martes, 26 de julio de 2022

MOSAICO EN SEPIA / Consuelo Undurraga Infante

 


MOSAICO EN SEPIA

Testimonios y reflexiones sobre la vejez

 

Mosaico en sepia ha titulado su reciente obra, la piscóloga y escritora Consuelo Undurraga Infante. Es un texto, cuya importancia y trascendencia es incuestionable en los tiempos que corren. La autora, esta vez ha decidido ponernos frente al espejo con la vejez y la muerte con todo su franco realismo, pero al mismo tiempo presenta con dulzura la visión del siglo XXI, el tiempo de los viejos, que como tales plantean a la sociedad nuevas visiones y nuevas realidades que empezamos a observar con mayor detenimiento y seriedad. ¿El mundo ha envejecido? Indudablemente no. Indudablemente sí. Solo podemos asegurar que sus habitantes hemos envejecido en una sociedad que no estaba preparada para recibirnos y comprender nuestras necesidades y con ello el trato y las consideraciones que se han de contemplar con las personas que venimos llegando como un enjambre a esta etapa de la vida llamada vejez. La autora con una envidiable lucidez nos advierte: “La vejez ya no es una sola vejez”, y nos ilumina con conceptos que ya forman parte de una realidad que, como se suele decir, “ha llegado para quedarse”. Entonces nuestra sociedad senescente debe considerarse en diversas etapas, a pesar de que decir “viejo”, considerando su inevitable dejo despectivo en el vocablo, “solo alude a una persona que tiene más de sesenta años”. (…) Un punto en extremo destacable es cómo la autora no solo nos habla desde el conocimiento de este gran tópico humano, sino también interviene narrando bella y poéticamente, sin soltar la mano de la conciencia, sin abandonarse a su natural emocionalidad, episodios de su propia experiencia vital, desde ella misma, con amigos y parientes. Eso, a mi juicio, nos acerca aún más a este libro cuya importancia y realidad es abrumadora.

 

Esta obra que comienza con la vejez y que será de gran ayuda para quienes ya somos viejos en distintos tramos y tenemos viejos junto a nosotros, con quienes a veces no sabemos cómo relacionarnos, ni cómo manejar sentimientos que nos conflictúan como la tristeza, la rabia, la culpa, el dolor y todo el abanico que se despliega ante la realidad de la vejez y la proximidad de la muerte.

Teresa Calderón

 

 

 

CAMINO DEL OLVIDO

 

Danielle era una hermosa mujer de más de sesenta años, madre de seis hijos y eterna militante de causas solidarias. La conocí en mi primer trabajo en Francia y nuestras vidas se fueron entrelazando poco a poco, a pesar de una gran diferencia de edad. Bondadosa, se convirtió en la abuela de mis hijos y con los suyos, en la familia extendida añorada. Quise hacerle un regalo para agradecer su afecto y la invité a pasar juntas un fin de semana a la playa. Accedió con entusiasmo y propuso que fuéramos a Etrétat, una localidad en el Oeste de Francia. Salimos entonces de París, un lindo día de primavera, ella manejando su Peugeot 106, yo de copiloto, y enfilamos hacia el borde del mar por esa hermosa ruta, enmarcada por flores blancas de perales y manzanos y pasto verde. Fueron horas maravillosas en las que el ritmo de las palabras bajaba solo para apreciar la belleza del entorno. El pueblo pequeño y pintoresco de casas con entramados de madera típicos de la región, descendía suavemente hacia una playa de arenas blancas, custodiada por enormes acantilados de piedra caliza. Caminamos, reímos y degustamos ricos platos típicos rebosantes de crema, por supuesto no faltó la sidra ni el Calvados, el licor de la región. Fueron momentos inolvidables de una cariñosa y jovial complicidad. Pero terminaron mal, la vuelta a casa derrotó a Danielle, hasta esa fecha, gran conductora y buena conocedora de su capital. En su mente, el mapa de París parecía haberse esfumado, y un camino tan conocido, le pareció extraño. Se perdió y dio vueltas y vueltas por los dos anillos que rodean la ciudad: la Grande y la Petite Ceinture, sin encontrar el regreso a casa. Fue una pesadilla y el primer signo de que algo andaba mal. Ella se dio cuenta, me quedó claro, cuando con vergüenza y la voz teñida de angustia, me rogó que no lo comentara con nadie. No sé si debería haber expuesto el hecho, pero quedé entrampada en la lealtad hacia mi amiga y cumplí la promesa. Al poco tiempo, Danielle comentó que a veces las palabras se fugaban de su mente, la tranquilicé, pensando que era la edad, pero asustada consultó un médico. No supo, o no pudo explicar lo que este le había dicho, pero comentó: parece que no me llega bien la sangre al cerebro y tengo que hacer unos ejercicios. Al poco tiempo la casa se alegró con decenas de papelitos de colores que nombraban los objetos: mesa, sábana de baño, sillón, revista. Mi amiga los observaba y repetía: mesa, sábana de baño, sillón, revista. Un poco más tarde, fue la utilidad de los objetos nombrados la que se escapó de su memoria. Siempre recordaré cuando yo estaba poniendo la mesa, quiso ayudarme y no pudo: tomó los viejos cubiertos de plata con puño de marfil, tantas veces lavados, pulidos y los miró con extrañeza, sus ojos se nublaron, y no supo qué hacer. Lentamente, la peste del olvido como la llamó García Márquez en Cien años de soledad, iba avanzando y ella, la dueña de casa perfecta, empezó a angustiarse y a quedar paralizada ante las más pequeñas tareas. Esto fue aún más evidente en su reino, la cocina. Nunca más degustamos su famosa pierna de cordero asada, ni las berenjenas con salsa de tomate, ni sus deliciosas tartas de fruta. La preocupación y la tristeza invadieron familia y amigos. Danielle luchaba diariamente por conservar los restos de su memoria herida, pero perdía batalla tras batalla. El daño se acentuó notoriamente después de la muerte de su marido: una parte de ella se fue con él, y la dejó aún más despojada. Lo triste era que ella era consciente de avanzar inexorablemente en el camino sin retorno. Se tomaron disposiciones para asegurar su cuidado: estar siempre acompañada, guardar los elementos peligrosos, cortar dispositivo del gas después de usarlo, pero nada fue suficiente, varias veces se perdió en el bosque colindante y se la encontró sumergida en la confusión y el miedo. El mal continuaba su obra destructora, poco a poco se le fueron borrando los rostros de los seres queridos; luego desconoció el propio al reflejarse en un espejo o en un vidrio. ¿Quién es esa mujer que me mira en la ventana? decía una y otra vez y estas visiones la atormentaban. La vida cotidiana se hizo cada vez más complicada, se tomó entonces una difícil decisión: se la llevaría a una residencia especializada para que pudieran atenderla mejor. Danielle se resistió con rabia y angustia al cambio, finalmente se rindió, y durante un tiempo pareció acomodarse a esa vida en la que el ritmo de la propia existencia lo marcan otros. La última vez que la vi ya no hablaba, pero sus ojos transmitían emociones. La llevamos a Giverny, el jardín donde pintó Renoir, ahí se vio feliz, en ese mundo de belleza que al instante se esfumaba. Pasó el tiempo y su organismo entero le resultó desconocido: no podía ir al baño y caminar. Finalmente ya no pudo respirar. Dejó su cuerpo vacío de recuerdos un triste otoño, hace ya muchos años.

