Los
desterrados
Hoy he visto un cementerio vacío,
solo un niño
correteaba sobre las tinieblas,
corría huyendo de los asesinos
y quería atrapar una mariposa.
Entonces me dolió tener la voz
de los desterrados,
me dolió que no me dejaran
gritar,
me dolieron las víctimas, la
carne torturada,
me dolió la miseria.
Lloré sobre las flores, entre los
muertos,
bajo la luz del cielo, entre
geranios tristes,
lloré con el gemido de las
cocinas deshabitadas,
con el coraje de los
desempleados, con la
apagada
linterna de las barriadas
escondidas.
Lloré por mis anhelos asesinados,
por esta sorda metralla que
ciega,
por no tener donde decir, por no
poder hacer,
por el dolor de los que estamos
desterrados,
amargamente desterrados,
escabulléndonos,
morosos de las tumbas, inquilinos
de las criptas
que esperan.
Aurora
nueva
Amanecí de nuevo.
No he muerto. Estoy viva.
Respiro y soy.
Aún soy con esta luz de fuego.
Así soy
con la aurora que nace.
Así soy resonando en mi pecho.
Jubilosa y feliz.
A
Luis Cernuda
Viejo solitario de la tarde,
te veo con tu vaso de ron,
escribiendo
tu tristeza de niebla, trajinante
como una yegua loca, sorbiendo
lentamente
una lágrima gris, deslucida,
amarillando
junto a la briosa estación del
verano.
Te veo envuelto en papeles
oscuros
en el departamento quieto,
separado
de la ciudad, caminando en
sigilo,
viendo que gota a gota se te
escapaba el cielo,
huyendo en la bruma metálica de
la lluvia,
resguardado en los terribles
potros que cabalgaban
tu antiguo vicio de llorar
despierto.
Te resucito en las pavesas
alejadas
en las remotas playas del
insomnio acezante
y en los inquietos torbellinos de
espera.
De niño te encuentro en un
caserón deshabitado
y siento crecer en ti brillantes
mariposas,
el júbilo de los cuerpos
desconocidos
deseados en cualquier parte.
Te quiero en ese resplandor de
miedo voluptuoso
donde nació el acento
melancólico,
en las ventanas del sueño, en ese
gemir suave
de adolescente incendiado en el
otoño,
te quiero en el vaivén de habitaciones
olvidadas,
ignorado en escalerillas
fantasmas,
martillando una angustia sin
nombre,
tragando besos sucios a
hurtadillas del día,
comprando una primavera
inexistente
bajo un silencio de sombras y
sábanas revueltas.
Te busco guarecido en oscuros
cinematógrafos,
hundido en cualquier esquina,
pensativo,
rumiando tu ingenuidad
desmelenada,
sentado en algún bar, fugitivo en
derrota,
oyendo un vulgar silbido de
jauría,
almacenando siluetas, rompiendo
espejos falsos,
lanzando amargas flechas sin
respuesta.
Y te gustaba pasear sobre los
puentes,
sentir correr los ríos, oír el
mar,
te esfumabas con las volutas del
ocaso
y mirabas de vez en cuando a las
estrellas.
A veces te dolía la vida, casi
recuerdo tu gesto,
tu voz taciturna, aquellos ojos
que se perdían
tras una lejanía invisible,
tus manos desgranadas en las
puertas del alba,
la canción siempre hirviendo en
tus torres de espanto,
el violín cabizbajo que reptaba
tu ensueño
la máquina de escribir que te
seguía
y los discos de jazz
disfrazándose en la penumbra.
Entonces añoro las cortinas
regadas en torno tuyo,
ese misterio vacío, esa leyendas
de avenidas esparcidas,
la guitarra del viento acompañada
de roncas voces,
las vacilantes perspectivas de
los desvanes macilentos,
el suicidio de peregrinas
campanas desquiciadas
desapareciendo en las esclusas
derruidas del tiempo.
