Maculada
I
Mamá me
pagaba con helados
debía
permanecer con las manos quietas
había que
sacar tantos moldes de yeso
como
fuese posible
devolverles
a las vírgenes del pueblo
sus
pequeñas manos caídas por los besos
de las
ancianas
II
A los 13
años me tiré de la ventana
cuerpo
ensordecido
el
pavimento, caja musical
los
talones golpearon el bombo de la tierra
la
columna desecha entre crisálidas
mi
infancia bautizada en mariposas de sangre
aplaudieron
las vírgenes
III
Celebró
la niña que descubrió el dolor del blanco
en las
manos de un pintor viejo
aprenda
señor a llorar sobre su leche derramada
la
adolescente que se tatuó arder
y
oscuridad en el mismo brazo
Yegua
Tiramierda
I
Pienso en
una fotografía
de mi
abuela
bellísima
a sus 17 años
recuerda
que un
hombre la llamó
yegua
tiramierda
Es
aceptar ser el blanco
de la
mierda de otros
una mujer
paciente
presta a
dejarse pasar por el tiempo
comparto
con las mujeres de la familia
la
fascinación por no querer
comprenderlo
mamá
teje, como Penélope
con el
fin único de esperar
mi
hermana mide
el tiempo
por la experiencia religiosa
mi abuela
alberga una eternidad
triste en
el pecho
II
Isla, mi
yegua
no quiere
que la monten
anda una,
dos, siete horas
con el
tiempo de la humanidad
en el
entrecejo
muere
reduce la
existencia a pastar, piensa
en el
horizonte
se olvida
de sí misma
con una
silla en la espalda
Sara Emanuel Viloria (Maracaibo, Venezuela, 1991)
Kakeche
Estoy
temblando en el lugar desconocido. El río tiene flores, no arrastra piedras,
es una
oleada noble cubierta de pieles negras. Estoy en el ruido de esta ciudad, me
desbordo.
Cerré los ojos y gritaron gualmapu. Venía de lejos, lo único que visualicé
fue la
cordillera bañada de nieve, se me enfriaron los huesos y al mismo tiempo
la ciudad
me empezó a abrazar. Lloré por verme lejos de casa, se me acercó un
hombre y
escuché entrequen. Me había vuelto ceniza y me fundí en el asfalto de estas calles.
A mi oído susurró una mujer –kakeche nunca, eres nuestra–.
[Arder]
Arder
en todos
tus bosques
[sin ceniza]
Estar en
tu pecho
encendida
Solárium
sagrado
Ángel que
me habita
luz de
pájaro en mis ramas
Arde
hasta que ningún polvo
sobre la
tierra nos pueda.
Eva Tizzani (Coro, Venezuela, 1995)
[¿qué es
esto de extrañar el miedo?]
¿qué es
esto de extrañar el miedo?
¿de
encontrar frías las noches de un verano a medias?
¿qué
extraño del miedo?
y me
respondo: la
pertenencia
la huella
la marca aquí bajo mi axila
el miedo me hizo/ el miedo miradas de óxido
sueño con
persecuciones y falso plomo
[la
montaña completaba el escenario]
aquí los
montes no me pertenecen
[Hemos
sido vedados]
Hemos
sido vedados
de lo
real, de toda apertura.
Se nos ha
impedido
el
reflejo; nos han puesto
frente a
un falso espejo
y se nos
dijo:
es esta
tu verdad.
Se nos ha
cerrado la apertura
de la
palabra, cegada
de tantas
mentiras que encarna.
Somos los
hijos
de la
raza enferma,
del útero
podrido
de las
falacias del Caribe.
Nos han
deshecho
las
trenzas que nos atan
a los
árboles,
luz que
atraviesa
todas las
pieles
de este
valle.
Se nos ha
llamado
a las
periferias, a los márgenes,
a las
tierras ajenas,
donde nuestro
nombre
es sombra
del vacío
y nada
más.
Miguel Ortiz Rodríguez (Caracas, Venezuela, 1993)
Estas
historias
no son
historias todavía,
son lo
que espera al otro lado de la ventana.
Esto que
tengo en las manos
que se
parece tanto a la tristeza
no es una
palabra muerta de frío, es el día
que nos
cuenta cómo termina todo.
No es el
pasado,
es lo que
va sucediendo
entre las
manos de las mujeres
y las
marcas de mis palabras,
es lo que
alguna vez dije y me dijeron
para
calmar la sed.
