jueves, 17 de febrero de 2011

Francisco Cenamor / España


Francisco Cenamor (1965, Leganés, España). En 1999 Talasa Ediciones publica su primer libro, Amando nubes, lo que le posibilita viajar por toda España dando recitales. En 2003 sale su libro Ángeles sin cielo, editado por Ediciones Vitruvio, editorial que publica en 2007 su libro, Asamblea de palabras. En 2009, Ediciones Amargord publica su elaborado poemario Casa de aire. En breve (2011), la Editorial Luces de Gálibo publicará su poemario No somos nada. Nada somos. Incluido en antologías y revistas impresas y digitales, ha organizado numerosas actividades poéticas. Edita el blog literario Asamblea de palabras. Profesionalmente se dedica a impartir clases de interpretación y ha hecho pequeños papeles en películas y conocidas series de televisión.


el fin de la historia

ya no tiene sentido la normalidad
ha llegado el momento de los disturbios espirituales
de cortar la calle con macetas

plantar magnolias en las autopistas
arruinar el futuro sembrando esperanzas
poner comas entre sujeto y predicado

correr de espaldas palpando el presente
condenar sin juicio, enjuiciar sin condena
subir de dos en dos las escaleras

abrir de par en par las ventanas
de los viejos aposentos modernos
vaciar las estanterías metálicas

acudir silbando a la biblioteca
enarbolar banderas transparentes
que no nos amordacen los ojos

sorprendernos abrazados al paria
al que vino de lejos, a la prostituta
matar de risa al desamor

ir a la oficina de empleo cantando a puccini
pagar la ópera con la cartilla del paro
recitar poesía desde el patíbulo

construir con firmeza en las nubes
y cada noche, soñarse escondido en el jardín
ignorando elecciones generales y tarjetas de crédito


solo en barcelona

uno no se siente más yo
que cuando está solo en una ciudad que no conoce
y además hay calles desabridas
con hileras de dos faros que no se detienen
y oloroso silencio frente a la sagrada familia
ese esqueleto de fantasma
cuyas puntas se pierden en la noche del cielo
y el viento sopla frío
y las farolas están tristes
y las palmeras quedan ridículas en aquel frío
y por fin la rambla
donde paseamos todos los forasteros
y miramos cómo recogen las flores
y las putas tan jóvenes y negras
–como en tantos lugares–
y bajamos los ojos
y alguien mira y hace señas
y la ciudad es hostil de repente
y coges el metro en drassanes
hasta el frío hostal donde te alojas
y en la habitación piensas estás solo
pero es que esta vez querías estar solo

por eso es mejor que ella no haya venido
y hubiese mar y olor silencioso
fantasma de sagrada familia y ciudad que no conoces
farolas tristes y la rambla
forasteros y putas y metro
y la habitación del hostal donde estás solo
porque esta vez quieres estar solo



Del libro Asamblea de palabras (Ediciones Vitruvio, Madrid, 2007)
cansancio ajeno

hay cada mañana una mujer maría
que se sienta al borde del abismo de su cama
mira hacia abajo antes de saltar
y duda sin remedio de si irá al trabajo

hay cada tarde un hombre manuel
que se sienta cansado en un banco del gimnasio
mira su peluda barriga que no baja
y piensa en sacar mañana todo su dinero e irse

hay también cada mañana un joven raúl
que coge sus libros para ir al instituto
mira con ojos dormidos el desorden de su mesa
y encuentra el cedé que le gustaría quedarse a escuchar

hay cada atardecer una abuela cipriana
que abandona con paso cansado el cementerio
mira con envidia la tumba del marido
y siente que pronto se liberará de su pesado cuerpo

hay cansancio en estos días extraños
y aunque me levanto de la mesa y lo dejo
me dan ganas de escribir al final del poema
que tal vez sean mis ojos los que se han cansado



Del poemario inédito Recuerdos de mi muerte
Abuelo

Llegábamos siempre de noche a aquel pueblo entrañable.
Sus habitantes, envueltos en el viento, sonreían.
Al entrar en la casa nos esperaba el olor familiar de una sopa caliente.
Los besos, los abrazos.
Abuela cubría nuestros pequeños cuerpos con sábanas de franela,
con aquella manta que tanto nos picaba.
A mi hermana y a mí nos asustaba el brillo opaco de la cruz
sobre nuestras cabezas, con su Cristo esperando un abrazo.

