viernes, 31 de julio de 2020

Blanca Strepponi / Selección de poemas de Crónicas budistas







Hago una reverencia para escuchar los sonidos
de la vida que me rodea


Dar unos pasos en la terraza y ver
casi sin ver
un gran pájaro que bate sus alas
y se va
seguirlo con la mirada
cómo se desplaza sin esfuerzo
en el aire claro
verlo cruzar la avenida
sobrevolar los edificios
contar las cuadras
una dos tres cuatro
hasta casi perderlo de vista
antes de que se detenga
en otra terraza vacía

y todo en un momento




Hago una reverencia para sentir la felicidad
y la paz de la mente a través del amor



Caminan los niños en cuatro patas
uno detrás de otro
hacen torpes piruetas
entre gritos y risas

así los patos
inocentes y graciosos sobre el agua



Hago una reverencia para sentir que todos
los seres vivientes y el universo están dentro de mí


A 10.000 Km de distancia

Es domingo de invierno en el hemisferio norte
Mi amigo acompaña a su gato enfermo
son sus últimos días
se va apagando
suavemente

Así nuestra vida






Blanca Strepponi (Buenos Aires, Argentina 1952)

Escritora y editora. Autora de varios libros, entre ellos la obra de teatro Birmanos (Monte Ávila Editores, 1991), el libro de relatos El médico chino (Monte Ávila Editores, 1999) y los libros de poemas Poemas visibles (Casa de la Cultura de Maracay, 1988), El jardín del verdugo (Pequeña Venecia, 1992), Las vacas (Editorial Pequeña Venecia, 1995), Diario de John Roberton (El Tucán de Virginia, 1996), Balada de la revelación (Ediplus, 2004) y Crónicas budistas (Dcir Ediciones, 2016).

jueves, 30 de julio de 2020

Carlos Iván Padilla / Selección de poemas de Canto de Chicharra










Agonicé en la arruinada mansión de recreo, olvidada
en un valle profundo.

En vaho de la humedad enturbiada el aire. La maleza
desmedrada los árboles de clásica prosapia.

Mis voces de dolor se prolongaban en el valle nocturno.
Un mal extraño desfiguraba mi organismo.


IV


No me confieso
esta mentira está hecha de vidrio
tarde
¿acaso no quedan palabras
para lo que has desatado sobre mí?

Mírate
mira en lo que te has convertido
la noche ha usurpado tu hogar
amanece en copos
dagas
te olvido tarde
te has quedado sola
y yo contigo
sin aliento
me quedo.

 Errancia


A la hora secreta
en la que te vea
deja migas
para no perderte.

Hay un embrujo en este andar
un orden que se cuela en las arrugas de la calle
un temple mortecino de mirada incauta
tallado a pie en los retos de su escape
todo
pertenece
a este
suelo
a la brisa que se adueña de su nombre
al tiempo en los pasos abandonan las entrañas
para ir y hacerse libres entre cábalas y aceras.

La herrumbre es el rastro más nefasto
prueba irrefutable de la extensa caminata
por el hoyo más profundo que se ha erguido bajo
el cielo
pináculo cobrizo que se hincha con augurios
derrotero inmaculado de una vida…




Carlos Iván Padilla (Caracas, Venezuela 1993)


Autor de Avatares (Monte Ávila Editores,2016, Premio de la XIII Edición del Concurso para Autores Inéditos 2015 en la mención Poesía). Premio del III Concurso de Poesía Joven "Rafael Cadenas" 2018, con su inédito Carmamara. 




miércoles, 29 de julio de 2020

María Clara Salas / Selección de poemas de Ritual de Bosques




Laudes

El canto es el dardo vertiginoso de amor.
Al amanecer,
las aves inician sus laudes,
una oración distinta a cualquier otra
llena los espacios.

Pequeñas piedras ruedan si desfallecimiento.

¿Cómo hacer para que la piel alise las huellas
de la noche?
¿Cómo ignorar el retablo de orlas doradas?

No voy a silenciar las cosas,
Tengo las imágenes de las máscaras
que sustituyen lo baldío.

Reflexión

Piensa en la reunión de las aves
sobre el cuerpo,
en los términos para localizar
lo acabado
sin caer en desprecios.

