jueves, 5 de mayo de 2022

Una cicatriz donde se escriben despedidas / Antología de poesía venezolana en Chile

 


Maculada

 

I

 

Mamá me pagaba con helados

debía permanecer con las manos quietas

había que sacar tantos moldes de yeso

como fuese posible

devolverles a las vírgenes del pueblo

sus pequeñas manos caídas por los besos

de las ancianas

 

II

 

A los 13 años me tiré de la ventana

cuerpo ensordecido

el pavimento, caja musical

los talones golpearon el bombo de la tierra

la columna desecha entre crisálidas

mi infancia bautizada en mariposas de sangre

aplaudieron las vírgenes

 

III

 

Celebró la niña que descubrió el dolor del blanco

en las manos de un pintor viejo

aprenda señor a llorar sobre su leche derramada

la adolescente que se tatuó arder

y oscuridad en el mismo brazo

 

 

Yegua Tiramierda

 

I

 

Pienso en una fotografía

de mi abuela

bellísima a sus 17 años

recuerda

que un hombre la llamó

yegua tiramierda

Es aceptar ser el blanco

de la mierda de otros

una mujer paciente

presta a dejarse pasar por el tiempo

comparto con las mujeres de la familia

la fascinación por no querer

comprenderlo

mamá teje, como Penélope

con el fin único de esperar

mi hermana mide

el tiempo por la experiencia religiosa

mi abuela alberga una eternidad

triste en el pecho

 

II

 

Isla, mi yegua

no quiere que la monten

anda una, dos, siete horas

con el tiempo de la humanidad

en el entrecejo

muere

reduce la existencia a pastar, piensa

en el horizonte

se olvida de sí misma

con una silla en la espalda


Sara Emanuel Viloria (Maracaibo, Venezuela, 1991)

 

 

Kakeche

 

Estoy temblando en el lugar desconocido. El río tiene flores, no arrastra piedras,

es una oleada noble cubierta de pieles negras. Estoy en el ruido de esta ciudad, me

desbordo. Cerré los ojos y gritaron gualmapu. Venía de lejos, lo único que visualicé

fue la cordillera bañada de nieve, se me enfriaron los huesos y al mismo tiempo

la ciudad me empezó a abrazar. Lloré por verme lejos de casa, se me acercó un

hombre y escuché entrequen. Me había vuelto ceniza y me fundí en el asfalto de estas calles. A mi oído susurró una mujer –kakeche nunca, eres nuestra–.

 

 

[Arder]

 

Arder

en todos tus bosques

 [sin ceniza]

 

Estar en tu pecho

encendida

 

Solárium sagrado

Ángel que me habita

luz de pájaro en mis ramas

 

Arde hasta que ningún polvo

sobre la tierra nos pueda.


Eva Tizzani (Coro, Venezuela, 1995)

 

 

[¿qué es esto de extrañar el miedo?]

 

¿qué es esto de extrañar el miedo?

 

¿de encontrar frías las noches de un verano a medias?

 

¿qué extraño del miedo?

 

y me respondo:                    la pertenencia

 

la huella         la marca        aquí bajo mi axila

el miedo         me hizo/        el miedo miradas de óxido

 

sueño con persecuciones y falso plomo

 

[la montaña completaba el escenario]

 

aquí los montes no me pertenecen

 

 

[Hemos sido vedados]

 

Hemos sido vedados

de lo real, de toda apertura.

Se nos ha impedido

el reflejo; nos han puesto

frente a un falso espejo

y se nos dijo:

es esta tu verdad.

Se nos ha cerrado la apertura

de la palabra, cegada

de tantas mentiras que encarna.

Somos los hijos

de la raza enferma,

del útero podrido

de las falacias del Caribe.

Nos han deshecho

las trenzas que nos atan

a los árboles,

luz que atraviesa

todas las pieles

de este valle.

Se nos ha llamado

a las periferias, a los márgenes,

a las tierras ajenas,

donde nuestro nombre

es sombra del vacío

y nada más.


Miguel Ortiz Rodríguez (Caracas, Venezuela, 1993)

 

 

Estas historias

no son historias todavía,

son lo que espera al otro lado de la ventana.

Esto que tengo en las manos

que se parece tanto a la tristeza

no es una palabra muerta de frío, es el día

que nos cuenta cómo termina todo.

