viernes, 13 de junio de 2008

ARMANDO ROJAS GUARDIA


Armando Rojas Guardia

Nace en Venezuela en 1949.
Es considerado una de las voces fundamentales de la lírica venezolana contemporánea.
Poeta y ensayista, es uno de los fundadores del grupo Tráfico luego de transitar por el taller de poesía Calicanto; tiene en su haber poètico Del mismo amor ardiendo (1979); Yo supe de la vieja herida (1985); Poemas de Quebrada de la Virgen (1985); Hacia la noche viva (1989); Antología poética (Monte Ávila Editores, 1993); y La nada vigilante (1994). En 1981, fundó el grupo Tráfico



Su Poesía:


De Poemas de quebrada de la virgen

10

El sabor del agua después de gustar la picadura
holandesa de mi pipa.
El rojo asoleado del capó de un automóvil
donde canta la salud del siglo XX
La terca, muda, compacta verticalidad de la pared
-sacramento de la paciencia de las cosas
soportando, día tras día, el desorden de mi cuarto.
Los tristísimos ojos de Charles Baudelaire
-fotografiados ahí, sobre la mesa-
mendigos aún de la hermosura.
La silueta del gato visto anoche
jadeante y sigilosa como la luna de Edith Piaf.
La torpeza de aquel piano –tres apartamentos más abajo-
donde las manos de alguna pálida vecina ensayaban a Chopin

(bendito seas, Señor, en esta tarde cargada de misiles,
porque resuenan fragantes todavía la tos almidonada
y el frac y el malabar y la lavanda musical de Federico).
Aquel epicúreo rectángulo de sombra bajo el porche.
El color de la trinitaria en el crepúsculo
recordándome otra tarde en Nicaragua
en que bebí morado líquido (un jugo casual de pitahaya).
La risa de Miguel, para saber que existe el Paraíso
en la franja tropical de la memoria.
Haría falta también nombrar el cuento múltiple
de lo que me hace más sabio a su contacto:
el 3er, movimiento de la 9a. de Beethoven,
el cósmico juguete que son los dedos de Thelonius
tocando “Round Midnight”, un solo lentísimo de Parker
-por ejemplo, “Lover Man”- en la mañana
cuando el abrazo se demora, insiste, recomienza,
aquel poema de Ezra Pound, el que termina: "...la aurora entra en el cuarto,
con pasitos menudos,
como una dorada Pavlova...",
ciertas páginas calientes de Lezama
en que huele a malecón, las olas rompen
e incluso el mar tiene un color de daikirí,
aquella última secuencia de la película de Chaplin
(la ex ciega y el mendigo se consuelan
de su imposible amor, con la mirada).

Enumeraría igualmente esos instantes
inocentes, su gloriosa mansedumbre
que no vistió, desde luego, a Salomón:
el momento más justo del acorde,
la simetría sedante del paisaje,
la esbeltez japonesa de la curva,
la gravidez sonora del volumen,
la santa promiscuidad de los colores:

me refiero a Tus poemas menudos dibujando
la infinita secuencia de la anécdota
que le cuenta a mi muerte Scherezada
en la penúltima, horrenda, bella noche.

(A Miguel Márquez)

19

No buscados, hoy amanecen
el pan sin el soporte de la mesa,
el agua regia sin el vaso,
el árbol sin las letras que lo escriben o pronuncian,
el pájaro puntual en la ciudad dormida.

La lluvia pisa la grama y resucita
vírgenes perfumes. La cal nueva
fulge en la pared del campanario
donde el domingo me convoca.

Ese trozo de musgo en el asfalto
me recuerda que el Mundo, subversivo,
derrota a la Historia finalmente. Y con él,
vence este día, cabal e impronunciado,
rendimiento en su fasto la basura
acumulada ayer sobre la acera.

Hay asueto en la entraña del silencio
y hasta las motocicletas braman hoy
en el vacío festivo, como un circo
de animales prehistóricos jugando
en la infancia silvestre del oído.

La calle de siempre es otra calle:
una estampa escrita por detrás
en la caligrafía primera de la luz.
No hay mariposas, pero en cambio
los ojos de aquel perro, bajo el porche,
agradecen, acuosos, el sol tibio.

Me miran ignorando su dulzura
en la extática plegaria del instinto.

¿Cómo cristalizó el mito de esta hora
en el ateísmo líquido del tiempo?
Alguien dibuja el día por nosotros.
Alguien me ama hoy, secretamente.

(A Alberto Barrera)

25


Así como a veces desearíamos
que Karl Marx y Arthur Rimbaud
se hubiesen conocido en una mesa
de algún Café de Londres,
mientras en el agua sorda del Támesis
-ahíta de grumos aceitosos
que flotan entre botellas y colillas
y ropa gris de gente ahogada-
espera el Barco Ebrio, ya sin anclas,
a que el fantasma que recorra Europa
suba también, para zarpar
(Karl, vestido con blue jeans marineros
se despide de Engels en el muelle
y Tahúr hace lo propio con Verlaine
-los sueños insolentes hasta ahora enfundados
en la gorra que usó él mismo en la Comuna);

así como, a estas alturas, quisiéramos
que Hegel, apeado del estrado de su cátedra,
hubiese visitado a Hölderlin un día
en su manicomio oculto de la torre
para escuchar cómo el demente
-sin reconocerlo tal vez en su delirio-
le habla de un viejo amigo de Tubinga
con quien, en mitad de una fiesta adolescente,
bailó una mañana, junto a un árbol
por ellos mismos levantado
(“Libertad”, lo llamarían)
tan fieros y felices como niños orinándose,
con el impudor de los puerros, frente al rey
(en la siesta monocorde del verano,
recordando novias suavísimas de Heidelberg,
los dos compañeros se confiesan:
la razón deben pedirle a la locura
su danza irreductible, la inocencia
con que el loco Hiperión, desde su torre,
enseña al profesor de la luz blanca,
la rosa de los vientos del Espíritu,
no termina en el Estado de los Césares,
se burla de las Prusias de los Káiseres);

así querría yo hoy que a William Blake
lo hubiesen dejado predicar un solo día
sobre el púlpito labrado de una iglesia
-la catedral de Westminster, por ejemplo-
en presencia de arzobispos y presbíteros
y de una multitud de feligreses
harta, como todas, de sermones.
Imagino el viento sagrado resonando,
por primera vez, junto a los mármoles,
mientras los cuerpos, desnudados por fin
como a la hora del agua o del amor,
se erizan con el paso del Dios vivo
y tiemblan ante el olor de Cristo el Tigre
devorando las ingles de las almas,
ahora tan intactas, tan ebrias y tan vírgenes
como la de aquel niño canoso viendo ángeles
a la hora en que arde Venus sobre Lambeth
y hasta las prostitutas de Soho profetizan.



Poesía del Pensar *
Entrevista aArmando Rojas Guardia por Miguel Márquez

Si el templo de la poesía es la palabra, los poemas de Armando Rojas Guardia son formas arquitectónicas, trazados templados por la necesidad sonora, donde los volúmenes adquieren fisonomía por el ritmo y las piedras abundan, la dura consistencia de las rocas y los infinitos perfiles proliferan como genios. Brillos que en la oscuridad del alma nos regalan fasto y fiesta, reconciliación simbólica con zonas de nuestra psique que no lográbamos balbucear y que aquí, en sus poemas, vemos y leemos con renovada sorpresa y gratitud.

El esplendor y la espera (editorial Pequeña Venecia, 2000) es su libro más reciente, y para celebrar su aparición, la Dirección de Cultura de la Universidad de Los Andes, la Casa de las Letras Mariano Picón–Salas, el Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos, la Dirección de Literatura del Conac, la Maestría de Literatura Iberoamericana ULA y la Fundación Kuai–Mare del libro venezolano, unieron esfuerzos con el objeto de rendirle un homenaje a este poeta en la ciudad de Mérida.

Esta entrevista a Armando Rojas Guardia quiere darle la palabra a él para que nos hable, desde su perspectiva intransferible, de su libro.

