lunes, 4 de julio de 2022

Waldo Leyva / (14 poemas )

 




EL ORIGEN DE LA SABIDURÍA

 

Aquí llegamos, aquí no veníamos

José Lezama Lima

 

He vuelto desde un sitio en el que nunca estuve. Traigo la memoria de los hombres que me acompañaron. El Amedrentado, el Miedoso, me propuso como líder de la caravana. Todos se empeñaron en seguir mi huella por la arena, pero yo no era nadie, desconocía el mapa de las rutas. Me dieron la palabra y hablé. Como no tenía destino mi discurso era proliferante y difuso. Los que me eligieron alababan mis palabras como el origen de la sabiduría. Pasé cerca de los mejores oasis: sólo yo fui incapaz de descubrirlos. Los que me seguían aplaudieron mi torpeza. Sin saberlo, llegué al borde del desierto, al origen de las Tierras Verdes. El Cobarde, el que se escondía a mis espaldas, supo que él, y no yo ni algún otro, había nacido para rey, y se hizo construir un palacio donde se reúnen, y hacen fiestas, y se ríen de mis antiguos discursos. Ahora intento salvar el jardín del avance incontenible del desierto, no para conservar las Tierras Verdes sino para que no vuelvan a elegirme; para no guiar las nuevas caravanas.

 

ODISEO

 

No puedo asegurar si estoy partiendo

o si he llegado al fin donde quería.

El olor de la tierra es familiar,

no me resulta extraño el árbol,

ni la garganta migratoria de los pájaros.

 

Los espejos de agua

me devuelven un rostro indescifrable.

 

¿Alguien me vio partir? 

¿Alguien me espera?

 

En la memoria del porvenir

yo seré el que regresa,

y en la piel, junto al salitre

y ciertas mordeduras incurables,

tendré tatuado el ruido de la sombra

y el silencio que dejan las batallas.

 

CARA O CRUZ


He aquí la moneda. Brilla en mi mano su rostro de metal. Como sólo ese lado ofrezco al mundo, los otros creen, o fingen creer, que ese raro relieve inexpresivo es toda la moneda, y mientras siga con la mano abierta, mientras la luz dependa de mi mano, mientras un golpe no desarme el brazo y revele la cruz, yo seré el portador, y lo que piense o diga, ha de ser la verdad antes del verbo. El riesgo de este juego es que uno mismo llega a ignorar que la moneda existe, y que puede girar sobre sí misma, porque tiene un anverso y un reverso. 

 

UTOPÍA

 

Qué color puede tener mañana el día.

Estamos en verano,

si te detienes a pensar,

si juntas todas las horas de tu vida,

tal vez logres imaginar los olores del amanecer,

el canto de algún pájaro perdido,

los ojos del que va a tocar tu puerta.

Ningún día es igual y tú lo sabes,

pero quieres que mañana

y todos los mañanas de mañana

se parezcan a un día de hace tiempo,

quizá no todo el día, ni siquiera una hora,

sólo el minuto aquel, el segundo preciso,

en que pudiste ver, como en un sueño,

el azul intocable de esa Isla.

 

EL DARDO Y LA MANZANA

 

Soy un hombre detenido

en la línea sin origen ni fin de una saeta.

Sin mí, sin la referencia que soy,

nadie hubiera encontrado el viento roto,

el paisaje escindido,

la huella aguda y misteriosa de la madera.

 

¿Dónde está el blanco que persigue la flecha?

¿Quién tensa el arco?

¿Qué mano laboriosa modeló este venablo?

El dardo es una excusa entre el veneno y la manzana

 

 

 

LLUEVE EN COYOACÁN

                                   «Pies pa’ qué los quiero si tengo alas»

                                                                                  Frida Khalo

 

Es domingo,

un domingo lluvioso de Septiembre.

Estoy con Roberto y mi mujer

en la Casa Azul de Frida Kalho.

 

La lluvia hace más íntima esta tarde en Coyoacán.

 

En cada objeto está latiendo Frida.

