jueves, 21 de octubre de 2021

Jaime Sabines (12 poemas)

 



DOÑA LUZ XVII

 

Lloverás en el tiempo de lluvia,

harás calor en el verano,

harás frío en el atardecer.

Volverás a morir otras mil veces.

 

Florecerás cuando todo florezca.

No eres nada, nadie, madre.

 

De nosotros quedará la misma huella,

la semilla del viento en el agua,

el esqueleto de las hojas en la tierra.

Sobre las rocas, el tatuaje de las sombras,

en el corazón de los árboles la palabra amor.

 

No somos nada, nadie, madre.

Es inútil vivir

pero es más inútil morir.

 

ALLÍ HABÍA UNA NIÑA

 

En las hojas del plátano un pequeño

hombrecito dormía un sueño.

En un estanque, luz en agua.

Yo contaba un cuento.

Mi madre pasaba interminablemente

alrededor nuestro.

En el patio jugaba

con una rama un perro.

El sol -qué sol, qué lento

se tendía, se estaba quieto.

Nadie sabía qué hacíamos,

nadie, qué hacemos.

Estábamos hablando, moviéndonos,

yendo de un lado a otro,

las arrieras, la araña, nosotros, el perro.

Todos estábamos en la casa

pero no sé porqué. Estábamos. Luego el silencio.

Ya dije quién contaba un cuento.

Eso fue alguna vez porque recuerdo

que fue cierto.

 

Boca de llanto, me llaman

tus pupilas negras,

me reclaman. Tus labios

sin ti me besan.

¡Cómo has podido tener

la misma mirada negra

con esos ojos

que ahora llevas!

 

Sonreíste. ¡Qué silencio,

qué falta de fiesta!

¡Cómo me puse a buscarte

en tu sonrisa, cabeza

de tierra,

labios de tristeza!

 

No lloras, no llorarías

aunque quisieras;

tienes el rostro apagado

de las ciegas.

 

Puedes reír. Yo te dejo

reír, aunque no puedas.

 

EL LLANTO FRACASADO

 

Roto, casi ciego, rabioso, aniquilado,

hueco como un tambor al que golpea la vida,

sin nadie pero solo,

respondiendo las mismas palabras para las mismas

cosas siempre,

muriendo absurdamente, llorando como niña, asqueado.

He aquí éste que queda, el que me queda todavía.

Háblenle de esperanza,

díganle lo que saben ustedes, lo que ignoran,

una palabra de alegría, otra de amor, que sueñe.

 

Todos los animales sobre la tierra duermen.

Sólo el hombre no duerme.

¿Han visto ustedes un gesto de ternura en el rostro de

un loco dormido?

¿Han visto un perro soñando con gaviotas?

¿Qué han visto?

 

Nadie sino el hombre pudo inventar el suicidio.

Las piedras mueren de muerte natural.

El agua no muere.

Sólo el hombre pudo inventar para el día la noche,

el hambre para el pan,

las rosas para la poesía.

 

Mortalmente triste sólo he visto a un gato, un día,

agonizando.

Yo no tengo la culpa de mis manos: es ella.

Pero no fue escrito:

Te faltará una mujer para cada día de amor.

 

Andarás, te dijeron, de un sitio a otro de la muerte

buscándote.

La vida no es fácil.

Es más fácil llorar, arrepentirse.

 

En Dios descansa el hombre.

Pero mi corazón no descansa,

no descansa mi muerte,

el día y la noche no descansan.

 

Diariamente se levantan los montes, el cielo se ilumina

el mar sube hacia el mar

los árboles llegan hasta los pájaros.

Sólo yo no me alumbro, no me levanto.

 

Háblenle de tragedias a un pescado.

A mí no me hagan caso.

Yo me río de ustedes que piensan que soy triste

como si la soledad o mi zapato

me apretaran el alma.

 

La yugular es la vena de la mujer.

Allí recibe al hombre.

Las mujeres se abren bajo el peso del hombre

como el mar bajo un muerto,

lo sepultan, lo envuelven,

lo incrustan en ovarios interminables,

lo hacen hijos e hijos…

Ellas quedan de pie,

paren de pie, esperando.

 

No me digan ustedes en dónde están mis ojos,

pregunten hacia dónde va mi corazón.

 

Les dejaré una cosa el día último,

la cosa más inútil y más amada de mí mismo,

la que soy yo y se mueve, inmóvil para entonces,

rota definitivamente.

Pero les dejaré también una palabra,

la que no he dicho aquí, inútil, amada.

 

Ahora vuelve el sol a dejarnos.

La tarde se cansa, descansa sobre el suelo, envejece.

Trenes distantes, voces, hasta campanas suenan.

Nada ha pasado.

 

CUANDO TENGAS GANAS DE MORIRTE

 

Cuando tengas ganas de morirte esconde la cabeza bajo la almohada y cuenta cuatro mil borregos. Quédate dos días sin comer y verás qué hermosa es la vida: carne, frijoles, pan. Quédate sin mujer: verás. Cuando tengas ganas de morirte no alborotes tanto: muérete y ya. 

 

Entonces se enviaban suspiros en las rosas,

besos-palomas de balcón a balcón.

Pero la sucia noche revolvía alfileres,

sábanas, rezos, cruces, luto de amor.

 

Caras agrias, en sombra, el deseo encendió.

(Cuántos hijos tirados en paredes,

pañuelos, muslos, manos, por Dios!)

 

muro de agua, la angustia, se levantó.

Humo rojo en mis venas. Transfigurado cielo.

De polvo a polvo soy.