No es el pasado,

es lo que va sucediendo

entre las manos de las mujeres

y las marcas de mis palabras,

es lo que alguna vez dije y me dijeron

para calmar la sed.

Este sonar de campanas, esta herida de bala,

este amigo muerto, esta pierna rota,

todavía no son un poema,

pero ya duelen, ya brillan en el cielo.

 

***

 

Que no me hable del infierno quien no ha visto su nombre acompañado por navajas, quien no ha volteado a mirar a un visitante como si fuera la muerte misma, quien no ha caído dormido abrazado por los últimos rayos de los postes. Que no me

hable del infierno quien no se ha perdido entre una tristeza infinita y ajena, quien

ha perdido su propia tristeza y cuando escribe no se encuentra entre las líneas.

Que no me hable del infierno quien siga con vida, que no me hable del infierno

quien conoce la calma, que no me hable del infierno quien no reconoce el asco en

las alargadas caras de la familia, quien no ha cruzado la mirada con la vergüenza

y el miedo. Que no me hable del infierno quien ha estado en él, porque el fuego

no es el mismo. Que no me hable del infierno quien tiene el tiempo dividido en

horas perfectas, que no me hable del infierno quien llega siempre a tiempo. Que

no me hable del infierno quien no se ha descubierto en medio del amanecer con la

memoria intacta y los bolsillos vacíos. Que no lo haga, que no me hable del infierno

quien no tenga amigos como mis amigos y los vea desaparecer como yo los veo.

 

 

Fernando Vanegas (San Cristóbal, Táchira, Venezuela, 1992)

 

 

Missvenezuela

 

buenas noches, poliedro

 

a la derecha la muerta

 

la violada

tirada a un costado del alfoz

 

la que se perdió sin pasaporte

se operó las tetas en oferta

con el cupo cadivi

por pundonor

 

miss [muerta en el extranjero]

un fuerte aplauso.

 

 

Padre

 

cuando lo conocí

a los trece años

tuve miedo

del soldado

que me abortó

a quien las botas habían torcido

los dedos de los pies

tuve miedo

de que se arrepintiera

me arrojara sus disculpas

como hacen los soldados

que preparan una guerra

a la que nunca irán

frustrados

dejan dos o tres mensajes

que yo veo y no respondo

hasta que me entero

de que ha muerto

y que he abortado un padre

 

Marta Sojo (Caracas, Venezuela, 1990)

 

 

Todo estaba bien:

 

había cervezas de todos los colores, whiskey destilado magistralmente, mujeres que

susurraban mi nombre, comida abundante, playas cercanas, compartíamos poemas

al margen de las fiestas y la noche acogía nuestras caminatas y nuestro cansancio.

 

Todo estaba bien, aunque fuera una mentira, aunque estuviera marcado por la

ingenuidad y el miedo.

 

Todo estaba bien

hasta que dejó de estarlo.

 

Desde entonces odio el verano.

 

 

[La avenida]

 

La avenida

todo parece normal

 

Disculpe. ¡Trabajamos para usted!

 

una mentada de madre

el camino de tierra

 

ejercicio Hänsel-y-Gretel

para volver.

 

Miguel Ángel Hernández (Maracaibo, Venezuela, 1983)

 

 

Mundo

 

nuestro mundo son las voces hablan tan fuerte que es imposible

no escucharlas nuestra diversidad asusta quieren que seamos una

masa que hablemos igual que escribamos igual las voces

guaraníes son una amenaza al neoliberalismo las voces mapuches

son bombas a punto de explotar las voces mayas son un acto

de subversión las voces wayúu son disparos al sistema las

voces quechua son misiles explotando las instituciones nuestra

diversidad es un atentado camino por las calles de mi barrio y

los represores han hecho un excelente trabajo masificados todos

uniformados todos anestesiados todos cosificados en el tránsito

siguiendo la señalética acelerando en las autopistas estrellados sin

luz soñando con la desobediencia

 

 

antes de la caída la levedad del vidrio

 

el vidrio estalla en la boca sus minúsculas partes

flotando la lengua una minúscula parte las ondas

de letras suspendidas tal vez la voz sea sentirnos

 

no hay direcciones los mapas no sirven en las transparencias sin puntos de referencia soñamos viajar tal vez

llegamos a decirnos algo tal vez no

 

del vidrio se puede ver el filo algo azulado algo de límite estalla en silencio como la respiración el tiempo

son las minúsculas partes soñando que flotan se creen

transparentes creen que vuelan pero es la antesala

a la caída

 

la medida es la tensión las minúsculas partes arden

entre el flotar y el caer la tensión con la luz las hacen

brillar la tensión con el aire las hacen suspenderse

 

las minúsculas partes son los hormigueos del aire sus

bordes eléctricos titilando breves heridas que se estiran

en curvas el ojo asiste se alarga como astilla y ve algo

 