Este
sonar de campanas, esta herida de bala,
este
amigo muerto, esta pierna rota,
todavía
no son un poema,
pero ya
duelen, ya brillan en el cielo.
***
Que no me
hable del infierno quien no ha visto su nombre acompañado por navajas, quien no
ha volteado a mirar a un visitante como si fuera la muerte misma, quien no ha
caído dormido abrazado por los últimos rayos de los postes. Que no me
hable del
infierno quien no se ha perdido entre una tristeza infinita y ajena, quien
ha
perdido su propia tristeza y cuando escribe no se encuentra entre las líneas.
Que no me
hable del infierno quien siga con vida, que no me hable del infierno
quien
conoce la calma, que no me hable del infierno quien no reconoce el asco en
las
alargadas caras de la familia, quien no ha cruzado la mirada con la vergüenza
y el
miedo. Que no me hable del infierno quien ha estado en él, porque el fuego
no es el
mismo. Que no me hable del infierno quien tiene el tiempo dividido en
horas
perfectas, que no me hable del infierno quien llega siempre a tiempo. Que
no me
hable del infierno quien no se ha descubierto en medio del amanecer con la
memoria
intacta y los bolsillos vacíos. Que no lo haga, que no me hable del infierno
quien no
tenga amigos como mis amigos y los vea desaparecer como yo los veo.
Fernando Vanegas (San Cristóbal, Táchira, Venezuela, 1992)
Missvenezuela
buenas
noches, poliedro
a la
derecha la muerta
la
violada
tirada a
un costado del alfoz
la que se
perdió sin pasaporte
se operó
las tetas en oferta
con el
cupo cadivi
por
pundonor
miss
[muerta en el extranjero]
un fuerte
aplauso.
Padre
cuando lo
conocí
a los
trece años
tuve
miedo
del
soldado
que me
abortó
a quien
las botas habían torcido
los dedos
de los pies
tuve
miedo
de que se
arrepintiera
me
arrojara sus disculpas
como
hacen los soldados
que
preparan una guerra
a la que
nunca irán
frustrados
dejan dos
o tres mensajes
que yo
veo y no respondo
hasta que
me entero
de que ha
muerto
y que he
abortado un padre
Marta Sojo (Caracas, Venezuela, 1990)
Todo
estaba bien:
había
cervezas de todos los colores, whiskey destilado magistralmente, mujeres que
susurraban
mi nombre, comida abundante, playas cercanas, compartíamos poemas
al margen
de las fiestas y la noche acogía nuestras caminatas y nuestro cansancio.
Todo
estaba bien, aunque fuera una mentira, aunque estuviera marcado por la
ingenuidad
y el miedo.
Todo
estaba bien
hasta que
dejó de estarlo.
Desde
entonces odio el verano.
[La avenida]
La
avenida
todo
parece normal
Disculpe.
¡Trabajamos para usted!
una
mentada de madre
el camino
de tierra
ejercicio
Hänsel-y-Gretel
para
volver.
Miguel Ángel Hernández (Maracaibo, Venezuela, 1983)
Mundo
nuestro
mundo son las voces hablan tan fuerte que es imposible
no
escucharlas nuestra diversidad asusta quieren que seamos una
masa
que hablemos igual que escribamos igual las voces
guaraníes
son una amenaza al neoliberalismo las voces mapuches
son
bombas a punto de explotar las voces mayas son un acto
de
subversión las voces wayúu son disparos al sistema las
voces
quechua son misiles explotando las instituciones nuestra
diversidad
es un atentado camino por las calles de mi barrio y
los
represores han hecho un excelente trabajo masificados todos
uniformados
todos anestesiados todos cosificados en el tránsito
siguiendo
la señalética acelerando en las autopistas estrellados sin
luz
soñando con la desobediencia
antes
de la caída la levedad del vidrio
el
vidrio estalla en la boca sus minúsculas partes
flotando
la lengua una minúscula parte las ondas
de
letras suspendidas tal vez la voz sea sentirnos
no
