Rikyu
Le lleva al mundo tiempo
una mano,
una pluma.
Es imposible
atravesar un corazón
si no hay deseo
de matarlo.
Toda la tarde caminó
bajo la lluvia
como una forma de sentir
humanidad.
El tiempo -se dijo-
será esta ceremonia
del té.
Es cosa de los astros
si pueden partir
el mundo en dos
en un segundo.
Es cosa de los otros
sus manos.
No es una huella
que dejará
según mueve la pluma.
Es que esas huellas
de sus dedos
son irrepetibles.
Pero llevan su tiempo
las palabras.
No es el camino
el que dice la distancia,
los ojos
no encuentran su paisaje.
Hubiese preferido tocar
con sus palabras,
él habla
maravillosamente
y es un placer físico
escuchar.
Pero no importa
si las uvas están
a demasiada o poca altura.
Si se moja es que llueve
y es la hora
de preparar el té.
El cuerpo es un pacto
con la forma.
Pero el deseo es la forma
que tiene el corazón
de deshacerse
de su cuerpo.
Como un relámpago
espera
en la línea de la mano.
-¿El amor?
-dijo la bruja-
¿Ir al Tíbet?
Una escritora.
Los sueños son la vida
también.
Tuviste un gran amor.
-Tuve, como quien dice
una enfermedad,
escribí
poemas.
-Palabras
-dijo la bruja-
de un corazón
en círculo de fuego.
Se viste de venado
y se devora.
Una pluma en el barro.
-Cuando los amantes duermen,
amanece.
Las palabras no dan cuenta
de ese espacio
que separa a los cuerpos
en el sueño.
-Los amantes
-dijo la brujan-
o se dan cuenta.
Pero el que sueña
es un camino
como cualquier otro.
Los poemas también
son naturaleza.
Si no tocaste
esa mano no existió
más que en el sueño.
-Pero las uvas
a la altura de mi mano,
acaso
simplemente las describa
-Es una forma
como cualquier otra.
-Pero la espada y el tiempo
que le lleva al mundo
el cuerpo
que la cabeza lleva atado
como un perro.
Y el guerrero
si amanece
y en su corazón
noche cerrada.
Cantan los pájaros
y habitan la luz
como una flecha
de su propio sentido.
Dar testimonio
de una manera humana
de levantarse,
preparar el té
y escribir.
-Y acaso haber tocado
¿Daría cuenta?
-Un puma
ni un venado.
Deseo de beber
un animal completo
o palpitante
en la espesura
del deseo
fugar de un cuerpo
agazapado.
Se pregunta
qué tarea tiene
entre las manos.
Palabras como espada
de dos filos.
El deseo real
como la mano
al tocar
fue tan distinta.
Cada cuerpo
irrepetible.
-El arquero
ni el caballo,
la flecha
no pregunta:
Señor
¿no tuviste suficiente
fe
en mí?
…
Marea
Esa conspiración en el susurro
cuando nada dicen,
persiste el mar
y la piedra en deshacerse
resistiendo.
Quizá belleza
es esa colisión
eternamente fugaz.
Como el mar el deseo
es movimiento
que comienza donde parece
acabar.
Inútil seducción y sin embargo
la piedra se transforma.
En el amor
se sabe por el cuerpo
el límite del cuerpo.
Es su plenitud.
Esa revelación
que acaba cuando comienza
a hablar.
Como arena arrebatada
por el agua
que toma y abandona
al mismo tiempo.
Querer ir más allá del mar
es el mar.
Ese murmullo que parece responder
es movimiento,
un rugido
como el fracaso siempre de un deseo
es el deseo.
Inútil preguntar la razón
que desconoce un corazón
de agua.
El mar como el sueño
rumorea en la orilla
restos
de la profundidad.
Porque nada dice
dice el mar:
que la verdad es agua
entre las manos
se sabe por tocar.
…
El caso Ruth
La
piedra es,
una
mujer mata,
por
instinto
busca
el reverso de la piedra
donde
se esconde un animal.
Sólo
quería que dé la cara,
dice
sin resistir.
No
había remedio,
me
dolía él.
Cuando
al fin lo encontró
sacó
de su cartera la Smith and Wesson
y
vació el cargador.
Se
gana, se pierde
pero
negocios son negocios.