Miro sus óleos, los autorretratos desafiantes

y no puedo apartarme de sus ojos,

del arco silvestre de sus cejas,

de su perfil volcánico.

 

Aquí con el corsé torturador,

allá con un rebozo violeta.

En el otro extremo está la hermana,

de belleza distinta,

y su padre siempre pendiente de sí mismo.

 

La lluvia es de algún modo la memoria.

 

En la cocina, la arcilla recuerda la ceniza

y el ruido de otros tiempos

donde la sangre indicaba el rumbo de las noches.

 

Roberto fija cada instante pero el museo se resiste.

 

Intento imaginar a esta mujer andando por la casa,

imponiendo su furia, sus olores,

sufriendo y disfrutando, las roturas del cuerpo.

 

Diego no existe en la imagen que esta tarde

me provoca la casa.

Su presencia es accidental, casi foránea.

 

La lluvia es fina como un polvo de agua.

 

Cierro los ojos y me llegan los ruidos

de su columna vertebral,

las maldiciones, el temblor del violeta casi ausente,

el tacto áspero y tierno de su bata frondosa,

la música cortante y persistente del azul,

y el olor, en crescendo, a desnudez,

a sexo reclamante, a semen húmedo.

 

Llueve en Coyoacán.

 

Frida sale al patio, no tiene el cuerpo roto,

baila desnuda sobre las piedras,

y la ciudad se calla.

La estoy viendo con los ojos cerrados,

la estoy tocando sin el tacto que estorba,

me llega el olor de  su piel

tatuada por los vientos de otra edad

donde su corazón fundaba la piedra de los sacrificios.

 

No quiero despertar.

 

Si abro los ojos Roberto estará fijando el rostro

de mi mujer junto la foto absurda de Frida en el salón.

 

No quiero despertar, pero cesó la lluvia

y la ausencia de Frida llena el lecho

donde tantas veces se buscó a si misma

para dejar sólo retazos suyos

dispersos en las telas

donde creen encontrarla los que pasan.

 

LA ETERNA DISPUTA

 

He vuelto de un sitio del que nadie regresa.

No sé si fui empujado o decidí esa ruta.

Probé todas las aguas y deseché la fruta

que me ofreció el barquero con tanta gentileza.

 

Cuando emprendí el camino, llevaba en mi cabeza

la fiebre inmemorial de la eterna disputa

entre el ser cotidiano y esa idea absoluta

que asume muchas formas y en ninguna se expresa

 

mejor que en ese viaje hacia un tiempo sin fondo,

hacia el silencio puro y el vacío más hondo

que pueda imaginar la conciencia del hombre.

Yo toqué ese silencio, su densidad, su frío

y conocí al barquero y hasta el agua del río

pero soy incapaz de pronunciar su nombre.

 

LA DISTANCIA Y EL TIEMPO

 

Tú estás en el portal, apenas has nacido
caminas hacia el mar y cuando llegas:
tienes el pelo blanco y la mirada torpe.
Desde la costa se ven las tejas rojas de la casa.
Si quieres regresar, ya no es posible;
a medida que avanzas se borran los caminos.
Tu camisa de niño aún está húmeda
y veleta de abril en el cordel
indica para siempre la dirección del viento.
Qué gastadas las uñas,
qué frágil la memoria,
qué viejo tu zapato por la arena.

 

CONTRA LA DESMEMORIA

 

Para José Omar Torres, hermano

 

Cantemos la canción de los soñadores,
que no nos detengan las espaldas que se alejan
ni los oídos que sólo quieren escuchar
el repetido canto de las sirenas;
por muy sólo que se anuncie el camino,
cantemos siempre la canción de los soñadores,
que el canto nos acompañe
con su melodía incorruptible.
El fin no es tocarlo sino perseguir el sueño.
Y si algún día, no quiero pensarlo,
nadie canta la canción de los soñadores
si alguna vez, no quiero imaginarlo,
sólo se escucha el alarido de las sirenas,
entonces yo, contra esa desmemoria,
seguiré cantando con mi torpe voz
y estoy seguro, eso quiero creer,
que alguien, cuyo recuerdo ignoro todavía,
se levantará de las aguas para sumarse al coro
y descubrir conmigo la canción de los soñadores.

