sábado, 21 de agosto de 2021

Paúl Peláez / Colaboraciones poéticas ( 4 poemas )


  




Llanto a Caracas

 

“Buscas en Roma a Roma ¡oh peregrino!...

cadáver son las que ostentó murallas”

Francisco De Quevedo

 

 

Cómo no hacer canciones tristes con los pedazos de tus calles o las heridas de tus casas si tus tajos abiertos sangran aullidos eres el crujir de un hueso roto el golpe mudo de la bala y la sombra que llena mis ojos porque de sombras están hechos tus restos, Caracas.

Arráncame los ojos

niega que eres una estrella fusilada

niega que tus hijos se apagaron

en la mentira roja de una tarde

                                                                                                                                   

Hoy mis manos lloran

lo que mi pecho ya no puede.

 

Memoria de un domingo en el parque

 

Recuerdo a los pájaros y las nubes

nadando en el césped

y a nosotros sobre ellos

desbordando el aire

haciendo caminos de vientos

peloteando algún astro olvidado

mientras un árbol trepaba al fin

a alguna ardilla

y  el sol se tendía bajo el samán

buscando sombra

pues, arriba brillaban los rayos

de las bicicletas

y los papagayos

y los restos de una tarde

que se iba cansando de a poco.

Yo, sentado con un chupi en la mano,

observaba a la gente pasear

con el universo atado a una correa

...

 

Matrimonio

 

Eres las cortinas que adornan las ventanas de la sala,

La finita luz de los bombillos,

la montaña de zapatos

en el pasillo de la entrada

Y las hojas de nuestra planta muerta. 

 

Eres los colores de los cuadros

que se vierten sobre el suelo

dejando trozos de sí mismos

para convertirse en una cara,

tu cara;

de repente esos colores

dibujan una boca palpitante

que riega por la casa sus latidos

y unos ojos que me buscan

que me tocan

que me abrazan

y me llevan de la mano, no sé adónde.

 

Son tus manos las que bebo, es cierto.

Pero son las mías los cuchillos

que usaste en mi garganta.

 

Mi sangre

 

Estos tiempos de cruces

martillos y clavos

con los que he perforado

mi cuerpo

y que estúpidamente

creí que eran mis piernas,

se han transformado en ciclón,

en soplo maldito

que arrastra mi casa,

esta,

que he construido

con los huesos y arterías

de mis padres

Y ahora, gracias a estos tiempos,

quedó reducida solo

a rastros amargos de sangre,

mi sangre.

 

Temo que es todo lo que podré

dejarle a mi hija.

Esta cruz terrible e ineludible,

con una etiqueta clavada

en lo alto

y que solo

refiera mi nombre.

 

Paul Peláez (Caracas, Venezuela)

Egresado en Comercio exterior de la Universidad Simón Bolívar. Ha realizado talleres de narración, cuentos, ensayos, crónicas y poesía con los escritores Fedosy Santaella, Roberto Echeto y Oriette D’ Angelo, entre otros. La Editorial Barra Libro Editores publicó sus cuentos en su libro de antología del nuevo cuento venezolano titulado “Desarraigo olvidado y permanencia triste”. 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

viernes, 20 de agosto de 2021

Luis Tomás / Colaboraciones poéticas ( 3 poemas)

  

 




Quierología

 

quiero que sea suficiente con la luz

para mi oscuridad,

que baste con la lluvia

para saciar la sed de los mares,

que la mirada

no se entrometa tanto con el tacto,

con el gusto,

quiero que los sueños se conformen

con su pista de despegue, de aterrizaje,

con la cama que ya no es la misma,

que la ciencia del aguacate

me rescate con su arte,

con su desenlace,

quiero que la división deje de meterme

en líos con la multiplicación,

que el presente deje de pensar

en el futuro,

de acordarse del pasado,

que el agua y el aceite lleguen

por fin a entenderse

y que las manos dejen de meter

la pata,

quiero que el gris no pare de exclamar:

¡Soy blanco! ¡Soy negro!

y que la lengua

me la sirvan con música y vino

mas no siempre sin pelos,

mas no siempre sin espinas

el pescado que le robé a la vida

 

al césar lo del césar

 

¡no se equivoque!

la alegría

es igual de perniciosa.

bastante tengo

con mi porción

de la tristeza.

