lunes, 4 de junio de 2018

Isabel de los Ángeles Ruano




Los desterrados

Hoy he visto un cementerio vacío,
solo un niño
correteaba sobre las tinieblas,
corría huyendo de los asesinos
y quería atrapar una mariposa.

Entonces me dolió tener la voz
de los desterrados,
me dolió que no me dejaran gritar,
me dolieron las víctimas, la carne torturada,
me dolió la miseria.

Lloré sobre las flores, entre los muertos,
bajo la luz del cielo, entre geranios tristes,
lloré con el gemido de las cocinas deshabitadas,
con el coraje de los desempleados, con la
apagada
linterna de las barriadas escondidas.

Lloré por mis anhelos asesinados,
por esta sorda metralla que ciega,
por no tener donde decir, por no poder hacer,
por el dolor de los que estamos desterrados,
amargamente desterrados, escabulléndonos,
morosos de las tumbas, inquilinos de las criptas
que esperan.


Aurora nueva

Amanecí de nuevo.
No he muerto. Estoy viva.
Respiro y soy.
Aún soy con esta luz de fuego.
Así soy
con la aurora que nace.
Así soy resonando en mi pecho.
Jubilosa y feliz.


A Luis Cernuda

Viejo solitario de la tarde,
te veo con tu vaso de ron, escribiendo
tu tristeza de niebla, trajinante
como una yegua loca, sorbiendo lentamente
una lágrima gris, deslucida, amarillando
junto a la briosa estación del verano.

Te veo envuelto en papeles oscuros
en el departamento quieto, separado
de la ciudad, caminando en sigilo,
viendo que gota a gota se te escapaba el cielo,
huyendo en la bruma metálica de la lluvia,
resguardado en los terribles potros que cabalgaban
tu antiguo vicio de llorar despierto.

Te resucito en las pavesas alejadas
en las remotas playas del insomnio acezante
y en los inquietos torbellinos de espera.
De niño te encuentro en un caserón deshabitado
y siento crecer en ti brillantes mariposas,
el júbilo de los cuerpos desconocidos
deseados en cualquier parte.

Te quiero en ese resplandor de miedo voluptuoso
donde nació el acento melancólico,
en las ventanas del sueño, en ese gemir suave
de adolescente incendiado en el otoño,
te quiero en el vaivén de habitaciones olvidadas,
ignorado en escalerillas fantasmas,
martillando una angustia sin nombre,
tragando besos sucios a hurtadillas del día,
comprando una primavera inexistente
bajo un silencio de sombras y sábanas revueltas.

Te busco guarecido en oscuros cinematógrafos,
hundido en cualquier esquina, pensativo,
rumiando tu ingenuidad desmelenada,
sentado en algún bar, fugitivo en derrota,
oyendo un vulgar silbido de jauría,
almacenando siluetas, rompiendo espejos falsos,
lanzando amargas flechas sin respuesta.

Y te gustaba pasear sobre los puentes,
sentir correr los ríos, oír el mar,
te esfumabas con las volutas del ocaso
y mirabas de vez en cuando a las estrellas.

A veces te dolía la vida, casi recuerdo tu gesto,
tu voz taciturna, aquellos ojos que se perdían
tras una lejanía invisible,
tus manos desgranadas en las puertas del alba,
la canción siempre hirviendo en tus torres de espanto,
el violín cabizbajo que reptaba tu ensueño
la máquina de escribir que te seguía
y los discos de jazz disfrazándose en la penumbra.

Entonces añoro las cortinas regadas en torno tuyo,
ese misterio vacío, esa leyendas de avenidas esparcidas,
la guitarra del viento acompañada de roncas voces,
las vacilantes perspectivas de los desvanes macilentos,
el suicidio de peregrinas campanas desquiciadas
desapareciendo en las esclusas derruidas del tiempo.