 

AGRADEZCO LA NOCHE

Aquí estoy, nuevamente amanecido,
dispuesto a soportar hasta que vuelva
la noche irremediable.
Cuento los días y me resulta eterno
el tiempo que supongo me separa
del silencio sin ruido.
Estoy como en un pozo
pero viendo la luz solo en el agua.
En un sitio del mundo
comenzará otra guerra
y vencerán los muertos a los muertos.
De aquello que fue el rostro del amigo
queda sólo una mancha, un tatuaje
que ha dejado la máscara en la piel.
¿Quién le cortó los hilos a la rueca?
¿Quién me dejó sin calles, sin laguna
con una puerta sólo hacia la infancia,
hacia el agua del pozo?
Aquí estoy, nuevamente amanecido,
ha sonado el teléfono,
comienza la ciudad su ruido informe,
y siguen los semáforos en rojo.

 

NI EL AVE NI LA MADERA

 

Para Nicolasito

Un pájaro principal
Me enseñó el múltiple trino,
Mi vaso apuré de vino,
Sólo me queda el cristal.

Nicolás Guillén

1
Estoy mirando una rama
que puede ser flauta o flecha,
acompañar una endecha
o volar como una llama.
Crece en flor, ignora el drama
que la incluye, su ideal
es volverse pedestal
verde, vivo, palpitante,
para que en su copa cante
un pájaro principal.

2
¿De qué oculta primavera,
de cual sur, de qué horizonte,
de qué inexplorado monte
llegó el pájaro-quimera?
Ni el ave ni la madera
saben que soy su destino;
la esbelta rama de pino
me dio el dardo y la inclemencia,
y el pájaro, en su inocencia,
me enseñó el múltiple trino.
3
Entre la flecha y el vuelo
hay como un hilo invisible,
una línea imperceptible
que une la tierra y el cielo.
¿De qué implacable desvelo
ha nacido ese camino?
El pájaro peregrino
lo ignora, y emprende el viaje,
y yo, atento a su plumaje,
mi vaso apuré de vino.

4
Sé que la rama prefiere
seguir en flor contra el viento,
ser del ave su aposento,
no el venablo que la hiere.
No soy Dios, si es lo que quiere,
que juegue a ser inmortal;
ayer yo pensaba igual,
pero del vino espumoso
que bebí lleno de gozo,
sólo me queda el cristal.

 

EL INOCENTE OJO DEL ANTÍLOPE

 

Un tigre salta de la piedra.
Vuela un ave que ignora la angustia del vacío.
Ciego es el pez, su pupila es el agua
y muere herido por el aire.

La lombriz puede ser reina de la altura
y deshacerse el árbol
en el vientre insaciable del insecto.

A la cruz del comienzo clavado sigue el hombre.
Sangra. Puede ver aún el rostro de los otros.

Ni dios, ni ventanas azules,
ni el inocente ojo del antílope.

 

COMO UN INOCENTE ROCE ENTRE LOS DEDOS

Sucede que empiezas a pelar una naranja humilde, desechable, y salta desde el fondo de la infancia una palabra: bergamota, y con ella un aroma que no viene del aire, un amarillo tenue y un dorado que tus uñas deshacen mientras parten el fruto. Te baña las manos el jugo que recoge la lengua de una niña que dejó de existir y que regresa, sin rostro, envuelta en la palabra bergamota, como un roce inocente entre los dedos. Un roce que vuelve a abrir los poros de tu cuerpo y te hace ventear, como aquel día, la tibieza de un aire que invitaba a correr, a desnudarse, a morir hecho un temblor sobre la hierba. Sucede que empiezas con las uñas a pelar la bergamota, sin sospechar siquiera que será una humilde y desechable naranja del futuro.

