Mundo
Dios hizo el agua
El Diablo la echó en el vino
Dios hizo la ventana
abierta para el hombre
interior
El Diablo la puerta
cerrada para el de afuera
Dios hizo el pan
El Diablo su precio
Dios hizo las mejores
palabras ocultas
El Diablo las que sobran
Dios nos hizo juntos
El Diablo nos falsificó
separados
Dios te hizo una
El Diablo otra
Yo te esperaba
Pasaste sin mirarme.
Te escribí entonces un epigrama
como una ortiga.
Pero ¡Ay, tú no lo leerás.
Tú
nunca lees versos, mi niña!
…
Las
vírgenes prudentes
¿Quién es esa mujer que
canta
en la noche? ¿Quién
llama a su hermana?
De país en país, esa
rapsoda que vuelva en el viento
por encima del mar
tenebroso donde culebrea el cielo?
¡Salidle al encuentro!
Ella, la enamorada.
Ella nada más, y su
hermana.
¿Ese viento que canta?
Es la voz del amor. La
voz del deseo del amor que se alza
en la noche alta.
Sobre la potencia de la
ciudad, esa voz que gira.
Esa aria exquisita!
Sólo esa nota vibra en
la noche helada.
Esa arpa sola tañendo en
la noche vasta.
Ese único silbo
penetrante de la pureza.
Sólo esa serenata
encantada.
Y el amor de las
hermanas!
De las estrellas
protegiendo sus llamas
para el Deseado que
tarda.
Nada sino eso: el
cañaveral de las desposadas
y la sombra alargada del
Ladrón que escala.
Canta la noche y las
llanuras solitarias
sometidas al hechizo de
la luna. Claras,
vacías súbitamente al
paso de las hermanas.
Al paso de la bandada
blanca de las vírgenes hermanas.
Las que se entregaron al
amor.
A quienes no se les
concedió sino el amor.
Las Vírgenes Prudentes
cuchicheando en la alcoba [estrellada.
Bajando la voz y
subiendo la llama.
Cerrándose en medio de
su sombra. Desapareciendo detrás
[de su lámpara.
Aquí sólo tienes abismo.
Aquí sólo hay un punto fijo:
el pábilo quieto
ardiendo y el halo frío.
Aquí vas a rasgar el
velo.
Aquí vas a inventar el
centro.
Aquí vas a tocar el
cuerpo
Como toca un ciego el
sueño.
Aquí podrás soplar y
apagar tu secreto.
Aquí ya podrás quedarte
muerto.
…
Pequeña
moral
Van dirigidas estas
líneas a quien poseyó:
la Belleza, sin la
arrogancia
la Virtud, sin la
gazmoñería
la Coquetería, sin la
liviandad
el Desinterés, si la
desesperación
el Ingenio, sin la mofa
la Ingenuidad, sin la
ignorancia
todas las trampas de la
feminidad, sin usarlas.
…
No
Me presentan mujeres de
buen gusto
Y hombres de buen gusto
Y últimos matrimonios de
buen gusto
Decoradores bien
avenidos viviendo en medio
de un miserable e
irreprochable buen gusto
Yo sólo disgusto tengo.
Un excelente disgusto,
creo.
…
Los
perdedores caen en la lona
Ser el ganador es una
vulgaridad.
Yo, personalmente, me
sentiría abochornado
si me levantaran el
brazo ante la multitud
en el cuadrilátero bajo
una luz de oprobio.
¿Por qué?
¿Porque derribé a un
luchador solitario
que ni siquiera combate
conmigo
sino consigo
y a lo mejor era mejor
que yo?
¿Por qué no le levantan
el brazo también
al que está en la lona
caído
si peleó lo mismo?
Gene Tunney era mejor
que Dempsey.
No un bruto. Un
científico. Un poeta
que escribe en su
Autobiografía, ARMS FOR LIVING:
“Allí estás solo.
No hay amigos allí. Te
la juegas sin nadie.
No hay partidarios
excepto tus brazos”.
El perdedor estudió su
técnica en anteriores
combates. La suya y la
del adversario.
Las comparó en rollos de
películas proyectadas
en el comedor, después
de la cena, con sus hijos.
Niños de ardientes
pómulos confiados en su fuerza.
Seguros de la victoria
del padre.
Pero tal vez el perdedor
estaba
perdidamente enamorado
de su esposa
y roto por el
insomnio. Como Jack Brennan.
—Sí. Como Jack Brennan.
Y durmió mal la víspera
del encuentro.
No le respondieron los
reflejos.
Se le agarrotaron los
tendones del muslo.
Demasiado clinch.
Deficiente trabajo de
piernas y juego de cintura
frente al otro: sereno,
manteniendo
la guardia ortodoxa
sobre la pierna izquierda
hasta el gancho
mortífero,
como el gesto del
embozado en el cartón de Goya.
El sudor del esfuerzo
espaldar.
El tallado torso
refulgente como diamante.
Un prisma proyectando un
espectro de brazos
como luz en haces.
Pero nadie sabe que uno
piensa cuando boxea.
Piensa en una caja de
música de niños
y una esposa en trámites
de divorcio.
Sentada Dios sabe dónde.
Dos ojos neutros en
trámite de divorcio.
Ganar: vergüenza
profesional.
Perder: destino sin
concesiones.
Si todos somos, nadie es
más grande.
Si la victoria de uno es
la derrota de otro,
toda victoria es, en
algún lugar,
un fraude.
Carlos Martínez Rivas (Guatemala-
Nicaragua)
En 1953
publica en México su obra más importante, La insurrección solitaria, que es además
su último libro publicado. En 1984 obtuvo el Premio nacional Rubén Darío, con
el libro Infierno de cielo, que no permitió en vida que fuese publicado. Tuvo a
su cargo una cátedra con su nombre en la Universidad Nacional Autónoma de
Nicaragua (1991 y 1993), donde expuso sus trabajos críticos sobre literatura y
artes plásticas. Falleció el 16 de junio de 1998 en el Hospital Bautista de
Managua. Obras: El paraíso recobrado (1943), La Insurrección Solitaria (1953),
Poesía Reunida (2007), Como toca un ciego el sueño, antología (2012).
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