viernes, 24 de septiembre de 2021

Cloe Kutsubeli / Instrucciones útiles para el duelo








Instrucciones útiles para el duelo

 

Mantenedlo domado en el patio.

Algunas noches dejad la puerta abierta.

Subirá a la cama,

manchas densas en las sábanas

bocados en el pecho, en el cuello.

Lo oiréis aullar.

No lo encadenéis jamás.

Os conoce.

De manera más profunda de lo que jamás entenderéis.

Lo conocéis.

Es el cordón umbilical que os ata a la memoria.

Dormía bajo la mosquitera.

Cortaba en trozos las carnes de la muñeca

cuando se peleaban los padres

desgarraba las almohadas

cuando se retiraban los amados.

Con un único movimiento os come el corazón.

Jamás luchéis contra él,

ni durmáis con educados desconocidos en hoteles baratos

únicamente por no aguantar el ladrido rabioso.

Acariciadlo tiernamente, exponedlo públicamente.

Un paseo por el parque con la grieta abierta,

el cráter horizontal que borbotea, ayuda.

Y, sobre todo, no escribáis poemas.

Lo irritan:

Luego se revuelca en rosas negras.

En general, permaneced serenos y agradecidos.

No olvidéis.

El duelo existe para cubrir el vacío absoluto.


 * Traducción de Virginia López Recio

 

Cloe Kutsubeli (Tesalónica, Grecia) Poeta, novelista y dramaturga. Estudió Derecho. Ha publicado 7 libros de poesía, 1 novela y 1 obra teatral. Ha sido traducida al inglés, al francés, al alemán, al italiano y al búlgaro.

jueves, 23 de septiembre de 2021

Katerina Gogou / (2 poemas )

 


Alguna vez

 

Alguna vez se abre la puerta poco a poco y entras.

Llevas blanco blanquísimo traje y zapatos de lino.

Te inclinas, pones con cariño en mi mano

72 francos y te vas.

Me he quedado en el sitio en que me dejaste

para que me encuentres de nuevo

Pero ha debido de pasar mucho tiempo

porque mis uñas han crecido

y (mis) amigos me temen.

Cada día cocino patata 

he perdido mi fantasía

y cuando oigo «Katerina» me asusto.

Creo que debo delatar a alguien.

He guardado algunos recortes con alguien

que decían que eras tú.

Sé que los periódicos dicen mentiras,

porque escribieron que te dispararon a los pies.

Sé que jamás apuntan a los pies.

En la mente está el Objetivo,

ten cabeza, ¿verdad?

 

[Mira cómo se pierden las calles]


Mira cómo se pierden las calles

por dentro de los hombres…

cómo los quioscos tienen frío

de los periódicos mojados

el cielo

cómo es agujereado por los cables,

y el final del mar

por el peso de los barcos.

cuán tristes están los paraguas olvidados

en el último recorrido

y el error de aquél que se bajó

en la parada anterior

las ropas dejadas en la lavandería

 y la vergüenza tuya, 

habiendo encontrado dinero hace ya dos años,

de pedirlas.

cómo poquito a poco

lenta metódicamente

nos falsifican

para que fijemos nuestra postura ante la vida

por el estilo de la silla…


*Gogu, Katerina, 16 señales desde el frío. Selección y traducción de Kostas Tsanakas y Juan Carlos Reche. Córdoba: Ediciones Ropynol, 1999.


Katerina Gogou (Atenas, Grecia)

Desde pequeña trabajó como actriz en el teatro y en el cine. Su primer libro, el único que publica en vida, sale en 1978. No obstante, con carácter póstumo, entre 1986 y 2007, han salido publicados 7 poemarios suyos en una prestigiosa editorial de Atenas. Adicta a las drogas, murió a los 53 años suicidándose.


miércoles, 22 de septiembre de 2021

Carlos Martínez Rivas / (5 poemas)

 




Mundo


Dios hizo el agua

El Diablo la echó en el vino

 

Dios hizo la ventana

abierta para el hombre

interior

El Diablo la puerta

cerrada para el de afuera

 

Dios  hizo el pan

El Diablo su precio

 

Dios hizo las mejores

palabras ocultas

El Diablo las que sobran

 

Dios nos hizo juntos

El Diablo nos falsificó

separados

 

Dios te hizo una

El Diablo otra

 

Yo te esperaba

Pasaste sin mirarme.

