tú no vendrás a herirme la mano con alaridos,
no exigirás que tenga para ti más ojos, más voz de la que puedo brotar,
no esperarás a que desconfíe de cada árbol
de lo que oculta
que tema
que tema.
A cambio, no traeré al papel la urgencia de mis bosques
que nada entienden de tu concreto y pintura,
de tus manos de mujer carbón.
Aquí está para ti
este poema servilleta:
con él me he limpiado la boca,
he frotado la ternura de los labios hasta endurecerlos.
Se sabe diminuto
este poema periódico
cartón sobre indigente
papel cigarro
lienzo ahogado de Reverón
sanitario
poema
fácil de doblar.
Que al menos te sirva para lo más mínimo,
que con él repares el desequilibrio
del taburete
del vigilante de esa escuela.
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Mi padre camina por Caracas
como si ésta le hubiera ofrecido un beso.
No lo ahoga el cemento,
cuando viene muerte
se extrae un árbol de los ojos y lo deja en la esquina.
Mi padre fue bautizado entre el frío y la guerra
cerca de una playa sin gaviotas,
Mediterráneo y manzanas.
Creció entre piedras, cepillando el cabello de una anciana
a la que me parezco,
el vino con el que lo alimentaron
traía pedazos de tierra y temblaba en el tazón de madera
con el ladrido de los perros.
Lo cierto es que más tarde
mi padre eligió esta ciudad como a una mujer.
Pero nunca pudo cambiar su forma de caminar,
con paso de agua sobre piedra,
como en el camino a Santiago.
Así, de pie bajo el sol extraño, mi padre
respira aún con restos de tierra en la garganta,
y alza un gesto entre la espesura señalando
lo blanco del árbol, de la niña, de la calle que ha de caminar
cuando la tarde le pida un techo
y él se retire a preparar café, a beberlo gris
como cabello de anciana,
tinto como ladrido.
Mi padre sabe que los hombres deben aprender de las piedras,
que sólo sobre piedra el paso no se da en falso.
Me digo que una ciudad es cosa de ojos, de humo o agua en los labios
que la nombran,
de piedras en las venas, en la espalda
o en las manos.
Yo sólo sé que el Mediterráneo no es mío,
pero sigo buscándole las piedras
a Caracas.
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La madrugada una clase aprender a respirar café el saludo que intenta
tus palabras la mirada avergonzada que deslizo
por debajo de tu puerta erección ciudad enferma los estadistas
el anticonceptivo de hoy tres ataúdes más los periódicos
un padre nuestro acongojado agenda repleta
que te vas que regresas
te vas
te vas
la grieta ha llegado al suelo
ha
venido
resbálandose
desde
mi
costado
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Después del estallido
¿qué hay de vivo
en los restos
qué de semillas
de abono?
Hubiera sido mejor
que no quedaran
Ania Varez (Caracas, 1991)Se dedica a la danza y a las artes plásticas. Actualmente cursa el cuarto semestre de la carrera de Estudios Internacionales en la Universidad Central de Venezuela. Forma parte del taller de poesía El Ojo Errante, dictado por Edda Armas. Autora inédita.
CARACAS 2010
Ciudad caos,
ciudad bajo la lluvia,
ciudad vertiginosa,
ciudad maltratada,
ciudad con vocación suicida,
ciudad angustiada,
ciudad enviciada,
ciudad empobrecida,
ciudad cruel,
ciudad frívola,
ciudad colapsada,
en cuyas calles
sangre inocente corre;
ciudad, sin embargo,
donde la belleza persiste
en desolados rincones
y aceras despiadadas,
donde nos negamos a
abandonar la fe y la esperanza,
donde la generosidad
trepa en medio de la oscuridad
y la abyección,
donde el abrazo y la caricia
se deslizan entre las grietas,
y la poesía
se comparte como el pan.
Ciudad donde la luz
persiste
porque somos su antorcha.
CIUDAD
a Leonardo Padrón
La ciudad grita,
grita,
grita,
sin descanso.
No sabemos
si está pariendo
un desastre,
o tiene miedo.
Pero odia el silencio,
odia la paz
que tanto anhelo,
vana promesa.
De noche, de día,
Caracas grita,
su siempre renovado
canto de cisne.
CARACAS AMOR Y MUERTE
a Belkys Arredondo
A pleno sol
la ciudad quema
en la piel
se abre a mis pies
-amante inhóspita-
su boca de humo
me besa
su llaga
me besa
flor de sangre y cemento caliente
en la memoria
de la crónica roja
sus brazos me acogen
en el miedo punzante
de la multitud ansiosa
su vocación de sobrevivencia
me conmueve
hasta lo hondo
-Te quiero, le digo,
a pesar de todo,
como acariciando su lomo
-su verde montaña, su exiguo
pulmón-
sus monumentos en ruinas
sus viejas melodías.
LA OTRA QUE SOY
La otra que soy
rié y ríe con mis desvelos,
abre la puerta y se va
a respirar aire fresco.
(¡qué optimista!)
Sale, en fin, a ver ciudad,
a escuchar bullicio,
a beber vino y bocas,
a ver vitrinas y niños
que sonríen o chillan
de la mano de sus padres,
sale a embriagarse de luz,
sentir el calor tropical,
a oler la gama increíblemente
grande de cosas que palpitan
en las aceras: basura, muchachos guapos,
cabelleras recién lavadas,
el olor a pan recién horneado,
la humareda de los autobuses,
el olor a grama humedecida por la lluvia,
los cuerpos humedecidos por el deseo.
La otra que soy,
hace bien sus diligencias,
va al supermercado, va
a las librerías, a los cafés,
a los tenderetes de películas quemadas,
sale a ganarse el pan
como mejor puede.
La otra, en realidad,
soy yo.
La que entre muros suspira,
entre silencios se abisma,
entre dolores se encorba,
cuando ella, se descuida.
Beatriz Alicia García. Licenciada en Letras y magister en Literatura Venezolana por la Universidad Central de Venezuela. Se ha desempeñado en el área editorial desde 1988. Ha sido docente en la Escuela de Comunicación Social de la UCV y de Lenguaje en la Universidad Simón Bolívar. En la actualidad dicta talleres de Escritura y Literatura. Ha publicado tres libros de Poesía: "Matarilerilerón", El Pez Soluble, 1999; "Acto de fe", La Liebre Libre, 2001 y "Lugares olvidados", Monte Ávila Editores, 2007. Algunos de sus textos poéticos están en antologías venezolanas, en España y México.
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