Añoro las dispersas ansiedades que desgarraron
tu vibrar de avecilla desgajada al invierno,
tu displicente recorrido de espermas apagadas,
la aguja que rompía tu vibrante relámpago,
la cuchilla del sexo trepando tus nervios,
tu tibio abrazo dulce de ruiseñor tremendo,
las noches en que el mundo te crujía insepulto
tras una cordillera de plumajes azules,
la rosa que perdiste en las veredas náuticas,
la emoción presentida, los caminos abiertos
a tus zapatos que hollaban las inciertas regiones
donde un ancla de bermellón ataja los placeres prohibidos
tras las puertas abiertas desbocadas al sueño.

Te siento pasajero, de una inmensidad amorfa
viviendo en las filas de los que retan, en esa
difícil soledad de ir cargando una cantidad de absurdas cosas,
entre fórmulas aparatosas y obligadas,
en una pirámide de aburrimientos continuados,
y el hastío de ir repitiendo historias
en evasiones que se esconden en laberintos
dislocados, en ese rugir sordo que nace y quema,
en la protesta que vuelca y hiere
junto a las murallas.
Porque llega la hora en que ya nada importa
y entonces explotaron tus versos, te regaste
como una erupción incandescente, como una lava violenta.

Porque morías en la secuencia de las semanas
de disecadas focas, en las farolas mudas
que quiebran los anhelos caracoleantes,
en los lechos abandonados, en los cocodrilos
de taxidermia inconclusa, en los años que doblan,
en ese instante de ya no sorprenderse,
en ese susto repentino que arrasaba, desolador,
temible, en la repentina voz que aullaba
exigente, profunda, en un fluido de fiebre
como una líquida plataforma que te llevara.

Ahí estaban las azoteas del hielo,
el grito partiéndose en pedazos,
la atribulada pesadumbre de repartirse,
de huir, de esconderse en suburbios pedregosos,
de ser frágil, de humo, efímero, de sólo aventar
un ruego caldeado en disgregados cristales,
en un frío que recorría callejones sonámbulos,
intemperies agonizando bajo epilépticos alambres
sincronizados al fúnebre estertor.

Y te esfumabas en la sangre disuelta de los cadáveres morados,
en la serenidad del paseante
que violaba las tiránicas ataduras, en la fiera,
inextinguible antorcha que encendías, en la valiente
y dolorosa actitud de ser tú mismo.


Caricatura de la verdad

Vengo de mitos desbaratados
donde se quiebra el tiempo.

Armo en mi ser nuevas estructuras.
necesito el mármol de las viejas creencias
para apoyarme en algo.

Definitiva ha sido mi luz y mi ceguera,
ha sido tajante su alucinada escarcha
y mi intento triste de huir de cualquier dogma.

Así, regreso a buscar el techo de una casa,
el calor de las mentiras conocidas,
el cristal que deforme una visión
con los gastados sueños rosa.

Huí de falacias acreditadas,
me despojé de su facilidad y sus cristales,
y de pronto en la gruta de Platón vi mi silueta
terriblemente deformada.


Cinematógrafo

Luz azulada y besos distraídos,
amnesia momentánea, afuera llueve.

Siluetas, siluetas de días desaparecidos,
alardear de vida, sin telones, con butacas
inmóviles.

Humo de cigarrillos, almas calladas
con espirales de sonrisas anestesiadas.

Afuera llueve, los carros encienden sus faroles
pero la sala quieta
se estremece ante sueños encadenados con ceniza.




Hora sin soporte

Hoy pierdes un objeto, mañana otro,
como si te arrancaran a pedazos la vida;
te mutilan la voz, te quedas sin lágrimas
te cuentan del suicidio de un amigo.

Mueres a pausas tu también.
de ayer a hoy
cada dolor es una nueva llaga,
en cada instante hay una herida

El mundo de las cosas, caprichoso,
no responde a tus ideas, se te escapan los
objetos
como pequeños tiranos, se te esconden,
y te hacen girar y girar, golpearte la cabeza,
o mascar trozos de papel con ira desbordada.

Pierdes todo lo que has amado,
te hundes sin retorno en cada pliegue del
pasado

Y de súbito un caos interior,
la tempestad, la locura, toda la rebeldía,
lo indescriptible se te mete dentro,
tensos los nervios, los dientes encorajinados…
… y el tedio invencible de las horas vacías…


La noche

Qué edad, qué frío, qué tormenta
puede ser más terrible
que una noche
a solas,
una noche sin nada, una caverna
olvidada, un pasaje secreto,
de hielo.