 

Waldo Leyva (Cuba, 1943). Poeta, ensayista, narrador y periodista. Tiene publicado más de 20 libros, entre otros El rumbo de los días, Premio de poesía Casa de América, de España, y Cuando el cristal no reproduce el rostros, Premio Víctor Valera Mora de poesía, otorgado por el Centro Rómulo Gallegos de Caracas, Venezuela. Su poesía ha sido traducida a varios idiomas. Forma parte de diversas antologías de la poesía cubana y latinoamericana. Su obra en prosa incluye los libros Tiempo somos, Ensayos sobre la Décima Hispanoamericana y El otro lado del Catalejo.

 

 

jueves, 23 de junio de 2022

Manolis Anagnostakis




Hablo de los últimos toques de trompeta de los soldados vencidos

De los últimos harapos de nuestras ropas de fiesta
De nuestros hijos que venden cigarrillos a los transeúntes
Hablo de las flores que se han marchitado en las tumbas y que la lluvia pudre
De las casas que se quedan abiertas sin ventanas como cráneos desdentados
De las chicas que mendigan mostrando en sus pechos las heridas
Hablo de las madres descalzas que se arrastran por las ruinas
De las ciudades llameantes, de los cadáveres apilados en las calles
De los poetas proxenetas que tiemblan por las noches en los umbrales
Hablo de las noches eternas cuando la luz se reduce al amanecer
De los camiones cargados y de los andares en baldosas húmedas
De los patios de las cárceles y de las lágrimas de los condenados a muerte.
Pero ante todo hablo de los pescadores
Que dejaron sus redes y siguieron Sus pasos
Y cuando Él se cansó ellos no reposaron
Y cuando Él los traicionó ellos no negaron
Y cuando Él fue glorificado ellos volvieron los ojos
Y sus compañeros les escupían y les crucificaban
Y ellos, serenos, toman el camino que no tiene límite
Sin que su mirada se oscurezca o se rinda
De pie y solos en medio de la terrible soledad de la multitud.

Manolis Anagnostakis

(Salónica, 10 de marzo de 1925 – Atenas, 23 de junio de 2005)


Traducción: Virginia López Recio (Granada, España)

lunes, 20 de junio de 2022

Nazik Al Malaika /Poemas

 


LAVAR LA DESHONRA

 

 

¡Mamá! Un estertor, lágrimas, negrura.

La sangre fluye, el cuerpo apuñalado tiembla,

El pelo ondulado se ensucia de barro.

¡Mamá! Sólo se oye al verdugo.

Mañana vendrá la aurora,

Las rosas se despertarán

A la llamada de los veinte años

Y la esperanza fascinada.

Las flores de los prados responden:

Se ha marchado... a lavar la deshonra.

El brutal verdugo regresa y dice a la gente:

¿La deshonra? –limpia su puñal-

Hemos despedazado la deshonra.

De nuevo somos virtuosos, de buena fama, dignos.

¡Tabernero! ¿Dónde están el vino y los vasos?

Llama a esa indolente belleza de aliento perfumado

Por cuyos ojos daría Corán y destino.

Llena tu vaso, carnicero,

La muerte ha lavado la deshonra.

 

Al alba, las chicas preguntarán por ella:

¿Dónde está? La bestia responderá:

la hemos matado. Llevaba en la frente

el estigma de la deshonra

y lo hemos lavado.

Los vecinos contarán su funesta historia

Y hasta las palmeras la difundirán por el barrio,

Y las puertas de madera, que no la olvidarán.

Las piedras susurrarán:

"Lavar la deshonra"

"Lavar la deshonra"

 

Vecinas del barrio, chicas del pueblo,

Amasaremos el pan con nuestras lágrimas,

Nos cortaremos las trenzas,

Nos decoloraremos las manos

Para que sus ropas permanezcan blancas y puras.

No sonreiremos ni nos alegraremos ni nos giraremos

Porque el puñal, en la mano de nuestro padre

O de nuestro hermano, nos vigila

Y mañana, ¿quién sabe en qué desierto

Nos enterrará para lavar la deshonra?