Añoro las dispersas ansiedades
que desgarraron
tu vibrar de avecilla desgajada
al invierno,
tu displicente recorrido de
espermas apagadas,
la aguja que rompía tu vibrante
relámpago,
la cuchilla del sexo trepando tus
nervios,
tu tibio abrazo dulce de ruiseñor
tremendo,
las noches en que el mundo te
crujía insepulto
tras una cordillera de plumajes
azules,
la rosa que perdiste en las
veredas náuticas,
la emoción presentida, los
caminos abiertos
a tus zapatos que hollaban las
inciertas regiones
donde un ancla de bermellón ataja
los placeres prohibidos
tras las puertas abiertas
desbocadas al sueño.
Te siento pasajero, de una
inmensidad amorfa
viviendo en las filas de los que
retan, en esa
difícil soledad de ir cargando
una cantidad de absurdas cosas,
entre fórmulas aparatosas y
obligadas,
en una pirámide de aburrimientos
continuados,
y el hastío de ir repitiendo
historias
en evasiones que se esconden en
laberintos
dislocados, en ese rugir sordo
que nace y quema,
en la protesta que vuelca y hiere
junto a las murallas.
Porque llega la hora en que ya
nada importa
y entonces explotaron tus versos,
te regaste
como una erupción incandescente,
como una lava violenta.
Porque morías en la secuencia de
las semanas
de disecadas focas, en las
farolas mudas
que quiebran los anhelos
caracoleantes,
en los lechos abandonados, en los
cocodrilos
de taxidermia inconclusa, en los
años que doblan,
en ese instante de ya no
sorprenderse,
en ese susto repentino que
arrasaba, desolador,
temible, en la repentina voz que
aullaba
exigente, profunda, en un fluido
de fiebre
como una líquida plataforma que
te llevara.
Ahí estaban las azoteas del
hielo,
el grito partiéndose en pedazos,
la atribulada pesadumbre de
repartirse,
de huir, de esconderse en
suburbios pedregosos,
de ser frágil, de humo, efímero,
de sólo aventar
un ruego caldeado en disgregados
cristales,
en un frío que recorría
callejones sonámbulos,
intemperies agonizando bajo
epilépticos alambres
sincronizados al fúnebre
estertor.
Y te esfumabas en la sangre
disuelta de los cadáveres morados,
en la serenidad del paseante
que violaba las tiránicas
ataduras, en la fiera,
inextinguible antorcha que
encendías, en la valiente
y dolorosa actitud de ser tú
mismo.
Caricatura
de la verdad
Vengo de mitos desbaratados
donde se quiebra el tiempo.
Armo en mi ser nuevas
estructuras.
necesito el mármol de las viejas
creencias
para apoyarme en algo.
Definitiva ha sido mi luz y mi
ceguera,
ha sido tajante su alucinada
escarcha
y mi intento triste de huir de
cualquier dogma.
Así, regreso a buscar el techo de
una casa,
el calor de las mentiras
conocidas,
el cristal que deforme una visión
con los gastados sueños rosa.
Huí de falacias acreditadas,
me despojé de su facilidad y sus
cristales,
y de pronto en la gruta de Platón
vi mi silueta
terriblemente deformada.
Cinematógrafo
Luz azulada y besos distraídos,
amnesia momentánea, afuera
llueve.
Siluetas, siluetas de días
desaparecidos,
alardear de vida, sin telones,
con butacas
inmóviles.
Humo de cigarrillos, almas
calladas
con espirales de sonrisas
anestesiadas.
Afuera llueve, los carros
encienden sus faroles
pero la sala quieta
se estremece ante sueños
encadenados con ceniza.
Hora
sin soporte
Hoy pierdes un objeto, mañana
otro,
como si te arrancaran a pedazos
la vida;
te mutilan la voz, te quedas sin
lágrimas
te cuentan del suicidio de un
amigo.
Mueres a pausas tu también.
de ayer a hoy
cada dolor es una nueva llaga,
en cada instante hay una herida
El mundo de las cosas,
caprichoso,
no responde a tus ideas, se te
escapan los
objetos
como pequeños tiranos, se te
esconden,
y te hacen girar y girar,
golpearte la cabeza,
o mascar trozos de papel con ira
desbordada.
Pierdes todo lo que has amado,
te hundes sin retorno en cada
pliegue del
pasado
Y de súbito un caos interior,
la tempestad, la locura, toda la
rebeldía,
lo indescriptible se te mete
dentro,
tensos los nervios, los dientes
encorajinados…
… y el tedio invencible de las
horas vacías…
La
noche
Qué edad, qué frío, qué tormenta
puede ser más terrible
que una noche
a solas,
una noche sin nada, una caverna
olvidada, un pasaje secreto,
de hielo.