hay direcciones los mapas no sirven en las transparencias sin puntos de
referencia soñamos viajar tal vez
llegamos
a decirnos algo tal vez no
del
vidrio se puede ver el filo algo azulado algo de límite estalla en silencio
como la respiración el tiempo
son
las minúsculas partes soñando que flotan se creen
transparentes
creen que vuelan pero es la antesala
a
la caída
la
medida es la tensión las minúsculas partes arden
entre
el flotar y el caer la tensión con la luz las hacen
brillar
la tensión con el aire las hacen suspenderse
las
minúsculas partes son los hormigueos del aire sus
bordes
eléctricos titilando breves heridas que se estiran
en
curvas el ojo asiste se alarga como astilla y ve algo
Gladys
Mendía (Maracay, Venezuela, 1975)
T
A ti
ni agua
que
engendraste exiliados del mundo
secaste
el sustento
y la piel
que
envuelve la comida descompuesta
Tú
reventaste
el pecho
que
eyecta sangre
que corre
por años
se pudre
como tus
entrañas
Tus
padres
reflejos
infames
te
relataron sofismas
pesadillas
pestes
resentimiento
aturden
por generaciones
Tus
sirenas cantan tus mentiras
que se
clavan en ojos y oídos
lobotomizan
Chispas
ciegan
zumbidos
atraviesan cabezas
rebeldes
por “accidente”
“enfrentamiento”
“suicidio”
Lo
orquestan filas y uniformes
Detrás de
ellos escupes odio
en tu
trono de mierda
Con
alicate arrancas
la
juventud
las
raíces
la voz
el
trabajo
las uñas
los
dientes
los
tendones
la
cordura
el miedo
a la muerte
Con
electricidad enciendes
dolor
terror
desesperación
carne
Bailas
sobre cadáveres
haces
aquelarre de miseria
atropellas
vulnerables con vehículos
frente a
millones
de
cómplices
Diriges
circos judiciales
contra
acusados torturados
te aplauden
tus zalameros
frente a
la podredumbre
Sueltas
monstruos y demonios
devoradores
de inocencia
bestias
de fuego y plomo
Encarcelas
y apaleas
en un
domo
en
cuartos de locos
en una
sepultura gélida
siempre
blanca
Saqueas
la tierra noble
envenenas
los ríos
matas a
sus criaturas
con tu
codicia
Eructas
moscas
que se
posan sobre tus aduladores
Repartes
botines
Compras
silencio
Crías
burócratas
Les
lanzas cebo a los farsantes
roen
desperdicios
a tus
pies
Estrangulas
las luces
las
corrientes
los
motores
las almas
hambrientas
los
enfermos
Persigues
las palabras
que
punzan tus miedos
las
callas
las
desapareces
Innombrable
maldito
húndete
con tu séquito
y tu
andamio
en tus
mazmorras
en las
sombras
en la
nada
Memorias
Orquídeas
y copihues
las posé
en mi pecho
y en mi
vientre
secas
están adheridas en versos
partituras
bildungsromane
conmigo
estarán
hasta la
última exhalación
o el
próximo destierro
Ivana Aponte (Caracas, Venezuela, 1990)
[En mi
familia siempre hubo guerras]
En mi
familia siempre hubo guerras
Silenciosas
Largas
Al
terminarse todos se alegraban
Ya era
tarde para mí
Apilado
en un montón de cadáveres
[Alimentaste
al cachorro con tu teta blanca]
Alimentaste al cachorro con tu teta blanca,
con tu espesa leche azulada
parecida
a la de nuestra madre. No lograste conciliar el sueño después de un día
largo,
soñaste apenas con el cachorro. ¿De dónde comenzó a enmudecer tu saliva?
¿Dónde
comenzaste a divagar en la pesadilla? Ahora ya lo sabes: te fue negado,
exiliada
de tu propio sueño. No podrás imaginarte una existencia respetable e
imaginar
tu vida despierta para siempre. Despertarás con sabor a insecto, de esos
que
devoraste durante la pesadilla, amargos y jugosos. Tendrás el recuerdo de su
textura
en tu lengua. El cachorro ha existido en tu memoria, ha gozado en tu
niñez, ha
crecido hasta transformarse en un inmenso lobo de afilados dientes, para
venir a
morder el palpitante órgano del sueño.
