sábado, 4 de diciembre de 2021

María Elena Walsh (10 poemas)

 




BALADA DE LA ALONDRA PERSUASIVA

 

En otra madrugada,

por vientos de ceniza,

obedecí al latido de la alondra.

El cielo no era cielo todavía.

 

La zona del hornero,

el tiempo de la encina

se inquietaban en lento aprendizaje

y el cielo no era cielo todavía.

 

Hubo un encantamiento

de flor y hierba fina,

un cauteloso antaño de rocío,

y el cielo no era cielo todavía.

 

Septiembre constelado

de dos campanas frías

rodaba por lugares de silencio

y el cielo no era cielo todavía.

 

En clima de obediencia

mi pulso recorría

todo un advenimiento de corolas

y el cielo no era cielo todavía.

 

No regresó conmigo

la alondra persuasiva

porque me desterró de su latido

cuando el cielo fue luz de mediodía.

 

BALADA TRISTE

 

Era el otoño y era la llovizna,

la inicial certidumbre del poniente.

Mis pasos desandaban su tristeza

mientras sobre la tierra conmovida

era el otoño y era la llovizna.

 

En el transcurso de las avenidas

todos los pájaros habían muerto,

y las hojas llovían cautamente

sobre la hierba, cerca de mi sangre,

en el transcurso de las avenidas.

 

¿Qué llanto conocí, qué desconsuelo

bajo los árboles deshabitados?

Cuando en la fuente se reconocía

un cielo de palomas lejanísimas

qué llanto conocí, qué desconsuelo.

 

Oh muros de mi sed, aquellos muros

que no sé si existieron a mi lado;

bebí en ellos soledad de siglos,

luz funeraria, fríos alusivos.

Oh muros de mi sed, aquellos muros.

 

Triste ejercicio el de invadir la niebla

por ámbitos inciertos, declinando.

Atravesé desconocidos puentes

en el amanecer de los faroles.

Triste ejercicio el de invadir la niebla.

 

Todos los pájaros habían muerto

en el transcurso de las avenidas.

Qué llanto conocí, qué desconsuelo:

era el otoño y era la llovizna,

todos los pájaros habían muerto.

 

VANA HISTORIA

 

Si no recuerdo mal, todo cabía

entre los horizontes de un pañuelo.

Entonces figuraba el mediodía

un sol con ojos en mitad del cielo.

 

Y gracias a una tierna hechicería

la noche prodigaba su consuelo

con tanta claridad que uno veía

las estrellas tiradas en el suelo.

 

Pero hoy el agua no lo dice. Es cierto:

ya no se pone un corazón dorado

ni roba añiles a la golondrina.

 

Porque el mundo hechizado está desierto.

Qué dolor, sobre él se ha desatado

el Miedo con sus trapos de neblina.

 

SERENATA PARA LA TIERRA DE UNO

 

Porque me duele si me quedo

pero me muero si me voy,

por todo y a pesar de todo, mi amor,

yo quiero vivir en vos.

 

Por tu decencia de vidala

y por tu escándalo de sol,

por tu verano con jazmines, mi amor,

yo quiero vivir en vos.

 

Porque el idioma de infancia

es un secreto entre los dos,

porque le diste reparo

al desarraigo de mi corazón.

 

Por tus antiguas rebeldías

y por la edad de tu dolor,

por tu esperanza interminable, mi amor,

yo quiero vivir en vos.

 

Para sembrarte de guitarra,

para cuidarte en cada flor

y odiar a los que te castigan, mi amor,

yo quiero vivir en vos.

 

LA VÍSPERA

 

Ya preguntaba por el mundo mío,

por la calle sin voz, por el pausado

retorno de la noche en el rocío

y por el aldabón desmemoriado.

 

Sorprendían los pájaros del frío

la soledad del parque ensimismado

y regresaba el nombre del estío

puntual como la sangre a mi costado.

 

¡Oh voluntad de estrella en la bujía!

¡Oh cortejo de llantos vegetales

que en el perfil del viento renacía,

 

cuando al temblar la savia en su retoño,

bajo un aire aturdido de panales

amaneció la infancia del otoño!

 

EL 45

 

Te acordás hermana qué tiempos aquellos,

la vida nos daba la misma lección.

En la primavera del cuarenta y cinco

tenias quince años lo mismo que yo.

 

Te acordás hermana de aquellos cadetes,

del primer bolero y el té en El Galeón

cuando los domingos la lluvia traía

la voz de Bing Crosby y un verso de amor.

 

Te acordás de la Plaza de Mayo

cuando «el que te dije» salía al balcón.

Tanto cambió todo que el sol de la infancia

de golpe y porrazo se nos alunó.

 

Te acordás hermana qué tiempos de seca

cuando un pobre peso daba un estirón

y al pagarnos toda una edad de rabonas

valía más vida que un millón de hoy.

 

Te acordás hermana que desde muy lejos

un olor a espanto nos enloqueció:

era de Hiroshima donde tantas chicas

tenían quince años como vos y yo.

 

Te acordás que más tarde la vida

vino en tacos altos y nos separó.

Ya no compartimos el mismo tranvía,

sólo nos reúne la buena de Dios.

 

ENTONCES

 

Cuando yo no te amaba todavía

-oh verdad del amor, quien lo creyera-

para mi sed no había

ninguna preferencia verdadera.

 

Ya no recuerdo el tiempo de la espera

con esa niebla en la memoria mía:

¿El mundo cómo era

cuando yo no te amaba todavía?

 

Total belleza que el amor inventa

ahora que es tan pura

su navidad, para que yo la sienta.

 

Y sé que no era cierta la dulzura,

que nunca amanecía

cuando yo no te amaba todavía.