 

 

EL CUERPO

 

Ayer me detuve frente al espejo y me acordé de una escena de esa hermosa película alemana: Nunca es tarde para amar, del director Andreas Dresen. En ella la protagonista -de más de setenta años- se observa frente al espejo antes de una cita amorosa. Yo no tenía ningún encuentro, pero hice el riesgoso ejercicio de detenerme a observar la que soy en esta etapa de la vida. ¿Qué queda de esa niña tranquila y de esa adolescente con los ojos bien abiertos al mundo? Desde el punto de vista físico, no mucho: quizás la forma de la cara, el color de los ojos, las mejillas de manzana, ciertos atisbos de cintura, y unas manos grandes. El tiempo me ha cambiado y moldeado guardando parte de mi historia. Ahí está, cobijada en un pliegue, la cicatriz en el entrecejo, fruto de una broma escolar en una pila de agua; las arruguitas de los ojos, herencia de momentos de alegría y risa; las anchas caderas que acogieron a mis hijos y también kilitos de más, fruto de la buena comida. Claro que hay marcas que no se ven: las de las caricias, las del dolor y el sufrimiento, las del amor y el placer. Esas son más tímidas y pudorosas, se esconden en mi mente y solo aparecen en momentos especiales.

La que está en ese espejo soy yo, es mi cuerpo de mujer madura; mi carta de presentación, lo que los otros ven y yo a veces olvido. Tiene una cierta armonía, aunque está cansado, pero es el mío. Me invade una suerte de respeto, una ola de ternura, por el tiempo en él inscrito, y me aparto en silencio, agradecida.

 

 

LAS MANOS DE MI PADRE

 

Mi papá tenía lindas manos, por lo menos eso pensaba yo. Eran grandes, con sus uñas cuadradas bien recortadas, de un color mate bronceado fruto de sus días campesinos. Lo que era más asombroso es que eran suaves, muy suaves, como las de una niña y, extrañamente, las conservó así hasta su muerte a los noventa y dos años. Eran manos fuertes, poderosas, inspiraban respeto, pero también muy tiernas, moldeadas por infinitas caricias. Cuando era pequeña, me tranquilizaban, el solo rozarlas me producía paz y serenidad. Ya más grande, observándolas cuando el papá conducía el Citroën negro de tres corridas de asientos, irradiaban poder. Una sola vez las usó para pegarme una palmada, y yo, sorprendida y con temor, me hice pipí. En la adolescencia, sus cariños me producían una infinita vergüenza, sobre todo en presencia de mis amigos. Años más tarde, ya de novia, me sentía tensionada entre dos amores, cuando en la mesa almorzando, me las tomaba para acariciarlas. Con los años sus manos se fueron manchando, pero no perdieron lozanía. En su vejez, después de la terrible enfermedad que le robó la vista, fueron ellas su lazarillo. Al caminar las extendía, para percibir los peligros que acechaban su paso. Y en su último tiempo, se pintaron de rojo, pequeños derrames de un color violáceo las ensuciaron, pero él afortunadamente no las vio. De manera inesperada, en sus últimos momentos, mostraron de nuevo su belleza: estaban tersas, impecables, suaves, muy suaves, con sus uñas cuadradas bien cortadas, como despidiéndose con esplendor. Entonces fui yo la que no las quería soltar, solo pude dejarlas ir cuando el calor las abandonó y su alma bondadosa desapareció entre las nubes.

 


 

Consuelo Undurraga Infante (Santiago de Chile 1949)

Doctora en Psicología de la Sorbonne, París, Francia, ciudad donde estudió y vivió muchos años.

Hoy Profesora Titular de la Pontificia Universidad Católica de Chile, Psicoterapeuta de adultos en consulta particular.