Julio Tizzani (Coro, Falcón, 1990)
[para mi
cuerpo]
para mi
cuerpo
el exilio
una
partitura de nieve
la
carencia
los
adioses
la
tormenta solitaria
lo muy
oscuro
lo oscuro
para mis
manos
la
ofrenda
una
oración ausente
y todo
aquello
que no
canta
la
infancia
los
miedos
el nunca
en la palabra
[esta
mujer no es de sol]
esta
mujer no es de sol
entre mis
manos
en su
rumor
invade lo
oscuro
planta
frases
en el
nunca
se exilia
nadie
sabe de sus nombres
esta
mujer que soy
y que no
soy
se
automedica
para
calmar
la casa
con los hijos
siempre
ausentes
traza
horizontes
para
ahuyentar la soledad
habla de
pájaros
bajo las
sábanas
me mira
desde los espejos
calcula
el frío
y entra
en lo más íntimo
esta
mujer no es de sol
entre mis
manos
es el
inevitable oficio de la lluvia
el
perfume de una ciudad desconocida
Gerardo Arístides Rivodó (Caracas, Venezuela, 1978)
195
el mismo
concreto
latente
dolor
aferra al
borde del risco
edificios
por caer
los
sonidos
de la
tierra
enfermaron
por
temblor
o
dictadura
182
los
suelos están muertos
son
hormigas calcadas
polvo contraído
calambres
un pie
que se detiene
arqueó
otra vez
el sodio
se dobla
sangre
aglutina
ahoga
la
imposibilidad de matar
el goce
Fergie Contreras Salmen (Isla de Margarita, Venezuela, 1993)
Naufragio
Naufragio
Embarcación
pérdida
Arrojados
a la orilla de nosotros mismos
Extenuados
Los que
venimos del amor
Demasiado
tristes para mirar el cielo, demasiado frágiles y tristes
Nosotros,
los arrojados del amor
Sobrevivientes.
Río
El río de
mi infancia arrastra piedras y neveras, mesas rotas, paraguas inservibles
y
anónimos cadáveres. En este río hay lágrimas y sangre, promesas incumplidas,
suciedad
y excremento y largas maldiciones junto a los restos de una casa y una
diminuta
mano de muñeca.
El río de
mi infancia es una rabia inútil atravesando la ciudad, su miedo bordeando
las
esquinas, su amenaza. Pocas flores conocen sus orillas, los blanquísimos
lirios,
las
minúsculas espigas venenosas.
El Guaire
ha visto demasiado. La ciudad está desnuda y corre y baila y se
emborracha.
Celebra bodas de diamante o se pierde en despecho entre mercados
y
teléfonos.
La ciudad
ayuna o se atiborra, se disfraza, ruega y blasfema y se resigna. Desnuda
va
asesinando en serie o suicidándose. Traiciona y apuñala.
A sus
orillas, la maltratada exhibe sus heridas.
El río de
mi infancia es un silencio atroz y un rencor minuciosamente entretejido.
Elizaria Flores (Caracas, Venezuela, 1961)
Exoesqueleto
I
La
violencia de una noticia irrumpe
ojos
digieren piel demacrada
la nueva
distribución de los sonidos
en base
al vacío
te golpea
¿excavarías
en ti hasta conseguir el eje de la herida
levantarías
la extremidad que debemos comenzar a olvidar
intercambiarías
los pellejos por un bosque
por
recorrer la forma
en que se
voltean los días?
Cuál es
el epicentro de las cosas
la
costumbre de hacer de la gente sitios y huir
descifra
el balbuceo de una lengua que se extingue
el
discurso de un pulmón a punto de romperse
auscultan
día por medio
qué
invadió ayer la prisa
una
oquedad espontánea se multiplica
donde
existían modos de esquivar
se
resignan
tu
instinto se degrada
curvamos
la palabra evitando responder
escondemos
la gravedad del tiempo
de una
carne que hace su última danza
ahora
estrenas pentágonos rugosos
una sonda
se deslizó dentro de ti como parásito
lisa
silente
la he
visto entrar, salir
responder
estás a
tiempo
el
desastre es una noche hirviéndote en la frente
¿hay
forma correcta de dejar caer?
si
consigo el manantial
introduzco
mi dedo
o alzo el
temblor tan lejos
¿vendrías?
se deslizó
al oído la imagen de tu mano aporreada
venas
desembocan
el color
del ruido se arrastra
deshaz
los nudos
testigos
sin nombres.
II
Te
desprendes
niegas
no hay
epicentro
desconoces
el cuerpo
ahora es sordo
y el
habla se incendia,
la
arteria
una
baranda
que la
mirada alcance a cubrir
la
escritura secundaria
herencia,
te vas
con tu
tono y tus formas
te vas
llamando
eso que
no.