Los que rodean el altar
se ocupan de los himnos
para que no cese
la alabanza.
Mira:
la hora apremia,
enciende la antorcha
de la docilidad.

Reminiscencia

Volveremos a la belleza
absoluta.

Ni el canto del sepulcro
ni las ruinas reflejadas
ni los muchos crímenes consumados
pertubarán la placidez exacta
del instinto.



María Clara Salas (Caracas, Venezuela 1947)

Es docente universitaria. Ha publicado Dibujos de la sombra (Celarg, 1980), Linos (Fundarte, 1989), Un tiempo más bajo los árboles (Monte Ávila Editores, 1991), Introducción a la hermenéutica (Ediciones de la UNA, 1999), Cantábrico (Conac-Taller Editorial El Pez Soluble, 2003) y 1606 y otros poemas (Editorial Ex Libris, 2008). Textos suyos, además, aparecen en diversas antologías. Ha obtenido el Premio Bienal de Poesía “José Rafael Pocaterra” (1986), el Premio Municipal de Poesía de la Ciudad de Caracas (1991), el Premio Conac “Francisco Lazo Martí” de Poesía (1992), el Premio del Consejo de Investigaciones de la Universidad Nacional Abierta (UNA) al Material de Instrucción Escrito, Área de Humanidades (1992), y la Primera Mención de la Bienal “Mariano Picón Salas” de Poesía (2002), convocada por la Universidad de los Andes.


martes, 28 de julio de 2020

Cristina Gutiérrez Leal / Selección de poemas de Estatua de sal






V


Nosotros, los torpes
miramos siempre de frente
pero las trampas vienen en los pies.
Somos expertos en caer
pero no en hacernos ciegos.
Es tiempo de saber que cada mirada de soslayo
fue ya sufrida.
Y cuando en esta casa pregunten por ustedes
ustedes, los que se entrenan con el látigo
se guardará silencio.
«La venganza es mía», dice el Señor.

VIII

En ocasiones yo también vuelvo a la infancia
para observar la casa
esa caja de exilios.

X

Nos han negado todos los brazos en el
descampado de la vida.
Nacimos desollados
pero sepan que recojo toda la piel en este poema
para mostrársela a nuestros padres.

XXIII

Quisiera evadir algunas lenguas
decir que me guardo pura y sin mácula.
Me gustaría pensar que no ardo.
Pero me delatan ciertos temblores
ciertas humedades.






Cristina Gutiérrez Leal (Coro, Venezuela 1988)

Licenciada en Educación mención Lengua, Literatura y Latín por la Universidad Nacional Experimental Francisco de Miranda en Coro. MSc en Literatura Iberoamericana en la Universidad de los Andes en Mérida. Obtuvo el Premio XX Bienal de Literatura José Antonio Ramos Sucre, Mención Poesía en 2015, organizado por la Universidad de Oriente en Venezuela. Premio del II Concurso Nacional de Poesía Joven Rafael Cadenas 2017



lunes, 27 de julio de 2020

Tú me gustas total, entera y toda / César Díaz Martínez





Tú me gustas total, entera y toda


Tú me gustas total, entera y toda,
no por el fuego de tu pelo húmedo,
ni por tus senos de canela tibia,
ni el pecado del ritmo de tu cadera.

Tú me gustas total, entera y toda,
no por tu boca tan intacta al beso,
ni por las llamaradas de tu carne
que se te está calcinando entre las venas.

Tú me gustas total, entera y toda,
no porque eres mía y no me perteneces,
ni porque la envidia de los demás la siento
como si se tratase de propia envidia.

Tú me gustas total, entera y toda,
no porque me la pase junto a ti
bebiéndome tu aliento, ni rumiando
los pedazos de amor que tú me tiras.

Tú me gustas total, entera y toda,
por ese olor a carne que tú tienes;
olor de carne de mujer que es tuyo,
porque nadie más huele así en la tierra.

Tú me gustas total entera y toda,
porque ese olor es tuyo y lo encontré para mí.