¿El
dinero? está o no,
como
las piedras, en el camino.
Ahora
soy yo
la
que mata.
Ahora
moriré de un acto
real,
es
la ley del amor querer perder
la
cabeza,
que
él abandone el cuerpo
entre
mis brazos.
¿El
arma? qué sé yo,
las
cosas aparecen.
Me
enceguecí,
ya
no quería verme.
Nos
amamos,
después
yo disparaba,
es
algo contundente.
Antes
que nada
108
leíste
las noticias policiales,
tomaste
café.
Sí,
estás despierta,
ese
dolor que sos ahora
es
el mundo,
la
orilla del sueño aún golpea,
agua
aceitosa contra un casco.
Algo
que deje de moverse,
por
favor.
Pero
un disparo
en
la piedra podría revelar
que
nada es tan sencillo,
todo
tiene un momento
que
nunca cristaliza.
Un
corazón.
Estás
despierta, todo gira,
no
sabés si es el día
siguiente
y
faltaste al trabajo
o
es domingo.
Sí,
fuiste a esa casa,
tomaron
un taxi
que
se perdió en la niebla,
hubo
choques en cadena, dice el diario,
así
es que la niebla fue real.
De
bar en bar
alguien
dijo hay una fiesta
en
algún sitio.
Y
nunca es ésta.
Llegaron
a esa casa o pretensión
de
teatro under,
fiesta
de primavera.
Un
travesti
o
lo que un hombre dice
que
es una mujer
te
hizo sentir ambigua
en
tus vaqueros.
Hizo
un sketch,
ya
se sabe, un sketch.
Princesa,
sultán, odalisca,
nadie
bailaba, hacía frío,
rodaron
latas de cerveza.
Los
travesti eran encantadores
de
serpientes
sin
serpientes,
vos
también.
Mariposas
deslumbradas por la fiesta
que
iluminaban.
Encontraste
a tus amigos en el baño,
habían
capturado una botella
pero
mejor era volver
al
bar.
Un
lugar donde caer
sin
caer.
Ahora
entendés el viejo chiste
de
decir al taxista: a casa
por
favor.
Ahora
el sentido
toma
su sentido:
el
deseo brilla
por
su ausencia.
La
noche fue un largo, repetido
nunca
más.
Encontraste
un murciélago
como
si todo lo perdido
por
perdido en esa casa
hubiera
rezumado su animal.
Se
movía si topaba
con
el límite.
La
propia imagen
de
todos los errores,
el
terror al fin
tenía
una cara
mítica.
Encendiste
la luz
y
chocó con la pared;
no
la piedad, la ley
de
semejanza,
la
culpa del demonio
se
mata con culpa
verdadera.
Golpeaste
una
y otra vez,
sonaba
a cuerpo contra piedra,
se
quebraba, arrastraba el aleteo,
al
fin era un insecto
grande
o
una muñeca rota.
Entonces
cortaste la cabeza,
las
membranas,
clavaste
una estaca en el corazón
y
abriste para ver
que
se movía.
Las
manos pegajosas,
el
piso de un humor
que
no era sangre
lo
cubriste con diarios,
esa
noticia de la mujer
que
guardó a su amante
en
el freezer.
No
podías tirarlo a la basura,
quemaste
el cuerpo
y
la cabeza juntos
para
mirar como algo termina alguna vez
sin
dejar restos.
Después
dormiste todo el día.
Y
ahora alguien dice, en el contestador,
¿venís
al club de cine?
por
lo tanto es el domingo
lo
que perdiste
o
la idea del día
y
de la noche
o
no sabés qué querías
perder.
Aunque
el cuerpo no olvida
no
encontrás el argumento.
Si
entrara ese forense capaz
de
encontrar babas y uñas
y
huesos calcinados,
demonios,
que me cuelguen
pero
no me pregunten
por
qué.
…
La occisa
Si pudiera volver
la cabeza.
Los ojos, sí
los ojos permanecen
pero yo permanezco
inmóvil
como siempre y sin embargo
ya no importa.
Existe un paraíso
del cuerpo
prometían los ojos,
infierno de saliva
arrasando palabras,
pensamiento, ser
desde adentro
hacia afuera un fuego
líquido y afuera
sólo tacto
de mí.
