La noche comprende esa música total
de la boca creciendo en el tiempo.
Por eso,
nunca estamos solos,
corazones ignorados,
porque siempre una estrella nace en círculos
deslizándose en la geometría de las manos,
y la noche nos ubica como la sangre perdida
que la pupila no entiende.
No quiero ya latidos que condenen
justificando tu ausencia revelada,
ni menos pechos doloridos
que presuman la tristeza de tus manos.
Para no amar
No quiero adivinarte las pupilas
de sosiego, como luna para amar.
Música esculpida en nieve, eres
con rumor a flor incalculable.
No quiero amor brillar contigo
en la luz de un astro aparecido,
porque tras nosotros va siempre
el olvido tumbando primaveras.
Que si una suave presencia acariciada
entrega el brillo de una luna desvelada
al fin nuestros cuerpos
se apagarán en la sombra
en un silencio tangible y presentido
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Huida del cuerpo
Recorriendo tus labios busco en cada beso
un sonido a flor o vena consumida,
amoroso afán de un corazón vacío.
En cada brazo que tristemente gime
un pájaro silencioso muere en tus dedos;
anhelando aéreo, fugitivo
esa catarata de cabellos deshechos
en ruidos de olvido.
Ay la rumorosa ternura que sacude las manos
cuando el cuerpo fluye gris y sin mirada
por los ojos escapando hacia el cielo.
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Tiempo
Distraído, el hombre sirve el vino.
Los años de ausencia acaso albergan
las flores que trajo y el periódico.
¿Puedo ver la columna de los muertos?
Alguien, sin sentirlo, enciende aún
un cigarrillo. Azul, el humo llega
a la cocina y la vuelve un sueño
de Vermeer. Deja que la lámpara
anuncie el final de aquella historia.
Por la enorme puerta, abominable
el tiempo avanza, sube al altillo,
abandona el cuarto de costuras
y coge el pasamanos de la escalera
como si hubiera de reírsenos en la cara.
Va, de pieza en pieza, encendiendo
las luces. Ya está solo. El polvo seco
del camino le cierra la garganta.
Luego insinúa: "todo es difícil
de decir". Tose, balbucea, alza
En busca del designio
Buscad
labios perdidos,
lejos del eco imaginario
que despiertan unas plumas.
Buscad
corazones que saluden,
más allá del parpadeo
que nos une a la rosa.
Buscad la luz
más allá de los designios del alba,
en el rostro de unas voces desveladas
que subliman las últimas violetas.
Buscad
finalmente el silencio,
más allá del cuerpo que se mira
presagiando sollozos.
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Preparación para el
olvido
Qué triste es el sonido
que busca las manos
sin devolver ecos.
Qué poco basta
para entregar un labio
al esquema de un beso.
Y en fin qué solos quedamos
cuando un llanto nos sobra
y es inútil toda huida.
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No consigo aún saber
de qué se trata todo
esto. Quizás si es asunto
del lenguaje. En volandas
voy, del Yo al Mí mismo.
Cera y pabilo, como suele
decirse. ¿Y si fuera
como en los relatos
jasídicos, cuestión
de dar al fin, de pronto,
con el comienzo del camino?
Ya gasté las máscaras,
al modo de Nerval. Tal vez
me verán ahora como soy.
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Noche con alas
¿Quién se acerca
a los designios del labio?
¿Quién desnuda tus manos
en un brillar de venas?
Y al fin de la noche,
¿qué misterio párpado
Vio ocultarse la última estrella
tras el límite de tus ojos?
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He visto
He visto atardecer tu rostro
en el desvío de unos labios
y al brillo del jazmín.
He visto como a pesar de tu aparición
sobre los cuerpos,
piensas en el fuego y la sangre confundidos.
He visto
que para tu silencio no bastan soledades
ni voces destruidas
y que en un llanto sostienes
las vigilias del alba.
A lo lejos,
mil azucenas te miraban
como en una angustia de hueso.
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Buscaremos a los
dioses
Tú que sabes del tibio acento de las plumas
y del calor infinito escondido en la nieve
trata de penetrar en este vago porvenir de sueños
en prodigio de savia o rosa adolescente.
Recuerda que aún debajo del laurel
está la axila resplandeciente de un cuerpo lejano;
y encima del labio hay un sonido eterno
a muerte o esperanza calcinada.
Y recuerda finalmente que un día prometidos a la sombra
buscaremos juntos la comarca del silencio
y entraremos puros como pájaros sin límite
a contemplar la mirada altiva de los dioses.
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Cuerpo o sonido
Toda a los labios son estrellas
en este antiguo amor,
en este gastado roce silencioso;
y las cabelleras quisieran ser bosques
o corazones implorando rostros
Todavía hay horizonte en el goce de unos ojos
y no escapan lunas ni mareas
al golpe sombrío de unas voces.
Todavía los cuerpos se aman en silencio…
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Eres el anochecer
Allí donde comienza el silencio,
estás tú,
toda deseo, toda extensión
como hierba o álamo solo
que recoge el instante puro de unos sueños
en la triste, tan triste presencia de unas manos sin venas,
blancas y solitarias como el dolor,
blancas y pausadas como el olvido mismo.
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Alfonso Calderón, fue un escritor
chileno nacido en San Fernando el 21 de noviembre de 1930 y fallecido en
Santiago el 8 de agosto de 2009.
En el año 1949 publicó su primer
poemario, "Primer consejo a los arcángeles del viento", marcando así
el inicio de una intensa labor editorial. A lo largo de su vida, ocupó
numerosos cargos de profesor, tanto en colegios como universidades. Asimismo,
redactó críticas de libros para diarios y revistas, fue presidente del Círculo
Literario Carlos Mondaca Cortés, y miembro honorario de la Academia Chilena de
la Lengua, entre otros cargos de gran importancia. Su dedicación a la
Literatura, tanto en la producción como la difusión, fue meritoria del Premio
Nacional de Literatura en 1998. Defendió la práctica de escribir al menos una
línea por día, negándose a la (a veces desesperante) espera de la inspiración.
Entre sus libros destacados
encontramos los poemarios "El país jubiloso", el "Memorial del
viejo Santiago, imágenes costumbristas" y su novela "Toca esa rumba,
don Azpiazu".
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