 

TU NOMBRE

 

Trato de escribir en la oscuridad tu nombre. Trato de escribir que te amo. Trato de decir a oscuras todo esto. No quiero que nadie se entere, que nadie me mire a las tres de la mañana paseando de un lado a otro de la estancia, loco, lleno de ti, enamorado. Iluminado, ciego, lleno de ti, derramándote. Digo tu nombre con todo el silencio de la noche, lo grita mi corazón amordazado. Repito tu nombre, vuelvo a decirlo, lo digo incansablemente, y estoy seguro que habrá de amanecer.

ME DOY CUENTA DE QUE ME FALTAS

 

Me doy cuenta de que me faltas y de que te busco entre las gentes, en el ruido, pero todo es inútil. Cuando me quedo solo me quedo más solo solo por todas partes y por ti y por mí. No hago sino esperar. Esperar todo el día hasta que no llegas. Hasta que me duermo y no estás y no has llegado y me quedo dormido y terriblemente cansado preguntando. Amor, todos los días. Aquí a mi lado, junto a mí, haces falta. Puedes empezar a leer esto y cuando llegues aquí empezar de nuevo. Cierra estas palabras como un círculo, como un aro, échalo a rodar, enciéndelo. Estas cosas giran en torno a mí igual que moscas, en mi garganta como moscas en un frasco. Yo estoy arruinado. Estoy arruinado de mis huesos, todo es pesadumbre.

 

LOS AMOROSOS

 

Los amorosos callan. El amor es el silencio más fino, el más tembloroso, el más insoportable. Los amorosos buscan, los amorosos son los que abandonan, son los que cambian, los que olvidan. Su corazón les dice que nunca han de encontrar, no encuentran, buscan. Los amorosos andan como locos porque están solos, solos, solos, entregándose, dándose a cada rato, llorando porque no salvan al amor. Les preocupa el amor. Los amorosos viven al día, no pueden hacer más, no saben. Siempre se están yendo, siempre, hacia alguna parte. Esperan, no esperan nada, pero esperan. Saben que nunca han de encontrar. El amor es la prórroga perpetua, siempre el paso siguiente, el otro, el otro. Los amorosos son los insaciables, los que siempre -¡que bueno!- han de estar solos. Los amorosos son la hidra del cuento. Tienen serpientes en lugar de brazos. Las venas del cuello se les hinchan también como serpientes para asfixiarlos. Los amorosos no pueden dormir porque si se duermen se los comen los gusanos. En la oscuridad abren los ojos y les cae en ellos el espanto. Encuentran alacranes bajo la sábana y su cama flota como sobre un lago. Los amorosos son locos, sólo locos, sin Dios y sin diablo. Los amorosos salen de sus cuevas temblorosas, hambrientas, a cazar fantasmas. Se ríen de las gentes que lo saben todo, de las que aman a perpetuidad, verídicamente, de las que creen en el amor como una lámpara de inagotable aceite. Los amorosos juegan a coger el agua, a tatuar el humo, a no irse. Juegan el largo, el triste juego del amor. Nadie ha de resignarse. Dicen que nadie ha de resignarse. Los amorosos se avergüenzan de toda conformación. Vacíos, pero vacíos de una a otra costilla, la muerte les fermenta detrás de los ojos, y ellos caminan, lloran hasta la madrugada en que trenes y gallos se despiden dolorosamente. Les llega a veces un olor a tierra recién nacida, a mujeres que duermen con la mano en el sexo, complacidas, a arroyos de agua tierna y a cocinas. Los amorosos se ponen a cantar entre labios una canción no aprendida, y se van llorando, llorando, la hermosa vida.

¡QUÉ RISUEÑO CONTACTO!

¡Qué risueño contacto el de tus ojos,

ligeros como palomas asustadas a la orilla

del agua!

!Qué rápido contacto el de tus ojos

con mi mirada!

 

¿Quién eres tú?  ¡Qué importa!

A pesar de ti misma,

hay en tus ojos una breve palabra

enigmática.

No quiero saberla. Me gustas

mirándome de lado, escondida, asustada.

Así puedo pensar que huyes de algo,

de mí o de ti, de nada,

de esas tentaciones que dicen que persiguen

a la mujer casada.

 

NO HAY MÁS, SÓLO MUJER

No hay más. Sólo mujer para alegrarnos,

sólo ojos de mujer para reconfortarnos,

sólo cuerpos desnudos,

territorios en que no se cansa el hombre.

Si no es posible dedicarse a Dios

en la época del crecimiento,

¿qué darle al corazón afligido

sino el círculo de muerte necesaria

que es la mujer?

 

Estamos en el sexo, belleza pura,

corazón solo y limpio.

 

ES LA SOMBRA DEL AGUA

Es la sombra del agua

y el eco de un suspiro,

rastro de una mirada,

memoria de una ausencia,

desnudo de mujer detrás de un vidrio.

 

 

Está encerrada, muerta -dedo

del corazón, ella es tu anillo-,

distante del misterio,

fácil como un niño.

 

Gotas de luz llenaron

ojos vacíos,

y un cuerpo de hojas y alas

se fue al rocío.

 

Tómala con los ojos,

llénala ahora, amor mío.

Es tuya como de nadie,

tuya como el suicidio.

 

Piedras que hundí en el aire,

maderas que ahogué en el río,

ved mi corazón flotando

sobre su cuerpo sencillo.


Jaime Sabines Gutiérrez (Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, 25 de marzo de 1926-Ciudad de México; 19 de marzo de 1999) fue un poeta y político mexicano, reconocido como uno de los grandes poetas mexicanos del siglo XX.