¡No lo envidio a Ud.!

 

Odiología

 

odio tener que hacer acto de presencia

en paños menores

y enunciar mis odios,

avergonzando a mis escasos amores,

a mis escasos patrocinadores,

odio cuando la ignorancia

se viste de inocencia,

cuando la villana de la peli 

se hace pasar por la mosquita muerta

y me atrapa,

odio tener que acercarme a la ventana

para concluir que nada ha cambiado,

que todo sigue igual de bien,

que todo sigue igual de mal,

odio tener que seguir jugando a las escondidas

para ver si me encuentro,

para ver si me identifico

y si sigo vivo,

odio cuando el querer me acusa de ingrato,

me tira en cara

todo lo que me ha provisto

cada vez que trato de zafarme

de sus garras,

odio tener que recordarle la hora al reloj,

la edad al amor

y tener que sacar a pasear al paraguas, 

como quien saca a su perro los domingos,

para saciar su sed,

odio tener que hacer de camarógrafo,

tener que grabar y en alta definición

el constante ménage à trois

del presente, del pasado y futuro,

odio tener que aceptar

que esto no va a poder continuar

 

Luis Tomás (Santiago, República dominicana)

Reside en los Estados Unidos, donde estudió filosofía y ciencia política en la Universidad de la ciudad de Nueva York, Hunter College. Su poemas  se han  publicado en Canadá,  México, Venezuela,  Perú. Su poema “al oído” obtuvo el segundo lugar del  certamen internacional toledano  “casco histórico”.                                                             




jueves, 19 de agosto de 2021

Miriam Mireles / Nenúfares malogrados y otras pesadillas ( 10 poemas )

 




[9]


Como  un fantasma débil, despierto. Me doy cuenta en la

mitad de la noche. En la mitad del sueño. En la mitad del

atajo inútil, que no somos el centro de ningún

acontecimiento. Sólo un tulipán logra resquebrajar la tierra

y en la sofocación de salir, arrastra deseos. De los que no

sobreviven con los fantasmas débiles.


[13]


Entre sueños prestados, paso una semana de ser capullo a

ser imago de las mareas. Llego como larva en los litorales

despojada de mi boca. Delirio el viento y trémulo sacude mi

envoltura. En la búsqueda del desasosiego muere el sitio de

las tristezas de los ríos. Consigo un badajo preservado en

una jalea. Susurran por debajo de la arena que un náufrago

lo perdió mientras calafateaba las puertas de las ninfas.

Ésas. De las que Marco Polo no podía amar. En conjura,

ellas con sus mañas resguardaron el badajo y lo mostraron

como un fruto. Como un fruto de mar en litorales lejanos.

En litorales de playas donde resucito larva sin boca. Algunas

ninfas dicen que ahí, el fruto se les ha perdido. Otras que lo

han abandonado. Otras, las que más, lo han maldecido con

penitencias. Una semana de sueños es un tiempo en fuga.

Una precariedad en mi devenir de ser imago de las mareas.

Confundida con las ninfas, presto las alucinaciones.

Alucinaciones ajenas a su grito: ¡Pena a quien lo posea y la

mortificación eterna a sus deseos!

 

 

[17]

a Fernando Albán, in memorian

 

Las palabras de este sueño no pueden describirlo. Ni

siquiera los latidos. Menos aún el horror. Devastado es el

aire desde la ventanilla. No cabe el cuerpo que se volvió

minúsculo. Las telarañas de lluvia no dejan que pasen sus

hombros. Doblegado. A juro danza sobre el infinito. Sobre

la mañana cae pesadamente. Encima de las palabras. Sobra

la esperanza.