Gladys Mendía (Maracay, Venezuela, 1975)

 

 

T

 

A ti

ni agua

que engendraste exiliados del mundo

secaste el sustento

y la piel

que envuelve la comida descompuesta

 

reventaste el pecho

que eyecta sangre

que corre por años

se pudre

como tus entrañas

 

Tus padres

reflejos infames

te relataron sofismas

pesadillas

pestes

resentimiento

aturden por generaciones

 

Tus sirenas cantan tus mentiras

que se clavan en ojos y oídos

lobotomizan

 

Chispas ciegan

zumbidos atraviesan cabezas

rebeldes

por “accidente”

“enfrentamiento”

“suicidio”

Lo orquestan filas y uniformes

Detrás de ellos escupes odio

en tu trono de mierda

 

Con alicate arrancas

la juventud

las raíces

la voz

el trabajo

las uñas

los dientes

los tendones

la cordura

el miedo a la muerte

 

Con electricidad enciendes

dolor

terror

desesperación

carne

 

Bailas sobre cadáveres

haces aquelarre de miseria

atropellas vulnerables con vehículos

frente a millones

de cómplices

 

Diriges circos judiciales

contra acusados torturados

te aplauden tus zalameros

frente a la podredumbre

 

Sueltas monstruos y demonios

devoradores de inocencia

bestias de fuego y plomo

 

Encarcelas y apaleas

en un domo

en cuartos de locos

en una sepultura gélida

siempre blanca

 

Saqueas la tierra noble

envenenas los ríos

matas a sus criaturas

con tu codicia

 

Eructas moscas

que se posan sobre tus aduladores

Repartes botines

Compras silencio

Crías burócratas

Les lanzas cebo a los farsantes

roen desperdicios

a tus pies

 

Estrangulas las luces

las corrientes

los motores

las almas hambrientas

los enfermos

 

Persigues las palabras

que punzan tus miedos

las callas

las desapareces

 

Innombrable maldito

húndete con tu séquito

y tu andamio

en tus mazmorras

en las sombras

en la nada

 

 

Memorias

 

Orquídeas y copihues

las posé en mi pecho

y en mi vientre

secas están adheridas en versos

partituras

bildungsromane

conmigo estarán

hasta la última exhalación

o el próximo destierro

 

Ivana Aponte (Caracas, Venezuela, 1990)

 

 

[En mi familia siempre hubo guerras]

 

En mi familia siempre hubo guerras

            Silenciosas

                        Largas

Al terminarse todos se alegraban

Ya era tarde              para mí

Apilado en un montón de cadáveres

 

 

[Alimentaste al cachorro con tu teta blanca]

 

 Alimentaste al cachorro con tu teta blanca, con tu espesa leche azulada

parecida a la de nuestra madre. No lograste conciliar el sueño después de un día

largo, soñaste apenas con el cachorro. ¿De dónde comenzó a enmudecer tu saliva?

¿Dónde comenzaste a divagar en la pesadilla? Ahora ya lo sabes: te fue negado,

exiliada de tu propio sueño. No podrás imaginarte una existencia respetable e

imaginar tu vida despierta para siempre. Despertarás con sabor a insecto, de esos

que devoraste durante la pesadilla, amargos y jugosos. Tendrás el recuerdo de su

textura en tu lengua. El cachorro ha existido en tu memoria, ha gozado en tu

niñez, ha crecido hasta transformarse en un inmenso lobo de afilados dientes, para

venir a morder el palpitante órgano del sueño.

