jueves, 2 de diciembre de 2021

Elizabeth Schön (15 poemas)

 



Digo mar

resplandecen las rodelas

se alargan los alcores

mas sólo he pronunciado

aquella voz primaria

traslúcida

vibrante

con la que el hombre

se unió a la tierra y a los cielos.

 

Estamos cercados.

El espacio amordaza.

La altura desaparece.

Se ha perdido la inmensidad

permaneciendo un oscuro cascarón

que busca afanosamente

el borde final del cielo.

Si miras el vacío encontrarás el horizonte del primer y único principio.

El vacío, el horizonte son cauces de la voz sorprendentemente única.

Y si eres humilde no preguntes, ella mira lo que tus ojos no alcanzan a ver.

 

AL ALCANCE DE LO INFINITO

 

Por el agua que emerge del hombre que ama, habrá en cada

ciudad una cumbre, un árbol, un manantial y aun habrá

esa ladera silenciosa, íntima, donde recobrar el horizonte

enterrado por la tenebrosa ansiedad.

Y porque jamás deja de cubrir la tierra, podrán los

hombres renacer y alcanzar el primer centro del arraigo

y la plenitud.

 

BLANCO AROMA ABIERTO

 

El rayo abre el recuerdo

lo fragmentado del olvido

el despertar del sueño

cuando pisa

el lado contrario de su perfil.

La flor en la abertura del origen

y su inalcanzable principio original.

 

SIN NADA EN LO VISIBLE

 

No instala puertas,

peces, vendavales.

Se le dice flor

y ¿ puede poseer algún otro nombre ?

Porque del brote parte el rayo,

del rayo la serpiente

y de la serpiente

lo salobre de la brisa.

La flor de donde emerge

si no la atrapamos en lo visible

ni en lo invisible:

abundancia de alas

no alas de las aves

ni de la razón.

 

La palabra es orilla de aquel tallo

desde el primer instante solitario del vacío.

Tiempo parejo de lo inmensurable

igualmente aquí,

en los cardones de hiriente boscosidad,

en las tejas destruidas por el desamparo.

Y ella íngrima, inexistente, en los arcos de las flores,

en la corriente de lo justo,

y alguna calle envuelta

en la alegría de un camino

inexplicablemente inmenso.

 

¿Que es la poesía?… es una estrella…cada vez que el

poeta es traspasado por ella, toma la pluma y encuentra

el papel donde desahogar su pensamiento…el

pensamiento se parece al brillo de la estrella…nunca

está opaco para la vida…siempre, como la piedra con la

que tropezamos…el foco es la luz que se opaca y coge

al ave y sigue siendo estrella.

 

Le dije: —¿Hay algo más fuerte que una roca?—. El abuelo, sin necesidad de hablar, hizo que mirara la luz de la luna y viera las aguas y el espacio íntegro, con los astros y las constelaciones titilando. Entonces le pregunté qué era la fuerza; sólo me respondió: —Mira—. Y vi el mundo, el cielo y todo cuanto en la playa yacía y también miré la sombra de mi cuerpo que, junto con la del abuelo, se extendía en la arena para internarse en las aguas y desaparecer en el fondo pedregoso de erizos y corales

En un portón un niño juega con una perinola, su hilo ágilmente se dobla, se alarga, se curva, mientras el niño inmóvil no ríe, no habla, permanece alerta al hilo que se estira, se encoge, forma una circunferencia que la claridad traspasa y el viento no destroza.

 

El amor ama, esa su habilidad, ese su don.

Y la torre distante es conclusión de una arcaica paciente entrega de los hilos amorosos que no cesaron de prolongarse.

El amor no desiste. Conserva sus extremos. Acrecenta los centros hasta el primer punto del comienzo.

 

De allí su distinción con la piedra entre el pozo y su continuidad frente a lo voraz tragándose hasta el final del astro.

De aquí su tiempo de poblado, valle, su ademán de cava, colgadura, su figura de cesta y blancura alargándose a través de su observación y el tino con el que ha de acercarse.

Rompe y hallarás

lo que va entre los aires

hacia donde la copa ofrenda

y la mujer se tiende junto al pozo

con la nube dentro

para escuchar el río nuestro

del propio sonido interno:

rastro de la tierra

en el camino del árbol inarrancable

y la abertura del relámpago.

 

En lo invisible

lo entrañable que expone la voz

la palabra.

La escritura es un hilo alto

largo, denso, traslúcido

que horada desde lo oculto

sonoro de la vida

hasta el tiempo de la memoria

donde de vez en cuando algo yace

y cae quizá para la flor

que igual al olvido es inaprensible.

La calle, el mendigo, la soledad

El hombre en su reinado

de descuentos y asaltos

En la avenida

el saludo se borra

por el recio afán de la obsesión

La gente se dispersa

se pierde sin llevarse

la armadura efectiva del “Buenos días”

Mas ahí

En quieto y atrayente oleaje

la contorsión de la mazorca

el alarde directo de la competencia

el regadío húmedo de lo campestre

y su movimiento hacia fuera

muy poco hacia adentro

Un bolso de geranios

grises de vendaval

hace sombra sobre el cemento

no carga cuento alguno de la niñez

es apenas un azul opaco

para la lejanía de los árboles

La mujer

los ojos sobre las toronjas

dicen que aún hay fe

en las aldeas de los ríos

junto al sol, allí

para la llegada de la paz

entre los hombres que siguen

hacia lo lejano, diferente, otro

El disparo

su rostro de rencor

su frente de alerta y punzón

ha herido la azucena blanca de los enlaces

el niño, el anciano, el adolescente

buscan la planicie curva de los mares

y el alma siempre dentro

en pequeño caracol

aguarda huellas, propósitos, decisiones

Lejos, los nidos cálidos de los cables

reciben lentamente

el cargamento múltiple de la ciudad

 

La habilidad es el primer punto sobre el que giran la tierra, el hombre y la inmensidad.

La concibe el árbol en su silueta de campaña lentamente ascendiendo.

La ofrendan las aguas al no concluir.

La inscribe la brisa al rozar las vallas y las semillas soltar sus aros doblemente dobles para la paz, el amor.

El amor. La mano se tiende. El rayo.

El amor. La habilidad despierta y comienza su red a envolver lo que nunca tuvo red, menos rayos de sol sobre la puerta del albergue

 

Mi aroma de lumbre:

armario

grifo

buril

hace imposible

que los rayos no dejen de encontrarme.

Los caminos no concluyen

están en el primer saludo

y el primer paso con el que se va.

 

Elizabeth Schön (Caracas, 30 de noviembre de 1921 - Caracas, 15 de mayo de 2007) fue una poeta, dramaturga y ensayista venezolana. En 1994 fue galardonada con el Premio Nacional de Literatura. Monte Ávila editó una antología poética de Schön en la que se incluyeron trabajos correspondientes a sus libros En el allá disparado desde ningún comienzo (1962), El abuelo, la cesta y el mar (1965), La cisterna insondable (1971), Mi aroma de lumbre (1971), Casi un país (1972), Es oír la vertiente (1973), Incesante aparecer (1977), Encendido esparcimiento (1981), Del antiguo labrador (1983), Concavidad de horizontes (1986), Ropaje de ceniza (1993), Aún el que no llega (1993), Árbol del oscuro acercamiento (1994), Campo de resurrección (1994) y La flor, el barco, el ama (1995). La selección de los poemas fue realizada por la autora junto a la prologuista Luisana Itriago.