Abuelo nunca aparecía los viernes.

El sábado salía el sol en aquel pueblo.
Sonrosado, con su traje de pana, la boina limpia,
oliendo a aquella colonia rocosa, Abuelo entraba feliz en mitad del desayuno.
Rompíamos el silencio cómplice de la espera para saludarle entre risas.
Gotas de colacao y migas de madalena festejaban entre tazones de barro.
Le abrazábamos, roble que nos acogía entre sus ramas robustas.
Alborozados, nos subía en aquella impoluta bicicleta
que siempre recordaré apoyada en la cal de la entrada.
Con su impecable color marrón y su alazán de tintes dorados.
Nos paseaba por las estrechas calles mientras, risueños,
saludábamos a las señoras y a los gatos; aquellos sábados sobre dos ruedas…

El domingo, somnolientos, restregándonos con fuerza los ojos,
acudíamos a misa en la pequeña iglesia del pueblo.
Mi hermana y yo, muy juntos, imitábamos el gesto de los mayores
cuando recibían en sus bocas la sagrada forma.
Por la tarde había que marcharse.
Abuela nos cubría de besos y caramelos. Abuelo desaparecía de la casa.
Nos esperaba en la carretera y, al pasar, nos saludaba con ternura, sonriente;
con su bicicleta apoyada en algún árbol.

Un año,
tras otro,
y otro año.
No tardamos en crecer. Tampoco tardó Abuelo en morir.
La bicicleta siguió presidiendo la entrada de la casa.
Los habitantes del pueblo fueron pareciéndonos, poco a poco, menos felices.
Mi hermana dejó de ir. Abuela también murió;
se abrazó muy fuerte a su marido cuando la enterramos.

Un día, el brillante alazán quedó borrado por el ocre orín del hierro.
Mi padre llevó la bicicleta al vertedero que estaba en la carretera.
La dejó apoyada en un árbol caído.
Al marcharnos la vi, y a Abuelo saludando con su sonrisa de ternura.
Nunca quise volver.

lunes, 14 de febrero de 2011

Álida Ribbi / Venezuela



Álida Ribbi (Tánger, 1952)

De formación científica e interés por la expresión escrita, se desempeña como consultor independiente en el área de la comunicación gerencial. Ha participado en los Talleres de Creación Literaria del Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos y de la Fundación para la Cultura Urbana. Algunos de sus textos aparecen en la Revista Venezolana de Psicología de los Arquetipos (números 1 y 3) y en la Colección Voces Nuevas (CELARG, 2004). Ha publicado Cuerpo Sutil (2004), Arborescente (El Pez Soluble, 2006) y Surgen animales (2010).


within from without

luego de Departures,
un film de
Yōjirō Takita

vacante entonces
como desierto
el patio de butacas
tu arco en pausa
definitivo y seco
hasta el hogar llamando
la epifanía:
una rosa abierta
viva
en lo muerto
y tú dispuesta
a limpiar la madre
en tu cuerpo

qué frágil la cara
de la huida
apenas un invierno
y Las Parcas

diáspora

hubo que hacer frente
al no repetido
detenerlo
o al menos
colgarlo de un árbol
el genealógico
en toda
su espesa verdad

residencia

“Su memoria es una casa nueva”
Juan Gelman

decir duendes
y saberlos a oscuras

cuando la nada sirve de algo
el bosque
sucede por dentro

astrolabio

sin agua con qué lavar
el registro
sirvieron mustias
las estrellas
en aquella región
del tiempo

miércoles, 9 de febrero de 2011

Leonardo González Alcalá / Venezuela


Leonardo González Alcalá (1987) nace en Caracas, Venezuela.
Estudiante de Guitarra clásica y Abogado por la Universidad Católica Andrés Bello (2010).
Poemarios: El país de los muertos (2007, Premio XII Bienal Francisco Lazo Martí del Ateneo de Calabozo); Gesto quebrado (2006-2009).
Integrante de la Antología poética El Ojo errante (2009).