[21]


Este sueño se devuelve cada noche. Lo he memorizado.

Dicen que no quiere repetir los acordes de su adagio a las

puertas de un supermercado. En una ciudad rota. En un

país estafado. Insisto. No sé a quién decirle, presumo que se

acompleja por aquello de los orgasmos robados. Todavía no

reconoce que todas lo sabíamos. Una de las mujeres que no

lo ha olvidado, se camufla de Blancanieves. Nadie en la fila

del supermercado es indiferente a su carne pálida. Atraviesa

la indiferencia de los que están dormidos o muertos. Los

condena a una vigilia espantosa. Su vientre se vuelve

oscuro. Con la lengua hueca de miedo solicita al

dependiente orgasmos hurtados. Expropiados. Timados. La

fila protesta por la tardanza. Por las devoluciones de

artefactos raptados. Prestados. Saqueados. Blancanieves

insiste en que tienen que ser robados. Cuenta que ha

caminado los mares, especialmente el Mar Caribe para ver

si los consigue. ¿Cuántos han sido robados? Blancanieves se

aventura a ofrecerle a la fila de hombres del supermercado,

una infusión de besos. En procura de las ganas de pecar

hasta morir. Nadie puede simular lo vulnerable de su

sonrisa. Blancanieves les exclama que desea jugar a ser

bellaquera. Canta el adagio de amar al hombre de los

orgasmos. De los orgasmos robados.


[10]

 

Noctámbula. Cercana al amanecer, camino ansiosa. Camino

desde el hotel hasta la sala de lectura. Lugar escogido para

tomar las fotografías de aquellos sueños. Aguardo por ti.

Aguardo más de lo que era posible. Más de lo que podía

detenerme. Más de lo que el hombre del acordeón exhausto

-dormido sobre la silla- me decía. Más de las veces que te

has ido en un primer autobús. De un autobús lleno de gente.

Yo sólo quiero descubrir el penúltimo sueño.

Impresionarme. Acariciar la luz. La luz del espejismo en tus

fotografías de los sueños.      


[14]


La luna se resiste a vivir sostenida al cielo. Se lame las

blancas máculas. Se estremece cuando asciende la marea

Me presiente dormida. Reconoce que ya vivo en el sueño. Se

ve la cara. Su cara oculta.

 

[6]

 

Al leer la risa de ave. De ave de rapiña, apareces en el sueño.

Nadie lo celebra. No hay complacencia. Una avidez secreta

por sentir dolores. Sin miramientos. Descubro esa risa que

me despoja de transparencias. Del velo. Del sueño por los

gestos escritos. Casi todos extraños. Me detengo a anotarlos.

Mancho con tinta tu lengua. Parpadean mis únicas tres

pestañas. Tiembla, una y media vez, el único pezón

izquierdo que me queda. La piel del vientre se colorea,

nube. El labio superior lastima el papel. Palidece.

Cuchicheos ¿Los oyes? Nadie los escucha. Ruidos ¿Los

oyes? Sólo a quien engulle papeles malheridos. Es un sueño

que ante la proximidad de la rapiña, se disfraza. Con otro

velo. No se distingue. Su carne perturba. La lengua

manchada vacía sus papilas. Mi vientre vuelve a retroceder

en nubes. En vapor de agua desconocido. Busco dónde

esconder ojos. Uñas. Secretos. Mentiras a sus deseos. Olvido

el goce, en el sueño. Ya no leo los gestos escritos. Ni la risa

de ave. De ave de rapiña.


[23]


Este sueño aparece todos los lunes. En un gabinete se

exhiben cuentos de Caperucita Roja. La imagen de las

portadas es huidiza. Se recompone a última hora. Es

desordenada. Su cabello luce despeinado sobre las orejas y

las mejillas. Abandonada. Ninguno se queda a mirarla.

Muchos, próximos a la indiferencia. Caperucita Roja en la

exhibición de sus cuentos arrastra una cartografía que ya

nadie conoce. Lleva consigo un mapa (des)habitado.