 

Julio Tizzani (Coro, Falcón, 1990)

 

 

[para mi cuerpo]

 

para mi cuerpo

el exilio

una partitura de nieve

la carencia

los adioses

la tormenta solitaria

lo muy oscuro

lo oscuro

 

para mis manos

la ofrenda

una oración ausente

y todo aquello

que no canta

la infancia

los miedos

 

el nunca en la palabra

 

 

[esta mujer no es de sol]

 

esta mujer no es de sol

entre mis manos

en su rumor

invade lo oscuro

planta frases

en el nunca

 

se exilia

nadie sabe de sus nombres

 

esta mujer que soy

y que no soy

se automedica

para calmar

la casa con los hijos

siempre ausentes

 

traza horizontes

para ahuyentar la soledad

habla de pájaros

bajo las sábanas

me mira desde los espejos

calcula el frío

y entra en lo más íntimo

 

esta mujer no es de sol

entre mis manos

es el inevitable oficio de la lluvia

el perfume de una ciudad desconocida

 

Gerardo Arístides Rivodó (Caracas, Venezuela, 1978)

 

 

195

 

el mismo concreto

latente dolor

aferra al borde del risco

 

edificios por caer

los sonidos

de la tierra

 

enfermaron

 

por temblor

o dictadura

 

 

182

 

los suelos están muertos

son hormigas calcadas

polvo contraído

 

calambres

 

un pie que se detiene

 

arqueó otra vez

el sodio

se dobla

sangre aglutina

 

ahoga

 

la imposibilidad de matar

 

el goce

 

Fergie Contreras Salmen (Isla de Margarita, Venezuela, 1993)

 

 

Naufragio

 

Naufragio

Embarcación pérdida

Arrojados a la orilla de nosotros mismos

Extenuados

Los que venimos del amor

 

Demasiado tristes para mirar el cielo, demasiado frágiles y tristes

Nosotros, los arrojados del amor

Sobrevivientes.

 

 

Río

 

El río de mi infancia arrastra piedras y neveras, mesas rotas, paraguas inservibles

y anónimos cadáveres. En este río hay lágrimas y sangre, promesas incumplidas,

suciedad y excremento y largas maldiciones junto a los restos de una casa y una

diminuta mano de muñeca.

 

El río de mi infancia es una rabia inútil atravesando la ciudad, su miedo bordeando

las esquinas, su amenaza. Pocas flores conocen sus orillas, los blanquísimos lirios,

las minúsculas espigas venenosas.

 

El Guaire ha visto demasiado. La ciudad está desnuda y corre y baila y se

emborracha. Celebra bodas de diamante o se pierde en despecho entre mercados

y teléfonos.

 

La ciudad ayuna o se atiborra, se disfraza, ruega y blasfema y se resigna. Desnuda

va asesinando en serie o suicidándose. Traiciona y apuñala.

 

A sus orillas, la maltratada exhibe sus heridas.

El río de mi infancia es un silencio atroz y un rencor minuciosamente entretejido.

 

Elizaria Flores (Caracas, Venezuela, 1961)

 

 

Exoesqueleto

 

I

 

La violencia de una noticia irrumpe

ojos digieren piel demacrada

la nueva distribución de los sonidos

en base al vacío

te golpea

 

¿excavarías en ti hasta conseguir el eje de la herida

levantarías la extremidad que debemos comenzar a olvidar

intercambiarías los pellejos por un bosque

 

por recorrer la forma

en que se voltean los días?

 

Cuál es el epicentro de las cosas

la costumbre de hacer de la gente sitios y huir

descifra el balbuceo de una lengua que se extingue

el discurso de un pulmón a punto de romperse

 

auscultan día por medio

qué invadió ayer la prisa

una oquedad espontánea se multiplica

donde existían modos de esquivar

 

se resignan

tu instinto se degrada

curvamos la palabra evitando responder

escondemos la gravedad del tiempo

de una carne que hace su última danza

 

ahora estrenas pentágonos rugosos

una sonda se deslizó dentro de ti como parásito

lisa silente

la he visto entrar, salir

responder

estás a tiempo

 

el desastre es una noche hirviéndote en la frente

 

¿hay forma correcta de dejar caer?

 

si consigo el manantial

introduzco mi dedo

o alzo el temblor tan lejos

¿vendrías?

se deslizó al oído la imagen de tu mano aporreada

 

venas desembocan

el color del ruido se arrastra

 

deshaz los nudos

testigos sin nombres.

 

II

 

Te desprendes

niegas

no hay epicentro

desconoces

el cuerpo ahora es sordo

y el habla se incendia,

la arteria

una baranda

que la mirada alcance a cubrir

la escritura secundaria

herencia,

te vas

con tu tono y tus formas

te vas llamando

eso que no.