El país de los muertos

Soy ciudadano de un país donde habitan los muertos
camino por las calles
y doy los buenos días
sin mirar a los ojos

todos somos tristemente anónimos
corro el riesgo de que una vez terminada la guerra
me haya acostumbrado

las fronteras permanecen cerradas

- - - - - -

Cada labio tiene un nombre
que no puede pronunciar

- - - - - -

Cuando la botella nos expulsa
hay que hacer todo por volver a ella
Cuando estamos dentro
hay que quebrarla y derramarse
eso tal vez es poesía


- - - - - -

Esclavo

de la sangre amada
de la cuenta regresiva de los que no creen
de las novelas que callo
del olvido misterioso
y de la memoria que desde dentro habla
del océano que no estuvo cuando volvimos
sus rostros duro esclavo
de una ciudad que nos llama
y a la que acudimos como si visitásemos un enfermo
del silencio que no logran aún mis pasos
del cuerpo lleno de balas que seré algún día
de las sentencias de mi padre
del gesto que intenta unir la taza rota
de este humo que voy siendo sin que lo notes
diaria rebelión de mi cuerpo contra el vasto latido

- - - - -

Tercer mandamiento

Recibe de mí otra vez lo enfermo
las mitades que el cirujano amputó porque no supo salvar
una miel oxidada

hoy este poema
no-se-levanta-de-la-cama
no se calza de falsedades como todos los días
no atenderá el llamado de otros poemas
que acuden sólo para constatar
cómo se han demacrado sus verbos y las grandes imágenes
no dará la cara en un libro olvidado
romperá sus máscaras
para no tener otra mejilla posible a la vuelta de la página

hoy se arrepiente de haber sido pan
y de haber matado el hambre
sólo desea ser una roca volcánica
un áspero mantel de una cena
que no será servida nunca
un mantel que la gran familia usó para cubrir al perro
de algún torrencial súbito
o vinagre para un sediento con la frente rota
un lienzo encerrado que nadie empezó con el amor de los flautistas

hoy desea saltar desde el borde de la madera
donde fue tallado contra su voluntad
hoy no se arrodilla para agradecer su elevado sino
se desviste pausadamente como lo enfermo
expone sus cavidades
y acepta que le griten

- - - - -

Di
enfermo
si eres algo más que el que canta cuando todos rezan
el que habla cuando todos duermen
el que limpia la casa porque espera la mañana

Di si eres algo más que lo que ellos dicen
di tres veces los versos que no son tuyos
la música que como un gato sólo trae rostros dolorosamente

entiendes la disputa entre lo diario y lo supremo


Leonardo González Alcalá

lunes, 7 de febrero de 2011

Ivonne Sánchez Barea / España


Ivonne Sánchez Barea (Artista y Poeta), nace en Nueva York en 1955, estudia en Colombia, Francia y España. Bajo distintos seudónimos, pública poemarios “Umbrales” en 1984, “Lo que las flores confiesan” en 1994, “Un Todo” en el 2006. Colabora con otro tipo de artículos y publicaciones, artísticas, científicas y literarias. Participa en Antologías poéticas desde la Academia Latinoamericana de Poesía, Capítulo Málaga. Gana premios escultóricos y literarios, entre los que destacan: 2º premio Huétor Vega (2006), 1º Premio Mujeres Poetas Internacional 2010, y finalista en Latin Heritage Foundation 2010, con la publicación de sus poemas en los respectivos poemario y antología, entre otros. Su obra se puede visitar permanentemente en: http://www.ivonne-art.com/ , http://www.eiseke.org/


Rendición

Me rindo,
me rindo ante los brazos
que se elevan y me abrazan,
niño de la guerra,
niño huérfano,
con piel de hambre y angustia seca.

Se vence la vida
partiendo el alma,
nadie elige la suerte,
ni el tiempo,
ni la historia.

Me rindo,
me rindo recogiendo los pedazos
del corazón doblado,
me encojo desde mis esquinas
y me tiendo sobre el prado.

Sobre el prado,
la sangre se vuelve verde
y vuelo rendida hacia al cielo,
llorando la esperanza,
besando la tierra
que me cobija antes de vivir
y después de muerta.

Me rindo porque aun estoy viva.


Hojas

Me rizo con las hojas

entre la luz y la sombra,

penetro hasta la tierra

y muerdo el verde gris

y me rizo de nuevo nadando
la viva hojarasca.


Un adiós sin despedida

Te fuiste
de puntillas
sin dar la cara;
quedó el beso,
silenciado,
quieto, apresado en la intención rememorada.