Entre sus publicaciones destacan:

Como aprenden los adultos (2004) Ediciones Universidad Católica

De la conquista del mundo a la conquista de sí mismo (2011) Ediciones Universidad Católica

Hojas sueltas (2019) Editorial Puerto de Escape

Kaleidoscopio Antología con otros autores (2020) Editorial Puerto de Escape


jueves, 21 de julio de 2022

Gerónimo Pose / Colaboraciones Poéticas

 


Ultimo cielo

 

1

 

Mi saco negro flota inerte

Junto al perfume grisáceo de mi ADN

Sostengo los cuadros con mis manos

Con mis uñas acogiendo a la maldad

 

No soy tu estatua preferida

Tengo vida en cada bocanada de humo

En cada filtro asesinado contra la mesa

En cada sonrisa que demuestra mi garganta

 

Hasta el hueso, capaz de encontrar el sentido, alguno

¿Dónde te escondes? Precioso vestigio de la noche

En ese hombre histriónico que canta con el fuego

Atrás de la cortina, de tela pulida

 

2

 

El olor de tu saliva me quedó en los dedos

Y ahora te veo

Venir hacia mí, cruzando

Sin ver, por la selva

 

Tupida de caras deformes

Gusanos de cinco círculos

Pintores elocuentes

Drogas limpias y de venta libre

 

Abro una lata de tomates

Y las balas entran por mi cráneo.

Dejando huella de entrada

Pero ninguna explicación

 

Te saco una foto mientras lloro, desnudo

Con el gusto de tus brazos bailando en mi boca, intentando calmarme

El mundo ardiendo afuera, y nosotros retrasando el tiempo

Por suerte todavía quedan fuerzas también, para retrasar el olvido.

 

3

 

Un cardumen acompañaba la niebla

Los dientes suaves apretaban intensamente

Los colmillos sobresalían de su boca

Se miró al espejo, y no se vio reflejado en la obra de arte

 

Pateó su cabeza hasta ordenarla

Oscila entre la idea de salvar el mundo o salvar su belleza

Concluyó, luego de apuñalarse

Que debería bañarse a la noche, y seguir así, ideando nuevas formas.

 

4

 

No necesitas otro trago

Necesitas poder irte a dormir

Esas cosas que le dan sentido a tu vida

Se queman con cada piedra que tiras

 

Al fin y al cabo

Todas las decisiones son formas de volver a casa.

 

5

 

Donde se esconden esos animales

Mojados de espanto, junto a barcos naufragados

Con sobrevivientes peleándose entre si

Mostrándonos como somos

Rosas de espadas

 

6

 

La lluvia idealizada

El invierno violento, violento

La gente volando, apurada

Intentando llegar, perseguida, por el aroma.

 

7

 

La dulce estadía del que espera, sangrando vino y observando las huellas al pasar. Con un andar mecánico y robotizado, rumbo al precipicio. Para luego caer en la comodidad de lo absurdo, de lo angustiante, de lo cotidiano.

 

8

 

Te siento

En las cosas que extrañas. Junto a los molinos, a la deriva.

Flotando entre monasterios, incapaces, de soportar la raíz del problema.

 

9

 

Los espacios se cierran junto a la esperanza.

La última pitada sale con resonancia

Las cuerdas de la Fender machacadas

 

Me muevo descalzo por la cuadra. Acha nadie destaca, después se preguntan.

 

11

 

Vas a asomarte con tus bengalas y me encontraras hablando solo, rodeado de abejas

Y cuadros en perfectas posiciones.

 

14

 

La emoción se cernía sobre nosotros

Rumor de ave nocturna

Irrumpiremos en los castillos, a través de los postigos

Bailaremos juntos, la danza de la melodía, sin recelo alguno

 

Y voy a volar, más tarde, por la senda ponderosa

Porque cargo cuatro mandamientos

Y sinuosos movimientos

Fulminantes, de tristeza y desesperación

 

15

 

Voy a disfrutar los nervios de la noche

Danzar con los muertos azules

Ver crecer mis ojos con la música

Aullar por un mundo abandonado por la historia

 

16

 

Observo junto a mi padre, al gato meditativo

Ambos con nuestras miradas enternecidas

Disfrutamos ese pequeño instante

Y volvemos a hundirnos en el vaso

 

Tanteo mis bolsillos esperando que esta vez, mi suerte sea otra

Raspo los billetes con la yema débil de mis dedos

Y bajo con exaltación atómica juvenil

A tomar la última al bar

 

18

 

La sangre rabiosa disfruta la carencia del nylon en ella

Yo me hincho a prescripciones endebles

Que no provocan ninguna reacción

En este manar extinguido

 

19

 

Me dejo beber por tus labios hechizantes

Ornamentamos el espacio desértico del silencio

Mientras espero esa orden divina que me proteja

De claudicar herido bajo tus piernas




Gerónimo Pose (Montevideo, 2003)es poeta, narrador y musico. Nació en la ciudad de Montevideo, Uruguay. Publica poesía en distintos blogs de literatura bajo su nombre o el seudónimo Mr. Bols.

 

sábado, 9 de julio de 2022

Colombia Truque Velez (8 poemas)








HOY

 

Hoy no soy poema, ni ángel ni demonio

hoy soy el limbo que me habita

niebla indolora a donde no acude el sonido.

Hoy no soy palabra, ni grito ni susurro

sólo el lecho apacible, el luto de la sombra

tiempo inmóvil por el que no fluye la sangre,

ni cicatrices ni heridas.

Hoy, paraísos perdidos

y tú no estás —no sé a dónde fuiste.

