lunes, 31 de mayo de 2021

María Mercedes Carranza / Poemas

 



SI QUIERES AMOR

QUE SIGA SUS ANTOJOS

 

He olvidado los nombres de todos,

los nombres de mis muertos y los de mis hijos.

No reconozco los olores de mi casa

ni el sonido de la llave que gira en la puerta.

No recuerdo el metal de las voces más queridas

ni veo las cosas que mis ojos miran.

Las palabras suenan sin que yo comprenda,

soy extranjera por estas calles íntimas

y no hay dicha ni desdicha que me hieran.

He borrado mi historia de 40 años.

Te amo

MALDICIÓN

 

Te perseguiré por los siglos de los siglos.

No dejaré piedra sin remover

Ni mis ojos horizonte sin mirar.

Dondequiera que mi voz hable

Llegará sin perdón a tu oído

Y mis pasos estarán siempre

Dentro del laberinto que tracen los tuyos.

Se sucederán millones de amaneceres y de ocasos,

Resucitarán los muertos y volverán a morir

Y allí donde tú estés:

Polvo, luna, nada, te he de encontrar.

PRECEDENTES DE LA PHILIPS

 

“Como en los cuadros de Turner,

donde la luz piensa”.

Octavio Paz

 

Las investigaciones de la Philips prueban

que la luz no la creó Dios en el primer

día. Fue Turner –desvelado en una noche

 de Venecia– el que dijo hágase la luz y

la luz fue hecha. En el principio

fue su pincel y hasta las nieblas de

Londres lo reconocieron. Luego

hubo un hombre llamado Monet que

vino a dar testimonio de la luz

entre los suyos y los suyos sí

le recibieron. Desde entonces la luz

habita entre nosotros llena

de Van Gogh con sus tristezas y todo.

QUIERO BAILAR CON ULISES

“Heureux qui comme Ulysse

a fait un beau voyage”.

Joachim du Bellay.

 

Quiero invitar a bailar a Ulises,

quiero beber con él y que me cuente

de qué color eran los ojos del joven Aquiles.

Quiero que me cante el canto de las sirenas

y me diga de sus noches de insomnio

sobre las aguas del Mediterráneo.

Quiero saber de su complicidad con Circe

en la isla de Ea y de sus extrañas

ceremonias y encantamientos.

Quiero que Ulises me haga el amor

y en la cama me cuente

cómo eran los vestidos de Helena

y si Paris fue como lo pinta Rubens.

Quiero saber qué vio en el país de los Lotófagos,

de qué color eran las montañas de Eólide.

Quiero que me cuente por qué regresó a Itaca.

SUELE SUCEDER

 

Luego de algunos años

de no verlo,

de nuevo nos encontramos.

No el deseo, como antes,

sino la nostalgia

de aquellos días de deseo

nos llevó a la cama.

La alegría de entonces

fue ternura y el goce

y la voluptuosidad

sólo complacencia.

Ambos, podría jurarlo,

tuvimos la certeza

de habernos sobrevivido.

POEMA DE AMOR

 

Afuera el viento, el olor metálico de la calle.

Ya dentro, va dejando todo lo que lleva encima,

primero la cartera y la sonrisa;

se deshace de las caras que ese día ha visto,

los desencuentros, la paz fingida,

el sabor dulzarrón del deber cumplido.

Y se desviste como para poder tocar

toda la tristeza que está en su carne.

Cuando se encuentra desnuda

se busca, casi como un animal se olfatea,

se inclina sobre ella y se acecha:

inicia una larga confidencia tierna,

se pide respuestas, tal vez tiene la mirada turbia;

separa las rodillas y como una loba se devora.

Afuera el viento, el olor metálico de la calle.

EL OFICIO DE VESTIRSE

 

De repente,

cuando despierto en la mañana

me acuerdo de mí,

con sigilo abro los ojos

y procedo a vestirme.

Lo primero es colocarme mi gesto

de persona decente.

En seguida me pongo las buenas

costumbres, el amor

filial, el decoro, la moral,

la fidelidad conyugal:

para el final dejo los recuerdos.

Lavo con primor

mi cara de buena ciudadana

visto mi tan deteriorada esperanza,

me meto entre la boca las palabras,

cepillo la bondad

y me la pongo de sombrero

y en los ojos

esa mirada tan amable.

Entre el armario selecciono las ideas

que hoy me apetece lucir

y sin perder más tiempo

me las meto en la cabeza.

Finalmente

me calzo los zapatos

y echo a andar: entre paso y paso

tarareo esta canción que le canto

a mi hija:

“Si a tu ventana llega

el siglo veinte

trátalo con cariño

que es mi persona”.

EL OFICIO DE VIVIR

 

He aquí que llego a la vejez

y nadie ni nada

me ha podido decir

para qué sirvo.

Sume usted

oficios, vocaciones, misiones y predestinaciones:

la cosa no es conmigo.

No es que me aburra,

es que no sirvo para nada.

Ensayo profesiones,

que van desde cocinera, madre y poeta

hasta contabilista de estrellas.

De repente quisiera ser cebolla

para olvidar obligaciones

o árbol para cumplir con todas ellas.

Sin embargo lo más fácil

es que confiese la verdad.

Sirvo para oficios desuetos:

Espíritu Santo, dama de compañía, Estatua

de la Libertad, Arcipreste de Hita.

No sirvo para nada.


María Mercedes Carranza (Bogotá, 24 de mayo de 1945-ibidem, 11 de julio de 2003)

Fue una poeta y periodista colombiana. 

Publicaciones: Vainas y otros poemas (1972), Tengo miedo (1983), Maneras de desamor (1993), Hola, soledad (1987), El canto de las moscas (1997), La Patria y otras ruinas (antología, selección de Francisco José Cruz, entrevista de Sandra Martínez León, col. Palimpsesto, Carmona-Sevilla, 2004).