Te fuiste
callando la palabra,
sin una letra
de tu mano,
en despedida abierta,
apretada quedó la frase agazapada.

Te fuiste
sin nombrar
de tu guante
la pluma encantada,
que con la delicia de versos
acallados,
muerta quedó la palabra.

Te fuiste
con la soberbia
pintada en tu hazaña,
culpando sin admitir error,
cerrando sin abrir las ventanas,
clausurando el posible tacto del conocerte.

Te fuiste,
y me dolió
porque ni tu llegada fue inútil,
ni tu adiós sin despedida fértil,
queda quieta en la memoria,
una sensación dispersa
de no conocernos el alma.


jueves, 3 de febrero de 2011

Carlos Kuraiem / Argentina


Carlos Kuraiem, es poeta, escritor y músico.
Publicó los libros: Presagios de guerra (poemas, 2 de abril de 1982). El Canto del gallo rojo (poemas, 1985 - 2da. edición 2004). De Laúdes y Mistoles (poemas, 1996). La Canción del Borracho (poemas, 1999 - 2da. edición 2007). La rama inquebrantable (poemas, 2004). El hombre del Traje a Cuadros de Diez Colores que llegó en la Carroza de los Días Patrios (Novela, 2004). Obra Poética Ilustrada (Antología, 2007) y Los hilos de Ariadna, poemas de amor, (Kuraiem Utello y Rubio, Editorial La Luna Que, 2010).
Participaciones destacadas: Museo de Bellas Artes de La Plata, donde acompañado por el maestro Roque de Pedro en piano recita largos poemas de Juan L Ortiz (1986). V Festival Internacional de Poesía Rosario (1997), Letrarte (Tucumán, 2006), Mesa redonda en Feria Internacional del Libro del Autor al Lector (2008), Encuentro de Escritores "Voces del Viento" (Bahía Blanca, 2010).


Lírica

todo lo hacés bien y cantando
como si no tuvieras que cargar
con el peso de un hombre a tus espaldas
o como si llamaras a otro con tu canto


Epigrama

ahora que me dejaste
prometo no reírme de los poemas de amor



La canción es la canción y la poesía es para otra gente

sé leer en tus ojos y verme solo
prender un cigarro a mi silencio
morir de mis heridas

sé colgarme la guitarra
esconderme en un libro
y cantar

supe envolverte con palabras
vivir en el hueco de tu mano
y otras cosas que olvidé

sé salir del desorden de mi vida
caminar por la vereda de los duendes
y esperarte llegar

sé darle de comer al poeta
versos magros
mentir con la verdad


rémora

soga aire caminito
no dobles (o sí)
seguí no acabes en pañuelo (o sí)
en declive en revés
en callejón sin salida
la vida es una cuadra larga y sola
raras mariposas
se despegan de ella
algún día les contaré
la historia de Gilgamesh
el rey que no quería morir
hoy no
miro mi camisa vaciada de mi
colgando de un clavo
juego a enhebrar el día
con una estrella puntiaguda
mis manos dos madres
alimentan peinan
limpian cuidan acarician
no abandonan
dicen que me vieron
irreconocible
añoche soñé
con la mujer del cabello
color arena
de la novela de Orwell
me ato y me desato
llueve
saco una mano fuera del poema
toco la piel del agua
el cielo lleno de charcos
la calle de nubes y barcos
encallados flotando
surcando el ancho río
el líquido espeso inútil
de las lágrimas
mi cuerpo tallado
en el mascarón de proa
brumas caminito
no dobles (o sí)
seguí no acabes en pañuelo

Carlos Kuraiem - ARGENTINA
Del libro El hilo de Ariadna, poemas de amor (2010)

miércoles, 26 de enero de 2011

Marian Raméntol / España


Marian Raméntol (Barcelona, 1966). Poeta, traductora y directora de la revista cultural La Nausea. Miembro del grupo musical O.D.I. Miembro del grupo poético LAIE (2006-2009).Miembro del colectivo artístico Grup Tremó (2010).
Ha traducido a poetas contemporáneos italianos al catalán y al castellano. Ha publicado seis poemarios y ha sido incluida en seis antologías. Ha sido premiada en diversos concursos nacionales e internacionales, y su obra ha sido ampliamente difundida en revistas especializadas donde ha publicado poesía, ensayo y artículos de opinión. Ha sido traducida al inglés, italiano, rumano, armenio y estonio, y ha prologado varios libros de poesía. Su actividad en el ámbito poético le ha llevado a formar parte de festivales, exposiciones, recitales y diferentes actos patrocinados por Ayuntamientos, editoriales y otras entidades culturales.

