebra. No hay complacencia. Una avidez secreta

por sentir dolores. Sin miramientos. Descubro esa risa que

me despoja de transparencias. Del velo. Del sueño por los

gestos escritos. Casi todos extraños. Me detengo a anotarlos.

Mancho con tinta tu lengua. Parpadean mis únicas tres

pestañas. Tiembla, una y media vez, el único pezón

izquierdo que me queda. La piel del vientre se colorea,

nube. El labio superior lastima el papel. Palidece.

Cuchicheos ¿Los oyes? Nadie los escucha. Ruidos ¿Los

oyes? Sólo a quien engulle papeles malheridos. Es un sueño

que ante la proximidad de la rapiña, se disfraza. Con otro

velo. No se distingue. Su carne perturba. La lengua

manchada vacía sus papilas. Mi vientre vuelve a retroceder

en nubes. En vapor de agua desconocido. Busco dónde

esconder ojos. Uñas. Secretos. Mentiras a sus deseos. Olvido

el goce, en el sueño. Ya no leo los gestos escritos. Ni la risa

de ave. De ave de rapiña.


[23]


Este sueño aparece todos los lunes. En un gabinete se

exhiben cuentos de Caperucita Roja. La imagen de las

portadas es huidiza. Se recompone a última hora. Es

desordenada. Su cabello luce despeinado sobre las orejas y

las mejillas. Abandonada. Ninguno se queda a mirarla.

Muchos, próximos a la indiferencia. Caperucita Roja en la

exhibición de sus cuentos arrastra una cartografía que ya

nadie conoce. Lleva consigo un mapa (des)habitado.

Aperfumado. Hace ya tiempo que no registra lecturas. No

tiene huellas de ojos detrás de su prisa. Se esfuerza en

contarme, usando fractales de polvo, la destrucción. La

destrucción de un país y sus posibles nombres. Revela que

sus habitantes no pueden pensar. Ni soñar. Apenas

sobreviven. No tienen medicinas para curar mordidas de

lobos feroces. No tienen salas de hospitales dónde llevar a

las abuelitas de las caperucitas rojas, que aún quedan en ese

país. La mayoría lleva en sus bolsillos espejos hendidos que

nadie quiere doblar. Siempre están en fuga de las múltiples

alcabalas que esquivan para llegar a sus casas. Caperucita

Roja ansía escaparse de ese gabinete que exhibe sus

cuentos. Los lunes, ella se vuelve un animal que (des)habita

los laberintos de sus portadas. Un paquidermo, disfrazado

de lobo feroz, rapta a Caperucita Roja. La lleva fuera del

sueño.

 ...


[2]

 

En el preludio de la búsqueda de sueños con besos

inigualables, espero las flores. Las flores que inclinan su fiel

para abrir pétalos. Para ganar una ofrenda sin espinas.         

 

[8]

 

Medito antes de dormir y aparece un camino en

recurrencias. Los árboles han tomado la vida de un hombre.

Hacen fronteras con él. Borrosas en color ámbar. Volátiles.

Suspendidas a un primer sueño. Intermitencias. A

escondidas, me asomo en un tercer sueño. Quiero ver a ese

hombre que le da vida a un árbol. Me aproximo al color de

la botella, en las sombras de la arboleda. Los márgenes me

son esquivos. Se enrollan a mis tobillos. Me halan hacia el

cuerpo del hombre. Inclino mi rostro, para buscarlo en uno

de los sueños. Quizás en el segundo o en el tercero, no lo sé.

Inclino mi rostro, para ocultarme. Nuevamente me encorvo.

Me descubro ámbar. Color botella. Volátil. Suspendida. He

tomado la vida de un árbol. Soy un cuerpo árbol.




Miriam Mireles (Maracay, Venezuela)

Profesora de Matemáticas. Postgrado en Matemáticas e Informática Educativa. Miembro del Movimiento Internacional Mėtapoesía [MIM]. Sueños [multimedia], la lleva a participar en el 2000 a la ciudad de Buenos Aires, Argentina, en el 1er Encuentro Autormedia. En octubre de ese mismo año, en la ciudad de Rosario, Argentina participa con Poesía Digital en la Muestra de Arte Digital. 2da Edición. Participante en el libro Petrarca en Venezuela de Valeriano Garbín, Pavía Gráfica Editores. Valencia, Venezuela. 2004. De esa participación, la poesía En Rojo recibió el Premio Poesía y Artes Visuales 'Francisco Petrarca', Mejor serie de poesías mėtaoníricas.



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