Miguel Márquez: ¿Qué complejidad ofrece este libro con respecto a otros anteriores?
Armando Rojas Guardia: Este es un libro que escribí con gran esfuerzo y con una compulsión enorme que me obligaba a escribir todos los días durante meses. Inicialmente constaba de 30 poemas, que fui reduciendo paulatinamente a los catorce que aparecen en la edición definitiva de Pequeña Venecia. Yo considero que es mi mejor poemario, sencillamente porque creo que es lo que los alemanes llaman una "poesía del pensamiento", es decir, que imbrica lo mejor de mi visión poética del mundo con la textura de mis ensayos. Estoy sumamente complacido con la publicación del libro porque me costó mucho trabajo, mucho afán, mucho desvelo, por el inmenso trabajo que me supuso hacerlo.
MM: Dentro de esa mirada que tienes respecto a tu propio libro, como una poesía del pensamiento, ¿por qué el esplendor y por qué la espera?
ARG: Espera porque todo el libro está signado por la atención a la revelación, bien sea de lo cotidiano, bien sea de Dios, bien sea del deslumbramiento ante la vida. Espera porque todos los poemas viven en ese libro como aguardando la fulguración del instante donde se autorrevela el cosmos y también su Creador. Esplendor es el otro binomio semántico del título, sencillamente porque esa autorrevelación del cosmos o de Dios, que todo mi trabajo poético en este libro aguarda, es eminentemente extendente, es decir, hay una manifestación de la cadencia del ser que a mí me atrae llamar esplendor.
MM: Como escritor, eres un testimonio de lo que ha sido la búsqueda consciente de la articulación de una manera de estar en el mundo, reflexiva, consciente, lúcida, pero escribes un poema como "El libro contra la sospecha", donde la lucidez no es el valor fundamental ni primordial, no es lo que te guía como valor primario. ¿Qué hay cuando se toma una distancia con respecto a la lucidez, adonde se llega por este camino?
ARG: Yo digo en este poema, que es lo último del libro, que la lucidez es el último ídolo y el más útil. Me refiero a la lucidez del siglo XX, signado por la impronta de los grandes maestros de la sospecha, es decir, Marx Freud, Nietzsche. La lucidez que significa el desmontaje de lo ideológico, lo superyoico, del resentimiento, la voluntad de poder debilitada –según Nietzsche– conduce a un hipercriticismo tan radical que se muerde la cola. Es una especie de uroboro sumamente cerrado sobre sí mismo, y creo que la lucidez del siglo XX, siendo tan monstruosamente hipercrítica –me refiero a la lucidez intelectual y a la lucidez vital– puede conducir al abandono de otros conoceres, de otras texturas en el conocimiento humano que nuestra lucidez del siglo que acaba de terminar bloquea.
MM: ¿Crees que uno de esos saberes que bloquea el hipercriticismo es la mística? ¿Cómo incorporamos el misticismo en un mundo como éste tan ajeno y tan alejado del sentimiento de lo sagrado? ¿Cómo es posible reconciliarlo místico, el sentimiento de lo sagrado en un mundo tan prosaico?
ARG: La experiencia de lo sagrado es una experiencia inalienable. Instaura un tipo de conocimiento vivencial que el otro conocimiento propulsado por la lucidez hipercrítica pretende destruir. Pero ya Wittgenstein nos había dicho en el "Tractatus" que todo aquello que el lenguaje no puede asir, es decir, todo aquello que es indecible, es precisamente lo mismo.
Por supuesto me refiero a una mística contemporánea, no es la mística reproducida a calco de un San Juan de la Cruz o de una Teresa de Ávila, que vivieron en el siglo XVI sus grandes vivencias místicas. La mística a la que ahora me refiero es una mística dentro de una civilización que tiene ya muchos riesgos de una cultura poscristiana. La mística en la que yo creo es una suerte de vivencia de lo sagrado desde la entraña de un conocimiento inefable del ser. Esa experiencia mística es una especie de captura de lo esencial para la vida del hombre.
MM: Y dentro de la vivencia de la mística y del sentimiento de lo sagrado también ha estado siempre en ti la conciencia del tú como un valor fundamental de tu reflexión cristiana, reflexionas el tú, sobre el otro, que nuestros países adquieren el rostro de los oprimidos. ¿De qué manera está presente esta reflexión en este, tu último poemario?
ARG: En éste hay una experiencia radical de la alteridad asagrada que nos constituye en cuanto sujetos. En toda mi poesía y en mi obra ensayística yo he tratado de desplegar la experiencia radical del otro como un dato insoslayable de la propia conciencia. Es decir, creo que no puede darse una conciencia adulta dentro de la mismidad del yo entendido como una especie de espacio clauso, cerrado, que tenga bloqueado el sentido y el sentimiento de la alteridad. Creo que es ese el mensaje de Jesús de Nazareth, tomando lo esencial de él. Por supuesto que la experiencia radical del otro nos conduce a la vivencia de nuestra vinculación con los oprimidos, porque sencillamente donde el otro se expresa más desnudamente como otro que juzga e interpela la mismidad del yo, es en el pobre y el oprimido.
MM: En algunos poemas la presencia de la naturaleza se da de una manera. Poemas como por ejemplo "Donde está el jardín", "Mandala" o "John Coltrane". Entre la vivencia de la naturaleza, que explica por ejemplo tu cercanía a una ciudad como Mérida, y también tu pasión por el jazz, que es una música emblemática de la ciudad, ¿cuál es el diálogo que establece en tu poesía?
ARG: En todos mis libros aparece muy poco la naturaleza, salvo en este último poemario, donde sí hay una especie de experiencia de lo natural como en los poemas "Mística de árbol" o en "Dios es pequeño", porque mi preocupación ahora gira en torno a la vivencia de lo sagrado en el plano cósmico, en el plano de nuestra captación del universo. Estoy en Mérida, cercado por inmensas moles montañosas, y me siento a veces en una especie de levitación galáctica al andar por las calles y ver la Sierra Nevada, por cuanto vivo y padezco la percepción de lo natural radical entre estas calles. Tu citas el poema "John Coltrane", que es un poema sobre el sentido del cuerpo, del propio cuerpo humano en el jazz. Quiero decir que esa especie de contraposición entre lo natural y la cultura, porque el jazz, por supuesto, es un producto entrañable de la cultura universal, esa bipolaridad entre lo natural radical y lo cultural radical deben resolverse en la conciencia de que tal disparidad no existe, porque lo más radicalmente cultural nos conduce a la necesidad, a lo cósmico natural y viceversa.

* Publicado en El Universal, 10 de diciembre de 2000


Poemas I y II de "La nada vigilante"


Espero al poema
como aguardo el placer al inicio de la cópula,
lentísimo, fértil.
Espero al poema atisbando su llegada
en el ápice mismo donde cruje
y levanta las alas.
Espero al poema adviniéndome,
pulsándome desde el vacío mental,
demorándose bajo la red de mis nervios
inmóviles como la página blanca
que me arde en los labios.
Espero el poema, su olor difícil
en la pulpa del deseo,
su ráfaga entre las grietas de la atención,
su pausa virgen que la letra goza.
Espero al poema con los ojos de mi madre,
ávidos desde la muerte.

*****

El poema imposible
me desgasta de antemano.
Deletreo sus sílabas sin saberlas,
dispuesto sólo a un aire diáfano
moviéndose en mi boca para nadie.
Tanteándome roto de palabras
voy dejando que crezca en mi costado
un un florecimiento de mudez
donde rebrille la atención inmóvil.
Está hueca la voz
como un nombre de cadáver
pudriéndose en el centro de la página.
Pero me acostumbro al jadeo
a la ronca lisura.
Nada hay detrás del pensamiento,
nada en estas metáforas,

apenas la exacta vigilia
para otear cómo brota inalcanzable
el cactus del poema.