 

ENTRE UNO Y ESTO

 

¿A qué distancia me aparto
que casi pospongo el arrebato
supliendo en arcones
lo que me habría faltado
a fin de no morir
de muerte ajena?
Y no obstante, sabes dónde hallarme
Vienes, cargando tus inútiles
pífanos, y ensayas así crearme
en una dulzura que ese viento
sabrá cómo arrastrar
dejándonos una impresión hastiada.
La de una embriaguez
en la que ubico en otro pie
el superfluo filo
de tu afincada nariz
para que pueda reafirmar mis ideas.
Para que pueda hacer el centro
inamovible de mis lugares
concéntricos, estáticos, sutilmente
mayestáticos…. ¡a falta de brújula!
Pero, ¿a qué distancia me llevo
el peso muerto que me cura
y disipa los excesos esenciales,
remediados en acosos irreverentes
a fin de no vivir
de vida ajena?
Y no obstante, sabes dónde hallarme
Prefiero el aire para decir,
atravesando mis cuerdas vocales,
penetrando mis fondos,
de cuáles resonancias habré temblores,
de cuáles afán, de cuáles muerte;
dónde precipitar, letra por letra,
categóricamente, las líneas
más propensas, las más afirmativas.
¿A qué distancia deberé
mudar entonces
cada partícula
que congracia lo debido
y lo intenta una
y otra vez conmigo
a fin de no hablar
de voz ajena?

A Sonia Nadezhda Truque Vélez

 

UN PUEBLO PEQUEÑO


Las monedas, el tiempo circunscrito a un ruedo de arena maculada, la diaria rotación de los periódicos que se diría interminable, los esquemas reducidos a recorte, a collage de mis funciones necesarias.

Y,

Abruma la bruma matinal
y su dispersión pausada

Abruma el mediodía largo
por donde pasa el tren
estirando su silbido

Abruma la siesta que aprisiona
el bochorno contenido
de las calles

abruma la roja llana
en que se incendia el cielo

Abruma de morriña vacua
carente de algún anhela cierto

Abruma el vespertino deambular
a solas por el pueblo pequeño
abruman las luces de tan pobres
y abruma que temprano se quede
el pueblo dormido
hasta que cante el gallo
Abruman esas noches en que no existo
abruma que en la alcoba
alguien desaparecido de mi vida
hace ya tiempo
venga y tome mi lugar.


NARBONNE, ESCRITO EN BOGOTÁ

 

Nuevo rumor de cosas ya tan viejas

como días claros viajados de sur a norte
siguiendo estelas de asfalto
tan dudosas al crepúsculo
cuando llegados a un punto incierto de destino
el tiempo consistía en sombras
que desdibujaban los rostros y las voces
-sombras crecientes sobre nuestros azares
pasados: la habitación invadida de noche,
de humo de cigarrillos
de latas vacías de cerveza
con el crepitar del fuego encendido
y esa espera anhelante del futuro.


AUTORRETRATO


Cuando nací ya eran viejos los Rolling Stones
pero a mí siempre me gustó Angey
y las canciones de Serrat en la penumbra
de ciertos atardeceres ya olvidados.
Viví de lo que nos dejaron los sueños incendiados
en mayo del 68. Habité ese Londres
que alguien inventó
para que uno pudiera encontrar a la maga,
a Linton Kewsi Johnson, un cielo irrecuperable
en Saint-James Park y muchos años después
a un poeta de ese chile austral y doloroso
que escribió exiliados tangos londinenses
y siguió andando, uniendo los hilos de una trama,
para que un día la vida nos dijera
que el azar no existe, sino la magia
que todo lo convoca y lo reúne.
Casi nunca me he ocupado en nada serio
aunque todas las cosas serias me preocupan
-me preocupa, por ejemplo, que un niño llore
porque han de morir las mariposas.
Fumo como si esa fuera la única medicina posible
en un mundo sin remedio.
Como a todos los soñadores, me han invadido
los crepúsculos de algunas tardes
esencialmente tristes
-esas tardes en que el destino de los hombres
se parece a la brasa y la ceniza.
Milité en el lado de las quimeras, con Lenon
y Mayiakovski siempre en el corazón,
… y las derrotas.
Ahora, en el remanso, enciendo fuegos fatuos
con la herida de la trompeta de Amstrong
que me quema el pecho de imposibles.
De todas las curas posibles, escribir
es la única que le cuadra a mi locura.
Todavía no escribo sin embargo
ese poema perfecto. Me faltan huesos y no consigo
poner en orden el arbitrario calendario
de mis ansias y temblores.
Hay en mis noches un fulgor secreto,
palabras teñidas con la claridad de los días,
viviendo como el fuego que se resiste a morir.
Acompañarán mi paso como el ligero silbo
de una canción que abre un camino
en la memoria: sólo soplo de aire
que se me escapa incesante de la piel.

1


En la quietud de la noche
la estrella que se disipa detrás de la nube

Viento y nostalgia

Almanaque de instantes
que regresan
solo pétalos dispersos y amarillos

Condena de vivir hora tras hora
amarrados al tiempo
adivinando fugaces fulgores

Oscurecidos a la sombra

Nimbados de infinito

Aéreos y aferrados a la tierra.

 

3


Las lluvias han marcado
con su ritmo monótono
la lentitud de esta tarde
El tiempo, como un caimán
inmóvil a orillas de la corriente,
se demora después
en el último sol del atardecer

La penumbra del cuervo
llega paso a paso
a opacar en sombras
las copas de los árboles
el eclipsado vuelo de las aves

Morosa, la palabra del ocaso
antes de la oscuridad
de la cotidiana derrota de la luz

Lentas también estas palabras
que se encadenan en un inútil ejercicio ritual:

hacer del poema
una borrosa instantánea
que alguien le toma al tiempo.