 

PAISAJE DE ELEGÍA

 

No escuches mi dolor, tú que me heriste.

No te reclama ya ningún acento.

Sólo en mi corazón la sangre es triste.

( ¡Oh lentas calles del otoño lento! )

 

No te requiero un sólo mandamiento.

-Tú que me niegas, tú que no me diste-.

No sientas esta muerte que yo siento.

( ¡Oh tristes voces del otoño triste!)

 

Que sólo a mis entrañas se refiera

este clamor, este importante frío.

Quiero que no te alcance este lamento.

 

Pero si alguna vez te desespera

un gran silencio, es el silencio mío.

(¡Oh lentas sombras del otoño lento! )

 

EVA

 

Calle Florida, túnel de flores podridas.

Y el pobrerío se quedo sin madre

llorando entre faroles sin crespones.

Llorando en cueros, para siempre, solos.

 

Sombríos machos de corbata negra

sufrían rencorosos por decreto

y el órgano por Radio del Estado

hizo durar a Dios un mes o dos.

 

Buenos Aires de niebla y de silencio.

El Barrio Norte tras las celosías

encargaba a Paris rayos de sol.

La cola interminable para verla

y los que maldecían por si acaso

no vayan esos cabecitas negras

a bienaventurar a una cualquiera.

 

Flores podridas para Cleopatra.

Y los grasitas con el corazón rajado,

rajado en serio. Huérfanos. Silencio.

Calles de invierno donde nadie pregona

El Líder, Democracia, La Razón.

Y Antonio Tormo calla "amémonos".

 

Un vendaval de luto obligatorio.

Escarapelas con coágulos negros.

El siglo nunca vio muerte mas muerte.

Pobrecitos rubíes, esmeraldas,

visones ofrendados por el pueblo,

sandalias de oro, sedas virreinales,

vacías, arrumbadas en la noche.

Y el odio entre paréntesis, rumiando

venganza en sótanos y con picana.

 

Y el amor y el dolor que eran de veras

gimiendo en el cordón de la vereda.

Lágrimas enjuagadas con harapos,

Madrecita de los Desamparados.

Silencio, que hasta el tango se murió.

Orden de arriba y lagrimas de abajo.

En plena juventud. No somos nada.

No somos nada mas que un gran castigo.

Se pintó la República de negro

mientras te maquillaban y enlodaban.

En los altares populares, santa.

Hiena de hielo para los gorilas

pero eso sí, solísima en la muerte.

Y el pueblo que lloraba para siempre

sin prever tu atroz peregrinaje.

Con mis ojos la vi, no me vendieron

esta leyenda, ni me la robaron.

 

Días de julio del 52

¿Qué importa donde estaba yo?

 

II

 

No descanses en paz, alza los brazos

no para el día del renunciamiento

sino para juntarte a las mujeres

con tu bandera redentora

lavada en pólvora, resucitando.

 

No sé quién fuiste, pero te jugaste.

Torciste el Riachuelo a Plaza de Mayo,

metiste a las mujeres en la historia

de prepo, arrebatando los micrófonos,

repartiendo venganzas y limosnas.

Bruta como un diamante en un chiquero

¿Quién va a tirarte la última piedra?

 

Quizás un día nos juntemos

para invocar tu insólito coraje.

Todas, las contreras, las idólatras,

las madres incesantes, las rameras,

las que te amaron, las que te maldijeron,

las que obedientes tiran hijos

a la basura de la guerra, todas

las que ahora en el mundo fraternizan

sublevándose contra la aniquilación.

 

Cuando los buitres te dejen tranquila

y huyas de las estampas y el ultraje

empezaremos a saber quién fuiste.

Con látigo y sumisa, pasiva y compasiva,

única reina que tuvimos, loca

que arrebató el poder a los soldados.

 

Cuando juntas las reas y las monjas

y las violadas en los teleteatros

y las que callan pero no consienten

arrebatemos la liberación

para no naufragar en espejitos

ni bañarnos para los ejecutivos.

Cuando hagamos escándalo y justicia

el tiempo habrá pasado en limpio

tu prepotencia y tu martirio, hermana.

 

Tener agallas, como vos tuviste,

fanática, leal, desenfrenada

en el candor de la beneficencia

pero la única que se dio el lujo

de coronarse por los sumergidos.

Agallas para hacer de nuevo el mundo.

Tener agallas para gritar basta

aunque nos amordacen con cañones.

 

ORACIÓN A LA JUSTICIA

 

Señora de ojos vendados

que estás en los tribunales

sin ver a los abogados,

baja de tus pedestales.

Quítate la venda y mira

cuánta mentira.

 

Actualiza la balanza

y arremete con la espada,

que sin tus buenos oficios

no somos nada.

 

Lávanos de sangre y tinta,

resucita al inocente

y haz que los muertos entierren

el expediente.

 

Espanta a las aves negras,

aniquila a los gusanos

y que a tus plantas los hombres

se den la mano.

 

Ilumina al juez dormido,

apacigua toda guerra

y hazte reina para siempre

de nuestra tierra.

 

Señora de ojos vendados,

con la espada y la balanza

a los justos humillados

no les robes la esperanza.

Dales la razón y llora

porque ya es hora.

...


María Elena Walsh (Mejía, Argentina)  fue una poetisa, escritora, cantautora, dramaturga y compositora argentina, considerada como «mito viviente, prócer cultural y blasón de casi todas las infancias». Recibió el Premio Municipal de Poesía, el Gran Premio de Honor de SADAIC y el del Fondo Nacional de las Artes, entre otros.  Doctora Honoris Causa de la Universidad Nacional de Córdoba.

 

 

 

 

 

 

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