 

 

NOCTURNO

 

 

La noche se desliza por las estepas,

Las manos de las nubes pasan por el horizonte

Y las tinieblas duermen,

En impresionante calma,

Bajo las alas del silencio.

 

Sólo se oye el zureo de las palomas,

El murmullo gimiente de los arroyos

Y un ruido de pasos en la oscuridad

Que caminan suavemente.

 

Me siento, entregándome a la calma de la noche,

Contemplo el color de las tristes tinieblas,

Lanzo mis cantos al espacio

Y lloro por todos los corazones ingenuos.

 

Oigo los susurros de las palomas,

La lluvia que cae en la noche,

Los gemidos de una tórtola en la oscuridad

Que canta a lo lejos en las ramas

Y la queja lejana de un molino

Que gime en la noche y llora de fatiga.

Sus gritos atraviesan mis oídos

Y va a morir detrás de las colinas.

 

Escucho... sólo se oyen las plantas.

Miro... sólo se ve oscuridad.

Nubes, silencio y una noche triste.

¿Cómo no sentirme afligida?

 

La vida para mí es como esta noche:

Tinieblas, melancolía, desesperanza,

Mientras los demás sueñan con claridad

En una profunda e impresionante noche.

 

Llanto continuo de la naturaleza,

Silencio de las tinieblas, gemido de los vientos,

Suspiros de la brisa vespertina,

Lágrimas del rocío en los ojos de la mañana.

 

Veo en las riberas de la desgracia

A la multitud de afligidos,

El cortejo de los hambrientos

Ahuyentados por los aullidos del destino,

Sin poder pronunciar palabras de despedida.

 

Escucho: sólo los sollozos

Mandan su eco a mis oídos

Por detrás de las fortalezas y sobre las praderas.

Entonces, ¿quién puede cantar conmigo?

 

En el futuro portaré mi lira,

Lloraré la desgracia del universo

Y declamaré mi compasión por su infortunio

A los oídos del cruel tiempo.

 

 

CALENDARIO

 

Para nuestros pasos había un pasado; está muerto

Desde hace cientos de años.

Los años han borrado su recuerdo

Y lo han colocado entre los muertos.

 

Durante mucho tiempo hemos buscado

Sus astros desaparecidos,

Hemos recurrido al imposible

Para devolverle la vida.

 

Hemos intentado, traspasando los siglos,

Hacerle volver a sus comienzos,

Esperando recobrar nuestros sentimientos,

Y hemos regresado con las manos vacías.

 

Hemos atravesado las tinieblas,

Franqueado lo impasible, inmóvil,

Excavando los huesos amontonados,

Y no hemos encontrado lo extraviado.

 

Hemos visto, allí, frentes

Que no veían porque estaban ciegas,

Ojos ensimismados en la vida

Silenciosa, porque estaban mudos.

 

Hemos visto restos de corazones

Embalsamados con el recuerdo.

En vano habían intentado encontrar

El sentido... eran restos.

 

Hemos visto labios vacíos

Que no emitían quejas ni sentían hambre

Y manos marchitas, plegadas,

Cuya desgracia no provocaba lágrimas.

 

Nos preguntamos por nuestro pasado

Y tropezamos con un ataúd.

Allí, sobre la tumba, yacía el tiempo descolorido.

 

Regresamos al calendario:

¿Se puede engañar a los días?

Y oímos gritar a los restos

Tras el sarcasmo de las cifras.

 

Vimos el mañana esperado

Arrastrando su mitad paralizada,

Arrastrando su mitad despreciada,

Su mitad congelada, inerte.

 

Allí, un libro se cerraba

Y finalizaba el antiguo canto.

Mañana, la vida germinará

Sobre las heridas del doloroso tiempo.

 

La voz del ayer se perderá

En el torbellino profundo del tiempo

Y sentiremos en nuestras copas

La palpitación del sueño que se despierta.