LA DESNUDEZ DEL LOCO

1

La hora de bañarse era a las doce.
Bajo la ducha todos, uno a uno.
Las paredes: amarillentas, desteñidas.
El sol del mediodía en las ventanas.
Atrás dejábamos el patio, los árboles inmóviles
y el rotundo imperio de la luz de agosto.
Nos desvestíamos con prisa (El enfermero
conminaba a hacerlo de ese modo).
Juntos y desnudos ante los cuatro grifos
de los que brotaba la ancestral terapia
aplicable en estos casos: agua fría.
Llegábamos en grupos hasta el baño,
desamparada fraternidad de cuerpos,
goteantes carnes, en la mitad del mundo
-porque estar allí era una cósmica intemperie,
la orfandad meridiana y absoluta:
verse a sí mismo, desnudo ante los otros,
desnudos también ellos, devolviéndonos
a la solar ingrimitud de ser un cuerpo
parado allí frente a los ojos
del escrutinio ajeno, sin la sombra
bienhechora y cobijante del pudor:
sólo desnudo como el Adán culpable
con la conciencia súbita de estarlo
en la desolación panóptica del día,
justo en el eje de las doce en punto.
Sí, el sol en las ventanas también era
un ojo coherente y vertical:
la mirada de Dios, omnividente,
de la que deseábamos huir, sólo escapar
para no sentir la vergüenza de ser vistos
siempre desnudos, con el sudor manante.
Y el agua de la ducha va cayendo
sobre la desnudez flagrante y compartida
y no aminora el ardor de ese Ojo vivo
clavado en la pulpa de ser hombre,
ese sol sin párpados brillando
sobre la piel empapada por el chorro
de un gran incendio líquido.
Nuestros pies
chapotean en los pozos que las grietas
del piso hacen aflorar en torno a ellos
y un asco en flor asciende hasta la boca:
náusea del agua corrompida que pisamos,
de esos viscosos charcos, de la humedad
pringosa, del olor a orina, de las losas sucias,
asco de tanto desamparo genital
en el centro nítido del cuerpo
mientras el paranoico estupor del mundo
permanece acribillado de ojos y más ojos
dentro de la totalidad de la canícula.

Íbamos por fin saliendo, unos tras otros.
Cabeceaban los árboles. Agosto
refulgía, preciso, en la luz densa
que gravitaba alrededor del patio.
El almuerzo aguardaba (la comida
era tomada con las manos: los cubiertos
podían significar intentos de suicidio).
Y esa ración de cárcel en los dedos
venía a ser otra manera, avergonzada,
de ser siempre observados
-ahora ridículos, asiendo
un puñado de arroz con la torpeza
del que no se habitúa a comerlo de ese modo-,
en cada bocado masticando el pánico
desnudo de Adán a mediodía
que en el baño fue certeza sensorial, clarividencia.


jueves, 12 de junio de 2008

Yolanda Pantin


Yolanda Pantin

nació en Caracas el 10 de octubre de 1954; Licenciada en Letras, egresada de la UCAB;
En 1979 se integra al grupo literario Calicanto dirigido por la escritora Antonia Palacios. Ese año recibe la Mención de Honor del Premio Nacional de Poesía Francisco Lazo Martí por su libro Casa o Lobo. En 1981, junto con Alberto Márquez, Miguel Márquez, Igor Barreto, Rafael Castillo Zapata y Armando Rojas Guardia, se separa de Calicanto y funda el grupo Tráfico que en su momento significó una violenta ruptura y cuestionamiento a las poéticas dominantes en el país. En 1982 recibe la Mención de Honor de la Bienal de Poesía José Rafael Pocaterra por el libro Correo del Corazón. En 1989 funda con un grupo de poetas venezolanos la editorial Pequeña Venecia de poesía. Ese año recibe el Premio Fundarte de Poesía por el libro Poemas del Escritor. En 1990, junto con Santos López, crea la Fundación Casa de la Poesía de la cual es directora adjunta.


Su Poesía:


VITRAL DE MUJER SOLA

Se sabe de una mujer que está sola
porque camina como una mujer que está sola
Se sabe que no espera a nadie
porque camina como una mujer que no espera a nadie
Esto es
se mueve irregularmente y de vez en cuando se mira los zapatos
Se sabe de las mujeres que están solas
cuando tocan un botón por largo tiempo
Las mujeres solas no inspiran piedad
ni dan miedo
si alguien se cruza con ellas en mitad de la vereda
se aparta por miedo a ser contagiado
Las mujeres solas miran el paisaje
y se diría que son amantes
de las aceras/ de los entresuelos/ de las alcantarillas/ del subsuelo
de los subterfugios
Las mujeres solas están sobre la tierra al igual que sobre los árboles
les da igual porque para ellas es lo mismo
Las mujeres solas recitan parlamentos
estoy sola
y esto quiere decir que está con ella
para no decir que está con nadie
tanto se considera una mujer sola
Las mujeres solas hacen el amor amorosamente
algo les duele
y luego todo es más bien triste o colérico o simplemente amor
Estas mujeres se alumbran con linternas
van al detalle
saben donde se encuentra cada cosa
porque temen seguir perdiendo
y ya han perdido o ganado demasiado
Ellas no lo saben
porque van del llanto a la alegría
y a veces piensan en la muerte
También planean un largo viaje e imaginan encuentros posibles
Administran el dinero
compran legumbres
trabajan de 8 a 8
Si tienen hijos hacen de madres
son tiernas y delicadas
aunque muchas veces se alteren
un pensamiento recurrente es
ya no puedo ni un minuto más
Las mujeres solas tienen infinidad de miedos
terrores francamente nocturnos
los sueños de tales mujeres son
terremotos catástrofes sociales
Una mujer sola reconoce a otra mujer sola de forma inmediata
llevan el mismo cuello airado
lo cual no quiere decir que no quieran a nadie más que a sí mismas
esto es completamente falso
Lo cierto es que la casa de una mujer sola
está abierta a su antojo
Una mujer sola
no puede curar su soledad
porque nada está enfermo
se remedia lo curable
una gripe o un dolor de estómago
La mujer que piense que su soledad es curable
no es una mujer sola
es un estado transitivo entre dos soledades
infinitamente más peligrosas
Una mujer sola es una mujer acompañada
aunque de este hecho no se percate más que el zapato
al que mira con detenimiento
o el botón
que parece representar algo verdaderamente importante
como de hecho lo es
como los árboles o el cielo
sólo que el privilegio que deriva de semejante atención
es más bien propio de las almas temperadas al siguiente fuego:
id contigo
para estar con vosotros

(de Correo del Corazón)




A veces

no sé dónde estoy,
como esta noche en Caracas.

Escucho llover
cuando Dennys me dice:

‘Así fue en el deslave’.

Llueve de tal forma torrentosa
como nunca lo había visto. El ruido

sobre el techo de metal, en la terraza,
donde estamos conversando,
me hunde en los terrores del sueño,
como pasa con los años. No duermo.

Voy a Turmero,

a la casa de mis padres. Miro
con mis hermanos el correr
de las aguas cenagosas
que levantan los autos cuando pasan,
creando olas inmensas, nos parecen,
por sobre las aceras.

Es el agua que igual baja
por las avenidas umbrosas
de esta parte, en Caracas,
cuando arrecia
el aguacero.

Estoy en un jardín
como eran los de antes,
y el que rodeaba la quinta Los Castaños,
en Chacao; entro en el cuarto
donde Malle nos espera
dándonos lugar
en un mundo extraordinario.

Pero Dennys insiste: es la luz de esa tarde.

Yo me echo a reír
ya que todo parece caer sobre nosotros:
el cielo, y el Ávila. Siento pánico. A veces
me levanto en la noche, y en medio del desastre,
no se dónde estoy. Me cuesta retirar
la membrana pegajosa
que aúna las realidades. Así, parece igual
estar dormida que despierta.

Veo la imagen de un Guardia Nacional
orinando la puerta de una casa.
Veo su espalda gruesa, inclinada,
mientras se desahoga con calma.
Escucho el relato de un hombre quebrado
y a mujeres en su querer decir,
con un gran miedo, junto a sus hijos.

Pero abro los ojos y voy a la cocina,
y en la nevera miro los afanes de Jimena
para el almuerzo de mañana en el banco,
y como todas las noches, la lonchera de Efraín,
abierta, junto al fregadero. Son las cosas
que de una forma humana me consuelan,
como ver sobre el sofá dormir a Loqui
enrollada sobre sí, igual a un ‘caracolito’.

Escucho detrás de las puertas
en el pasadizo
el ruido de los ventiladores.
Me apacigua el roce metálico
que hacen las aspas y percibo
nítido en la madrugada.

Pienso en Ana, como yo,
en su lucidez insomne. Aunque esta noche
quiso tranquilizarme: leeré una novela, me dijo.
Yo no tengo cabeza.

Escucho la voz del funcionario:
Así son los intelectuales,
y así deben ser: disconformes. Qué cinismo
el de su argumentación, es limpia y corta
igual que la hoja de un cuchillo; como

el arma que usó el ideólogo
para humillar a María Fernanda.