Ciro Romero (Valencia, Venezuela, 1993)
UN POEMA
LLAMADO PAÍS
No es
solo partir
y dejar
el hambre en las esquinas
Es
escuchar en tu idioma
palabras
ajenas
Explicar
la miseria que te curte la piel
y te
inunda la mirada
Defender
la dignidad
de las
siete estrellas hechas carne
Sí
partir es
partirse
van
pedazos de ti
sin ti
recorriendo
caminos
que no
conducen
Partes
con el hambre de todos
en la
espalda
y cada
bocado duele
por el
que nada
lleva a
la boca
y buscas
algún sabor
que llene
tanto vacío
Así se
parte
así nos
partimos
mientras
vamos en trenes
que nunca
llegarán a casa.
4900
KILÓMETROS
Perdona
que te llene la tierra de nostalgia
estoy
anegada y me desbordo
Mi país
hoy es un animal herido
y yo
muerdo por el
Somos
llaga
lamento
y exilio
llevamos
un dolor en los hombros
Queremos
ser sonrisa
lo juro
pero la
boca se niega a esbozar el gesto
porque en
mi país hay hambre
y yo no
puedo dormir
con tanto
estómago vacío
Mis niños
mueren
en las
calles y en los hospitales
porque
alguien decidió que esas vidas no valen
y los
encarcelan
aunque no
lo creas
a mis
niños los ponen tras las rejas
y les
pegan
y ellos
no entienden
así no se
juega a los soldaditos
mis niños
sufren
y por eso
hoy
yo que
estoy lejos
inundo tu
tierra
con mi
llanto.
Georgina
Ramírez (Caracas, Venezuela, 1972)
El exilio
de las estadísticas
Visité
Chile por primera vez como turista en julio de 2018. Una colega del
Programa
de Escritura Creativa de la Universidad de Arkansas había estado
trabajando
como docente unos años en Santiago, entonces me puso en contacto
con Marta
Sojo, su amiga y antigua compañera de trabajo —una profesora de
inglés,
quien también es una poeta venezolana—. Nos encontramos para tomar un
café y
terminamos pasando horas discutiendo sobre el vínculo entre la poesía y las
realidades
políticas de Chile y Venezuela. Las diferencias entre esas naciones son
evidentes,
pero mientras más hablábamos, más me percataba de cómo las sombras
de las
dictaduras aparecen en las realidades actuales de ambos países. (…)
Antes de
irnos del café, Marta me invitó a ver su lectura de aquel fin de semana en La Sebastiana,
en Valparaíso. Yo había planeado viajar al sur de Chile, pero, como
poeta e
incipiente traductor literario, escuchar las palabras de poetas venezolanos
en la
casa de Pablo Neruda era una oportunidad demasiado buena para dejarla
pasar.
Cambié mis planes de inmediato y compré un pasaje de autobús para Valpo.
En la
noche de la lectura, Marta me presentó a Gladys Mendía, Sara Viloria y
Fernando
Vanegas. Más tarde fuimos a un bar, donde pasamos la noche tomando
y luego
bailando al ritmo de Donna Summer en una discoteque. Dos semanas
después,
Marta, Sara y yo determinamos que había suficientes poetas exiliados
en Chile
para crear una antología. Volé a casa con una maleta llena de libros,
comencé a
postular a subvenciones y gané una beca de la Fundación Sturgis para realizar
este proyecto como mi tesis de maestría. Un año después estaba en un
avión de
regreso a Santiago para empezar a trabajar en serio. (…)
A medida
que compilaba estos poemas, empecé a pensar en las diferencias entre
el
reportaje del periodismo y el reportaje de la poesía. Si bien la importancia
del
buen
periodismo es innegable, este a veces falla por encapsular los corazones y las
mentes de
sus sujetos, en particular cuando está involucrado un número inmenso
de seres
humanos. El reportaje del periodismo depende de una metanarrativa como
modo
primario de discurso, pero esto viene con su propio conjunto de limitaciones.
La frase
“cinco millones de migrantes venezolanos ahora están viviendo en el exterior”
no puede contar las historias personales, intelectuales y emocionales que
se
esconden debajo de las estadísticas. Fracasa en valorar el peso emocional de
ver
un país
derrumbándose lentamente, de ver a amigos y familiares desaparecer uno
a uno por
dejar un país atrás para siempre. (…)
David M. Brunson
Editor y compilador
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