 

Ciro Romero (Valencia, Venezuela, 1993)

 

 

UN POEMA LLAMADO PAÍS

 

 

No es solo partir

y dejar el hambre en las esquinas

 

Es escuchar en tu idioma

palabras ajenas

 

Explicar la miseria que te curte la piel

y te inunda la mirada

 

Defender la dignidad

de las siete estrellas hechas carne

 

partir es partirse

van pedazos de ti

sin ti

recorriendo caminos

que no conducen

 

Partes con el hambre de todos

en la espalda

y cada bocado duele

por el que nada

lleva a la boca

 

y buscas algún sabor

que llene tanto vacío

 

Así se parte

así nos partimos

 

mientras vamos en trenes

que nunca llegarán a casa.

 

 

4900 KILÓMETROS

 

Perdona que te llene la tierra de nostalgia

estoy anegada y me desbordo

 

Mi país hoy es un animal herido

y yo muerdo por el

 

Somos llaga

lamento

y exilio

llevamos un dolor en los hombros

 

Queremos ser sonrisa

lo juro

pero la boca se niega a esbozar el gesto

porque en mi país hay hambre

y yo no puedo dormir

con tanto estómago vacío

 

Mis niños mueren

en las calles y en los hospitales

porque alguien decidió que esas vidas no valen

y los encarcelan

aunque no lo creas

a mis niños los ponen tras las rejas

y les pegan

y ellos no entienden

así no se juega a los soldaditos

mis niños sufren

y por eso hoy

yo que estoy lejos

inundo tu tierra

con mi llanto.

 

Georgina Ramírez (Caracas, Venezuela, 1972)

 

 

 

 

El exilio de las estadísticas

 

Visité Chile por primera vez como turista en julio de 2018. Una colega del

Programa de Escritura Creativa de la Universidad de Arkansas había estado

trabajando como docente unos años en Santiago, entonces me puso en contacto

con Marta Sojo, su amiga y antigua compañera de trabajo —una profesora de

inglés, quien también es una poeta venezolana—. Nos encontramos para tomar un

café y terminamos pasando horas discutiendo sobre el vínculo entre la poesía y las

realidades políticas de Chile y Venezuela. Las diferencias entre esas naciones son

evidentes, pero mientras más hablábamos, más me percataba de cómo las sombras

de las dictaduras aparecen en las realidades actuales de ambos países. (…)

 

Antes de irnos del café, Marta me invitó a ver su lectura de aquel fin de semana en La Sebastiana, en Valparaíso. Yo había planeado viajar al sur de Chile, pero, como

poeta e incipiente traductor literario, escuchar las palabras de poetas venezolanos

en la casa de Pablo Neruda era una oportunidad demasiado buena para dejarla

pasar. Cambié mis planes de inmediato y compré un pasaje de autobús para Valpo.

En la noche de la lectura, Marta me presentó a Gladys Mendía, Sara Viloria y

Fernando Vanegas. Más tarde fuimos a un bar, donde pasamos la noche tomando

y luego bailando al ritmo de Donna Summer en una discoteque. Dos semanas

después, Marta, Sara y yo determinamos que había suficientes poetas exiliados

en Chile para crear una antología. Volé a casa con una maleta llena de libros,

comencé a postular a subvenciones y gané una beca de la Fundación Sturgis para realizar este proyecto como mi tesis de maestría. Un año después estaba en un

avión de regreso a Santiago para empezar a trabajar en serio. (…)

 

A medida que compilaba estos poemas, empecé a pensar en las diferencias entre

el reportaje del periodismo y el reportaje de la poesía. Si bien la importancia del

buen periodismo es innegable, este a veces falla por encapsular los corazones y las

mentes de sus sujetos, en particular cuando está involucrado un número inmenso

de seres humanos. El reportaje del periodismo depende de una metanarrativa como

modo primario de discurso, pero esto viene con su propio conjunto de limitaciones.

La frase “cinco millones de migrantes venezolanos ahora están viviendo en el exterior” no puede contar las historias personales, intelectuales y emocionales que

se esconden debajo de las estadísticas. Fracasa en valorar el peso emocional de ver

un país derrumbándose lentamente, de ver a amigos y familiares desaparecer uno

a uno por dejar un país atrás para siempre. (…)

 

David M. Brunson

Editor y compilador

 (Traducción de Ivana Aponte)



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