El girasol
En mi mano cerrada cabe el día,
el fuego aleatorio de los instantes
y el silencio que esparcen los amantes
cuando termina la fiesta y nada queda
de la luz petrificada entre las montañas.
En mi mano abierta cabe la sombra
abandonada por la vida que me espera
lejos del invierno, cuando la primavera
devuelve al tallo la rosa fenecida
y lo que vuelve a ser, y toda pérdida
regresa como un lucro inmerecido.
Mi mano sostiene un girasol.
Soy la sobra y el exceso, como el viento
o como la luz incomoda del sol.
El sol de los amantes
El oficio de quien ama es ver
un sol oscuro sobre la cama,
y en el frío nacer el fuego
de un verano que no dice su nombre.
Es ver, constelaciones de pétalos,
la nieve caer sobre la tierra,
seda del cielo, aire de silencio
que nace entre dos espaldas.
Es morir, lúcido y secreto,
cerca de tierras absolutas,
de ese amor que mueve las estrellas
y encierra a los amantes en un cuarto.
...
Duermo en el centro del universo y mi inocencia
es enorme
Como el joven amante esclavizado a la hidráulica
de un cuerpo desnudo
asisto al movimiento de las estrellas y a la incursión
de las nubes
y mi espíritu festeja este mundo infinito, que jamás
terminará,
este mundo que visto de noche es al universo, polvo
como un día que llorara en el hombro de los siglos.
Lo que los vivos ven y no olvidan
lo que todo hombre recuerda, la vida entera,
es lo que estoy viendo en este instante.
Lêdo
Ivo (Maceió, 1924 - Sevilla, 2012)
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