Y ahora que la bala penetra
una real calcinación,
me atraviesa: esa mirada
es una trampa
y ya no importa,
fluye,
el deseo es un río,
le dije,
no detengas su curso.
Todo es líquido,
el aire como bruma pegajosa
en la garganta,
los sonidos,
no veo, me derramo
hacia adentro,
agua estancada
lo que fue pólvora viva,
volumen sanguíneo en las vísceras
conscientes ahora de sus ritmos
ralentados,
humores venenosos del alma
que también es un cuerpo
eléctrico.
Un fluido
que al mirar capturaba en un punto
de impacto.
Nunca fui el cazador
siendo rapaz como el deseo
es como el viento
que no sabe qué arrastra,
qué doblega,
por qué aleja al acercarse,
por qué le da una dirección
lo que resiste.
Algo, una baba,
una pluma venida del espacio
toma forma,
toma desde dentro
un cuerpo que pueda tomar cuerpos,
una ciudad de poseídos.
El verdadero horror
en las películas
es que siempre comienza
la misma situación,
cuando cierra la puerta
y suspira
se rompe la ventana
y vuelve a correr.
Sólo hay dos en esa cinta
de Moebius
y ya no sabe quién perseguía
a quién.
No importa,
ya no puedo moverme
y hemos vencido
los dos.
Hemos perdido
lo áspero,
los vientres pegados de sudor,
la radio,
una lámpara en invierno,
acariciar los libros,
las manos se deshacen como papel viejo,
he perdido
la textura de tu espalda,
el árbol,
cicatrices.
Sin embargo siento el agua
alrededor,
me estoy hundiendo
suavemente.
Acaso imagino una lluvia
que no llega a mi oído,
no es que caigo, voy perdiendo
sentido.
Ya no veré el acero,
el mar ni una estación de tren
abandonada.
Me condenaste al tedio,
a la nostalgia monocorde
por alguien que no está:
mi propio cuerpo.
Solitaria
eternamente sabiéndome
invisible
aun para mí misma.
No importa,
ya no puedo pensar
ni imaginar lo que no sé
cómo será
y cuando suceda, como siempre,
ya no tendrá importancia
entender.
Es un río,
dejémonos llevar,
le dije,
a donde sea.
Fue un error, como un viento
diciendo soy un viento,
un giro repentino
de nosotros.
La oscuridad como una piedra
me toma desde dentro,
mi cuerpo es la sombra
de una piedra
y todavía tiembla
un centro
como lava,
una bala que busca salida
y ya no importa,
interesada en el esófago,
un reguero,
una película en que todo estalla
es una bella imagen
que ya no podré ver.
Instantes de oro
y años de polvo
será, como la vida,
la muerte.
Dónde está la luz
cuando se apaga.
Voraz como el deseo
como el fuego no quiere devorar
sino encenderse,
nunca fui el cazador.
Pero que sea yo la víctima
también es un error
o un accidente.
Si desperté pasión
no tuve el mérito del cálculo,
si arrebaté lo ajeno
no tuve el usufructo,
si fui el testigo no supe
con lo visto
más que dar testimonio.
Quizá como el amor, la muerte
como la vida
no sea para siempre.
Será una travesía,
si miro hacia atrás
sus ojos
podrían retenerme.
Sin embargo dispara
contra el viento
como un ciego.
Un individuo en posición
decúbito,
aspecto de masa
cenicienta,
alojada en el canal
la bala ahora es lo que queda
vivo
y este fluir del pensamiento
acaso será siempre
una cámara lenta del disparo.
Un trueno primero,
después el relámpago
reabsorben en una sensación
fulminante de silencio.
También hay una muerte espléndida
que tampoco me tocará en suerte.
No importa
…
La
gaviota
La precisión,
la cadencia
de fuego,
la sobriedad con que se apuesta
entre el sudor y el viento,
el arenado refracta la luz
que te revelaría inmóvil.
Calzar a la medida
el arma de tu cuerpo,
el peso exacto
del silencio,
de la hora, detrás de la ventana.
Podrías estar en un pueblo
de México,
Arizona,
hay algo en este hotel
donde ya no recordás
qué viniste a olvidar.
Ahora el viaje te persigue,
cada mañana escapás
de cada noche
anterior.
