[9]
Como un fantasma débil, despierto. Me doy cuenta en la
mitad de la noche. En la mitad del sueño. En la
mitad del
atajo inútil, que no somos el centro de ningún
acontecimiento. Sólo un tulipán logra
resquebrajar la tierra
y en la sofocación de salir, arrastra deseos. De
los que no
sobreviven con los fantasmas débiles.
…
[13]
Entre sueños prestados, paso una semana de ser
capullo a
ser imago de las mareas. Llego como larva en los
litorales
despojada de mi boca. Delirio el viento y
trémulo sacude mi
envoltura. En la búsqueda del desasosiego muere
el sitio de
las tristezas de los ríos. Consigo un badajo
preservado en
una jalea. Susurran por debajo de la arena que
un náufrago
lo perdió mientras calafateaba las puertas de
las ninfas.
Ésas. De las que Marco Polo no podía amar. En
conjura,
ellas con sus mañas resguardaron el badajo y lo
mostraron
como un fruto. Como un fruto de mar en litorales
lejanos.
En litorales de playas donde resucito larva sin
boca. Algunas
ninfas dicen que ahí, el fruto se les ha
perdido. Otras que lo
han abandonado. Otras, las que más, lo han
maldecido con
penitencias. Una semana de sueños es un tiempo
en fuga.
Una precariedad en mi devenir de ser imago de
las mareas.
Confundida con las ninfas, presto las
alucinaciones.
Alucinaciones ajenas a su grito: ¡Pena a quien
lo posea y la
mortificación eterna a sus deseos!
…
[17]
a Fernando Albán, in memorian
Las palabras de este sueño no pueden
describirlo. Ni
siquiera los latidos. Menos aún el horror.
Devastado es el
aire desde la ventanilla. No cabe el cuerpo que
se volvió
minúsculo. Las telarañas de lluvia no dejan que
pasen sus
hombros. Doblegado. A juro danza sobre el
infinito. Sobre
la mañana cae pesadamente. Encima de las
palabras. Sobra
la esperanza.
…
[21]
Este sueño se devuelve cada noche. Lo he memorizado.
Dicen que no quiere repetir los acordes de su
adagio a las
puertas de un supermercado. En una ciudad rota.
En un
país estafado. Insisto. No sé a quién decirle,
presumo que se
acompleja por aquello de los orgasmos robados.
Todavía no
reconoce que todas lo sabíamos. Una de las
mujeres que no
lo ha olvidado, se camufla de Blancanieves.
Nadie en la fila
del supermercado es indiferente a su carne
pálida. Atraviesa
la indiferencia de los que están dormidos o
muertos. Los
condena a una vigilia espantosa. Su vientre se
vuelve
oscuro. Con la lengua hueca de miedo solicita al
dependiente orgasmos hurtados. Expropiados.
Timados. La
fila protesta por la tardanza. Por las
devoluciones de
artefactos raptados. Prestados. Saqueados.
Blancanieves
insiste en que tienen que ser robados. Cuenta
que ha
caminado los mares, especialmente el Mar Caribe
para ver
si los consigue. ¿Cuántos han sido robados?
Blancanieves se
aventura a ofrecerle a la fila de hombres del
supermercado,
una infusión de besos. En procura de las ganas
de pecar
hasta morir. Nadie puede simular lo vulnerable
de su
sonrisa. Blancanieves les exclama que desea
jugar a ser
bellaquera. Canta el adagio de amar al hombre de
los
orgasmos. De los orgasmos robados.
…
[10]
Noctámbula. Cercana al amanecer, camino ansiosa. Camino
desde el hotel hasta la sala de lectura. Lugar
escogido para
tomar las fotografías de aquellos sueños.
Aguardo por ti.
Aguardo más de lo que era posible. Más de lo que
podía
detenerme. Más de lo que el hombre del acordeón
exhausto
-dormido sobre la silla- me decía. Más de las
veces que te
has ido en un primer autobús. De un autobús
lleno de gente.
Yo sólo quiero descubrir el penúltimo sueño.
Impresionarme. Acariciar la luz. La luz del
espejismo en tus
fotografías de los sueños.
…
[14]
La luna se resiste a vivir sostenida al cielo. Se lame las
blancas máculas. Se estremece
cuando asciende la marea
Me presiente dormida. Reconoce
que ya vivo en el sueño. Se
ve la cara. Su cara oculta.
…
[6]
Al leer la risa de ave. De ave de rapiña, apareces en el sueño.
Nadie lo celebra. No hay
complacencia. Una avidez secreta
por sentir dolores. Sin
miramientos. Descubro esa risa que
me despoja de transparencias.