Aperfumado. Hace ya tiempo que no registra lecturas. No

tiene huellas de ojos detrás de su prisa. Se esfuerza en

contarme, usando fractales de polvo, la destrucción. La

destrucción de un país y sus posibles nombres. Revela que

sus habitantes no pueden pensar. Ni soñar. Apenas

sobreviven. No tienen medicinas para curar mordidas de

lobos feroces. No tienen salas de hospitales dónde llevar a

las abuelitas de las caperucitas rojas, que aún quedan en ese

país. La mayoría lleva en sus bolsillos espejos hendidos que

nadie quiere doblar. Siempre están en fuga de las múltiples

alcabalas que esquivan para llegar a sus casas. Caperucita

Roja ansía escaparse de ese gabinete que exhibe sus

cuentos. Los lunes, ella se vuelve un animal que (des)habita

los laberintos de sus portadas. Un paquidermo, disfrazado

de lobo feroz, rapta a Caperucita Roja. La lleva fuera del

sueño.

 ...


[2]

 

En el preludio de la búsqueda de sueños con besos

inigualables, espero las flores. Las flores que inclinan su fiel

para abrir pétalos. Para ganar una ofrenda sin espinas.         

 

[8]

 

Medito antes de dormir y aparece un camino en

recurrencias. Los árboles han tomado la vida de un hombre.

Hacen fronteras con él. Borrosas en color ámbar. Volátiles.

Suspendidas a un primer sueño. Intermitencias. A

escondidas, me asomo en un tercer sueño. Quiero ver a ese

hombre que le da vida a un árbol. Me aproximo al color de

la botella, en las sombras de la arboleda. Los márgenes me

son esquivos. Se enrollan a mis tobillos. Me halan hacia el

cuerpo del hombre. Inclino mi rostro, para buscarlo en uno

de los sueños. Quizás en el segundo o en el tercero, no lo sé.

Inclino mi rostro, para ocultarme. Nuevamente me encorvo.

Me descubro ámbar. Color botella. Volátil. Suspendida. He

tomado la vida de un árbol. Soy un cuerpo árbol.




Miriam Mireles (Maracay, Venezuela)

Profesora de Matemáticas. Postgrado en Matemáticas e Informática Educativa. Miembro del Movimiento Internacional Mėtapoesía [MIM]. Sueños [multimedia], la lleva a participar en el 2000 a la ciudad de Buenos Aires, Argentina, en el 1er Encuentro Autormedia. En octubre de ese mismo año, en la ciudad de Rosario, Argentina participa con Poesía Digital en la Muestra de Arte Digital. 2da Edición. Participante en el libro Petrarca en Venezuela de Valeriano Garbín, Pavía Gráfica Editores. Valencia, Venezuela. 2004. De esa participación, la poesía En Rojo recibió el Premio Poesía y Artes Visuales 'Francisco Petrarca', Mejor serie de poesías mėtaoníricas.



martes, 17 de agosto de 2021

Susana Villalba / 5 poemas

 

 


 

Rikyu


Le lleva al mundo tiempo

una mano,

una pluma.

Es imposible

atravesar un corazón

si no hay deseo

de matarlo.

Toda la tarde caminó

bajo la lluvia

como una forma de sentir

humanidad.

El tiempo -se dijo-

será esta ceremonia

del té.

Es cosa de los astros

si pueden partir

el mundo en dos

en un segundo.

Es cosa de los otros

sus manos.

No es una huella

que dejará

según mueve la pluma.

Es que esas huellas

de sus dedos

son irrepetibles.

Pero llevan su tiempo

las palabras.

No es el camino

el que dice la distancia,

los ojos

no encuentran su paisaje.

Hubiese preferido tocar

con sus palabras,

él habla

maravillosamente

y es un placer físico

escuchar.

Pero no importa

si las uvas están

a demasiada o poca altura.

