lunes, 30 de junio de 2008

MIYÓ VESTRINI


Miyó Vestrini

nació en Francia en 1938 como Marie-Jose Fauvelles y emigró siendo niña a Venezuela, con su madre, el segundo marido de ésta, el escultor italiano Vestrini, y su hermana mayor.
El desgarro entre la cultura latinoamericana y la francesa aparece en su obra de la mano siempre de la ríspida voz materna, cuya idiosincrasia “Marie Claire” pronto se transforma en lo más repudiado por la joven escritora.
Desde muy joven se dedicó al periodismo cultural, y en los años sesenta formó parte del grupo Apocalipsis de Maracaibo, (única mujer del grupo) el Techo de la Ballena y la República del Este, entre otros. Dirigió la página de arte del diario El Nacional y también la revista Criticarte. Mereció en dos oportunidades el Premio de Periodismo (1967 y 1979). Más tarde trabajó como guionista en la fuerte industria televisiva de Venezuela.
Era una magistral entrevistadora. Bajo esa modalidad escribió un libro sobre el fecundo escritor Salvador Garmendia, uno de sus más próximos y viejos amigos. Salvador Garmendia, pasillo de por medio (1994) es al mismo tiempo una suerte de compleja autobiografía que editó póstumamente Grijalbo.
Publicó también Las historias de Giovanna (1971), El invierno próximo (1975) y Pocas virtudes (1986), tres poemarios que la colocaron entre las voces incuestionables de Venezuela.
Al suicidarse en 1991, dejó inéditos dos libros, Valiente ciudadano (poesía) y Ordenes al corazón (cuentos cuya segunda edición acaba de publicar Blanca Pantin Editora). Ambos libros expresan en dos registros formales distintos las mismas dolorosas vivencias.
Fue una mujer intensa y directa, y así es su poesía, una experiencia tensa y casi explosiva.
Si su poética tiene un importante sesgo narrativo, su prosa es densa y magnífica, se mueve en varios niveles conflictivos, y su clave, polifónica, hay que buscarla en la poesía. De manera que ambos géneros se bordean o, como espejos, reflejan el mismo carácter despojado y agreste, la misma lúcida y audaz escritura, la misma biografía cargada de dolor, dolor que la autora aborda con, a veces, ríspida ironía. “Lenguaje directo, descarnado, alejado con intención de toda metáfora: economía de palabras que muchas veces puede proporcionarle al texto una gran dosis de cinismo”, afirma Silda Cordiolani, al prologar sus cuentos.


La poesía de Miyó Vestrini, (…) configura una obra que la coloca “entre las voces incuestionables de Venezuela”, a juicio de Claudia Schvartz, confesa interesada en la experiencia creadora, “casi explosiva”, de Vestrini


Claudia Schvartz. Poeta argentina
Con información de Verbigracia
No.7 Año V
Caracas, sábado17 de noviembre de 2001


Su Poesía:


Zanahoria rallada

El primer suicidio es único.
Siempre te preguntan si fue un accidente
o un firme propósito de morir.
Te pasan un tubo por la nariz,
con fuerza,
para que duela
y aprendas a no perturbar al prójimo.
Cuando comienzas a explicar que
la-muerte-en-realidad-te parecía-la-única-salida
o que lo haces
para-joder-a-tu-marido-y-a-tu-familia,
ya te han dado la espalda
y están mirando el tubo transparente
por el que desfila tu última cena.
Apuestan si son fideos o arroz chino.
El médico de guardia se muestra intransigente:
es zanahoria rallada.
Asco, dice la enfermera bembona.
Me despacharon furiosos,
porque ninguno ganó la apuesta.
El suero bajó aprisa
y en diez minutos,
ya estaba de vuelta a casa.
No hubo espacio donde llorar,
ni tiempo para sentir frío y temor.
La gente no se ocupa de la muerte por exceso de amor.
Cosas de niños,
dicen,
como si los niños se suicidaran a diario.
Busqué a Hammett en la página precisa:
nunca diré una palabra sobre tu vida
en ningún libro,
si puedo evitarlo.


(Valiente ciudadano, 1994)


LOS PAREDONES DE PRIMAVERA

No enseñaré a mi hijo a trabajar la tierra
ni a oler la espiga
ni a cantar himnos.
Sabrá que no hay arroyos cristalinos
ni agua clara que beber.
Su mundo será de aguaceros infernales
y planicies oscuras.