César Díaz Matínez ( Venezuela)


sábado, 25 de julio de 2020

Ivonne Gordon / Selección de poemas de Diosas prestadas




Ante los ojos


Las estrellas habitan
la cartografía de los jardines.
El relámpago huye de la carne
y los ecos son una granada pretendiente.
No hay nada más dulce
ni más amargo que la memoria del presente.
La desnudez de las diosas revela
la migración interminable.
Cada piedra es una palpitación.
Cada ausencia puebla la geología de los nombres
Sus cuerpos están llenos de orgías de higueras.
Cada desplazamiento es un recuerdo de la carne
del paraíso, de ternuras y de anhelos.
Cómo decir adiós a las geografías de los pies antiguos?
Cómo decir adiós a las geografías en acuarela?
Ascienden por las escaleras
de la tierra, del cielo, y del mar.
La niebla cubre su sangre
están llenas de regresos y de amores.
Todo es invisible
los astros no quieren ver su luz.
Desnudas bajo sus hombros
palpan el agua de las orillas.
y dominan el abecedario de la nuez


El deseo


Las diosas traspasan las orillas
y convierten todo rito en hilos sagrados.
Las náyades nacen de la espuma rosa
en los cauces de los ríos.
Son las goteras de luna
que colman los troncos y los mordiscos
de las muchachas seráficas
de suaves caricias en la oreja.
Aguardan el augurio en las ranuras de la mano
en lagos, en fuentes de agua.
Se inventan cuevas húmedas cubiertas de yedra
borran las constelaciones
para recrearse frente a la orilla del delirio
de inquietudes peregrinas.
Buscan entre los mortales sorprender
a la criatura intacta.
Mientras la luz se arrodilla en el cauce del agua
y amanece en ese lugar que da nombre
a las náyades y a las Diosas prestadas.
Corren hasta la aurora, hasta la cuenca del río
y en el regazo del musgo
por el celo del agua, poseedor del deseo
convierten sus sueños en un manantial de pájaros.

 El oráculo


El oído escucha el silencio
de las aguas ceremoniales
desde la corteza de la tierra.
Las sacerdotisas se deslizan
predicen el futuro en las hojas secas
mastican coca y alabanzas.
Un pie escucha al otro pie
una mano ofrece a la otra mano
la semilla del sol oculto.
Las diosas atraviesan
y exhiben el cuerpo prohibido.
Los poros sienten el aire
la respiración se acelera
la piel toca la piel de los mortales
y otra mirada contempla desde la tormenta de la rosa.


Ivonne Gordon ( Quito, Ecuador -1953) 




viernes, 24 de julio de 2020

Poemas ganadores del Concurso de Poesía Joven Rafael Cadenas 2020




Primer premio: Sin mí, de Kaira Vanessa Gámez Márquez

a Auxiliadora Márquez

I

Vago oscura por una casa.
Algo me dice que deambulo
escrita en un cuaderno amarillo
que no recuerdo.
Ayúdame, abuela, a recobrar
mis manos.
¿Dónde me hendió la memoria
en qué pliegue me ha dejado varada
cuántas noches llevo
en este cuerpo desanudado
que no soltará sus huesos
hasta arrancarme de mí?

II
Abuela
hace frío en esta casa
oigo espejos sin hondura
—creo que no me mienten—.
Cada mañana soy la única letra de mi nombre
y cada noche
repito gestos que me vienen de otra casa
donde duermo con la mirada vacía.
Podría jurar que una como tú
me compone piadosamente
hasta darle un cuerpo a la sombra
sobre la cama.
He olvidado dónde estoy
y el pasado de esa voz que está por encontrarme:
no sé
no sé venir en su idioma
al mundo donde me retiene.

III
Esta casa ha escrito un rostro debajo de mi cuerpo
un idioma de lengua negra
separado de mi voz
me ha esparcido tras los dinteles.
Vine a dar allí
donde siempre estuve
impedida de la luz, de ser un huésped.
Soy la que me sujetaba oscura
el lugar del que se marcha
los baúles, el cerrojo, las paredes
lo que queda, un resto mío
del que no pude esconderme.

Abuela*
no llores tras lozas de esta entraña vacía
de este lado eres el alba
que no viene porque sabe
que heredé la noche suficiente
para sobrevivir cien días más
y hallar, hallar, hallar,
hallarme sin dar
con nadie.