Web del autor: http://marianramentol.blogspot.com/


MI MIRADA EN LA ÚLTIMA ESQUINA DEL AIRE

La vida retrocede unos centímetros
cada vez que mis ojos hacen alarde de su cortesía
con el mejor saludo guardado en el bolsillo.

La bufanda intenta arropar el calcio de mi invierno,
la miopía del mundo que me reconoce,
esa cicatriz interesante, la galería de mi vientre
abandonado.

Llueve almidón sobre la lírica
mientras mis manos asesinas se conjuran
para el inmolamiento del poema, para la fría
soledad de la excelencia, que confusa, sospecha
de mi amor umbilical y zancadillea
al inhumano dinamismo
de los cadáveres cuando se enfrían, a mis dedos
cuando se emocionan, a la torpeza de los quilómetros
recorridos, a los campos
germinados de palabras, a su incontinencia
ese baño de orines ocre y sangre salada,
a cada uno de los monosílabos que definen mi pupila.

La vida desmiente la voz de mi madre,
el insomnio de mis pechos, mi mirada en la última
esquina del aire, donde se rompe la muerte
como un punto de libro ecológico,
y todo lo que queda, es un pulmón sudoroso.

CÓMO NO IBAN A ODIARME

Huyen de mí los plurales
se amamantan en otras bocas, irreparables,
con el crimen multiplicado en los ojos
las manos dentadas de carne inútil y sexo frío,
transparentemente culpable.

Conjugaciones a bocajarro que moldean el silencio,
se deshacen sin otro destino
que el cuerpo tumefacto de un poema,
prescindible como la eternidad,
como el murmullo de mis pechos.

La sintaxis no vendrá a salvarme
de las declinaciones del rencor de los charcos,
del odio de los halcones y del mal uso del abecedario
con el que he ensuciado su vuelo, con nombres blandos,
demasiado jóvenes o demasiado viejos,
con vértigo a los tendones de la lluvia
y a la altura del invierno.

Cómo no iban a odiarme,
si aquí duele la gramática del verano,
la luz es un francotirador de obuses de papel,
tan cansados, que no superan
el primer mordisco en los labios, su temperatura
partiendo el aire, la adherencia de la hierba a mis huesos,
el hundimiento de la tormenta sobre las horas,
ni el dejar en la estacada a ese azul
que menstrúa en la ventana.


LOS ACENTOS QUE DIBUJAN LAS ZAPATILLAS EN EL PECHO.

Ven a cenar con mi cuerpo, a un beso de distancia
de mis vías digestivas donde la oscuridad nos enumera.

Sé perverso cuando llore la noche,
deja que la cabeza crujiente del mundo,
repose, despegada,
sobre el dramatismo dormido de mis ojos.

Moleremos juntos las palabras de hiedra,
los labios sudorosos del árbol en invierno,
la nuca sedienta de los peces, el cuello macerado
en el borde mismo del aire, las manos que se besan,
y todos los ingredientes necesarios
para ponernos el alma
y bajar a comernos los abrazos,
los mares hondos, los acentos
que dibujan las zapatillas en el pecho,
y los verbos con los que somos distintos,
detrás de nuestro retrato.

EN LOS LABIOS LIMPIOS DE MI DESIERTO

No me convence el discurso de la fotografía
que te imagina todavía en la alacena, con tu verdad
indolora en sobrecitos de colores, mientras calientas
la leche y dibujas de memoria la boca de tus hijos,
porque allí quedó encogida toda la ausencia
pasando el aspirador sobre los días.

No puedo comprarme unos ojos de madre,
unas manos expertas en trenzar los descuidos,
pero puedo reinventarte en la cocina de mi pecho,
la cocción de la risa en amarillo secando el llanto
del sol en la tarde, las olas de tus ojos
como un naufragio degenerado
en la geografía de ese potaje
que nos enseñó a restar garbanzos
y a sumar tus besos,
también en las uñas del otoño que no se ha ido
o en los labios limpios de mi desierto.