Si se moja es que llueve

y es la hora

de preparar el té.

El cuerpo es un pacto

con la forma.

Pero el deseo es la forma

que tiene el corazón

de deshacerse

de su cuerpo.

Como un relámpago

espera

en la línea de la mano.

-¿El amor?

-dijo la bruja-

¿Ir al Tíbet?

Una escritora.

Los sueños son la vida

también.

Tuviste un gran amor.

-Tuve, como quien dice

una enfermedad,

escribí

poemas.

-Palabras

-dijo la bruja-

de un corazón

en círculo de fuego.

Se viste de venado

y se devora.

Una pluma en el barro.

-Cuando los amantes duermen,

amanece.

Las palabras no dan cuenta

de ese espacio

que separa a los cuerpos

en el sueño.

-Los amantes

-dijo la brujan-

o se dan cuenta.

Pero el que sueña

es un camino

como cualquier otro.

Los poemas también

son naturaleza.

Si no tocaste

esa mano no existió

más que en el sueño.

-Pero las uvas

a la altura de mi mano,

acaso

simplemente las describa

-Es una forma

como cualquier otra.

-Pero la espada y el tiempo

que le lleva al mundo

el cuerpo

que la cabeza lleva atado

como un perro.

Y el guerrero

si amanece

y en su corazón

noche cerrada.

Cantan los pájaros

y habitan la luz

como una flecha

de su propio sentido.

Dar testimonio

de una manera humana

de levantarse,

preparar el té

y escribir.

-Y acaso haber tocado

¿Daría cuenta?

-Un puma

ni un venado.

Deseo de beber

un animal completo

o palpitante

en la espesura

del deseo

fugar de un cuerpo

agazapado.

Se pregunta

qué tarea tiene

entre las manos.

Palabras como espada

de dos filos.

El deseo real

como la mano

al tocar

fue tan distinta.

Cada cuerpo

irrepetible.

-El arquero

ni el caballo,

la flecha

no pregunta:

Señor

¿no tuviste suficiente

fe

en mí?


Marea


Esa conspiración en el susurro

cuando nada dicen,

persiste el mar

y la piedra en deshacerse

resistiendo.

Quizá belleza

es esa colisión

eternamente fugaz.

Como el mar el deseo

es movimiento

que comienza donde parece

 

acabar.

Inútil seducción y sin embargo

la piedra se transforma.

En el amor

se sabe por el cuerpo

el límite del cuerpo.

Es su plenitud.

Esa revelación

que acaba cuando comienza

a hablar.

Como arena arrebatada

por el agua

que toma y abandona

al mismo tiempo.

Querer ir más allá del mar

es el mar.

Ese murmullo que parece responder

es movimiento,

un rugido

como el fracaso siempre de un deseo

es el deseo.

Inútil preguntar la razón

que desconoce un corazón

de agua.

El mar como el sueño

rumorea en la orilla

restos

de la profundidad.

Porque nada dice

dice el mar:

que la verdad es agua

entre las manos

se sabe por tocar.

 

El caso Ruth

 

La piedra es,

una mujer mata,

por instinto

busca el reverso de la piedra

donde se esconde un animal.

Sólo quería que dé la cara,

dice sin resistir.

No había remedio,

me dolía él.

Cuando al fin lo encontró 

sacó de su cartera la Smith and Wesson

y vació el cargador.

Se gana, se pierde

pero negocios son negocios.

¿El dinero? está o no,

como las piedras, en el camino.

Ahora soy yo

la que mata.

Ahora moriré de un acto

real,

es la ley del amor querer perder

la cabeza,

que él abandone el cuerpo

entre mis brazos.

¿El arma? qué sé yo,

las cosas aparecen.

Me enceguecí,

ya no quería verme.

Nos amamos,

después yo disparaba,

es algo contundente.

Antes que nada

108

leíste las noticias policiales,

tomaste café.

Sí, estás despierta,

ese dolor que sos ahora

es el mundo,

la orilla del sueño aún golpea,

agua aceitosa contra un casco.