De gritos y gemidos.
de sequedad en los ojos y la garganta.
de martirizados cuerpos que ya no podrán verlo ni oírlo.
Sabrá que no es bueno oír las voces de quienes exaltan el color del cielo.

Lo llevaré a Hiroshima. A Seveso. A Dachau.
Su piel caerá pedazo a pedazo frente al horror
y escuchará con pena el pájaro que canta,

la risa de los soldados
los escuadrones de la muerte
los paredones en primavera.

Tendrá la memoria que no tuvimos
y creerá en la violencia
de los que no creen en nada.

VALIENTE CIUDADANO

A María Inmaculada Barrios

Morid con el pensamiento
cada mañana y ya no
temeréis morir.
(Tratado Hagakuse)

Dame, señor,
una muerte que enfurezca.
Una muerte tan ofensiva
como a los que ofendí.
Una muerte que soporte la lluvia
de Santiago de Compostela,
y de paso,
mate a los que me ofendieron.

Dame, señor,
esa muerte de la intemperie
que sorprende y tranquiliza.
Haz que esté largando mocos y lágrimas,
suplicando piedad
y deseando muerte ajena.

Haz, señor,
que aquel hombre con piel inédita
reconozca en mí al animal de los olivares.
Que su cuerpo pese sobre el mío
y haga dulce
la entrada al fuego.

Te prometo haberlo visto todo.
La misma culpa con la que nací,
el mismo furor.
Haz, señor,
que esté escuchando a Vinicio de Moraes
y a María Betania
y prometiendo que mañana,
lunes,
me inscribiré en un curso para aprender brasileño.

Que venga la muerte
cuando descubras en mí
alguna oculta intención de poder
y cuando sepas,
por tus informantes,
de mis maniobras para pasar la historia.
Cuando te digan, señor,
que he agotado todos los recursos de la fatiga
sin pedir clemencia,
entonces, señor,
dame duro.
Haz que este golpe que tengo en la frente
por abrir puertas a cabezazos
se ponga
rojo,
latiente,
doloroso.

Supongamos, señor,
que eres el bing-bang.
Que ningún territorio escapa a tu vigilancia.
Que los hots-dogs son tema de tu predilección.
Que tu deseo de mí es parte obscena
de tu personalidad.
Entonces, señor,
examina mi estómago abultado
por los espaguetis de Portofino
por las favadas del Guernica
por los pasteles de coliflor de mi madre
por los largos tragos de cerveza y ron.

Espía, señor, los rostros de mi espejo en el espejo,
yo, la pusilánime astuciosa
la del dedo en el aire
abanicando a la aburrida concurrencia.

Podrías venir al cine, señor.
Veríamos Brazil,
La vaquilla,
Un día de campo,
El cartero y Gatsby.
Me escucharías
sacudida por la risa
y el temor.

Permíteme, señor,
contemplarme cómo soy:
el rifle en la mano
la granada en la boca
destripando a la gente que amo.

Acuéstate conmigo en la madrugada, señor,
cuando mi respiración es un golpe de piedras
en la corriente del río.

Y verás como nada,
ni siquiera la leche de tus cantares,
puede darme una muerte que me enfurezca.


Todos los poemas, publicado por Monte Ávila Editores en 1994.


Poema

Frente al dinosaurio de ojos pardos supe que
el retorno de mis antepasados se acercaba.
A su costado el anciano moribundo encendía
una hoguera de azufre.
Llovía
Apoyé mi mano sobre su boca húmeda de ternura presintiendo en la piedra
el paso de un cascabel infantil
y habló el dinosaurio de ojos pardos:
«Llévate la lluvia que apaga mi fuego ancestral y camina hacia el país de los eternos ahorcados.
El perro negro clavado en el centro de cuatro árboles
te hablará del hombre de tu única noche muerto
sobre la ebriedad de las puertas del mal cerradas»
Detrás del anciano moribundo sonrió mi abuelo
apretando contra sí su reloj de oro.
Sentí nostalgia por las doncellas misteriosas.
Todo había muerto.
A mis pies quedaba la herrumbre del dinosaurio
de ojos pardos y se acercaba inevitable,
el grito de mis antepasados.
A mis espaldas silbó un gato negro.
Era el ojo lunar de mi primer aullido frente al dolor.

Maracaibo, Abril 1956
Tomado de la Revista Arquitrave nº 21