Y digo una noche a solas
una noche de tiempo.
Y no hablo de sexo
ni del calor de un cuerpo,
no hablo de alguien, de algo,
hablo de una noche a solas
frente al universo,
en el infinito,
a solas con el cosmos chispeante,
con preguntas fósiles,
con nosotros mismos,
con todo.
Los
del viento
Nosotros, los del viento,
los que llevamos versos
incrustados
al centro del timón de nuestra
sangre.
Nosotros, los portadores de
enredaderas turbias
nacida en lo incierto de la raza.
Sí, los que llevamos el destino
broquelado
más allá del color de nuestro
sexo,
más allá de las voces de la
herencia,
más allá del dolor de nuestro
grito.
Sí, iremos cantando, cantando,
como si germinaran las palabras
y no fuera prestado nuestro
aliento;
como si en verdad la luz nos
recubriera
y no tocara la muerte a nuestra
puerta.
Desde el corazón al alma
nos vemos royendo nuestras
propias ansias,
nosotros, los seres de la tarde
aniquilada,
los del perdido otoño, los del
viento,
los que llevamos nuestra vida
más atada a los cielos que a la
tierra
y que vamos cantando, desde
siempre, cantando.
Los
farsantes
Para ir decapitando monumentos
hace falta el silencio,
los santones hicieron sus
columnas
pero no tienen estandartes.
Qué lugar daremos a cada quién
en nuestra historia?
Ya ni siquiera importa,
los héroes están muertos
y cada quien fabrica sus hazañas.
El tiempo es un invento malévolo,
nunca aprendió a creer
en la verdad
porque nació desnudo como los
hombres,
y, además, es que existe la
verdad?
Mis
manos
Estas manos mías conocen la
ascención suprema
y la más burda ignominia.
Son como dos relámpagos audaces
o como dos humildes golondrinas
cautivas.
Se entrecruzan en una plegaria o
aman
con santidad o con delirio
y se asustan del fuego
y chocan contra un rostro.
Estas manos mías saben mentir
y son urgentes. Me han dado la
pasión sublime
y la ternura de un ángel de luz.
Tienen reminiscencias de ala
desteñida
y saben de los surcos del vuelo
Conocen todas las fiebres.
Muerte
en el tiempo
Telarañas oscuras,
cárcel amarga,
sombras luctuosas,
arena,
tumba que adviene
en cada escalón
sin sentido
bajado
a escondidas,
ocultando el rostro
para negar
un nuevo amanecer.
Onán
Con horas viejas colocadas en
desvanes y
perspectivas deshabitadas
con silencio de lluvia y azucenas
que se tiñen con
la tarde
las manos acarician la soledad,
penetran sus
vertientes
y producen el vértigo mientras un
rayo se
desprende.
(Afuera los jardinillos tiemblan,
demudados).
Estremecimiento de armazones de
hojarasca,
sin ningún galope, y con una
suave, dulce
violencia
delineando la alcoba.
No hay ira, sólo la ternura
pequeña, íntima,
del instante desflorado sin
entrar ni a la luz ni
a la sombra.
De esta manera las manos se desciñen
de sí mismas
y se sienten de barro, y así
puras,
han sido desfloradas de su ruta
y se muestran como dos clowns
grotescos
danzando sobre la nieve.
En el misterio, junto al vagido
muerto,
en el calor perdido de una
chimenea apagada
por miles de milenios de rostros
convulsos
pudo entonces, Onán, encender una
hoguera.
Poema
de la sangre
Aquel que yo parí
remonta mi sangre a todas las
generaciones
hasta Adán.
Trae la voz encontrada de la raíz
en que germiné
y quizás perpetúe mi estirpe
hasta cuando el mundo termine.
El que parí
es resultado de violencias
inexplicables.
Está tatuado
para siempre tatuado
de las llamas que me han
florecido.
Tiene designios en el caos
o turbulencias sin nombre
heredadas del día en que conocí
la luz,
del instante en que me mostró la
faz de Dios
o del enigma en donde las
tinieblas
han incinerado la razón.
