miércoles, 30 de marzo de 2011

Lena Yau / Venezuela



Lena Yau (Caracas, 1968) escritora hispano venezolana, Licenciada en Letras (UCAB) Master en Comunicación Social (UCAB) y culminó las asignaturas de un Doctorado en Filología Hispánica (Universidad Autónoma de Madrid). Reside en Madrid desde 1999. Colabora con artículos de opinión en la prensa de USA y de Latinoamerica y con revistas digitales como Delirio, Rasgado de Boca y Los Hermanos Chang. Ha dictado conferencias sobre literatura digital en las sedes del Instituto Cervantes en Pekín, Shanghai y Madrid. Es autora del blog Mil Orillas.

Puede conocer más en la entrevista que sigue:


Nociones elementales de jardinería


Lluvia

no intentes

reventarme

el cuerpo.


(Él se adelantó).


Usó mis manos

para arrancar

los rosales

sin herirse.


Removió la tierra

agostó las raíces

y tras una cerveza

se fue pisoteando

lo que fuimos.


(No. No miró)


Lava mis ojos

lluvia.


Borra la sangre

llévate el barro

deja el dolor.


Quiero hacer con él

un broche

que me recuerde


(cada día)


que de jardinería nada sé.


Toledo


El reflejo en la ventana

le habla de la memoria del trueno

del amor a la tormenta

del camino hacia un libro

y de sus huellas en el agua de Lisboa.

(El Tagus me tragó, nunca regresé a mí).


La mirada en el café

le cuenta su pasión por la novela negra

describe una comida en familia

tararea una canción folk que aprendió en Perth

y se abre.

(Siento cosas).


Ella ríe.

Él también.


¿Sabes que tu risa es descarada?

(¿Sí? Escríbelo en un poema).

Suéñame pero no me nombres.

(Intentaré no pronunciarte).


Si se secara el Atlántico

habría dos Toledos menos en el mapa

y dos amantes nuevos en la cama.


Entonces ella podría escucharle decir

que lo que enciende sus ganas

no son sus ojos de niña

no es la intuición de sus pezones

no es el eco de sus letras.


Lo que le arde,

le quema,

le chamusca,

es su hermosa impúdica irresistible

risa de puta.


saborgar


hizo girar el molinillo sobre la palma de mi mano

lloviznó polvo pimienta

dejó correr el aceite de oliva

me ordenó buen provecho

me lamí descarada mirando sus ojos

fuimos dos perros

esa noche memorable


Gone


Hoy no me acordé de ti.

La vida siguió

(como siempre).

En la alameda

los árboles

temblaron sus hojas

para dejarlas morir.

Quizás en ese instante

sentí algo

parecido a tu nombre.

Me detuve.

(No era tu voz).

Miré mis zapatos

y calculé el tiempo.

Hace mucho

que no aplasto

colillas encendidas.


Parhelia


Despertar de los ojos de la niña muerte,

del pez que intento devolver al estanque

con las varillas de un abanico isabelino

que antes estuvo en Aranjuez,

despertar de sus trozos destrozos de cristal gelatina,

blancos, irisados, pútridos, de la sauna pública,

de una vitrina sucia y de la náusea,

del baile de gogós submarinistas,

de un subterráneo,

del inglés al español al ladino al francés,

de ladrones plurilingües,

entender sin entender

siríaco y friulano,

rogarle a Plinio El Viejo

entre lágrimas

que olvide al volcán,

huir de una nube ardiente de azúcar rosa.

Despertar de golpes de tacón en mi frente,

de cámaras fotográficas perdidas,

de agendas y plumillas recuperadas,

abrir los ojos sucesivamente,

encenderle la luz a cada pequeño horror.

Descubrir que la tachadura

rompió el papel

que llevaba mi nombre.

Prensar los párpados.

No quedan sueños.