 

9


Letras dilatadas en un espejo de distancia
un espejo lívido habitado por un rostro
en espera de su definición

Árbol que aguarda desnudo
para vestirse de follaje

A veces también ese recodo imperceptible
que envuelve todas las cosas
si uno las mira con tensión de arco
donde la flecha se tiende
preparada para un blanco que se niega a resumirse

La prisa del corazón como animal desbocado
que se adelanta al paisaje con sus ojos
lo consume como el rayo
y sin saberlo ya ha sido devorado
por el verde y la ingravidez del aire

Ciertas vocaciones arcanas
cuya clave es un destello
una intermitencia entre dos abismos afiebrados

Y el ángel que le respira con sutileza de llama
por encima del hombro

La espuela es esa insuficiencia
con la que nos decimos y decimos el mundo

He ahí el buitre más certero
para carcomer entrañas.

A Yvonne-América (RIP) y Sonia Nadhezda, mis amadas hermanas.



COLOMBIA TRUQUE VELEZ, es poeta, narradora y traductora. Ha publicado tres libros de poesía: Palabras de sueño y de vigilia (Ediciones La Catedral, Bogotá, 1984), Lugar de un secreto Nadir (Colección Viernes de Poesía, número 53, Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, 2007) y Poemas al Margen (Ediciones El Canto de la Cabuya, Bogotá, 1998). Obtuvo el Premio Nacional de Cuento en 1993 con su obra Otro nombre para María. Es cultora del micro-cuento y miembro de la Internacional Microcuentista. Muchos de sus textos originales y traducciones se han incluido en antologías y algunos de ellos pueden encontrarse en páginas de Internet.

 

 






 


jueves, 7 de julio de 2022

Pia Tafdrup / (16 poemas )

 







RECREO MACROCOLECTIVO

 

En una sociedad dentro de una sociedad,

ahí vivo. Con una cinta de cuero

trenzada y sin mucha ropa.

Me despierto hacia mediodía

con los tímpanos temblando

por las notas de rock que retumban

entre las tiendas de campaña del lugar

y los pájaros del terreno

deben abandonar sus marcas.

Igual que yo en las noches estrelladas

me tambaleo, me balanceo y caigo

dormida con las oleadas

de conciertos de alta frecuencia.

Uso la ducha portátil

común. Hago la compra

en la tienda provisional. Me como

un revoltijo planificado

de verduras biodinámicas

y arroz sin procesar. De agrio

y dulce equilibrado

con amargo y salado. Paso

pocas horas sobria a pleno día

en happenings espontáneos

en la arena. O escucho

discusiones de las reuniones conjuntas.

Sobre anarquía. Sobre utopía. La vida

fuera de las leyes existentes

se muestra caracterizada por otras

leyes. Me tumbo en la hierba y río

hacia el sol después de la borrachera. Una

risa infinita. O participo

descalza en una fiesta. Con costo,

priva y caricias colocadas. Las ideas

se propagan. Con desenfreno.

Un espíritu pionero ha levantado

un tiovivo con coloridas

cabañas y tiendas. Hecho

sitio para las hogueras. Construido

las calles de pueblo. Montado

los tenderetes cojos

de las calles del Colocón y de Nepal

junto con un cobertizo para astromasajes

no muy lejos de la calle del Solano.

Una carrera de conejos y niños

educados gnósticamente entre

las tiendas. Por perros, cabras,

personas pintadas. Con

y sin pantalones. En un continuo

y mutante alucine común.

Soplo a soplo me levanto

a mi propio ritmo tranquilo.

Las vibraciones se expanden. Solo

la pura fantasía puede transmitir

fuerza dinámica desde la fricción

del mar de vuelta a la luna.

Me levanto mareada del campamento

de Thy. Donde nada se detiene

cuando ha terminado. De vuelta

para el último año de colegio.

Equipada con necesarios

conocimientos de primera mano de

un recreo macrocolectivo

en un planeta extraño.

Donde apenas pude vivir

más de una semana de mi vida.

 

BLANCO ENCABRITADO

 

Sangre roja, sangre blanca, sangre negra,

llenan el cerebro

hacen estallar el cráneo.

La tierra se agrieta, noche estrellada

sobre los campos cosechados de mi padre

donde siete caballos blancos nos llaman a que salgamos

con potentes relinchos.

-Esa gota en la memoria

es un océano lleno a rebosar.

Sangre roja, sangre blanca, sangre negra,

allí en el campo los caballos encabritados se detienen –

huidos

de un circo ambulante

o enviados,  ¿de dónde?

Nosotros no tenemos caballos en la granja,

pero ¡han venido a nosotros!

Sin sillas ni jinetes…

Estoy despierta

hasta el tuétano de mi espinazo,

 estoy galopantemente despierta.

Los poros de la piel se abren

desbocados,

la noche entra, fresca, clara.

Me ciegan

las panzas de blanco lunar de los caballos,

los oigo relinchar cuando nos ven

a mi padre y a mí.

Por un segundo descendente

los caballos levantan mi corazón

más alto –

de lo que nunca antes he volado en el espacio.

Caballos preparados a entrar de un salto en la noche,

salir fuera de un salto.

No hay cartel que ponga

Prohibida la entrada a los caballos

este planeta es un territorio abierto de par en par.

Todo puede pasar.

- Un océano de fuego y sal

lo inunda todo.

Pesados golpes de cascos se alejan,

después

insuperable crepúsculo. Retumbante.

