lunes, 10 de enero de 2022

María Zambrano (7 poemas)

 





CLAROS DEL BOSQUE

 

No me respondes, hermana. He venido ahora a buscarte. Ahora, no tardarás ya mucho en salir de aquí. Porque aquí no puedes quedarte. Esto no es tu casa, es sólo la tumba donde te han arropado viva. Y viva no puedes seguir aquí; vendrás ya libre, mírame, mírame, a esta vida en la que yo estoy. Y ahora sí, en una tierra nunca vista por nadie, fundaremos la ciudad de los hermanos, la ciudad nueva, donde no habrá ni hijos ni padres. Y los hermanos vendrán a reunirse con nosotros. Nos olvidaremos allí de esta tierra donde siempre hay alguien que manda desde antes, sin saber. Allí acabaremos de nacer, nos dejarán nacer del todo. Yo siempre supe de esa tierra. No la soñé, estuve en ella, moraba en ella contigo, cuando se creía ése que yo estaba pensando.

En ella no hay sacrificio, y el amor, hermano, no está cercado por la muerte.

Allí el amor no hay que hacerlo, porque se vive en él. No hay más que amor.

Nadie nace allí, es verdad, como aquí de este modo. Allí van los ya nacidos, los salvados del nacimiento y de la muerte. Y ni siquiera hay un Sol; la claridad es perenne. Y las plantas están despiertas, no en su sueño como están aquí; se siente lo que sienten. Y uno piensa, sin darse cuenta, sin ir de una cosa a otra, de un pensamiento a otro. Todo pasa dentro de un corazón sin tinieblas. Hay claridad porque ninguna luz deslumbra ni acuchilla, como aquí, como ahí fuera.

 

LA LLAMA

 

Asistida por mi alma antigua, por mi alma primera al fin recobrada, y por tanto tiempo perdida. Ella, la perdidiza, al fin volvió por mí. Y entonces comprendí que ella había sido la enamorada. Y yo había pasado por la vida tan sólo de paso, lejana de mí misma .Y de ella venían las palabras sin dueño que todos bebían sin dejarme apenas nada a cambio. Yo era la voz de esa antigua alma. Y ella, a medida que consumaba su amor, allá, donde yo no podía verla; me iba iniciando a través del dolor del abandono. Por eso nadie podía amarme mientras yo iba sabiendo del amor. Y yo misma tampoco amaba. Sólo una noche hasta el alba. Y allí quedé esperando. Me despertaba con la aurora, si es que había dormido. Y creía que ya había llegado, yo, ella, él... Salía el Sol y el día caía como una condena sobre mí. No, no todavía.

 

LA PENSADORA DEL AURA

 

 Nacer sin pasado, sin nada previo a que referirse, y poder entonces verlo todo, sentirlo, como deben sentir la aurora las hojas que reciben el rocío; abrir los ojos a la luz sonriendo; bendecir la mañana, el alma, la vida recibida, la vida ¡qué hermosura! No siendo nada o apenas nada por qué no sonreír al universo, al día que avanza, aceptar el tiempo como un regalo espléndido, un regalo de un Dios que nos sabe, que nuestro secreto, nuestra inanidad y no le importa, que no nos guarda rencor por no ser…

 ...Y como estoy libre de ese ser, que creía tener, viviré simplemente, soltaré esa imagen que tenía de mí misma, puesto que a nada corresponde y todas, cualquier obligación, de las que vienen de ser yo, o del querer serlo.

 

¡CUÁNTA HERMOSURA..!

Nota de María Victoria Atencia:

 

En el verano de hace ahora diez años, tras la publicación de algún libro mío,

recibí de María un pliego doblado en cuatro y con un breve escrito que casi se perdía

en la relativa inmensidad del papel.

Venían en él, impresos, su nombre y su dirección postal. Y más abajo, mecanografiado

y centrado en su página, el título, "A María Victoria Atencia", y el texto en el que suplo

algún signo ortográfico. Prescindo del nombre de la autora que en el pie figuraba como firma.

Pero bajo a ese pie la indicación sobre el lugar y fecha en que se escribió. Traigo ese

texto aquí, después de largas dudas por razones de discreción personal, al considerar

que no se trata de una bella dedicatoria con ocasión del envío de un libro suyo,

como solía hacer, sino de unas líneas tan innecesarias como espontáneamente escritas

ex abundantia cordis. Por ese mismo criterio de discreción reduzco a simple dedicatoria

el encabezamiento del poema y doy a éste un título con parte de su primer verso.

 

EL AGUA ENSIMISMADA

 Para Edison Simons

 

El agua ensimismada

piensa o sueña?

El árbol que se inclina buscando sus raíces,

el horizonte,

ese fuego intocado,

¿se piensan o se sueñan?

El mármol fue ave alguna vez;

el oro, llama;

el cristal, aire o lágrima.

¿Lloran su perdido aliento?

¿Acaso son memoria de sí mismos

y detenidos se contemplan ya para siempre?

Si tú te miras, ¿qué queda?

 

MUCHAS GRACIAS

 

Muchas gracias;

muchas, muchas gracias.

Qué va. Está muy bien.

Dispénseme, señora.

No hay de qué.

Está completo, pero está muy bien.

Un farsante, un cuentista,

un enterao

-la Place de l'Alma-, un cualquiera,

me da igual.

Cuando usted quiera.

Ah, señora, ¡si usted supiese!

Está bien.

Aquellos buenos tiempos...

Mas París es París, y está muy bien.

Aunque no lo comprendo.

L'Étoile, Notre-Dame, Les Champs,

se sabe, ¿por qué no?

Encuentro, encontraré, ¿encontré

ya?

Entonces, apresúrese, vaya.

¿Por qué no?

 

LA MIRADA

 

Sólo cuando la mirada se abre al par de lo visible se hace una aurora. Y se detiene entonces, aunque no perdure y sólo sea fugitivamente, sin apenas duración, pues que crea así el instante. El instante que es al par indeleblemente uno y duradero. La unidad, pues, entre el instante fugitivo e inasible y lo que perdura. El instante que alcanza no ser fugitivo yéndose.

Inasible. El instante que ya no está bajo la amenaza de ser cosa ni concepto. Guardado, escondido en su oscuridad, en la oscuridad propia, puede llegar a ser concepción, el instante de concebir, no siempre inadvertido.

Y así, la mirada, recogida en su oscuridad paradójicamente, saltando sobre una aporía, se abre y abre a su vez, "a la imagen y semejanza", una especie de, circulación. La mirada recorre, abre el círculo de la aurora que sólo se dio en un punto, que se muestra como un foco, el hogar, sin duda, del horizonte. Lo que constituye su gloria inalterable.

 

 

María Zamabrano (Málaga – Madrid) fue una intelectual, filósofa y ensayista española. Su extensa obra, entre el compromiso cívico y el pensamiento poético, no fue reconocida en España hasta el último cuarto del siglo XX, tras un largo exilio.