Ayer, por ejemplo, Carlos
me contó una fábula:

Cuenta la historia, según el relator,
de una doncella
que convierte la torre donde vive
con sus fantasmas, en un puente
tendido sobre el abismo.

A veces me encuentro
en medio de un pantano.

Hay un instante de desasosiego,
mientras caigo en cuenta
que esta soy yo, despierta,
como tantos otros,

entrando en la noche.


CANCION

Todo lo que me separa de ti
es tristeza

Todo lo que siente
corazón distante
muda pena
es todo cuanto escucho

mío cante

Madre
que estás en aquellos
que he amado

Sombra
cuya sombra mudó
hasta alcanzarte
fría tierra
dó el niño dejó

y fue instante

Cuanto siente
ciega
corazón grave

todo lo que me une a ti
es tristeza


YO SOY OTRA

He aceptado la invitación a viajar.
En el auto,
el paisaje pasa demasiado rápido.
Raspa al oído
la música sorda que el interior repele.
Atravesamos el país sin detenernos,
apenas para orinar o para beber un trago de agua
en las gasolineras.
El verano castiga gris y estático,
como el cielo.
Conversaciones banales distraen el asedio
de las horas muertas.
Levantamos las tiendas
a la orilla de un río ancho y cenegoso.
Las aves chillan al alzar el vuelo.
Me acerco al río
como Narciso al estanque.
Las aguas turbias no reflejan mi rostro.
Yo he soñado con esto.

(la herida ha sanado sobre la carne muerta)


EN LA VOZ DEL POETA


A veces parecía indiferencia
ese andar por la casa, distante.

Nosotros conocíamos el habla
y el lenguaje también de las miradas: calla.

Hasta que una voz nos llamaba:
“Vengan la cena está servida”

Entonces nuestra madre nos saludaba
como si nos reconociera

y en la mesa sentados sonreía,
para que no pensáramos que la habíamos perdido

miércoles, 11 de junio de 2008

José Barroeta


Jose Maria Barroeta Paolini (1942-2006) Venezuela. Poeta. Abogado (UC) Doctor En Literatura Iberoamericana (Universidad de Paris,1981). Profesor de la Escuela de Letras de la Universidad de los Andes desde 1975. Pertenecio a los grupos Literarios “Tabla Redonda” (1959), “El techo de la Ballena (1961), “Tropico uno” (1964, Puerto la Cruz) y en “Haa” (1965).


Entre sus libros están Obra poética 1971-1996 (Ediciones El Otro, El Mismo, 2001) y Presencia lírica completa, que recoge los libros Todos han muerto (1971), Cartas a la extraña (1972), Arte de anochecer (1975) y Culpas de juglar (1996).

Entre sus distinciones destacan: Primer premio en el festival Nacional de la juventud (1968) con Todos han Muerto. Premio Literario Pro-Venezuela. Seccion Poesia (1974) Con su libro Arte de Anochecer. Primer premio Bienal de Literatura “Miguel Otero Silva” (Ateneo de Barcelona, 1982) con Fuerza al dia.



El capitán

Al capitán de capa roja y bucles azules
se lo llevó muy lejos el viento del puerto.
Regresó con sus navíos colmados de sedas
y pudo sentarse cerca de su mujer y sus hijos
en el palco de toros.

Su mujer, ya vieja, no lució las bellas telas
y sólo el hijo mayor, ducho en cetrería,
las aireó en los prados.

Acompañado de su hija, todavía doncella,
hundió naves y sedas y pedrerías
y el recuerdo de sus viajes.




Una rusa

A Luis Camilo Guevara y Víctor Valera Mora

Tania Voroshilov
es la rusa a quien hablo soñando.
El oso de sus pies me seduce y vuélvese nieve
todo el amor.
Todo ha sido soñar y recorrer con ella
la estepa,
todo ha sido echarme en las flautas
de su cabeza.
Todo el cuerpo de Tania Voroshilov lo he conseguido
soñando.
Al apagar la luz de mi cuarto ya la tengo,
cerca de mí en Leningrado. Y en las aceras de la ciudad
que lleva el nombre del gran jefe,
Tania Voroshilov baila desnuda. Me entrega su iluminado sexo
en forma de alcohol.
Tania Voroshilov es como el nombre de mis lecturas
de los quince años. Allá en la mesa de aldea que humedece
la lluvia,
la foto del camarada Lenin se confundió entre libros
y yo esquié sobre su helada y calva cabeza, siempre tomado
de la mano de Tania Voroshilov.


Todos han muerto

Todos han muerto.
La última vez que visité el pueblo
Eglé me consolaba
y estaba segura, como yo,
de que habían muerto todos.
Me acostumbré a la idea de saberlos callados
bajo la tierra.

Al comienzo me pareció duro entender
que mi abuela no trae canastos de higo
y se aburre debajo del mármol.

En el invierno
me tocaba visitar con los demás muchachos
el bosque ruinoso,
sacar pequeños peces del río
y tomar, escuchando, un buen trago.

No recuerdo con exactitud
cuándo empezaron a morir.
Asistía a las ceremonias y me gustaba
colocar flores en la tierra recién removida.

Todos han muerto.
La última vez que visité el pueblo
Eglé me esperaba
dijo que tenía ojeras de abandonado
y le sonreí con la beatitud de quien asiste
a un pueblo donde la muerte va llevándose todo.

Hace ya mucho tiempo que no voy al poblado.
No sé si Eglé siguió la tradición de morir
o aún espera.


Amapola

Cuando me encuentre con el sucio otoño y el paño
primaveral.
Cuando estés tú desnuda sobre los cráneos que amaron
y los fervientes estemos muertos,
y las hojas sean mías sobre esa colina. Oh, amapola.
Cuando mi alma atraviese la Estigia y mi memoria teja ruidos
en el vacío.
Cuando tú y yo amapola
conozcamos a Vivaldi y a Enrique Ibsen. Y yo duerma sobre ti
y tú sobre mí. Oh, amapola,
Oh dulce y bella flor mía.


Oculto


A qué oficio debo someterme;
a qué luna de las siete que vuelan
sobre la cerviz de mi padre vivo
debo festejar.
Qué oro debo dar a la muerte
si no hay abismo debajo de mí
ni más arriba
sino en mí todo encerrado como en los
frutos.
Algo me oculta,
quizás la inclinación perversa de quedar
en el bosque amarillo donde me crié,
en el azul nervioso de los cerros.



Arte de anochecer

Hay un arte de anochecer.
De la entrada del cuerpo al alma,
de la niebla a la redondez
y del círculo al cielo;
hay un arte de luz,
un campo donde anochecer
es mirar la vida
con el cuerpo cerrado.
Hay un arte de anochecer,
un descenso en la entrada del día
a la completa oscuridad.
Un intermedio donde es necesario
recibir y saber todo sin estremecimiento.
Hay un arte,
un paisaje a veces amable,
a veces torvo,
donde ascenso y descenso son accesorios
de la materia limpia.
Hay un arte de anochecer.
Quien haya vivido o soñado con bosques,
luces y demonios,
lo sabe.


Diluvios

Fuimos derrotados por puestas de lluvia
impresionantes.
Escondidas las aguas era necesario salir,
hacer hogueras.
Con el agua el perfume de estar solos
desaparecía
y apenas el olor de la tierra mezclada
adquirió sentido de lo efímero.
Derrotados por la guerra fluvial creamos un poderío
inalcanzable
y ni siquiera la audacia de destruirnos albea.
Hay que comenzar por tres hombres, por tres rosas
o por tres conejos.
No podemos seguir con el hombre de barro
y con la rosa cursi.
En alguna parte una mujer debe tener
costillas
para que salga un hombre.
A lo mejor el día tiene reveses y solo no me
basto.
A lo mejor he dejado fuera del cuchillo mi cuerpo.
Soy el paraíso,
el que tuvo velas de pieles de serpiente
para montar,
dos a dos,
en el arca.


Hechos

Recuerda el jardín. Aquellos caballos tienen flores,
un espejo irrepetible en los casos, una mudez para
el deseo y otra para las aguas.
Una humedad tuya cae a otra sombra
y son de piedra soleada los ritmos,
los hábitos de ese guardián que no ha tenido
noche.
A prisa una bahía cambia
y marcha con una rosa en busca de la ciudad
perdida,
en busca de nadie bajo el vidrio del día.