 

 

LA BAILARINA APUÑALADA

 

 

Baila, con el corazón apuñalado, canta

Y ríe porque la herida es danza y sonrisa,

Pide a las víctimas inmoladas que duerman

Y tú baila y canta tranquila.

 

Es inútil llorar. Contén las ardientes lágrimas

Y del grito de la herida extrae una sonrisa.

Es inútil explotar. La herida duerme tranquila.

Déjala y venera tus humillantes cadenas.

 

Es inútil rebelarse. Nada de cólera contra el furioso látigo.

¿Qué sentido tienen las convulsiones de las víctimas?

El dolor y la tristeza se olvidan

Y también uno o dos muertos, y las heridas.

 

Convierte el fuego de tu herida en melodía

Que resuene en tus labios anhelantes

Donde queda un resto de vida

Para un canto que no callan la desgracia ni la tristeza.

 

Es inútil gritar. Repulsa y locura.

Deja al muerto tendido, sin sepultura.

Cualquiera muere... que no haya gritos de tristeza.

¿Qué sentido tienen las revueltas de los presos?

 

Es inútil rebelarse. En la gente, los restos

De venas no dejan circular la sangre.

Es inútil rebelarse mientras algunos inocentes

Esperan ser inmolados.

 

Tu herida no se diferencia de las demás.

Baila, ebria de tristeza mortal.

Los insomnes y los perplejos están abocados al silencio.

Es inútil protestar. Descansa en paz.

 

Sonríe al rojo puñal con amor

Y cae al suelo sin temblar.

Es un don que te degüellen como una oveja,

Es un don que te apuñalen el corazón y el alma.

 

Es una locura, víctima, que te rebeles.

Es locura la cólera del esclavo cautivo.

Baila la danza del fuerte, del feliz

Y sonríe con la felicidad del esclavo a sueldo.

 

Contén el dolor de la herida: es pecado gemir,

Y sonríe complacida al asesino culpable.

Regálale tu corazón humillado

Y déjale cortar y apuñalar con placer.

 

Baila con el corazón apuñalado, canta

Y ríe: la herida es danza y sonrisa.

Di a las víctimas degolladas que duerman

Y tú baila y canta tranquila.

 

 

Nazik Al Malaika: Nació en Bagdad, (23 de agosto de 1923-El Cairo, 20 de junio de 2007) en el seno de una familia culta: su madre escribía poesía y su padre también era poeta, además de editor y profesor de árabe.

Fue una poeta iraquí considerada una de las más importantes e influyentes poetas árabes del siglo XX. Su actividad literaria se desarrolla durante la segunda mitad del siglo. Al Malaika es famosa como la primera poetisa árabe en usar el verso libre

 

 

 

martes, 24 de mayo de 2022

María Mercedes Carranza / Poemas

 


Con usted y con todos los demás

 

…Otro cielo no esperes, ni otro infierno.

Jorge Luis Borges

 

Talvez o nunca, entre las paredes

de este cuarto la Pola Salavarrieta

tose, lagrimea, en resumen se asfixia.

Tanta muerte por la libertad

y el orden para terminar

en una Patria Boba, hecha entre chiste y

chanza y más que nada por usted,

ojos, oídos, nariz y garganta

detenidos en un aire de otro siglo,

cuando la tierra era plana. Por usted

que sueña, con los ojos muy abiertos,

en usted y solo en usted. Por usted,

hombre de mucha fe, que aún reconoce

entre tanta miseria y camina seguro

descubriendo el mundo cada día. Por usted

que ahora protesta porque Colombia está

contra la pared, pero la acorrala más

durmiendo entre tanto olor a Colombia,

esa loca que habla sola, se golpea

contra las tapias y cree que alguien

la puede curar. Y más que nada usted

a quien lo único que interesa ahora

es la cosecha de melocotones en Singapur.