Y digo una noche a solas
una noche de tiempo.

Y no hablo de sexo
ni del calor de un cuerpo,
no hablo de alguien, de algo,
hablo de una noche a solas
frente al universo,
en el infinito,
a solas con el cosmos chispeante,
con preguntas fósiles,
con nosotros mismos,
con todo.


Los del viento

Nosotros, los del viento,
los que llevamos versos incrustados
al centro del timón de nuestra sangre.

Nosotros, los portadores de enredaderas turbias
nacida en lo incierto de la raza.

Sí, los que llevamos el destino broquelado
más allá del color de nuestro sexo,
más allá de las voces de la herencia,
más allá del dolor de nuestro grito.

Sí, iremos cantando, cantando,
como si germinaran las palabras
y no fuera prestado nuestro aliento;
como si en verdad la luz nos recubriera
y no tocara la muerte a nuestra puerta.

Desde el corazón al alma
nos vemos royendo nuestras propias ansias,
nosotros, los seres de la tarde aniquilada,
los del perdido otoño, los del viento,
los que llevamos nuestra vida
más atada a los cielos que a la tierra
y que vamos cantando, desde siempre, cantando.


Los farsantes

Para ir decapitando monumentos
hace falta el silencio,
los santones hicieron sus columnas
pero no tienen estandartes.

Qué lugar daremos a cada quién
en nuestra historia?
Ya ni siquiera importa,
los héroes están muertos
y cada quien fabrica sus hazañas.

El tiempo es un invento malévolo,
nunca aprendió a creer
en la verdad
porque nació desnudo como los hombres,
y, además, es que existe la verdad?




Mis manos

Estas manos mías conocen la ascención suprema
y la más burda ignominia.

Son como dos relámpagos audaces
o como dos humildes golondrinas cautivas.

Se entrecruzan en una plegaria o aman
con santidad o con delirio
y se asustan del fuego
y chocan contra un rostro.

Estas manos mías saben mentir
y son urgentes. Me han dado la pasión sublime
y la ternura de un ángel de luz.

Tienen reminiscencias de ala desteñida
y saben de los surcos del vuelo
Conocen todas las fiebres.


Muerte en el tiempo

Telarañas oscuras,
cárcel amarga,
sombras luctuosas,
arena,
tumba que adviene
en cada escalón
sin sentido
bajado
a escondidas,
ocultando el rostro
para negar
un nuevo amanecer.


Onán

Con horas viejas colocadas en desvanes y
perspectivas deshabitadas
con silencio de lluvia y azucenas que se tiñen con
la tarde
las manos acarician la soledad, penetran sus
vertientes
y producen el vértigo mientras un rayo se
desprende.
(Afuera los jardinillos tiemblan, demudados).

Estremecimiento de armazones de hojarasca,
sin ningún galope, y con una suave, dulce
violencia
delineando la alcoba.

No hay ira, sólo la ternura pequeña, íntima,
del instante desflorado sin entrar ni a la luz ni
a la sombra.

De esta manera las manos se desciñen de sí mismas
y se sienten de barro, y así puras,
han sido desfloradas de su ruta
y se muestran como dos clowns grotescos
danzando sobre la nieve.

En el misterio, junto al vagido muerto,
en el calor perdido de una chimenea apagada
por miles de milenios de rostros convulsos
pudo entonces, Onán, encender una hoguera.


Poema de la sangre

Aquel que yo parí
remonta mi sangre a todas las generaciones
hasta Adán.

Trae la voz encontrada de la raíz
en que germiné
y quizás perpetúe mi estirpe
hasta cuando el mundo termine.

El que parí
es resultado de violencias inexplicables.

Está tatuado
para siempre tatuado
de las llamas que me han florecido.

Tiene designios en el caos
o turbulencias sin nombre
heredadas del día en que conocí la luz,
del instante en que me mostró la faz de Dios
o del enigma en donde las tinieblas
han incinerado la razón.