Fábula

Si yo pudiera ser adolescente.
Mover piedras azules en el río.
Cantar con pájaros.
Si la piedra del cielo
me diera con la cara
sobre la piedra mía
y se abriera la noche
con espantos y todo
y lloviera.



Junio

A Luis y Betania

De qué tonalidades al mirar en el
amanecer
están hechas mis manos
y afuera, en el mundo,
qué coloridos tienen las raíces
y la piel del sapo recién salido apenas
de la charca.
Qué orígenes tiene esa sombra
que cae en mi pecho
como los duraznos,
atraída a mi soleada habitación
por la gravedad de mis nervios
o por el oblicuo temor
de que se quede allí,
por siempre,
o impida el paso a la sombra
verdadera.
De qué susto están hechos mis
latidos
en los momentos en que se escucha
un gallo misterioso
y el cielo es un azul de lactancia
que conmueve,
que impulsa sin tiempo alguno hasta
el fin.

martes, 10 de junio de 2008

Belkys Arredondo Olivo


Belkys Arredondo Olivo


Nació en Caracas, Venezuela. Poeta, periodista y editora. Realizó estudios en la Escuela de Artes Plásticas Cristóbal Rojas (1970), en la Escuela de Comunicación Social de la Universidad Central de Venezuela (1990) y de Postgrado en Literatura Venezolana de la misma universidad (1999).


Ha publicado tres poemarios, Sagita(1998), una plaquette llamada Abecedario roto (1999), De un grano de arena saldrá un pájaro (2001) y Cóncavo (2005). Sus poemas aparecen en los libros Taller de Poesía para uso de Talleristas (1998) y Voces Nuevas (1999), ambas publicaciones del CELARG, también, en Las Voces de la Hidra. Antología de la poesía venezolana de los años 90. (Compilador, Miguel Marcotrigiano, 2002, Ediciones Mucuglifo) y en la Antología poética del Círculo de Escritores de Venezuela (2005) y Revista Blanco Móvil, ejemplar dedicado a la poesía venezolana (México, 2006). En 2006 obtuvo el Premio Latinoamericano José Rafael Pocaterra, en la mención Poesía, con su poemario A ras del vidrio.



Su poesia:


EXPERIMENTO

Resumir verbos
puede estar entre el descubrirse
y sorprenderse

retomar la responsabilidad
no olvidar la imposición
la postura hierática en un pupitre
frente a alguien
que repite lo repetido


SAGITA

Y empiezo con lo que acabo de decir
Para algunos somos ajenos.
Somos imposiblemente propios.
Irremisiblemente. Irremediablemente.
Indubitativamente. Certeramente cierto.
Somos increíblemente inexistentes.
Ajenos. Eternamente ajenos.

Nunca sabrán nuestros nombres
e ignorarán por siempre
nuestros pasos y nuestros cuerpos.


INSOMNIO

me dijeron que en su cielo de esmalte
no dormía
Para su curación
detallaron del tiempo aquél
las posibilidades

en éste
comentaron de pastillas y tratamientos

Y esa noche al cruzar el rojo pavimento
todo el azul me derritió
junto a mis zapatos
entre hombro y hombro acogida
la lágrima


(Sagita 1998)



LAS HORMIGAS

De dónde vinieron
por qué esperan los pies descalzos
si cerca no hay jardines
porqué las sorprendo debajo de la almohada
porqué mordisquean lo que amo

A su pesar no ando con sigilo
aprecio la frialdad de los mosaicos
sacudo persianas

y canto


SOLDADURA DE GASA

las recámaras aún no existen
no he de dormir

podría liberar formas
abrir compuertas y arrebolar

podría habitar la caja
lanzar piedras al tejado de vidrio

buscar la sombra de la espada
sin anestesia ni suturas

mas desabrigo el frío
y corono la extrañeza del pájaro

el aire hidrata
la leche cuaja y flota

y deshago albahaca con los ojos
para comer de mí


PLACER SIN CUERPO

Dejarse rodear
Provocar lo amado
andar a tientas
Dejar que las letras
bailoteen como dirigibles
en gravedad esponjosa

A tientas
Feliz el cuerpo
El animo
Tener el derecho de los niños
de abrir los brazos como barcos
a las 5 de la tarde

Dejarse llevar
por el amor
de estar sintiendo

Saberse vivo

Regocijarse de la piel y los zapatos
Probar el aire
Sentir el viento
Probar la tierra
La semilla
Probar el fuego

Sentirse vivo


PARA NO LEER EN VOZ ALTA

Mi cabeza arde.
No la apaga otro fuego, tampoco la lluvia.
Campos de huesos, sombra atrapada.
algo llora, volteo sorprendida como
el niño que encuentra un jardín sonando.

No, no son estrellas, es la casa vieja,
No, no es selva comprimida,
es el parque de brujas,
No, no es el cuerpo felpudo,
es la ausencia.

Son los nuevos ruidos que tengo.
El agua corriendo por las cañerías,
el sótano oscuro donde prendí sonajas
son los caminos trazados.
Aprender el canto de cuna,

levantarme a cumplir con la promesa
de un futuro ajeno que digo mío,
llevar una caja en la cabeza para que los
cabellos no se vean. Rojos, hebras de fuego,
independientes ventean

No, no acerques la mano
te quemarían.


JOKER

Alrededor de toda la casa
desparramaré hilos de gasolina,
luego telas de agua circulantes

Una cúpula mantendrá la temperatura
la cierta
Expandiré los papeles
sacaré los colores y las sedas

apretará los labios el deseo del equilibrista

mantendré lo palpable por la punta del lápiz

y será para ti

(De un grano de arena saldrá un pájaro 2001)



Al acercarme en son de cobijo a mis poemas

ellos se golpean en la jaula


¿aprenderán la atención

de estos cuerpos que somos?


pequeños aletean perseguidos

por lo que vivieron una vez


he pensado en soltarlos


me detiene el que en la urbe

en libre albedrío mueran



Mientras transitas la noche

el piélago de la mirada

abona el silencio

la boca quita asienta lo vivido


palabras vendrán

una dirá amo

otra duele

y aquella callará por nombrar


de lo olvidado

suavemente

quitas el polvo



Le dije a mis muertos que te llamaría

por la estructura del poema

les dije también que había tomado su forma

mas otros ojos eran válidos

y tuve miedo


ellos hablaron de una posibilidad

sólo a la cita convenida


y no viniste



Me desprendo del idioma

me quedo muda

en soliloquio interno


olvido la pluma

me encapsulo


soy un punto amarillo

que no responde


(A ras del vidrio 2006)




lunes, 9 de junio de 2008

viernes, 6 de junio de 2008

Eugenio Montejo



Eugenio Montejo acabó su batalla contra los molinos de viento que atormentaron su existencia en el último tiempo. Nos deja con una gran experiencia de vida trazada en cada una de sus líneas. Es encontrar Manoa la razón de nuestra incesante búsqueda, la que atormenta nuestro espíritu? O simplemente vivimos en ella, en cada paso que damos, cada sonrisa que prodigamos, cada momento de felicidad que nos permitimos vivir?De seguro Montejo despertó este viernes en otra parte fisica, en otro lugar terrenal, pero su esencia debe estar en Manoa, lugar que nunca abandonará, porque está en él como en cada uno de nosotros


(Caracas, 1938 - 2008) poeta y ensayista venezolano.Fundador de la revista Azar Rey".Co-fundador de la Revista Poesía de la Universidad de Carabobo.Investigador en el centro de estudios Latinoamericanos "Romulo Gallegos"(Caracas).Colaborador de gran cantidad de revistas nacionales y extranjeras. En 1998 recibió el Premio Nacional de Literatura. Uno de sus poemas es citado en la película 21 gramos, del director mexicano Alejandro González Iñárritu.
Muere de cáncer el 5 de junio del 2008, en Valencia Venezuela.