 

ALEGRÍA

 

Primero está la alegría,
introducida de estraperlo por la frontera

atravesando un túnel estrecho.
La noche está por encima, ahogada en el mar,
metida bajo tierra, ha pasado miles de años sola.
Olores que ya existían
lo rodean todo,
los caballos bufan en el establo.
Despertarse con luz,
mirar el juego de sombras en el papel pintado,
oír los pájaros en las hiedras y arbustos.
Las voces y risas de los mayores,
una pista de aterrizaje segura
al otro lado de la pared.
Primero está el jardín de la mañana
al sol,
su manera de iluminar al corazón.
Las manzanas caen sobre la hierba cálida,
los insectos ascienden
desde los pétalos de las flores.
Primero está la apertura
que pronto se cerrará,
sin rostro.
Primero está la confianza,
que será engullida con facilidad
por el miedo galáctico.
Primero está la alegría,
que recién nacida mana
hacia el mundo, soñándolo.
Luego le sigue la pena, luego la ira,
y alguien dice:

 ̶  Que la paz sea con ello.
La vida es la muerte que vendrá,
pero primero está la alegría.

 

FILO EXTERIOR

 

El lago con los gatitos ahogados,
en él
patinamos, herimos
al invierno espejado.
Filo interior y filo exterior
ejecutados por mi madre
con un niño en la barriga,
patina hacia atrás
sacando el trasero hacia fuera
y los brazos en horizontal,
los patines deslizándose
 de lado a lado –
pero sobre todo
el sonido de fresadora
del metal recién afilado
contra el hielo,
un zumbido de chispas de nieve
saltan en la luz.
El lago con los gatitos ahogados,
en él
patinamos
cuando el hielo es lo bastante grueso
para olvidar
las patas que se agitaban en el aire
las garras que se extendían,
los animales ciegos hundiéndose,
pataleando en el saco
con la piedra pesada.
Las burbujas, como largos
ríos
en el agua negra,
donde los anillos tenían su centro
   como blanco de tiro,
en el mapa de alcance
de los misiles de Cuba.


LA MANO DE MI MADRE


Me baño en la quieta luz de una gota
y recuerdo cómo llegué a ser:
Un lapicero puesto en la mano,
la fresca mano de mi madre sobre la mía, cálida.
- Y así nos pusimos a escribir
entrando y saliendo de corales,
un alfabeto submarino de arcos y puntas,
de caracoles espirales, de estrellas marinas,
de blandientes tentáculos de pulpos,
de grutas y formaciones rocosas.
Letras que con sus cilios se abrían paso
vertiginosamente entre lo blanco.
Palabras como lenguados aleteando
y enterrándose en la arena o anémonas oscilantes con sus cientos de hilos
en un quieto y único movimiento.
Frases como cardúmenes
que se hicieron de aletas y ascendían
y también de alas que en compás se agitaban,
palpitando como mi sangre que a tientas
golpeaba estrellas contra el cielo nocturno del corazón;
fue cuando vi que su mano había soltado la mía,
que yo hacía mucho, escribiendo, me había desasido de ella.

 

EL ABREVADERO DE LOS SUEÑOS

 

Aquel que tenga oídos para oír
escuchará un mar de música,
una corriente submarina de palabras
que se desliza por la penumbra y desaparece volando
con un recuerdo de nubes,
de sombras, de meandros
y del viento sobre la hierba.
Las aletas transparentes y de fina seda del pez,
una anal, una dorsal y una caudal,
dos ventrales y dos pectorales,
siete alas para viajar a la velocidad de la sangre
a través de los mares del mundo,
noche tras noche,
entre cráneos de delfines, caracoles
y ostras fósiles, entre verdes algas
que durante el día relumbran como una eterna primavera.
Siete colores en un arco iris
para surcar el cielo
como el primer ciervo del año
brincando por los campos.
Siete colores en un arco iris,
trazados con geometría
sobre el firmamento del alma,
mucho antes de que el más antiguo vertebrado
poblara el agua, una era
antes de que los primeros subieran a la tierra
para después dar vida a anfibios,
reptiles, aves y por fin a aquella
que ahora está sentada en silencio, escuchando.
Aquel que tenga ojos para ver
tendrá que escuchar bien
cuando caiga la lluvia, cuando las gotas
resuenen como la luz en la música,
puras como la primera eyaculación del muchacho,
y sobre todo después,
cuando un arco iris acústico
entre formaciones rocosas y altas montañas
ardiendo tenuemente se eleve desde el polvo
desplomándose hacia arriba,
y es entonces que uno, en un palpitante destello azul,
con euforia amará su propia vida,
porque es de uno,
y uno sabe que se cerrará
como la puerta de este poema
que ahora termina dando un portazo. 

 

LA CAÍDA DEL MURO

 

Deseo en enero de 1989 con tanta fuerza

como puede desear una persona

ser algún día testigo

de la caída del muro de Berlín.

Estoy 200 años después de la Revolución Francesa

en el frío de un lugar elevado,

observando el cemento, el alambre de espino, las verjas electrificadas,

filas de barracas grises y lúgubres.

Hay conejos salvajes saltando alrededor de la zona

entre el este y el oeste.

Ese mismo año se abriría la frontera,

yo lo veo en diferido el 9 de noviembre

desde West End Avenue en la tele estadounidense.

Los guardias levantan las barreras,

permiten sin trabas

que los coches y peatones circulen libremente

del este al oeste

mientras la gente en algún lugar entre sueños diurnos y nocturnos escala el muro.

La noche socialista se diluye

en la capitalista, el júbilo

no tiene fin,

la fiesta en las calles dura toda la noche.