Te escribí entonces un epigrama

como una ortiga.

Pero ¡Ay, tú no lo leerás.

Tú nunca lees versos, mi niña!          

 

Las  vírgenes prudentes


¿Quién es esa mujer que canta

en la noche? ¿Quién llama a su hermana?

De país en país, esa rapsoda que vuelva en el viento

por encima del mar tenebroso donde culebrea el cielo?

 

¡Salidle al encuentro!

Ella, la enamorada.

Ella nada más, y su hermana.

¿Ese viento que canta?

 

Es la voz del amor. La voz del deseo del amor que se alza

en la noche alta.

Sobre la potencia de la ciudad, esa voz que gira.

Esa aria exquisita!

 

Sólo esa nota vibra en la noche helada.

Esa arpa sola tañendo en la noche vasta.

Ese único silbo penetrante de la pureza.

Sólo esa serenata encantada.

 

Y el amor de las hermanas!

De las estrellas protegiendo sus llamas

para el Deseado que tarda.

Nada sino eso: el cañaveral de las desposadas

y la sombra alargada del Ladrón que escala.

 

Canta la noche y las llanuras solitarias

sometidas al hechizo de la luna. Claras,

vacías súbitamente al paso de las hermanas.

Al paso de la bandada blanca de las vírgenes hermanas.

 

Las que se entregaron al amor.

A quienes no se les concedió sino el amor.

 

Las Vírgenes Prudentes cuchicheando en la alcoba [estrellada.

Bajando la voz y subiendo la llama.

Cerrándose en medio de su sombra. Desapareciendo detrás

 

[de su lámpara.

 

Aquí sólo tienes abismo. Aquí sólo hay un punto fijo:

el pábilo quieto ardiendo y el halo frío.

 

Aquí vas a rasgar el velo.

Aquí vas a inventar el centro.

Aquí vas a tocar el cuerpo

Como toca un ciego el sueño.

 

Aquí podrás soplar y apagar tu secreto.

Aquí ya podrás quedarte muerto.

 

Pequeña moral


Van dirigidas estas líneas a quien poseyó:

 

la Belleza, sin la arrogancia

la Virtud, sin la gazmoñería

la Coquetería, sin la liviandad

el Desinterés, si la desesperación

el Ingenio, sin la mofa

la Ingenuidad, sin la ignorancia

 

 

todas las trampas de la feminidad, sin usarlas.

 

No

 

Me presentan mujeres de buen gusto

Y hombres de buen gusto

Y últimos matrimonios de buen gusto

Decoradores bien avenidos viviendo en medio

de un miserable e irreprochable buen gusto

Yo sólo disgusto tengo.

 

Un excelente disgusto, creo.

 

Los perdedores caen en la lona

 

Ser el ganador es una vulgaridad.

 

Yo, personalmente, me sentiría abochornado

si me levantaran el brazo ante la multitud

en el cuadrilátero bajo una luz de oprobio.

 

¿Por qué?

¿Porque derribé a un luchador solitario

que ni siquiera combate conmigo

sino consigo

y a lo mejor era mejor que yo?

¿Por qué no le levantan el brazo también

al que está en la lona caído

si peleó lo mismo?

 

Gene Tunney era mejor que Dempsey.

No un bruto. Un científico. Un poeta

que escribe en su Autobiografía, ARMS FOR LIVING:

“Allí estás solo.

No hay amigos allí. Te la juegas sin nadie.

No hay partidarios excepto tus brazos”.

 

El perdedor estudió su técnica en anteriores

combates. La suya y la del adversario.

Las comparó en rollos de películas proyectadas

en el comedor, después de la cena, con sus hijos.