El DIALOGO CON EL ENIGMA DE EUGENIO MONTEJO

La voz del poeta Eugenio Montejo, nacido en Caracas en el año 1938, ha sido una de las más prolíficas en el avatar literario venezolano de los últimos tiempos. Acercarse a la poesía de Montejo es enfrentarse a un paisaje que enseguida se hace nuestro, es toparnos con sensaciones, cosas, objetos, memoria que sacude, anima e invita a replegarnos del mundo que nos prende y sentirnos cómodos en la vida que habitamos. Rica en sus manifestaciones, desde su primer libro “Élegos” (1967), la obra poética de Montejo ha hallado terreno fecundo en un universo natural, en el que se sitúa el poeta y desde donde nos invita al ritual de la contemplación, desde donde nos presenta a los árboles como seres palpitantes, donde la música de pájaros y gallos despierta nuestros oídos adormecidos, donde las piedras, remotas y quietas, rezan la paz de los tiempos y se yerguen como símbolo de permanencia contra la fugacidad de la vida, contra “esa sensación de efimeridad de la existencia con la que se nace y se padece” como lo afirma el mismo poeta, donde finalmente lo natural se arriesga a lo visible y se afianza a la tierra, patentizando así ese otro sentimiento de raigambre que une al hombre con lo terreno y que Eugenio Montejo ha nombrado “terredad”, concepto que ha explayado a lo largo de su poesía. Dirá el poeta: “Estar aquí en la tierra: no más lejos/ que un árbol, no más inexplicables/ livianos en otoño, henchidos en verano/ con lo que somos o no somos, con la sombra/ la memoria, el deseo, hasta el fin...”

Pero el imaginario montejiano está más aun llenó de reminiscencias, de transfiguraciones, de analogías, donde hay un eco melancólico del pasado, el hogar, los que se quedaron en el camino, el tiempo:

“Los días se doblan en mi mesa/ se esparcen, rotan, se suceden/ pero ¿qué hace mi alma del tiempo?/ Iba a amanecer y ya es de noche”/ vine a la ciudad y está desierta” escribe en su poemario de 1976 “Algunas palabras”.

Ese ardor que se instala en algunas de sus poesías altera los sentimientos, hay cierta añoranza que palpita en las palabras, como en aquellas donde el espacio vacío es la casa, lugar que cobija, protege y que está “lleno de noche dentro y por fuera de nubes”

Es inevitable, recorriendo la obra de Montejo, hablar de la poesía de los objetos, no reaccionar ante la mirada que posa el escritor sobre las cosas aparentemente inanimadas, sumergidas en una rigidez y una quietud. Así una silla regresa a su lejano árbol, una mesa “ya tiene bastante con que nada se caiga/ cuando las sillas entran en voz baja/ y en su torno se congregan”, o el café es un “amable duende que nos sigue por el mundo con densas vaharadas”

Ecos de poetas queridos para Montejo se traslucen en su poesía. Jorge Manrique, César Vallejo o Fernando Pessoa. Sin embargo el poeta descubre su propio alfabeto, sus palabras “fuertes, francas, amarillas, otras redondas, lisas, de madera...”

Carlos fuentes dijo alguna vez que la poesía era hacerle el amor a las palabras, se podría agregar que Eugenio Montejo le hace el amor a las palabras con belleza, con esplendor: el sentido de la forma nunca ahogará los significados más profundos, mas sin embargo tampoco hallaremos imágenes deshilvanadas, ninguna visión sin melodía.

La poesía de Eugenio Montejo se ha enriquecido además con la presencia de varios heterónimos liderados por el enigmático Blas Coll, figura extravagante que pretende una reforma de la lengua castellana y a cuyo cobijo se reúnen un grupo de discípulos, entre ellos Sergio Sandoval, quien ha publicado “Guitarra del horizonte”, conjunto de coplas con comentarios del autor, Tomás Linden, poeta sueco autor de un conjunto de sonetos llamado “El hacha de seda”, Eduardo Polo, quien ha escrito un poemario para niños inédito titulado “Chamario” y así otros que aun no salen a la luz, pero aguardan atentos en medio de las tertulias de la aldea de Puerto Malo.

Si bien su obra ha sido muy pródiga, es ahora cuando las palabras de amor de Eugenio Montejo hallan morada en un poemario titulado “Papiros amorosos”, recientemente publicado en España por la editorial Pre-Textos. En él la grandeza del amor ocupa el mundo, es el espejo donde se retrata el ser amado, presente o lejano, pero siempre objeto y fin del sentimiento. En “Papiros amorosos” la emotividad se constituye en eje, signo y escenario del entendimiento, de la lucidez, la serenidad que llega cuando se conoce profundamente a aquel que amamos, cuando el amor se torna forma, color, cuerpo y tierra.

Escribe el poeta: “Y ser hasta el fin el que he nacido/ éste que por tu amor vino a al tierra”

“Se dice poco el amor en estos tiempos” ha dicho el poeta, tal vez por ello nos ofrece esta poética pletórica de intensidad, un espacio donde podemos jugar a descubrir el amor ancestral, en oportunidades tan esquivo mas siempre tan cierto.

A propósito de este libro Eugenio Montejo nos habla de sus poemas de amor y de algunas apreciaciones sobre su obra.

María Alejandra Gutiérrez.- ¿Es “Papiros amorosos” el testimonio de esa presencia constante del amor en su vida, esa visión reposada de los sentimientos que otorgan los años?

Eugenio Montejo.- Papiros amorosos es un conjunto de poemas que incluye unos cuantos poemas anteriormente publicados y el resto inédito. Se trata de un viejo proyecto que ahora logra concretarse y que probablemente crezca un tanto más. De joven escribí pocos poemas de amor, y publiqué menos. Siempre pensé que se trata de un texto difícil, que demanda no poca destreza verbal, por lo que no conviene precipitarse. Al encarar su escritura no resulta fácil pasar de la orilla de la palabra a la orilla de la memoria. Y sin ese pasaje no hay poema que valga. Es verdad que este riesgo es común a la hechura de todo poema, pero en el texto amoroso hay que tener presente que cuanto interesa a una pareja no siempre interesa al lector. Su tono debe esquivar el riego del lugar común y la nadería. Por lo demás, deseaba que en este poemario no se sacrificara la entonación más o menos común a mi poesía, que conservara su impronta. Algunos poemas escritos hace más de treinta años y aún no publicados, no obstante considerarlos válidos todavía, no los incluí en esta colección porque sentí que se abrían a un diálogo distinto, se apartaban de la unidad tonal del libro, o tal me parecía. En fin, en este poemario es visible, tal vez, la tendencia a recuperar la emoción desde un estado más sereno, “la emoción recordada en reposo”, de que hablaba Wordsworth. Hace poco me preguntaron acerca de la impresión que me había dejado la escritura de este libro, y respondí que, contrariamente a lo que antes suponía, he terminado por aceptar que el amor es tan misterioso, si no más, que la muerte. Es misterioso y así mismo subversivo, tan subversivo que atenta contra el yo, la piedra angular de la personalidad social. No en vano las sociedades se han cuidado en todo tiempo de afirmar instituciones para controlarlo. Venimos saliendo de un siglo terrible, de grandes ambiciones totalitarias, no es raro que el amor se diga poco en nuestro tiempo. ¿Qué podrían significar las palabras amorosas de Ana Ajmátova para ese proyecto de control absoluto de los seres que representó el comunismo?

Pregunta.- Siento su poesía nostálgica, de añoranza por el pasado, por los que nos están. ¿Sirven las palabras para convocar el pasado y hacer que las cosas trasciendan en el tiempo?

Eugenio Montejo.- No sé si la palabra correcta sea nostalgia. A Blas Coll no le gustaba esta palabra, decía que el sentimiento de añoranza debe mencionarse con una sola sílaba, de lo contrario ninguna añoranza es verdadera. Pero volviendo a su pregunta, creo que ello tiene que ver, más que con la nostalgia del tiempo ido, con una percepción de la simultaneidad de la horas, digamos de un tratamiento no lineal, sino circular, del tiempo; tal vez sea esto lo que nos lleva a evocar un instante y sentirlo en simultaneidad con otro que ya ha ocurrido o va a ocurrir más tarde. Se trata de una visión que debemos a la psicología de los amerindios y de los africanos, es decir, que no sólo nos valemos de los hábitos perceptivos que nos legaron los europeos, sino que con mayor asiduidad solemos percibir el tiempo como circular y simultáneo; en el fondo ello viene a representar cierto “cubismo” del tiempo, donde todas las horas, las de ayer, las de mañana y las de hoy, conviven en nuestra imaginación simultáneamente.