Algo que deje de moverse,

por favor.

Pero un disparo

en la piedra podría revelar

que nada es tan sencillo,

todo tiene un momento

que nunca cristaliza.

Un corazón.

Estás despierta, todo gira,

no sabés si es el día

siguiente

y faltaste al trabajo

o es domingo.

Sí, fuiste a esa casa,

tomaron un taxi

que se perdió en la niebla,

hubo choques en cadena, dice el diario,

así es que la niebla fue real.

De bar en bar

alguien dijo hay una fiesta

en algún sitio.

Y nunca es ésta.

Llegaron a esa casa o pretensión

de teatro under,

fiesta de primavera.

Un travesti

o lo que un hombre dice

que es una mujer

te hizo sentir ambigua

en tus vaqueros.

Hizo un sketch,

ya se sabe, un sketch.

Princesa, sultán, odalisca,

nadie bailaba, hacía frío,

rodaron latas de cerveza.

Los travesti eran encantadores

de serpientes

sin serpientes,

vos también.

Mariposas deslumbradas por la fiesta

que iluminaban.

Encontraste a tus amigos en el baño,

habían capturado una botella

pero mejor era volver

al bar.

Un lugar donde caer

sin caer.

Ahora entendés el viejo chiste

 de decir al taxista: a casa

por favor.

Ahora el sentido

toma su sentido:

el deseo brilla

por su ausencia.

La noche fue un largo, repetido

nunca más.

Encontraste un murciélago

como si todo lo perdido

por perdido en esa casa

hubiera rezumado su animal.

Se movía si topaba

con el límite.

La propia imagen

de todos los errores,

 el terror al fin

tenía una cara

mítica.

Encendiste la luz

y chocó con la pared;

no la piedad, la ley

de semejanza,

la culpa del demonio

se mata con culpa

 verdadera.

Golpeaste

 una y otra vez,

 sonaba a cuerpo contra piedra,

se quebraba, arrastraba el aleteo,

al fin era un insecto

grande

o una muñeca rota.

Entonces cortaste la cabeza,

las membranas,

clavaste una estaca en el corazón

y abriste para ver

que se movía.

Las manos pegajosas,

el piso de un humor

que no era sangre

 lo cubriste con diarios,

 esa noticia de la mujer

que guardó a su amante

en el freezer.

 No podías tirarlo a la basura,

quemaste el cuerpo 

y la cabeza juntos

 para mirar como algo termina alguna vez

sin dejar restos.

Después dormiste todo el día.

Y ahora alguien dice, en el contestador,

¿venís al club de cine?

 por lo tanto es el domingo

 lo que perdiste

o la idea del día

y de la noche

o no sabés qué querías

perder.

Aunque el cuerpo no olvida

 no encontrás el argumento.

Si entrara ese forense capaz

de encontrar babas y uñas

y huesos calcinados,

demonios, que me cuelguen

pero no me pregunten

por qué.


La occisa

 

Si pudiera volver

la cabeza.

Los ojos, sí

los ojos permanecen

pero yo permanezco

inmóvil

como siempre y sin embargo

ya no importa.

Existe un paraíso

del cuerpo

prometían los ojos,

infierno de saliva

arrasando palabras,

pensamiento, ser

desde adentro

hacia afuera un fuego

líquido y afuera

sólo tacto

de mí.

Y ahora que la bala penetra

una real calcinación,

me atraviesa: esa mirada

es una trampa

y ya no importa,

fluye,

el deseo es un río,

le dije,

no detengas su curso.

Todo es líquido,

el aire como bruma pegajosa

en la garganta,

los sonidos,

no veo, me derramo

hacia adentro,

agua estancada

lo que fue pólvora viva,

volumen sanguíneo en las vísceras

conscientes ahora de sus ritmos

ralentados,

humores venenosos del alma

que también es un cuerpo

eléctrico.