Niños de ardientes pómulos confiados en su fuerza.

 

Seguros de la victoria del padre.

 

Pero tal vez el perdedor estaba

perdidamente enamorado de su esposa

y roto por el insomnio.    Como Jack Brennan.

—Sí.    Como Jack Brennan.

 

Y durmió mal la víspera del encuentro.

No le respondieron los reflejos.

Se le agarrotaron los tendones del muslo.

Demasiado clinch.

Deficiente trabajo de piernas y juego de cintura

frente al otro: sereno, manteniendo

la guardia ortodoxa sobre la pierna izquierda

hasta el gancho mortífero,

como el gesto del embozado en el cartón de Goya.

 

El sudor del esfuerzo espaldar.

El tallado torso refulgente como diamante.

Un prisma proyectando un espectro de brazos

como luz en haces.

 

Pero nadie sabe que uno piensa cuando boxea.

Piensa en una caja de música de niños

y una esposa en trámites de divorcio.

Sentada Dios sabe dónde.

Dos ojos neutros en trámite de divorcio.

 

Ganar: vergüenza profesional.

Perder: destino sin concesiones.

Si todos somos, nadie es más grande.

Si la victoria de uno es la derrota de otro,

toda victoria es, en algún lugar,

un fraude.

 

Carlos Martínez Rivas (Guatemala- Nicaragua)

En 1953 publica en México su obra más importante, La insurrección solitaria, que es además su último libro publicado. En 1984 obtuvo el Premio nacional Rubén Darío, con el libro Infierno de cielo, que no permitió en vida que fuese publicado. Tuvo a su cargo una cátedra con su nombre en la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (1991 y 1993), donde expuso sus trabajos críticos sobre literatura y artes plásticas. Falleció el 16 de junio de 1998 en el Hospital Bautista de Managua. Obras: El paraíso recobrado (1943), La Insurrección Solitaria (1953), Poesía Reunida (2007), Como toca un ciego el sueño, antología (2012).

                                        

 


viernes, 17 de septiembre de 2021

Clarice Lispector / (5 poemas )




 

 

 

No es que morir nos duela tanto

 

no es que morir nos duela tanto

es vivir lo que más nos duele

pero el morir es algo diferente

un algo detrás de la puerta.

 

la costumbre del pájaro de ir al sur

antes que los hielos lleguen

acepta una mejor latitud

nosotros somos los pájaros que se quedan.

 

los temblorosos, rondando la puerta del granjero

mendigando su ocasional migaja

hasta que las compasivas nieves

convencen a nuestras plumas para ir a casa.

 

Precisión

 

lo que me tranquiliza

es que todo lo que existe,

existe con absoluta precisión.

cualquiera que sea el tamaño de la cabeza de un alfiler,

no se desborda una fracción de milímetro

más allá del tamaño de la cabeza de un alfiler.

todo lo que existe es de gran precisión.

la pena es que la mayor parte de lo que existe

con esa precisión

es técnicamente invisible para nosotros.

lo bueno es que la verdad nos llega

como un sentido secreto de las cosas.

terminamos adivinando, confundidos,

la perfección.

 

Dios mío, dame el coraje

de vivir trescientos sesenta y cinco días y noches,

todos vacíos de Tu presencia.

Dame el valor de considerar este vacío

como una plenitud.

Haz que yo sea tu amante humilde,

entrelazada a Ti en éxtasis.

Haz que pueda hablar

con este vacío enorme

y recibir como respuesta

el amor materno que nutre y envuelve.

Déjame tener el valor para amarte,

sin odiar tus ofensas a mi alma y a mi cuerpo.

Haz que la soledad no me destruya.

Haz que mi soledad me sirva de compañía.

Haz que tenga el coraje de enfrentarme.

Haz que yo sepa quedarme con la nada

y aun así sentirme

como si estuviera llena de todo.

Recibe en tus brazos

mi pecado de pensar.