Tres
poemas ágiles (I)
La casa no tiene ni paredes ni
puertas
pero es mi casa,
como mi caballo sin cascos,
mi caballo sin silla,
como mis sueños duros,
como esta palabra dura,
como esta garganta dura,
mi garganta.
Me monto sobre el alba
y descuartizo las rosas de la
primavera.
Mi rosa no tiene pétalos,
sólo espinas,
pero es mi rosa.
Mi palabra es áspera
y montaraz
yo no tengo requiebros para nada,
pero descuartizo a las rosas,
monto mis sueños y mi caballo,
vivo en mi casa
y hablo con mi palabra.
Alas,
tengo alas en la lengua…
Alas, tengo alas en la lengua,
mi cuerpo está cubierto de alas,
son miles de alas que me crecen,
una multitud de pequeñas alas
sonoras.
Mis palabras son alas blancas,
alas, alas de espuma o nube,
alas tremendas que me cubren, que
me laceran.
Y sin embargo no vuelo con mis
alas.
Alas de mis Ángeles,
dulces alas que me renuevan,
alas tristes con que me envuelvo,
aladas alas por las que vivo.
Soy un árbol de alas
con alas que me brotan como
hojas,
con hojas muertas que me vuelan
como alas.
Soy un mar de alas,
un cielo de alas que resuenan.
Alas de mi nombre,
sinfonía de alas en mí misma.
¡Cómo suenan mis alas!
¡Cómo intentan mis alas batir el
vuelo!
¿Cómo estoy en la tierra con mis
alas a cuestas?
¡Cómo estoy en el viento sin
volar con mis alas!
Soy un ala gigante,
soy millones de alas minúsculas,
soy un porvenir, un destino de
alas,
y junto al infinito de mis alas
peregrinas
pronuncio esta oración de alas
aleteantes
para redimirme en nombre de esas
alas sonoras.
La
casa no tiene paredes…
La casa no tiene ni paredes
ni puertas,
pero es mi casa,
como mi caballo sin cascos,
mi caballo sin silla,
como mis sueños agrestes
y la palabra al aire, volandera,
como esta garganta de nardos,
mi garganta.
Me monto sobre el alba
y descuartizo a las rosas en la
nada.
Mi rosa no tiene pétalos,
sólo espinas
pero es mi rosa.
Mi palabra es áspera
y montaraz
yo no tengo requiebros para nadie,
puedo regocijarme con las rosas
monto mis sueños y mi caballo.
Vivo en mi casa
y hablo con mi palabra.
Mendigaré…
Mendigaré
a través de las increíbles
ciudades del otoño.
Mendigaré la sal, el agua
y el día venidero.
Mendigaré no importa
porque ahora que provengo de
territorios
olvidados
puedo decir con verdad a mis
hermanos
me cortaron la lengua y me
pusieron marcas al
rojo vivo
pero en nombre de ustedes yo
sufrí en el
silencio.
Mendigaré en los parques la luz y
los colores
mendigaré la risa de los niños
y el sobresalto y el júbilo de tu
corazón.
Y esta tarde en que el llanto
entrecruza mi
pecho
sólo puedo decirles en nombre de
mis versos
mendigaré, mendigaré para dejar
regada la
canción
y hacer que mis palabras sean un
arco iris de mi
ser ante ustedes.
El
silencio cerrado
Nadie abrió la boca
ni nadie dijo nada.
Y ese silencio, hermanos,
nos ha vuelto culpables.
Nos quedamos callados,
ni una protesta
ni una sola palabra
se pronunciaron.
Nada se dijo.
Y todos fuimos cómplices
de los canallas
todos quedamos con las manos
embarradas de lodo.
¡Todos la violamos!
Todos le arrancamos
los pezones a mordiscos.
Todos le sorbimos la sangre
de los pechos ultrajados.
¡Cuando aún estaba viva!
Y es que la bestia anda suelta.
En todos los corazones.
Y ese silencio de todos
Es el silencio de la bestia
saciada,
es el silencio del culpable
de los cómplices.
Porque ahora todos
Somos los asesinos de Rogelia.