Un fluido

que al mirar capturaba en un punto

de impacto.

Nunca fui el cazador

siendo rapaz como el deseo

es como el viento

que no sabe qué arrastra,

qué doblega,

por qué aleja al acercarse,

por qué le da una dirección

lo que resiste.

Algo, una baba,

una pluma venida del espacio

toma forma,

toma desde dentro

un cuerpo que pueda tomar cuerpos,

una ciudad de poseídos.

El verdadero horror

en las películas

es que siempre comienza

la misma situación,

cuando cierra la puerta

y suspira

se rompe la ventana

y vuelve a correr.

Sólo hay dos en esa cinta

de Moebius

y ya no sabe quién perseguía

a quién.

No importa,

ya no puedo moverme

y hemos vencido

los dos.

Hemos perdido

lo áspero,

los vientres pegados de sudor,

la radio,

una lámpara en invierno,

acariciar los libros,

las manos se deshacen como papel viejo,

he perdido

la textura de tu espalda,

el árbol,

cicatrices.

Sin embargo siento el agua

alrededor,

me estoy hundiendo

suavemente.

Acaso imagino una lluvia

que no llega a mi oído,

no es que caigo, voy perdiendo

sentido.

Ya no veré el acero,

el mar ni una estación de tren

abandonada.

Me condenaste al tedio,

a la nostalgia monocorde

por alguien que no está:

mi propio cuerpo.

Solitaria

eternamente sabiéndome

invisible

aun para mí misma.

No importa,

ya no puedo pensar

ni imaginar lo que no sé

cómo será

y cuando suceda, como siempre,

ya no tendrá importancia

entender.

Es un río,

dejémonos llevar,

le dije,

a donde sea.

Fue un error, como un viento

diciendo soy un viento,

un giro repentino

de nosotros.

La oscuridad como una piedra

me toma desde dentro,

mi cuerpo es la sombra

de una piedra

y todavía tiembla

un centro

como lava,

una bala que busca salida

y ya no importa,

interesada en el esófago,

un reguero,

una película en que todo estalla

es una bella imagen

que ya no podré ver.

Instantes de oro

y años de polvo

será, como la vida,

la muerte.

Dónde está la luz

cuando se apaga.

Voraz como el deseo

como el fuego no quiere devorar

sino encenderse,

nunca fui el cazador.

Pero que sea yo la víctima

también es un error

o un accidente.

Si desperté pasión

no tuve el mérito del cálculo,

si arrebaté lo ajeno

no tuve el usufructo,

si fui el testigo no supe

con lo visto

más que dar testimonio.

Quizá como el amor, la muerte

como la vida

no sea para siempre.

Será una travesía,

si miro hacia atrás

sus ojos

podrían retenerme.

Sin embargo dispara

contra el viento

como un ciego.

Un individuo en posición

decúbito,

aspecto de masa

cenicienta,

alojada en el canal

la bala ahora es lo que queda

vivo

y este fluir del pensamiento

acaso será siempre

una cámara lenta del disparo.

Un trueno primero,

después el relámpago

reabsorben en una sensación

fulminante de silencio.

También hay una muerte espléndida

que tampoco me tocará en suerte.

No importa


La gaviota


La precisión,

la cadencia

de fuego,

la sobriedad con que se apuesta

entre el sudor y el viento,

el arenado refracta la luz

que te revelaría inmóvil.

Calzar a la medida

el arma de tu cuerpo,

el peso exacto

del silencio,

de la hora, detrás de la ventana.

Podrías estar en un pueblo

de México,

Arizona,

hay algo en este hotel

donde ya no recordás

qué viniste a olvidar.

Ahora el viaje te persigue,

cada mañana escapás

de cada noche

anterior.

El temporal presagia un punto

en que nada quede

en pie.

¿Pero estarás aquí

cuando limpien la playa de restos

de tejados, pájaros

y botes?

Ya no se ven las casas

pero están

y las banderas de Texaco.

Vendrán a buscarte.