Puedo imaginarte más madre que nunca
con azucarillos colgando de las orejas,
los brazos de agua tímida y ese olor a frío escondido,
un nuevo caldo para ese invierno que es mi cúpula,
un atlas para la paz de mi último minuto.

QUIZÁ TENGO DEMASIADAS PALABRAS EN LOS OJOS

Veo el muñón en las alas, la luz suicida
que trepana la inocencia y nos convence
de que es mejor subir a dentelladas por la sangre
que bajar los escalones del silencio.

La voz en miniatura pasa rápida
por los oídos, con el cuerpo a la carrera y las manos
poco hechas, un aire naive resbalando por la nariz
de un cuadro demasiado grande,
la saliva en la boca, quemada.

Nada cuadra en estas trenzas,
muñecas de verdad con pecas de mentira
que juegan al escondite en las empalizadas
y violan la niñez que nos vive.

Quizá tengo demasiadas palabras en los ojos,
sílabas pequeñas que no alcanzan la pared
de mi garganta, y viven agachadas, con la falda
huérfana y las piernas cortas, esperando el turno
para inventar un nuevo puente colgante
desde donde practicar el salto al vacío,
sin perderse y sin tener que perdonarse.

jueves, 20 de enero de 2011

Gustavo Córdoba / Venezuela



Gustavo Córdoba nació en Maracay, Estado Aragua el 11 de Diciembre de 1959, Ha vivido en Italia, España, Suecia y actualmente vive en Noruega.

Sólo la noche

“Por todos los astros lleva el sueño
pero sólo en la tierra despertamos”
Eugenio Montejo

Sólo la noche sabe
dónde está tu cuerpo,
en qué otro astro,
equidistante del sol y mi deseo,
en él talla su música otro cuerpo,
en qué manos vacía sus arpegios.

Sólo la noche
que ha visto envejecer mi piel a solas,
y que responde en su vocablo intermitente
al indescifrable canto de las ranas.


El retorno de la noche

Yo espero el retorno de la noche
como los que han partido
esperan el retorno de sus viejas ciudades.
No otras diferentes, sino aquellas,
las mismas que dejaron,
aquellas detenidas en un reloj antiguo,
ancladas en el musgo de la memoria.

No es sencillo
habitar la noche a solas,
sentir en la piel su quieta vastedad
y dejar que sus grillos
convoquen la vigilia
para que la palabra nos sueñe,
mientras una mirada persistente,
un nombre impronunciable,
desata tormentas nocturnas
sobre nosotros.


Extraviado

No sé cuando, en este viaje,
en que andén cubierto por la bruma,
perdí mi viejo mapa,
aquel en que tracé toda mi ruta.

Y aquel cuaderno,
-antigua bitácora que usaba
para recordarme a mí mismo quién era,
de dónde había partido-
lo extravié en algún tren,
en algún puerto.

No sé cuánto me he alejado,
a cuántas estaciones estoy de mi destino,
si hay alguien -o algo-
que me espera
en alguna ciudad que no recuerdo.

Ya no duermo,
estoy atento a las miradas,
a algún gesto,
alguna mano expectante
agitándose al viento,
una llamada repentina en mi hombro.


Otro

Hay otro
que dibuja mis huesos
frente a su espejo,
otro que consume
la ración de mañana que me toca,
que pasea mis temores
por ciudades recónditas.
Otro, cuyo cuerpo
me deja a veces sin aliento
cuando en las noches
enciende la llama del deseo
y danza la antigua canción.
Otro que amanece en los puertos
en los que el alfabeto es la piel,
y la memoria naufraga,
otro que desnuda mi fragilidad
con timidez de arena,
y ahoga mi propio estupor
ante ojos expectantes…
(mi pudor es el artilugio de su deseo).
Pero ese otro no soy yo
aunque se me asemeja
y recuerda a mí.

Pero yo nunca me fui
estoy aquí desde siempre,
en tu plaza sola
debajo de tu fronda,
y mis cometas
nunca han dejado de sonreírme
por encima de los antiguos balcones
con sus largas alas azules.

Si acaso ese otro que no soy
no vuelve,
y la noche desnudase sus huesos
en una ciudad perdida, con su último abrazo,
recuérdalo ángel,
sudado y desnudo,
jugando bajo tu sol,
quizás soñando,
pero siempre a tu lado.