 

Dame tu mano

 

Dame tu mano:

Voy a contarte ahora

cómo he entrado en lo inexpresivo

que siempre ha sido mi búsqueda ciega y secreta.

De cómo he entrado

en aquello que existe entre el número uno y el número dos,

de cómo he visto la línea de misterio y fuego,

y que es línea subrepticia.

 

Entre dos notas de música existe una nota,

entre dos hechos existe un hecho,

entre dos granos de arena por más juntos que estén

existe un intervalo de espacio,

existe un sentir que es entre el sentir

—en los intersticios de la materia primordial

está la línea de misterio y fuego

que es la respiración del mundo,

y la respiración continua del mundo

es aquello que oímos

y llamamos silencio.

                                                

Más allá de la oreja existe un sonido, en el extremo de la mirada un aspecto, en las puntas de los dedos un objeto: es allí a donde voy. En la punta del lápiz el trazo. Donde expira un pensamiento hay una idea, en el último suspiro de alegría otra alegría, en la punta de la espada la magia: es allí a donde voy. En la punta del pie el salto. Parece la historia de alguien que fue y no volvió: es allí a donde voy.

 

¿O no voy? Voy, sí. Y vuelvo para ver cómo están las cosas. Si continúan mágicas. ¿Realidad? Yo os espero. Es allí a donde voy. En la punta de la palabra está la palabra. Quiero usar la palabra “tertulia”, y no sé dónde ni cuándo. Al borde de la tertulia está la familia. Al borde de la familia estoy yo. A la orilla de mí estoy yo. Es hacia mí a donde voy. Y de mí salgo para ver. ¿Ver qué? Ver lo que existe. Después de muerta es hacia la realidad a donde voy. Mientras tanto, lo que hay es un sueño. Sueño fatídico. Pero después, después todo es real. Y el alma libre busca un rincón para acomodarse. Soy un yo que anuncia. No sé sobre qué estoy hablando. Estoy hablando de nada. Yo soy nada. Después de muerta me agrandaré y me esparciré, y alguien dirá con amor mi nombre. Es hacia mi pobre nombre a donde voy. Y de allá vuelvo para llamar al nombre del ser amado y de los hijos. Ellos me responderán. Al fin tendré una respuesta. ¿Qué respuesta? La del amor. Amor: yo os amo tanto. Yo amo el amor. El amor es rojo. Los celos son verdes. Mis ojos son verdes. Pero son verdes tan oscuros que en las fotografías salen negros. Mi secreto es tener los ojos verdes y que nadie lo sepa. En el extremo de mí estoy yo. Yo, implorante, yo, la que necesita, la que pide, la que llora, la que se lamenta. Pero la que canta. La que dice palabras ¿Palabras al viento?  ¿Qué importa, los vientos las traen de nuevo y yo las poseo.

 

Yo a la orilla del viento. La colina de los vientos aullantes me llama. Voy, bruja que soy. Y me transmuto. Oh, perro, ¿dónde está tu alma? ¿Está cerca de tu cuerpo? Yo estoy cerca de mi cuerpo. Y muero lentamente.

 

¿Qué estoy diciendo? Estoy diciendo amor. Y cerca del amor estamos nosotros.

 

Clarice Lispector (Chechelnyk, Ucrania-  Río de Janeiro, Brasil)

Escribió su primera novela con 17 años “Perto do coração selvagem” (Cerca del corazón salvaje), pero no se publicó hasta 1944. Recibió el premio Graça Aranha. Después de publicar A maçã no escuro (1961), despertó el interés de la crítica que la sitúa, junto con Guimarães Rosa, en el centro de la ficción de vanguardia. Entre su obra destacan los cuentos Laços de família, A legião estrangeira (1964) y las novelas A imitação da rosa (1973), Água viva (1977), A hora da estrela (1977) y Um sopro de vida (1978).


jueves, 16 de septiembre de 2021

María Malusardi (12 poemas )

 


 

romperme en lo roto para romperme en la escritura y no manchar de gasas la belleza

 