 

Aquí entre nos

 

Un día escribiré mis memorias, ¿quién

que se irrespete no lo hace? Y

allí estará todo. Estará el esmalte

de las uñas revuelto

con Pavese y Pavese con las agujas y

una que otra cuenta de mercado. Donde

debieran estar los pensamientos

sublimes pintaré

tus labios a punto de decirme

buenos días todos los días. Donde

haya que anotar lo más importante

recordaré un almuerzo

cualquiera llegando al corazón

de una alcachofa, hoja a hoja.

Y de resto,

llenaré las páginas que me falten

con esa memoria que me espera entre cirios,

muchas flores y descanse en paz.

 

Muestra las virtudes del amor verdadero y confiesa al amado los afectos varios de su corazón

 

Hoy pienso especialmente en ti

y veo que ese amor carece de desmayos,

de ojos aterciopelados

y demás gestos admirables.

Ese amor no se hace como la primavera

a punta de capullos

y gorjeos. Se hace cada día

con el cepillo de dientes por la mañana,

el pescado frito en la cocina

y los sudores por la noche.

Se vive poco a poco ese amor

entre tanto plato sucio, detrás del cotidiano

montón de ropa para planchar,

con gritos de niños y cuentas del mercado,

las cremas en la cara

y los bombillos que no funcionan.

Y otra cosa: cada tarde te quiero más.

 

Kavafiana

 

El deseo aparece de repente,

en cualquier parte, a propósito de nada.

En la cocina, caminando por la calle.

Basta una mirada, un ademán, un roce.

Pero dos cuerpos

tienen también su ocaso,

su rutina de amor y de sueños,

de gestos sabidos hasta el cansancio.

Se dispersan las risas, se deforman.

Hay cenizas en las bocas

y el íntimo desdén.

Dos cuerpos tienen

su muerte el uno frente al otro.

Basta el silencio.

 

Tengo miedo

 

Todo desaparece ante el miedo. El miedo, Cesonia; ese bello

sentimiento, sin aleación, puro y

desinteresado; uno de los pocos que

saca su nobleza del vientre.

 

Albert Camus, Calígula.

 

Miradme: en mí habita el miedo.

Tras estos ojos serenos, en este cuerpo que ama: el miedo.

El miedo al amanecer porque inevitable el sol saldrá

y he de verlo,

cuando atardece porque puede no salir mañana.

Vigilo los ruidos misteriosos de esta casa que se derrumba,

ya los fantasmas, las sombras me cercan y tengo miedo.

Procuro dormir con la luz encendida

y me hago como puedo a lanzas, corazas, ilusiones.

Pero basta quizás solo una mancha en el mantel

para que de nuevo se adueñe de mí el espanto.

Nada me calma ni sosiega:

ni esta palabra inútil, ni esta pasión de amor,

ni el espejo donde veo ya mi rostro muerto.

Oídme bien, lo digo a gritos: tengo miedo.

 

Érase una mujer a una virtud pegada

 

No tenía ganas de nada,

solo de vivir.

 

Juan Rulfo

 

Yace para siempre

pisoteada,

cubierta de vergüenza,

muerta

y en nada convertida,

mi última virtud.

Ahora soy una mujer

de vida alegre,

una perdida: cumplo

con todos mis deberes,

soy pozo

de bondades, respiro

santidad

por cada poro.

Interrumpo la luz,

le cierro

la boca al viento,

borro las montañas,

tacho el sol,

el cero me lo como

y enmudezco el qué.

Elimino la vida.

 

Sobran las palabras

 

Por traidoras decidí hoy,

martes 24 de junio,

asesinar algunas palabras.

Amistad queda condenada

a la hoguera, por hereje;

la horca conviene

a Amor por ilegible;

no estaría mal el garrote vil,

por apóstata, para Solidaridad;

la guillotina como el rayo,

debe fulminar a Fraternidad;

Libertad morirá

lentamente y con dolor;

la tortura es su destino;

Igualdad merece la horca

por ser prostituta

del peor burdel;

Esperanza ha muerto ya;

Fe padecerá la cámara de gas;

el suplicio de Tántalo, por inhumana,

se lo dejo a la palabra Dios.

Fusilaré sin piedad a Civilización

por su barbarie;

cicuta beberá Felicidad.