Del velo. Del sueño por los
gestos escritos. Casi todos
extraños. Me detengo a anotarlos.
Mancho con tinta tu lengua.
Parpadean mis únicas tres
pestañas. Tiembla, una y media
vez, el único pezón
izquierdo que me queda. La piel
del vientre se colorea,
nube. El labio superior lastima
el papel. Palidece.
Cuchicheos ¿Los oyes? Nadie los
escucha. Ruidos ¿Los
oyes? Sólo a quien engulle
papeles malheridos. Es un sueño
que ante la proximidad de la
rapiña, se disfraza. Con otro
velo. No se distingue. Su carne
perturba. La lengua
manchada vacía sus papilas. Mi
vientre vuelve a retroceder
en nubes. En vapor de agua
desconocido. Busco dónde
esconder ojos. Uñas. Secretos.
Mentiras a sus deseos. Olvido
el goce, en el sueño. Ya no leo
los gestos escritos. Ni la risa
de ave. De ave de rapiña.
…
[23]
Este sueño aparece todos los
lunes. En un gabinete se
exhiben cuentos de Caperucita
Roja. La imagen de las
portadas es huidiza. Se recompone
a última hora. Es
desordenada. Su cabello luce
despeinado sobre las orejas y
las mejillas. Abandonada.
Ninguno se queda a mirarla.
Muchos, próximos a la
indiferencia. Caperucita Roja en la
exhibición de sus cuentos
arrastra una cartografía que ya
nadie conoce. Lleva consigo un
mapa (des)habitado.
Aperfumado. Hace ya tiempo que
no registra lecturas. No
tiene huellas de ojos detrás de
su prisa. Se esfuerza en
contarme, usando fractales de
polvo, la destrucción. La
destrucción de un país y sus
posibles nombres. Revela que
sus habitantes no pueden
pensar. Ni soñar. Apenas
sobreviven. No tienen medicinas
para curar mordidas de
lobos feroces. No tienen salas
de hospitales dónde llevar a
las abuelitas de las
caperucitas rojas, que aún quedan en ese
país. La mayoría lleva en sus
bolsillos espejos hendidos que
nadie quiere doblar. Siempre
están en fuga de las múltiples
alcabalas que esquivan para
llegar a sus casas. Caperucita
Roja ansía escaparse de ese
gabinete que exhibe sus
cuentos. Los lunes, ella se
vuelve un animal que (des)habita
los laberintos de sus portadas.
Un paquidermo, disfrazado
de lobo feroz, rapta a
Caperucita Roja. La lleva fuera del
sueño.
[2]
En el preludio de la búsqueda
de sueños con besos
inigualables, espero las
flores. Las flores que inclinan su fiel
para abrir pétalos. Para
ganar una ofrenda sin espinas.
…
[8]
Medito antes de dormir y
aparece un camino en
recurrencias. Los
árboles han tomado la vida de un hombre.
Hacen fronteras con él.
Borrosas en color ámbar. Volátiles.
Suspendidas a un primer
sueño. Intermitencias. A
escondidas, me asomo en
un tercer sueño. Quiero ver a ese
hombre que le da vida a
un árbol. Me aproximo al color de
la botella, en las
sombras de la arboleda. Los márgenes me
son esquivos. Se
enrollan a mis tobillos. Me halan hacia el
cuerpo del hombre.
Inclino mi rostro, para buscarlo en uno
de los sueños. Quizás en
el segundo o en el tercero, no lo sé.
Inclino mi rostro, para
ocultarme. Nuevamente me encorvo.
Me descubro ámbar. Color
botella. Volátil. Suspendida. He
tomado la vida de un
árbol. Soy un cuerpo árbol.
Miriam Mireles (Maracay,
Venezuela)
Profesora de
Matemáticas. Postgrado en Matemáticas e Informática Educativa. Miembro del
Movimiento Internacional Mėtapoesía [MIM]. Sueños [multimedia], la lleva a
participar en el 2000 a la ciudad de Buenos Aires, Argentina, en el 1er
Encuentro Autormedia. En octubre de ese mismo año, en la ciudad de Rosario,
Argentina participa con Poesía Digital en la Muestra de Arte Digital. 2da
Edición. Participante en el libro Petrarca en Venezuela de Valeriano Garbín,
Pavía Gráfica Editores. Valencia, Venezuela. 2004. De esa participación, la
poesía En Rojo recibió el Premio Poesía y Artes Visuales 'Francisco Petrarca',
Mejor serie de poesías mėtaoníricas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario