domingo, 20 de marzo de 2011

Andrés Cisneros de la Cruz / México


Andrés Cisneros de la Cruz. 1979, Ciudad de México. Estudió Letras Hispánicas en la UNAM y Comunicación Social, en la UAM. Ha publicado los poemarios Vitrina de últimas cenas (2007), No hay letras para escribir tu epitafio (2009) y Como la nieve que dejan los muertos (Ediciones Pasto Verde, 2009, Poesía sin Permiso, 2010). Obtuvo el segundo lugar del Certamen Relámpago Internacional de Poesía Bernardo Ruiz (2008), mención honorífica en el Concurso Nacional de Poesía Jaime Sabines (1999) y otra mención en el Concurso Nacional de Poesía El Laberinto (2004). Creador y organizador del Torneo de Poesía Adversario en el cuadriláterO desde 2007, a la fecha. Y compilador, junto con Adriana Tafoya, de la antología de poesía independiente y sus editoriales 40 Barcos de Guerra. Ha sido incluido en diversas revistas y antologías nacionales de España, Portugal, Nicaragua y Argentina. Actualmente es editor de la revista y editorial VersodestierrO.


Del arte de construir lámparas oscuras

De la magia que da brillo a cada cosa
De cada radiación invisible al espejo cuántico detrás de los párpados
del lenguaje que reúne las cosas y las engrana en un solo ritmo
sin corromper su música
Del color que se desprende de la boca cuando dices despierta
del griterío sin proporción de las hojas cuando son aniquiladas
por tus pies desnudos de niña:

del canto secreto en cada cosa
quiero hablarte
y componer esta dulce canción que te provoque a sentir
las frecuencias que dilatan nuestras emociones:
estructuras brillantes del más profundo néctar en el núcleo de los pensamientos.
De una lámpara que abre el camino del sueño
mientras la mirada obscurece para elevar el telón de la Noche que existe
en la esfera humeante de los ojos cuando duermes.

La encontrarás en cada ruido, en cada gota de agua, cada pupila o duda
en el pabilo de la velas muertas
o en el hueco que deja la sombra cuando la luz se asienta sobre la cama.

Recuerda hija que las cosas no deslumbran porque rocen en ellas las pelusas del sol
sino por la sombra de los átomos
que cosquillea, tanto, su materia
que parecen distintas
para quien las mira con ojos cerrados.

Encuentra esta lámpara
que greca el limbo y el tálamo
y cuando lo hagas verás la substancia negra de la cual brota
toda luz que cabe en un millón de años
y entenderás al mar tejiendo el manto de la tierra
con los dedos de su espuma.

Las materias hermosas yacen en la penumbra latiendo.
Al amanecer pierden la forma que guardaron por la noche
y brindan su apariencia a la reflexión sumisa de la luz.
La luz borra los relieves que la verdad surca en ellas
un laberinto de signos, trazos que forman el alfabeto
de lo que se lee con las manos
y no con el efímero corazón de la retina.

Embelésate Manon cuando abras la mirada
y sientas a la nieve tocarte con mano fría
No recuerdes la luz que ciega al recién nacido
—sino el dolor hermoso del que pare—
y ahí
te encontrarás —sola con tu lámpara oscura.
Cambiará la densidad del agua
y llegará el mar
pero tendrá otro nombre.


Ejercicio para demostrar de diversas formas la inexistencia de la locura

I

E infinitos son los ojos que delinean el círculo.
Sus párpados dan noche a la mirada, y la mirada apariencia de noche a las cosas.
Soy más o menos loco, pensó Pessoa,
y el cuajo envolvió al ojo, y se abrió la puerta ¾hacia la cuenca del miedo.
Alcanzar a percibir (¿esto?) es dejar de caminar en
esta calle con piedras cuadradas(?)
flechas que avanzan arriba-abajo. ↔ Roturas
De qué admirable criptografía nació este vicio
de vivir en ciudades, de medir la vida en metros cuadros,
meterla en cubos de diez por diez, en la coladera que ahí enfrente está
succionante: extractor de pensamientos que todo lo convierte en tierra.

Así,
el hombre que (duerme? en la barra) extiende su brazo
y me enrolla la mano, me saluda con un espira que forman nuestras manos (lalpuléahuli ¾dijo)
es un gesto de igualdad trata de explicarme

¿y es igualdad lo que me enseña?

(entonces)

es mandala
om dice
om naciente

Estoy en la ventana para ver lo que vive en penumbras antes del amanecer.
Aunque resulta siempre es a mí a quien miran sedentario esos nómadas
que caminan hacia la muerte.

Pero al final ellos entran y toman asiento, trabajan.
Luego toman un descanso. Y salgo a caminar ─hacia el nicho.
Al mismo punto del que ahora parto. Y trabajosamente aprendo
a entender que un día no volveré a este sitio.

Ese mundo (no luz/ no tiempo/ no materia)
que vemos cuando dormimos es la Casa eterna de nuestro reposo.
Lo demás continúa infinito su camino.

II

Hay quienes piensan en la Locura e incluso se asumen locos.
O loco piensan al kamikaze que se colocó 10kg de explosivo
y se repartió como pan en boca de los escépticos.
O (loco) también al de lenta mente
con daño cerebral
porque (simplemente) nació para morir
sin posibilidad de evitarlo (es tan dura la vida para quien lucha contra la muerte)

Santa Locura
¾que nos salvas de un mundo peor¾
rezan los padres-hijos
estos exhibicionistas que copulan en el metro
o aquellos que toman sólo el alimento si ha sido cocido
o prefieren degustar muertos frescos, vegetales
a cadáveres de carnosos mamíferos.
Cuán locos están todos.
Los acaparadores del poder
paranoicos de que un día volteemos
a verlos, y decidamos que son unos pobres dementes.
Se enferman pensando en qué habrá de sucederles si la locura
se apodera de este mundo.
Y lo salvan incluso ¾una y otra vez¾ seguros
destrozan a los niños esquizoides de países iracundos
incapaces de sanarse con la risa
y todo por culpa de los excéntricos, no parafílicos, que vienen a destruir el mundo.

También están los que comen insectos, piel de sombra
o que empeñan su vida en salmos para ser consentidos por la mano
que les acaricia el lomo:
los que dejan de comer para ser un Tigre.

Qué felicidad la de los cuerdos
desnudos todos en el tranvía riéndose, con tabaco en mano,
de todos los locos que afuera se agarran a golpes con cerdos de botas.
Es tan graciosa esta función donde los desequilibrados
son incapaces de amar, tenderle la mano al Misterio
o recibir, puño con puño, la gracia de los desconocidos,
maniáticos incapaces de dar un beso
por miedo a ensuciarse la boca
con el labial de la vida.