Queda la palabra Yo. Para esa,

por triste, por su atroz soledad,

decreto la peor de las penas:

vivirá conmigo hasta

el final.

 

Patas arriba con la vida

 

Sé que voy a morir

porque no amo ya nada.

 

Manuel Machado

 

Moriré mortal,

es decir habiendo pasado

por este mundo

sin romperlo ni mancharlo.

No inventé ningún vicio,

pero gocé de todas las virtudes:

arrendé mi alma

a la hipocresía: he traficado

con las palabras,

con los gestos, con el silencio;

cedí a la mentira:

he esperado la esperanza,

he amado el amor,

y hasta algún día pronuncié

la palabra Patria;

acepté el engaño:

he sido madre, ciudadana,

hija de familia, amiga,

compañera, amante.

Creí en la verdad:

dos y dos son cuatro,

María Mercedes debe nacer,

crecer, reproducirse y morir

y en esas estoy.

Soy un dechado del siglo XX.

Y cuando el miedo llega

me voy a ver televisión

para dialogar con mis mentiras.

 

Oración

 

No más amaneceres ni costumbres,

no más luz, no más oficios, no más instantes.

Solo tierra, tierra en los ojos,

entre la boca y los oídos;

tierra sobre los pechos aplastados;

tierra entre el vientre seco;

tierra apretada a la espalda;

a lo largo de las piernas entreabiertas, tierra;

tierra entre las manos ahí dejadas.

Tierra y olvido.

 

El oficio de vivir

 

He aquí que llego a la vejez

y nadie ni nada

me ha podido decir

para qué sirvo.

Sume usted

Oficios, vocaciones, misiones y predestinaciones:

la cosa no es conmigo.

No es que me aburra,

es que no sirvo para nada.

Ensayo profesiones,

que van desde cocinera, madre y poeta

hasta contabilista de estrellas.

De repente quisiera ser cebolla

para olvidar obligaciones

o árbol para cumplir con todas ellas.

Sin embargo lo más fácil

es que confiese la verdad.

Sirvo para oficios desuetos:

Espíritu Santo, dama de compañía, Estatua

de la libertad, Archipreste de Hita.

No sirvo para nada.

 

De Boyacá en los campos

 

Allí, sentado, de pie,

a caballo, en bronce, en mármol,

llovido por las gracias de las palomas

y llovido también por la lluvia,

en cada pueblo, en toda plaza,

cabildo y alcaldía estás tú.

Marchas militares con coroneles

que llevan y traen flores.

Discursos, poemas,

y en tus retratos el porte de un general

que más que charreteras

lucía un callo en cada nalga

de tanto cabalgar por estas tierras,

y más que un físico a lo galán de Hollywood

tenía el ademán mestizo de una batalla perdida.

Centenarios de tu primer diente y de tu última sonrisa.

Cofradías de damas adoradoras

y hasta guerras estallan

por disputarse un gesto tuyo.

Los niños te imitan

con el caballo de madera y la espada de mentira.

Te han llenado la boca de paja, Simón,

te han vuelto estatua,

medalla, estampilla

y hasta billete de banco.

Porque no todos los ríos van a dar a la mar,

algunos terminan en las academias,

en los pergaminos, en los marcos dorados:

lo que también es el morir.

Pero y si de pronto, y si quizás, y si a lo mejor,

y si acaso, y si talvez algún día te sacudes la lluvia,

los laureles y tanto polvo, quien quita.





María Mercedes Carranza (Bogotá, 24 de mayo de 1945-ibidem, 11 de julio de 2003) fue una poeta y periodista colombiana.

Fue una de las integrantes de la Asamblea Nacional Constituyente de 1991, que dio a Colombia la constitución de 1991.

Desde 1986 dirigió la Casa de Poesía Silva en Bogotá. Fue elegida para la Asamblea Nacional Constituyente de 1991 por la Alianza Democrática M-19. Se suicidó con una sobredosis de antidepresivos el 11 de julio de 2003 en Bogotá.