Pregunta.- Aristóteles asociaba la melancolía con el héroe, el artista, el poeta, ¿ciertamente posee el poeta un espíritu taciturno, un temperamento melancólico?

Eugenio Montejo.- Uno de los poetas apócrifos de quienes me he ocupado, Tomás Linden, dice en un verso: “La belleza en la tierra se desvía de la mujer a la melancolía”. Es probable que lo que ahora me pregunta encuentre alguna confirmación en esas palabras. En lo que escribo, sin embargo, no veo una inclinación al saturnismo muy acentuada. Ni una cosa ni la otra. Tiendo siempre a la búsqueda de un equilibrio y me desvivo por lograr tanto como puedo la armonía. Además, siempre he creído que la poesía, como la vida, se define a partir de la esperanza. Diría, pues, que antes que el extremo representado por el saturnismo, y el de la euforia vital, opto siempre por el difícil y necesario equilibrio.

Pregunta.- ¿Cómo es su relación con la naturaleza, nace espontánea o deriva de vivencias o emociones de su vida, de su infancia?

Eugenio Montejo.- Los hombres de mi edad, es decir, los venezolanos contemporáneos de la generación de 1958, fuimos involuntarios testigos del cambio de un país agrario a un país petrolero, con todas las alteraciones y trastornos que ello supone. Vimos el crepúsculo de ese país geórgico que estaba en despedida, con su ritmo y sus formas tan distintas, formas de trato, de habla, de relaciones; no era ciertamente un país edénico, porque también en él estaban presentes los muchos males del caudillismo criollo, pero estaba más unido a los ritmos naturales que venían de los siglos precedentes. Con el petróleo, para bien o para mal, cambia todo, y nace nuestra apresurada modernidad, que se lleva por delante las viejas edificaciones, como también las viejas formas, para construir en su lugar, sin mucho cálculo previo, un país nuevo, de forma adúltera, es decir, descasado con la tradición. No es extraño que sean los gendarmes militares quienes mejor se desempeñen en este propósito: se reedifica a ritmo de tambor. Con el viejo país que se despide se van también costumbres y relaciones de contacto más estrecho con el mundo natural y agrario. La infancia de quienes cuentan más o menos mi edad estuvo más cerca de los árboles, los animales, el campo. El muchacho de hoy, cuando no tiene la fortuna de salir a las aldeas, debe resignarse al mundo virtual, en el cual sólo conoce a los animales por imágenes Digamos que éste no es un fenómeno solamente venezolano; en nuestra época se tiende a ser más urbano en la medida en que se afirma la ciudad nueva. Y en esa misma medida se aleja también la posibilidad de la contemplación. Ungaretti afirma en uno de sus apuntes que en nuestro tiempo ya casi no es posible la poesía porque no es posible la contemplación. En verdad, vivimos espoleados por la prisa que impone la religión del dinero.

Pregunta.-¿Cómo afronta usted como poeta ese mundo de hoy del que habla, cómo se nutre su poesía de esa nueva realidad?

Eugenio Montejo.- Diría que se trata de una preocupación común al poeta que hoy vive en Sidney, en Madrid o en Caracas, es decir, que todo ello forma parte de la realidad que ha de afrontar cualquier artista en nuestro tiempo, sobre todo si se desempeña en los ámbitos urbanos contemporáneos. Una forma de respuesta a su pregunta estaría en la vieja boutade surrealista:“¿Por qué no construimos la ciudad en el campo?”... Por mi parte, trato de sobrellevar los ritmos antiguos y modernos “lentamente y con gran industria, separando lo sutil de lo espeso”, como decían los viejos alquimistas. Hago cuanto puedo para que la ciudad me vulnere lo menos posible. No siempre es fácil, se trata, una vez más, de un asunto de equilibrio, de procurar que la ciudad no nos imponga su caoticidad frenética. Por otra parte, no siempre se escribe a partir de cuanto nos rodea; a veces se parte de remotas vivencias que imponen paradójicamente su cercanía sentimental. En tales casos, las verdaderas raíces que nutren aquello sobre lo cual se escribe están muy distantes del quehacer cotidiano del poeta.

Pregunta.- Acá en Venezuela vivimos en un “trópico absoluto”, sin embargo usted siente cierta añoranza por la nieve ¿De qué se trata ese deseo por algo que no tenemos?

Eugenio Montejo.- Tal vez ello se incluye dentro de las búsquedas de nuestras realidades complementarias. Para el hombre de los trópicos la nieve es algo con cuya carencia, sin resignarse del todo, se acostumbra desde niño a dialogar, pues no son pocos las leyendas y cuentos infantiles donde ella es parte esencial del paisaje. Ese diálogo prosigue a lo largo de la vida, aunque ella falte en nuestra geografía, pues constituye un apócrifo complemento de nuestro imaginario. Siempre la nieve está allí, aunque no caiga ni pueda palparse, como está el sol para los habitantes de las tierras nórdicas. Entre los alemanes se habla del “complejo del sur”, lo que explica una cierta añoranza de la regiones meridionales y la frecuencia, entre sus artistas, de obras compuestas en Italia, por ejemplo. Tal vez a los hombres del sur corresponda una añoranza inversa, y la presencia de la evocación de la nieve forme parte de ella.

Pregunta.- ¿Cómo surgió en su obra el juego de los heterónimos?

Eugenio Montejo.- A principios del siglo XX, y de modo un tanto inexplicable, se manifestó una gran atracción por la heteronimia. Algunos grandes poetas, sin conocerse entre ellos, cultivaron la escritura apócrifa, como se denomina en castellano, o heteronímica como la llamó Pessoa, o bien la escritura oblicua, como prefiero nombrarla. El caso es que Antonio Machado, el gran poeta español, contribuyó de modo notable a la creación de obras apócrifas sin tener nada que ver con Pessoa, su contemporáneo, que por entonces, como también algunos otros, se ocupaba lo mismo. Unos años antes se había manifestado otro no menos importante, el poeta francés Valéry Larbaud, cuyo alter ego se llama A. O. Barnabouth, dado a conocer en 1909, antes que Pessoa. El recurso de la escritura apócrifa, por sí solo, nada garantiza; es el genio de Pessoa, de Valéry Larbaud o de Machado el que le da vida a sus memorables creaciones. En el caso mío, guardando todas las distancia, partí de un personaje, Blas Coll, de quien publico un pequeño cuaderno. Su tentativa algo disparatada apunta nada menos que a la modificación de la lengua, tratando de recomendar fórmulas más sucintas que supuestamente la defiendan ante el predominio de otras lenguas más sintéticas. En el taller de su tipografía se reúnen amigos, discípulos, contertulios, una “infame turba” que terminan por ser los “colígrafos”, los discípulos de Blas Coll. Ya han aparecido un par de cuadernos de estos amigos.

Pregunta.- Hay un poema de Álvaro Mutis que dice: “Sólo una palabra/ una palabra y se inicia la danza/ de una febril miseria” ¿Qué es para usted la palabra?

Eugenio Montejo.- Para quien escribe, y ciertamente no sólo para él, la palabra es el valor preferente pues ocupa el centro del ser. Nunca será bastante la importancia que le prestemos a la palabra y, por ende, al lenguaje como rasgo individuante de nuestra especie. El lenguaje y la risa, según Aristóteles, nos distinguen de los animales. En el caso de los versos citados, se deben a uno de los poetas que más quiero y admiro, Álvaro Mutis. Creo que la palabra a que aluden sus versos participa por igual de lo verbal y lo averbal y requiere, por tanto, de un alfabeto mágico.

Pregunta.- ¿Y la poesía, qué es para usted?

Eugenio Montejo.- La definición que damos de la poesía suele cambiar a lo largo de los años. Y esos cambios tal vez subrayen nuestra incertidumbre ante lo que es por esencia indefinible. Hoy tiendo a decir, quizá privilegiando su rasgo de diálogo con el enigma, que se trata de un melodioso ajedrez que jugamos con Dios en solitario. Me doy cuenta ahora, sin embargo, de que en el juego de ajedrez se procura a toda costa ser ganador. En este otro ajedrez que menciono nada se desea ganar ni perder, y tal vez por ello resulte tan atractivo.

