Poema
de cumpleaños
El
dolor vive en la atmósfera
como
la electricidad. ¿Quién podría culparlo
por
llegar primero? Algunos días,
en
el metro, casi no puedo resistir
la
tentación de rozar con los labios el cuello de cualquiera
que
tenga enfrente: la frágil nuca de él, su lunar
tenebroso,
los pelitos traslúcidos de ella. Tantas cosas
pueden
pasarle al cuerpo. Ciática,
submarino,
migrañas, balas
de
goma, melanoma, manos cortadas puestas
con
su par equivocado en bolsas de plástico y tiradas
a
la parte de la autopista que en inglés llamamos “hombro”:
sé
que la ligereza de la lista
es
peligrosa, que el dolor que se inflige y el orgánico
no
son lo mismo. Pero ambos son dolores.
Soy
más religiosa de lo que pensaba,
o
algo así. Espero mi turno. Le paso
las
yemas de los dedos por la espalda a A. como
si
ya estuviera lastimado; quiero saber
si
tengo el bálsamo
que
sé que esta vida va a reclamar. Hay huesos
que
duelen para siempre, ojos borrados con ácido
nítrico,
ingles que se desgarran en el parto,
una
mujer que conocí en una clase de dactilografía de sexto grado
que
murió tras subsistir a puro café negro
por
más de lo que dura el ciclo vital de la cigarra periódica.
Mi
fisioterapeuta me venda la rodilla con unos electrodos
que
parecen prolijos nenúfares en miniatura. Me tiemblan los músculos.
Después
usa una aguja, y se me escapa un grito
que
nunca solté frente a nadie
que
nunca hubiera estado dentro de mí. Perdón, dice en voz baja,
y
sigue firme, Perdóname, lo siento.
¿Qué
les pasa a las células humanas
que
son miradas con amor? ¿Y a las que
miran?
Una tarde
con
A., en un cuarto en la costa, estábamos
en
la cama con toda
nuestra
piel casi quieta, una contra la otra,
casi
resplandecientes, un par de horas antes de que el sol
se
acordase de ardernos. Y nos miramos. Mira,
hinchazón
por la gota. Mira, muñón de brazo. Mira, cicatriz de cesárea,
congelamiento,
herida de arma blanca, y tú también, delicado esternón aún
intacto,
miren la sangre invisible, sientan
su
limpio golpeteo. Hoy cumplo treinta.
Éste
es el regalo que le hago a mi cuerpo.
Éste
es el regalo que le hago a mi cuerpo.
Robin
Myers (Nueva York, EE.UU. -1987)
Es una poeta y traductora. Es autora de los libros de poesía Lo demás (Barcelona, Kriller71 Ediciones, 2016; Buenos Aires, Zindo & Gafuri, 2016; traducción de Ezequiel Zaidenwerg), Amalgama (Ciudad de México, Ediciones Antílope, 2016; varios traductores) y Tener (Buenos Aires, Audisea, 2017; Barcelona, Kriller71 Ediciones, 2019; Ciudad de México, Ediciones Antílope, 2019; traducción de Ezequiel Zaidenwerg). Estaba entre los ganadores del concurso internacional de traducción convocado por Words Without Borders y la Academy of American Poets en 2019. Entre sus traducciones recientes o de próxima publicación están obras de Gabriela Cabezón Cámara, Tedi López Mills, Daniel Lipara, Leonardo Teja, Cristina Rivera Garza, Mónica Ramón Ríos y Gloria Susana Esquivel. Las traducciones de los textos que presentamos son de Ezequiel Zaidenwerg y de Hernán Bravo Varela.
No hay comentarios:
Publicar un comentario