Oigo dos días después en The Kitchen

que Heiner Müller y Heiner Goebbels

aparecen haciendo un bis

acerca de la caída del muro,

la sala está hirviendo, una alegría aguda

hace estallar el momento.

Cae el muro, el cemento, las verjas

y el miedo cotidiano.

Oigo saludos desde Alemania

en Nueva York,

los anuncia Heiner Müller,

que es conocido como artista,

no agente.

El ojo ígneo del sol,

algo atraviesa el tiempo flotando,

el cielo se hace grande sobre Berlín. 

 

LAS BALLENAS DE PARÍS

 

No creo que sea a París a quien cantan las ballenas de los grandes océanos,
pero la ciudad está preciosa esta mañana, cuando me despierto
tras haber soñado con ballenas juguetonas que pesan toneladas.
Por todas partes nadaban los gigantes animales,
mi única salvación en el mar agitado
era agarrarme a sus colas, que eran tan resbaladizas
que mis manos resbalaban cuando las ballenas giraban
o las movían con fuerza, lanzándome muy lejos,
pero cada vez que volvía a ellas, me volvía a agarrar
y de ese modo me mantenía con vida toda la noche…
En la pared de enfrente veo ahora que es una mañana luminosa,
el saludo de los pájaros sugiere lo mismo,
las ballenas están lejos, una mujer va de ventana en ventana,
sube las persianas y entorna las ventanas,
– esto lo incluyo en mi protocolo onírico.
El sol entra en la cocina de la mujer,
que camina reuniendo montones de ropa.
Cada día nos inventamos nuestra vida;
una combinación hasta ahora nueva de lo conocido y lo desconocido
quizá surja hoy –
depende de lo que se nos ocurra,
lo que nos ocurra, nos abraza con una mirada llena de memoria
cuando buscamos una entrada a algo

que es libertad para el alma –
y no tolerará más límite que el cielo abierto.

 

SALTO

 

Una mosca avanza
enorme como una ballena,
la luz parpadea —
yo asciendo sin parar con el animal
entre las crestas de olas de las nubes.
Me despierto, no puedo dormir
la mitad de la noche, un nuevo milenio
ha comenzado en el fondo del alma.
La piel es cálida y tú
no paras de ascender,
hasta que el animal se sumerge de súbito
y a toda prisa vuelve a la superficie…
Me pones una bebida
de sal y espuma alta,
de principio blanco como la nieve.
Un mar de átomos indomables se abre
por vasos cónicos
de tallo alto, crecen
palabras entre la noche
hacia un primer crepúsculo en oriente,
los más tempranos colores matinales de la apoteosis.
Soy cadera y hombros,
cuello y talón,
una brizna de hielo
se derrite en tu sol,
supersónica.
En mí caes
y caes:
soy un último cielo para tu aterrizaje.

 

EL FOCO CANDENTE DE LOS OCÉANOS

«Prohibido pescar»
dice el cartel junto al océano curvo
pero yo acabo de cazar
una ballena
sin ser engullida:
las palabras la llevan ahora en la boca.
En la luz,
que es gris como ceniza humana,
pienso en la esencia de la ballena
– comprendo,
mientras la tierra recibe besos
de la lluvia que arde como el metal,
que nada de esto es lo que esperaba.
En un mundo enfermo no existe más centro
que lo que se mueve libremente…
¿Qué cazó
el ojo de la ballena?
Desde el mar primigenio me amenazó
con la alegría de un cráter,
con una sacra desvergüenza.
Para mi alivio, llena
infinitamente más que mi propia vida
el soñar con ella,
– o para agotar el poder de lo posible,
encontrarla desnuda y febril
y darme cuenta,
mientras lo milagroso arde y duele,
de que pierdo mi alma en la suya
porque ella pierde la suya en la mía.

 

SÓLO LO QUE NO HA EXISTIDO NO SE PUEDE PERDER

 

Está nublado y el silencio estalla:
el sueño del colibrí, el sueño de la ballena
(¿tienen un denominador común,
aparte de que ambos han visto tu alegría?)
— No me despiertes
con tu desaparición…
El colibrí está quieto en el aire
con las alas batiendo,
un temblor moldea mi cerebro.
El colibrí succiona miel
y es bautizado con el nombre de «besaflor».
Tus labios tocan mi rostro,
quizá me has confundido con una flor sucia,
o florezco en caída libre entre tus manos,
fluyo tan profundo
que me pierdo en la oscuridad
protectora de los océanos.
La sangre tiene un fuerte olor a sangre,
he visto una ballena y me elevo contigo
en el ensordecedor abrazo
de lo creado.
Entre continentes angulosos se mueven nuestras huellas candentes,
sobrevivimos en la tierra virgen del mar
entre la noche y el día y memoria condensada
bajo el cielo gris espuma.
— No me despiertes
con tu desaparición…
El sueño del colibrí, el sueño de la ballena:
¿tienen un denominador común,
aparte de que ambos, en relámpagos de espejos mágicos,
han visto nuestra alegría desperdiciarlo todo?