©María Alejandra Gutiérrez. Escritora y colaboradora en varios medios impresos en Caracas (Venezuela)



*********************************************



EUGENIO MONTEJO: BITÁCORA DEL ALMA

por Carmen Cristina WOLF

El Premio de Poesía Octavio Paz otorgado al poeta venezolano Eugenio Montejo es un bálsamo para nuestro convulsionado país, herido por la insolencia de un gobierno militarista que trata al pueblo venezolano como si fuera una tropa, que sólo obedece órdenes a cambio de dádivas y limosnas. Esperaba este reconocimiento por tantos años de leer sus versos, escribir notas al borde de sus libros y aprenderme de memoria algunas estrofas de sus poemas. Hace algunos meses lo vi pasar por los pasillos de la Feria del Libro, con su andar pausado, algo distraído como corresponde a todo poeta. Un señor joven que conserva algo de muchacho y no sé por qué evoca otras épocas, dueño de una sencillez que sólo se observa en los espíritus refinados.

Sus versos son una especie de mapa para asomarse al mundo desde el centro de uno mismo. Especialmente me atrae el poema Mi lámpara que es, según él mismo confiesa, uno de sus preferidos:

De noche, al apagarla, en mi silencio
puedo oírla rezar.
Cansada ya de arder, de tanto estar en vela
frente a la oscuridad del mundo,
ruega no sé en qué lengua solitaria
por ti, por mí, por todos los que doblan
atormentados el último periódico
y en sueño apartan la sombra de sus letras,
como quien ya no indaga, aunque le importe,
cuánta vida nos guarda la tierra todavía
cuando mañana se despierte.
(Del libro Alfabeto del Mundo)


***********************************************


ADIÓS AL SIGLO XX

a Alvaro Mutis

Cruzo la calle Marx, la calle Freud;
ando por una orilla de este siglo,
despacio, insomne, caviloso,
espía ad honorem de algún reino gótico,
recogiendo vocales caídas, pequeños guijarros
tatuados de rumor infinito.
La línea de Mondrian frente a mis ojos
va cortando la noche en sombras rectas
ahora que ya no cabe más soledad
en las paredes de vidrio.
Cruzo la calle Mao, la calle Stalin;
miro el instante donde muere un milenio
y otro despunta su terrestre dominio.
Mi siglo vertical y lleno de teorías...
Mi siglo con sus guerras, sus posguerras
y su tambor de Hitler allá lejos,
entre sangre y abismo.
Prosigo entre las piedras de los viejos suburbios
por un trago, por un poco de jazz,
contemplando los dioses que duermen disueltos
en el serrín de los bares,
mientras descifro sus nombres al paso
y sigo mi camino.


AMANTES

Se amaban. No estaban solos en la tierra;
tenían la noche, sus vísperas azules,
sus celajes.

Vivían uno en el otro, se palpaban
como dos pétalos no abiertos en el fondo
de alguna flor del aire.

Se amaban. No estaban solos a la orilla
de su primera noche.
Y era la tierra la que se amaba en ellos,
el oro nocturno de sus vueltas,
la galaxia.

Ya no tendrían dos muertes. No iban a separarse.
Desnudos, asombrados, sus cuerpos se tendían
como hileras de luces en un largo aeropuerto
donde algo iba a llegar desde muy lejos,
no demasiado tarde.


CANCIÓN

Cada cuerpo con su deseo
y el mar al frente.
Cada lecho con su naufragio
y los barcos al horizonte.

Estoy cantando la vieja canción
que no tiene palabras.
Cada cuerpo junto a otro cuerpo,
cada espejo temblando en la sombra
y las nubes errantes.

Estoy tocando la antigua guitarra
con que los amantes se duermen.
Cada ventana en sus helechos,
cada cuerpo desnudo en su noche
y el mar al fondo, inalcanzable.



DURA MENOS UN HOMBRE QUE UNA VELA...

Dura menos un hombre que una vela
pero la tierra prefiere su lumbre
para seguir el paso de los astros.
Dura menos que un árbol,
que una piedra,
se anochece ante el viento más leve,
con un soplo se apaga.
Dura menos un pájaro,
que un pez fuera del agua,
casi no tiene tiempo de nacer,
da unas vueltas al sol y se borra
entre las sombras de las horas
hasta que sus huesos en el polvo
se mezclan con el viento,
y sin embargo, cuando parte
siempre deja la tierra más clara.


LA POESÍA

La poesía cruza la tierra sola,
apoya su voz en el dolor del mundo
y nada pide
ni siquiera palabras.

Llega de lejos y sin hora, nunca avisa;
tiene la llave de la puerta.
Al entrar siempre se detiene a mirarnos.
Después abre su mano y nos entrega
una flor o un guijarro, algo secreto,
pero tan intenso que el corazón palpita
demasiado veloz. Y despertamos.


MANOA

No vi a Manoa, no hallé sus torres en el aire,
ningún indicio de sus piedras.

Seguí el cortejo de sombras ilusorias
que dibujan sus mapas.
Crucé el río de los tigres
y el hervor del silencio en los pantanos.
Nada vi parecido a Manoa
ni a su leyenda.

Anduve absorto detrás del arco iris
que se curva hacia el sur y no se alcanza.
Manoa no estaba allí, quedaba a leguas de esos mundos,
-siempre más lejos.

Ya fatigado de buscarla me detengo,
¿qué me importa el hallazgo de sus torres?
Manoa no fue cantada como Troya
ni cayó en sitio
ni grabó sus paredes con hexámetros.
Manoa no es un lugar
sino un sentimiento.

A veces en un rostro, un paisaje, una calle
su sol de pronto resplandece.
Toda mujer que amamos se vuelve Manoa
sin darnos cuenta.
Manoa es la otra luz del horizonte,
quien sueña puede divisarla, va en camino,
pero quien ama ya llegó, ya vive en ella.


*************************************************





jueves, 5 de junio de 2008

CECILIA ORTIZ

Cecilia Ortiz, nació en San Casimiro, Edo Aragua, el 17 de febrero de 1952; Licenciada en letras (UCV,1984)



MARINO

¡Sal de mi vida!
ya te quité el tatuaje
la mujer culebra
montada en un caballito de mar
no existe.

¿Quieres una marca Capitán?

Yo te hice un pespunte invisible
con tinta de oro
destila sangre
por minutos
de un momento a otro
tendrás el corazón estático
Y tu respiración será mi nombre



Está en el puerto, ya lo siento venir, mar cerca, sombra en
la arena, me veo esquiva, taciturna, con todas las palabras de mar en los
labios, sin poder estirar mis brazos hacia allá, con mi hábito de esclava,
energía fluvial y pecho de espina, tantos nombres y adjetivos para decir
Te amo.

(tomados de ENTREMARINO 2006)



Con la playa rota entre los dedos
delineando el frío en la ventana
pasa tu cara,
recortes de manzana,
hilos de viento
geometría absurda de dos manos.
Un arocoiris feliz
me perdió en su color más triste.
Otros mediodías me reclaman,
yo, viajera ausente.

Olas que han caído
el último cigarrillo se pierde entre los dedos.



INTERCAMBIO

Entregué,

la rodaja naranja para un encuentro
de mis formas, reservas de azúcar
y estambres.

Recibí,

colmillos de elefantes, cuchillos afilados
sin puntería.

Al intercambiar

admitámoslo así
hubo más que daño.




Por todos los ángulos de la tierra
encuentro tus palabras regadas.
He aprendido a equivocarme.

Perfiles oscuros dibujan la noche
nos colocan
inalcanzables.

Lanzo miradas espías
camino ríos cuando duermes
por encontrarte.

Qué no daría por sacar de las raíces
tu vida.

Qué no daría por cerrar mis ojos
en tu calma.


(tomados de Trebol de la memoria 1978)



Sí, se desvanecen en la marea
no huelen
retazos de alga

Pobre muerte
sin extender la mano
sin encontrar camino

Fuera del mar ya no se es nada
el ojo del molusco
el pedacito que vuelve
respira del pasado

Juré por un momento que lo amaba
y me salvó la vida
juré por él que perdería

Ya no muero de esas cosas, dije

Aquí estoy contando los días




Abrí la herida
Desangré de nuevo
No pensé en los días de sosiego
Manché la tarde
El vestido rasgado
La mano en el pecho
No supe respetar mi dolor

(tomados de Daños Espirituales 2006)