Segundo premio: Eros II, de Jorge Luis Landaeta

(a Lucas)


ciego onírico hacía muchos años
en la noche del beso volví a sostener un sueño
se me probaba como jinete
sobre un potro del que no tengo ya recuerdo
ante un coliseo americano y excesivo
ahí las venias de mi infancia ante ojos jurados
tan pronto saludé
el caballo fue al galope inadvirtiendo
dos portones de vidrio sin sentido en pleno arco de salida
atravesamos con alegría la gasa de laceraciones
y a pesar de la profunda sangre
en su cuerpo              en el mío
galopamos en el yermo campo de otoño
libres
él no se detenía           yo tampoco
y nos espoleábamos
lejos
en cada bache de la tierra
mi caballo cojeaba
y yo le sometía al fuste
de quién teníamos noticia adónde
cuando al fin mermó su paso
quise revisarle y vi su pata henchida
de vísceras húmedas y prietas
lacrimoso el hueso
le sobé el lomo
palmadas firmes para que sienta
sin saber si así se pide piedad
enfilé de vuelta al coliseo
donde supe que se le sacrificaría
ofrenda del disfrute de los hombres
mi sangre ya no podía importar a nadie


Tercer premio: Sobre una piedra, de Winifer Ravelo


A todas las mujeres africanas que mueren atravesando el mediterráneo.

“Hay una constelación hirviendo adentro de la piedra”
Marosa di Giorgio


Ha muerto la primavera,
estas olas furiosas están de luto
se golpean en sí, en una masa imponente de agua,
en esta piedra que me sostiene,
siento la vibración de cada golpe
/cuando la mar respira
reúne las fuerzas necesarias
para golpearse a sí misma/
(la mar)
y mis pies que tocan la piedra,
tienen miedo —no al vigor del/ de la marsino
a la desnudez mineral,
a la piedra sabia que lo contiene todo,
mis pies siguen ahí,
abiertos a la piedra,
escuchando el flujo de la furia,
cómo cada ola en su choque se comunica con la piedra.
Está naciendo el verano,
las aguas bajo las olas celebran,
el sol abre como una garganta la neutralidad del cielo,
hunde sus manos en las aguas
lleva alimentos extraños;
donde las edades del agua comunican a sus habitantes sobre la danza
luminosa.
El agua corta la piedra a través de las manos de la luna,
piedra consciente de la densidad, las edades y la vida
llueves, llueves, llueves
el vientre cálido del volcán,
la lengua del fuego durmiendo abajo de un río.
Pez libre huyes del mar
Pez libre huyes al viento
raíz del árbol, vena de la catarata
los ojos de la profundidad agitan azufre,
nutren a la bacteria,
relámpago quebrando.
El verano ha nacido
y el primer vestigio del sol agoniza al contacto con la madera,
madera protectora que sostienes razas cubiertas de esperanza,
el mediterráneo es una vena enloquecida
cantándole a los caídos, también agoniza la roca,
cántico oculto, el golpe del agua.
El agua choca con todos sus espíritus,
choca y parece morir cuando toca los pies de los desesperados.
El hambre es otra piedra que se hunde
y los cuerpos ante la mar son insólitos,
la columna de Hércules sostiene en sus vértebras el pánico,
la oscuridad de la boca hambrienta
los ojos de la mujer enarbolados en la profundidad
mezclados con el agua,
son cristales que rajan la mano de dios
Mujer unísona de otras voces,
mujer unísona cantando la muerte de las miles de mujeres desprotegidas,
tu cuerpo es un manifiesto invadido
que al caer a la mar se purifica
y las manos de la muerte acarician tu cuerpo,
reconstruyéndolo,
pero el mediterráneo es lo último que puede tocarte
porque tu transparencia besa a las aguas,
unísonas
y tu nombre olvidado por la historia
se transforma en el alimento de mil criaturas del océano,
todas las mujeres ofrendadas a la mar
están incrustadas en el corazón animal,
en el latido de órganos vegetales,
mujeres subsaharianas,
mujeres áfrica negra,
mujeres árabes,
mujeres mediterráneas,
mujeres las hijas de la guerra.
Mujeres mar,
úteros del descanso de la lluvia
la luz quebrada alimenta plantas ancestrales.
Ahora mis pies sienten su belleza,
la piedra metaboliza todos los procesos,
el choque de las olas en la piedra