 

SACRIFIER

 

Medio dormidos respiramos al compás vueltos el uno hacia el otro,
como si respirásemos con los mismos pulmones —
pero dos cuerpos separados
son necesarios para dar forma a la inmensidad.
El descenso de los labios en un beso
hacia la sal caliente de un hombro que se mece.
La dulzura del aire de mayo
se mezcla en la sangre con el verano verde ácido.
Inhalamos lo blanco, lo puro,
exhalamos el carbón.
Las verjas vidriosas de los minerales crecen en nosotros, claras
e ingrávidas. Como un crujido mudo y duro en la montaña.
Cuento hacia atrás
hacia la oscura y amorfa melancolía,
hacia el torbellino de una vida
que nos da
nuestra muerte —
cuento hacia delante
hacia la luz y la precisión prismática.
Me atraviesan volando:
primero tu fuego lunar, luego tu sol matutino,
– caminos de olvido por donde
soy transportada hacia lo real
y me reciben con los brazos abiertos,
me siguen llevando
sin entender por qué ni hacia qué…
En danés se diferencia entre
«entregarse» y «sacrificarse»,
pero en francés es la misma palabra,
roja y de doble filo,
noto un aliento creciente
bajo un asalto a contraluz.
Un repentino estallido
de tu silvestre veneración
pone su firma de huellas evanescentes.

 

NO SOMOS ANIMALES DE UN DÍA (de «Las ballenas de Paris»)

 

En la oscuridad la luna vigila
cóncava.
Tus ojos están cerrados –
todos han visto algo,
pero ninguno lo mismo.
Lo que el rostro oculta,
lo observa la noche
y la puerta está abierta.
Tus ojos están cerrados –
tu cara está cerca de la mía.
Una fuerza no para de crecer
desde el momento en que nacemos,

– y no somos animales de un día.
Nuestros cerebros no están construidos
para manejar alas,
sino para construir lenguajes
y navegar de otra manera:
pensar es intentar
mirar de una nueva forma, clara polar
 – lo cual también quiere
decir entender las limitaciones.
Tus ojos están cerrados –
tu cuerpo es un salto adelante
en el resplandor de azafrán.
El sueño ha volcado
la piedra rosetta de tu cerebro;
muestra un escrito
que no habíamos descifrado…
Nuestro lugar es el tiempo
y leemos
como si intentásemos recordar lo
que no nos ha sucedido.
Lo que no hacemos
no se perdona.
Una mano agarra con fuerza,
la otra protege,
una tercera bendice.
Tus ojos están cerrados –
el alma es arrastrada
por el espacio infinito,
construido por las pausas de la música.
Tengo tu grito
                            en mi boca.

 …

 

CUENTOS DE INVIERNO

En el tren se me acerca un hombre

y me pregunta

por el libro que leo,

Cuentos de invierno, de Karen Blixen.

Soy vista

por una mirada luminosa,

no busco escondite en el paisaje

que pasa ante el cristal del vagón,

porque esta mirada no

va a caminar a otros lugares.

El libro está entre él y yo,

no se puede usar como escudo

porque de repente

nos está uniendo.

Mejor pedida de mano no la he conocido,

deja su impronta en el alma.

Es él, el que pocos días después

bajo una corona de libros verde pálida

me besará

una noche de agosto

cuando el sol caiga en picado.

Temblamos, y todas las hojas del árbol

se ponen en movimiento.

El germen de los sueños

planea

en el viento tibio.

Es él, con quien después

me casaré,

un cuento de invierno con el sol en lo alto y un frío insondable.

 

FILO INTERIOR

 

Sueño que un hombre en el hueco de una puerta

me observa.

Lo reconozco enseguida,

me atrae.

¿O me busca él? La mirada penetra.

Voluntad de tigre, sed de tigre,

el deseo del pulso tras una verja en llamas.

En el sueño, las paredes se inclinan sobre mí,

el papel pintado de la habitación está gastado,

no hay una sola ventana.

Un brillo matutino blanco como el cloro

desde la ventana real

desintegra el silencio

con una náusea repentina.

Estoy despierta y anhelo

que justo esa mirada

me vuelva a encontrar, su relámpago de fuego

brote

fuera del sueño.

Un viento luminoso vuela

a través de un árbol otoñal aún verde.

 

NIÑOS VIEJOS

 

Una cosa es ser madre de tus hijos,

y otra

ser madre de tu madre

y aun así sentir culpa

por no tener tiempo

de estar ahí cuando lo necesita,

pero se contenta

con dar buenos consejos que ella no

acepta

porque solo quiere que le den permiso

para ser ella.

Un día ser niña

y ser consolada —

el otro arreglárselas sola y ahora

preferir apoyarse en el viento

a usar bastón,

preferir ser atropellada

a hacerse con un andador,

preferir quedarse en casa

a llevar una alarma,

preferir caerse un día

por la escalera

y morir.

Preferir morir

a ser salvada

y volver a ver a su familia

y por tanto estar lista para vivir unos años más.

 

Pia Tafdrup (Copenhague, 1952) es una figura fundamental en la poesía nórdica. Ha sido galardonada con el Premio de Literatura del Consejo Nórdico en 1999 por el poemario Dronningeporten, en 2005 obtuvo el Premio Søren-Gyldendal y en 2006 recibió el Premio Nórdico de la Academia Sueca; en 2001 fue nombrada Caballero de los Dannebrog. Desde su primera publicación, en 1981, ha editado más de 20 libros, 18 de ellos de poesía, dos novelas y dos obras de teatro. En 2006 se tradujo al castellano Tarkovskijs heste (Los caballos de Tarkovsky, ed. Bassarai). Salamandersol se publicó en el año 2012 en Dinamarca (ed. Gyldendal) y Suecia (ed. Ellerströms) y en 2015 en Reino Unido (ed. Bloodaxe). Cada poema de los 60 que componen Sol de salamandra corresponde a un año en la vida de la autora. Sus libros han sido traducidos a 17 idiomas y ha participado en antologías y revistas de todo el mundo. Desde 1989 es miembro de la Academia de las Letras en Dinamarca.