El bus te encuentra en cualquier sitio

en que te hayas perdido,

saben que no sabés

dónde ir, como el mar

impunemente

deja a su lado lo que mata.

Hazte hombre, decís

a un mar atento a tu voz

de alto.

Masivamente pierde su eficacia,

las guerras por millones,

los accidentes de miles

nos aburren.

La sal

opaca el vidrio,

el fondo que parece

emerger es previsible,

ensimismarse es engañoso,

culpable de suicidar

o seducir.

Llevo una bala entre los dientes

cuando beso,

tengo en la lengua el gusto

a metal de la Hotchkiss,

tus muertos gozan

un funeral de escarabajos.

En los baños de rutas

o estaciones donde hago el amor

sin desvestirme, yo sé

-decís al mar que rompe

las sillas de la rambla-

lo que es un corazón,

se macera en lo mismo

que lo pudre

que es su orilla.

Aquí estoy

y no llegas,

sólo un escupitajo,

un toldo desgarrado,

como un adolescente.

Me alimento de verte.

Podés confiarme ese secreto

deseo de matar despacio

y razonado como un hombre,

hacer de tu vaivén una estrategia.

Un cazador

inventa su animal para matar;

en cada huella ve su sombra

a punto de saltar

a la existencia.

La hiena ríe última

y sola

ante los restos.

No confíes en quien bebe

ante un vidrio,

ante tu corazón que persiste

en desplegar su botín de espinazos

hebillas, caracoles,

lo que creés abandonar

te delata

con su resaca de oros,

todo es memoria

en perpetuo movimiento.

Soy, como vos, el cuerpo

de la bruma,

su límite, ir

y venir por nada que comprendas,

haszte hombre, yo te diré por qué

se agita el mar.

Tu amenaza, decís,

empieza a ser monótona,

constante tu inasible

país, tu lengua

que promete rodar en la saliva

del destino,

acabar en el vacío completo

de sentido, es decir

no escuchar.

Ya ves,

soy la granada a punto de estallar

en defensa del amor

en el momento del amor.

El bus

parece haberte olvidado,

los barcos no salen hoy,

estás atrapado

entre cielo y tierra.

La voracidad de la gaviota

resiste en el viento,

un plomeo abierto,

convincente,

cae en el alféizar.

Abrís la ventana y la llevás

a la mesa,

sabés que el barman se molesta

pero sos extranjero.

Boquea, metés los dedos

en el brandy

y dejás caer gotas

en el pico,

se retuerce con un grito afónico,

golpea contra la mesa

el ala destrozada,

se pegan plumas en tu vaso.

Vendrán a buscarte.

Vendrá el bus y el mozo

tirará el cuerpo a la basura,

dejás tus restos,

cumplís tus pactos.

El mar ruge, ciego,

después de todo no mata

para ver,

no entiende nada.

Te levantás,

esperás que te encuentren,

cada día en esos cuartos

con olor a cajones vacíos,

a cepillos o navajas olvidadas.

Cada ventana abriéndose

a un camino

que baja siempre al mar,

siempre un cartel

que dice usted está

aquí.

Siempre un lamento de gaviota,

animal de petróleo y basura

y viento,

decís, dando la espalda al mar.

Una pasión de metralla

requiere el silencio del cuchillo,

la sorpresa

en el discurso, ser

y desaparecer en acción.

Soy el disparo.


 

Susana Ada Villalba (Buenos Aires, Argentina)
Poeta, dramaturga, periodista, y gestora cultural. Cada uno de sus seis libros de poesía publicados desarrolla una temática (de género, filosófica, o social): Oficiante de sombras (1982), Clínica de muñecas (1986), Susy, secretos del corazón (1989), Matar un animal (Venezuela, 1995; Argentina, 1997), Caminatas (1999), y Plegarias (U.S.A., 2002; Argentina, 2004). Actualmente dirige la Casa de la Lectura del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Integra el Consejo asesor de la revista y editorial Último Reino.