Tres poemas ágiles (I)

La casa no tiene ni paredes ni puertas
pero es mi casa,
como mi caballo sin cascos,
mi caballo sin silla,
como mis sueños duros,
como esta palabra dura,
como esta garganta dura,
mi garganta.

Me monto sobre el alba
y descuartizo las rosas de la primavera.
Mi rosa no tiene pétalos,
sólo espinas,
pero es mi rosa.
Mi palabra es áspera
y montaraz
yo no tengo requiebros para nada,
pero descuartizo a las rosas,

monto mis sueños y mi caballo,
vivo en mi casa
y hablo con mi palabra.


Alas, tengo alas en la lengua…

Alas, tengo alas en la lengua,
mi cuerpo está cubierto de alas,
son miles de alas que me crecen,

una multitud de pequeñas alas sonoras.

Mis palabras son alas blancas,
alas, alas de espuma o nube,
alas tremendas que me cubren, que me laceran.

Y sin embargo no vuelo con mis alas.

Alas de mis Ángeles,
dulces alas que me renuevan,
alas tristes con que me envuelvo,
aladas alas por las que vivo.

Soy un árbol de alas
con alas que me brotan como hojas,
con hojas muertas que me vuelan como alas.

Soy un mar de alas,
un cielo de alas que resuenan.

Alas de mi nombre,
sinfonía de alas en mí misma.

¡Cómo suenan mis alas!

¡Cómo intentan mis alas batir el vuelo!
¿Cómo estoy en la tierra con mis alas a cuestas?
¡Cómo estoy en el viento sin volar con mis alas!

Soy un ala gigante,
soy millones de alas minúsculas,
soy un porvenir, un destino de alas,
y junto al infinito de mis alas peregrinas
pronuncio esta oración de alas aleteantes
para redimirme en nombre de esas alas sonoras.



La casa no tiene paredes…

La casa no tiene ni paredes
ni puertas,
pero es mi casa,
como mi caballo sin cascos,
mi caballo sin silla,
como mis sueños agrestes
y la palabra al aire, volandera,
como esta garganta de nardos,
mi garganta.
Me monto sobre el alba
y descuartizo a las rosas en la nada.
Mi rosa no tiene pétalos,
sólo espinas
pero es mi rosa.
Mi palabra es áspera
y montaraz
yo no tengo requiebros para nadie,
puedo regocijarme con las rosas
monto mis sueños y mi caballo.
Vivo en mi casa
y hablo con mi palabra.


Mendigaré…

Mendigaré
a través de las increíbles ciudades del otoño.

Mendigaré la sal, el agua
y el día venidero.

Mendigaré no importa
porque ahora que provengo de territorios
olvidados
puedo decir con verdad a mis hermanos
me cortaron la lengua y me pusieron marcas al
rojo vivo
pero en nombre de ustedes yo sufrí en el
silencio.

Mendigaré en los parques la luz y los colores
mendigaré la risa de los niños
y el sobresalto y el júbilo de tu corazón.

Y esta tarde en que el llanto entrecruza mi
pecho
sólo puedo decirles en nombre de mis versos
mendigaré, mendigaré para dejar regada la
canción
y hacer que mis palabras sean un arco iris de mi
ser ante ustedes.


El silencio cerrado

Nadie abrió la boca
ni nadie dijo nada.
Y ese silencio, hermanos,
nos ha vuelto culpables.
Nos quedamos callados,
ni una protesta
ni una sola palabra
se pronunciaron.
Nada se dijo.
Y todos fuimos cómplices
de los canallas
todos quedamos con las manos
embarradas de lodo.
¡Todos la violamos!
Todos le arrancamos
los pezones a mordiscos.
Todos le sorbimos la sangre
de los pechos ultrajados.
¡Cuando aún estaba viva!
Y es que la bestia anda suelta.
En todos los corazones.
Y ese silencio de todos
Es el silencio de la bestia saciada,
es el silencio del culpable
de los cómplices.
Porque ahora todos
Somos los asesinos de Rogelia.


Frente al espejo

Me pongo frente al espejo,
refleja mi cansancio
mis ojeras,
mis manos impacientes,
mi camisa en desorden,
la boca desteñida,
el pelo despeinado,
pero no dice nada de mis sueños.