Frente
al espejo
Me pongo frente al espejo,
refleja mi cansancio
mis ojeras,
mis manos impacientes,
mi camisa en desorden,
la boca desteñida,
el pelo despeinado,
pero no dice nada de mis sueños.
Mi habitación revuelta
surge de su pulida superficie
brillante,
mi despertar reciente
asalta mi cabeza entre sombras,
aún no atino más que a verme,
no pienso en mis poemas,
mi palabra no aparece
frente al espejo.
Sólo soy una imagen,
una más entre mis cosas,
una imagen callada
que respira silenciosa,
una imagen que no se mueve
y titubea entre la penumbra.
En eso recapacito,
me veo frente al espejo,
camino
y abro las ventanas de día.
Isabel
de los Ángeles Ruano (Chiquimula, 3 de junio de 1945) es una poeta y
escritora guatemalteca. En el año 2001 el Ministerio de Cultura y Deportes le
concedió el Premio Nacional de Literatura Miguel Ángel Asturias.
Premio Nacional de Literatura
“Miguel Ángel Asturias” 2001 por su obra Café express. Es una escritora, poeta,
periodista y docente guatemalteca. En 1954 (a los nueve años de edad) vivió con
sus padres en México. En 1957 regresó a Guatemala con sus padres. Vivió en
varias localidades de los departamentos de Jutiapa y Chiquimula, en el oriente
del país. En Chiquimula ingresó al Instituto Normal de Señoritas de Oriente,
donde se graduó de maestra de educación primaria en 1964 (a los 18 años de
edad). En 1966 ―a los 21 años de edad― Isabel de los Ángeles Ruano viajó por su
cuenta a México, donde publicó su primer poemario, titulado Cariátides. El
prólogo de la obra fue firmado por el poeta español León Felipe (1884-1968).
“Ruano ha sido referente en las
letras guatemaltecas y uno de sus logros más destacados es el Premio
Internacional de Poesía, que le otorgó en 1979 la Fundación Givré en Buenos
Aires, Argentina. Otro logro importante en su carrera fue el Premio Nacional de
Literatura Miguel Ángel Asturias, que obtuvo en el 2001”.
Prensa Libre,
http://www.prensalibre.com/vida/escenario/la-incansable-poeta-ambulante
Libros:
- 1967:
Cariátides. México DF: Ecuador OO’O.
- 1988:
Canto de amor a la ciudad de Guatemala. Guatemala: CENALTEX, Ministerio de
Educación.
- 1988:
Torres y tatuajes. Guatemala: Grupo Literario Editorial RIN-78.
- 1999:
Los del viento. Guatemala: Óscar de León Palacios.
- 2002:
Café express. Guatemala: Cultura, 57 páginas. Reeditado en 2008. Por esta obra
recibió el Premio Nacional de Literatura.
- 2006:
Versos dorados. Guatemala: Cultura, 106 págs.
(Texto
tomado de la web)
Isabel de los Ángeles Ruano es
una de las poetas más importantes de Guatemala. Se graduó de maestra de
educación primaria y trabajó como periodista; sin embargo, su carrera como
escritora empezó en 1966 cuando publicó en México su primer poemario
“Cariátides”. A finales de los años 80 publicó “Canto de amor a la ciudad de
Guatemala”, además de “Torres y tatuajes”, pero algunos afirman que por esa
época comenzó a mostrarse ensimismada, taciturna, desconfiada, hasta que,
finalmente, perdió la razón.
Isabel renunció a la feminidad
que seguramente le fue impuesta y con la que nunca estuvo cómoda, por lo que
comenzó a vestirse como un hombre luciendo traje, corbata, botas y boina.
Además, abandonó los medios, los reconocimientos y los ambientes literarios; se
convirtió en vendedora ambulante, en paria, en una más entre comerciantes y
mercados. Aún hoy, con más de 70 años, se le puede observar parada en los
autobuses o caminando por el Centro Histórico de Guatemala, donde ofrece
lociones, desodorantes, perfumes, lápices, pero también sus libros y poemas
sueltos, como una afrenta a la industria editorial en la que afirma: “Agradezco
que quieran leer mi obra pero prefiero que me busquen y que me compren
directamente los libros, hasta dedicatoria les agrego”. Esther Pineda
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