El temporal presagia un punto
en que nada quede
en pie.
¿Pero estarás aquí
cuando limpien la playa de restos
de tejados, pájaros
y botes?
Ya no se ven las casas
pero están
y las banderas de Texaco.
Vendrán a buscarte.
El bus te encuentra en cualquier sitio
en que te hayas perdido,
saben que no sabés
dónde ir, como el mar
impunemente
deja a su lado lo que mata.
Hazte hombre, decís
a un mar atento a tu voz
de alto.
Masivamente pierde su eficacia,
las guerras por millones,
los accidentes de miles
nos aburren.
La sal
opaca el vidrio,
el fondo que parece
emerger es previsible,
ensimismarse es engañoso,
culpable de suicidar
o seducir.
Llevo una bala entre los dientes
cuando beso,
tengo en la lengua el gusto
a metal de la Hotchkiss,
tus muertos gozan
un funeral de escarabajos.
En los baños de rutas
o estaciones donde hago el amor
sin desvestirme, yo sé
-decís al mar que rompe
las sillas de la rambla-
lo que es un corazón,
se macera en lo mismo
que lo pudre
que es su orilla.
Aquí estoy
y no llegas,
sólo un escupitajo,
un toldo desgarrado,
como un adolescente.
Me alimento de verte.
Podés confiarme ese secreto
deseo de matar despacio
y razonado como un hombre,
hacer de tu vaivén una estrategia.
Un cazador
inventa su animal para matar;
en cada huella ve su sombra
a punto de saltar
a la existencia.
La hiena ríe última
y sola
ante los restos.
No confíes en quien bebe
ante un vidrio,
ante tu corazón que persiste
en desplegar su botín de espinazos
hebillas, caracoles,
lo que creés abandonar
te delata
con su resaca de oros,
todo es memoria
en perpetuo movimiento.
Soy, como vos, el cuerpo
de la bruma,
su límite, ir
y venir por nada que comprendas,
haszte hombre, yo te diré por qué
se agita el mar.
Tu amenaza, decís,
empieza a ser monótona,
constante tu inasible
país, tu lengua
que promete rodar en la saliva
del destino,
acabar en el vacío completo
de sentido, es decir
no escuchar.
Ya ves,
soy la granada a punto de estallar
en defensa del amor
en el momento del amor.
El bus
parece haberte olvidado,
los barcos no salen hoy,
estás atrapado
entre cielo y tierra.
La voracidad de la gaviota
resiste en el viento,
un plomeo abierto,
convincente,
cae en el alféizar.
Abrís la ventana y la llevás
a la mesa,
sabés que el barman se molesta
pero sos extranjero.
Boquea, metés los dedos
en el brandy
y dejás caer gotas
en el pico,
se retuerce con un grito afónico,
golpea contra la mesa
el ala destrozada,
se pegan plumas en tu vaso.
Vendrán a buscarte.
Vendrá el bus y el mozo
tirará el cuerpo a la basura,
dejás tus restos,
cumplís tus pactos.
El mar ruge, ciego,
después de todo no mata
para ver,
no entiende nada.
Te levantás,
esperás que te encuentren,
cada día en esos cuartos
con olor a cajones vacíos,
a cepillos o navajas olvidadas.
Cada ventana abriéndose
a un camino
que baja siempre al mar,
siempre un cartel
que dice usted está
aquí.
Siempre un lamento de gaviota,
animal de petróleo y basura
y viento,
decís, dando la espalda al mar.
Una pasión de metralla
requiere el silencio del cuchillo,
la sorpresa
en el discurso, ser
y desaparecer en acción.
Soy el disparo.
Susana Ada Villalba (Buenos Aires, Argentina)
Poeta,
dramaturga, periodista, y gestora cultural. Cada uno de sus seis libros de
poesía publicados desarrolla una temática (de género, filosófica, o social):
Oficiante de sombras (1982), Clínica de muñecas (1986), Susy, secretos del
corazón (1989), Matar un animal (Venezuela, 1995; Argentina, 1997), Caminatas
(1999), y Plegarias (U.S.A., 2002; Argentina, 2004). Actualmente dirige la Casa
de la Lectura del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Integra el Consejo
asesor de la revista y editorial Último Reino.