Amor

qué haremos mal si el amor es una trampa

ineludible para morir un poco menos? beso

enfermo de rapto de camilla dos cabezas al

revés en una caja presiona lápiz enredo

póstumo de piernas el fin en el abrazo se

empecina no hay palabras para combatir el

desencuentro sólo cenizas qué pena oscura

desquicia el amor en este rincón manos que se

buscan


no cabemos en la vida cuando ya no cabemos en el lenguaje

el filo de la palabra tritura y amontona los restos cuando

intentamos decirnos el amor desnudo un peligro una rama

quebrada incendiándose hasta dejarnos ver aquello que

acabará con la compasión


Primera edad

Para Gastón Malusardi

 

se humedecen barquitos de papel en la tinaja

circo roto o la danza última en la arena no hay

violinista ni andén ni vaca al viento no hay

cierres ni regresos en la infancia sino una triste

continuidad en los trapos del muñeco sin

escena todo lo que flota es un juguete

desamparado: dónde ha quedado la niña?


con quién me peleo tan adentro que yo misma me echo del

lugar en el que vivo y sufro? cada sueño me revela algún

sinfín: la escritura del cansancio como caer en las alturas

donde no soy

          

 

no puedo quejarme de los huesos: la música se

ha enfermado en mí he roto la cuerda un acto

de confusión y de olvido miles de manos entre

sábanas    riéndose     intentaron     elevarme

sostenerme en la gloria me he dormido sobre la

escena no hubo tiempo para el desarraigo estoy

aquí: los dedos tiemblan cuando amanecen

sobre la madera intacta del silencio

 

y dónde queda la vida la errancia agazapada del error cuando al romper la copa se

derraman látigos y costillas sobre la misma arena donde nos amamos y 

dormimos como hijos muertos


las flores se amontonan sobre un libro es la

escena papel de los rosales se borran al

nombrarme al estallar se enredan el aire de mi

pelo se desgarra estropea mis pies la flor que

me despide rozo el invierno de los rostros

intentan retenerme forzarme alguien me

desnuda y trae a dvorák despacito calma los

dolores sabe: nadie como yo lo ha comprendido

nadie como yo le ha sacado idioma a las heridas


lo quebradizo del desastre es la luz cuando se apaga para siempre quién la enciende

 luego en el más allá y abandona la escritura? el desastre de lo quebradizo es la casa

 cayéndose en sintonía con el mundo la batalla aquí dentro: somos un hombre una

 mujer un gato y centenares de hormigas negras que cargan sobre sus lomos lo poco

 que nos queda de tolerancia: los muebles los alfajores las cortinas la sequía azul el

 violín aullando en nuestros ojos

 

cuando la casa cae y rompe nos decimos: debemos reconstruir primero aliviar

 nuestra tristeza luego reorganizar las partes no unir un pedazo de plato con la pata

 de la cama sino encontrar que nada de eso tiene solución que no hay amalgama en

 las diferencias crueles sino descompostura y vómito

 

en el fondo de la niebla donde es el crujir del

barro y la liviandad ha perdido su pureza la

niña pregunta cómo es que vamos a morir

nosotros si nos vemos nos queremos jugamos al

ciempiés pregunta: es el fin? como nadie hay

para inquirirme quedo allí suspendida en la

poesía


no hablo de exterminio ni de campos hablo de confrontaciones que horadan la

 simpatía el buen humor que chupan la sangre de los filósofos y ya no hay nadie que

 pueda pensar ni escribir poemas tratados la devastación es una cifra cerrada la

 estética de la derrota

 

 

María Malusardi (Buenos Aires, Argentina)

Es escritora, docente y periodista. Publicó los libros de poesía El orfanato (2010), Trilogía de la tristeza (2009), Museo de postales (2008), Diálogo con pescadores (2007), Variaciones en la niebla (2005), La carta de Vermeer (2002), El accidente (2001) y Payaso Rojo (1989). Publicó poemas en diversos medios del país y del exterior. Su obra poética figura en varias antologías, entre las que se destaca Animales distintos (2008), editada en México.