Mi habitación revuelta
surge de su pulida superficie
brillante,
mi despertar reciente
asalta mi cabeza entre sombras,
aún no atino más que a verme,
no pienso en mis poemas,
mi palabra no aparece
frente al espejo.

Sólo soy una imagen,
una más entre mis cosas,
una imagen callada
que respira silenciosa,
una imagen que no se mueve
y titubea entre la penumbra.

En eso recapacito,
me veo frente al espejo,
camino
y abro las ventanas de día.


Isabel de los Ángeles Ruano (Chiquimula, 3 de junio de 1945) es una poeta y escritora guatemalteca. En el año 2001 el Ministerio de Cultura y Deportes le concedió el Premio Nacional de Literatura Miguel Ángel Asturias.



Premio Nacional de Literatura “Miguel Ángel Asturias” 2001 por su obra Café express. Es una escritora, poeta, periodista y docente guatemalteca. En 1954 (a los nueve años de edad) vivió con sus padres en México. En 1957 regresó a Guatemala con sus padres. Vivió en varias localidades de los departamentos de Jutiapa y Chiquimula, en el oriente del país. En Chiquimula ingresó al Instituto Normal de Señoritas de Oriente, donde se graduó de maestra de educación primaria en 1964 (a los 18 años de edad). En 1966 ―a los 21 años de edad― Isabel de los Ángeles Ruano viajó por su cuenta a México, donde publicó su primer poemario, titulado Cariátides. El prólogo de la obra fue firmado por el poeta español León Felipe (1884-1968).

“Ruano ha sido referente en las letras guatemaltecas y uno de sus logros más destacados es el Premio Internacional de Poesía, que le otorgó en 1979 la Fundación Givré en Buenos Aires, Argentina. Otro logro importante en su carrera fue el Premio Nacional de Literatura Miguel Ángel Asturias, que obtuvo en el 2001”.
Prensa Libre, http://www.prensalibre.com/vida/escenario/la-incansable-poeta-ambulante

Libros:
-          1967: Cariátides. México DF: Ecuador OO’O.
-          1988: Canto de amor a la ciudad de Guatemala. Guatemala: CENALTEX, Ministerio de Educación.
-          1988: Torres y tatuajes. Guatemala: Grupo Literario Editorial RIN-78.
-          1999: Los del viento. Guatemala: Óscar de León Palacios.
-          2002: Café express. Guatemala: Cultura, 57 páginas. Reeditado en 2008. Por esta obra recibió el Premio Nacional de Literatura.
-          2006: Versos dorados. Guatemala: Cultura, 106 págs.
(Texto tomado de la web)


 (Acrílico con retrato de Isabel de los Ángeles Ruano, por Iris Castillo)


Isabel de los Ángeles Ruano es una de las poetas más importantes de Guatemala. Se graduó de maestra de educación primaria y trabajó como periodista; sin embargo, su carrera como escritora empezó en 1966 cuando publicó en México su primer poemario “Cariátides”. A finales de los años 80 publicó “Canto de amor a la ciudad de Guatemala”, además de “Torres y tatuajes”, pero algunos afirman que por esa época comenzó a mostrarse ensimismada, taciturna, desconfiada, hasta que, finalmente, perdió la razón.

Isabel renunció a la feminidad que seguramente le fue impuesta y con la que nunca estuvo cómoda, por lo que comenzó a vestirse como un hombre luciendo traje, corbata, botas y boina. Además, abandonó los medios, los reconocimientos y los ambientes literarios; se convirtió en vendedora ambulante, en paria, en una más entre comerciantes y mercados. Aún hoy, con más de 70 años, se le puede observar parada en los autobuses o caminando por el Centro Histórico de Guatemala, donde ofrece lociones, desodorantes, perfumes, lápices, pero también sus libros y poemas sueltos, como una afrenta a la industria editorial en la que afirma: “Agradezco que quieran leer mi obra pero prefiero que me busquen y que me compren directamente los libros, hasta dedicatoria les agrego”. Esther Pineda

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