I
En ocasiones
Dios levemente
se recuesta en nosotros.
Entonces
sentimos el esplendor de su peso.
En el estremecimiento
de vernos dibujados
en la mirada del otro.
En el desconcertante
vértigo del vacío.
Y así, bajo la extensión de su arco
nos hace saber de su existencia.
II
Cúbreme de cal
y arrójame al patio
junto al café.
Déjame secar al sol
hasta que la memoria
ya no me acompañe.
Haz de mis huesos
fuego para tu hoguera
y de mi palabra
flores para tus prados.
III
La mujer justa alza el oxidado báculo y
sopesa con mordaz precisión
la ligereza de sus cabellos cobrizos.
Impone su ley y ciñe la precaria ilusión
danzar con pies desnudos
no está permitido.
La fétida palabra golpea el aliento
los sueños de las hadas caen
ante el peso del metálico tamo
la vergüenza arrastra
un sabor a herrumbre en la boca.
Desde la espalda asoma
por sobre el hombro izquierdo
la gárgola, su rostro torcido por la mueca
de una burla perpetua rompe a carcajadas.
Ríe de su aspecto contrahecho.
Ráfagas se reflejan frente al espejo de la memoria.
Todo duele, el beso cálido en la nuca,
el gemido de la bestia en el abismo,
la espada erguida para aniquilar la palabra ambigua
al yacer en el muro silente.
Por un tiempo vaga desorientada
busca en el espesor de los bosques
en el torrente profundo de los ríos
los retazos de aquella con el vigor inagotable.
En la búsqueda, las virutas de metal
cubriendo el pálido rostro se desprenden
dejando sobre su rastro una efímera estela de orgullo.
En ocasiones
Dios levemente
se recuesta en nosotros.
Entonces
sentimos el esplendor de su peso.
En el estremecimiento
de vernos dibujados
en la mirada del otro.
En el desconcertante
vértigo del vacío.
Y así, bajo la extensión de su arco
nos hace saber de su existencia.
II
Cúbreme de cal
y arrójame al patio
junto al café.
Déjame secar al sol
hasta que la memoria
ya no me acompañe.
Haz de mis huesos
fuego para tu hoguera
y de mi palabra
flores para tus prados.
III
La mujer justa alza el oxidado báculo y
sopesa con mordaz precisión
la ligereza de sus cabellos cobrizos.
Impone su ley y ciñe la precaria ilusión
danzar con pies desnudos
no está permitido.
La fétida palabra golpea el aliento
los sueños de las hadas caen
ante el peso del metálico tamo
la vergüenza arrastra
un sabor a herrumbre en la boca.
Desde la espalda asoma
por sobre el hombro izquierdo
la gárgola, su rostro torcido por la mueca
de una burla perpetua rompe a carcajadas.
Ríe de su aspecto contrahecho.
Ráfagas se reflejan frente al espejo de la memoria.
Todo duele, el beso cálido en la nuca,
el gemido de la bestia en el abismo,
la espada erguida para aniquilar la palabra ambigua
al yacer en el muro silente.
Por un tiempo vaga desorientada
busca en el espesor de los bosques
en el torrente profundo de los ríos
los retazos de aquella con el vigor inagotable.
En la búsqueda, las virutas de metal
cubriendo el pálido rostro se desprenden
dejando sobre su rastro una efímera estela de orgullo.
1 comentario:
Me gustan tus poemas Francesca, reflexivos, imágenes bellas y fuertes a la vez: "Y así, bajo la extensión de su arco / nos hace saber de su existencia"
Hay algo como de expiatorio: "Déjame secar al sol / hasta que la memoria / ya no me acompañe"
O, en el III: "la verguenza arrastra / un sabor a herrumbre en la boca."
Pero luego, al final, después de la búsqueda, hay entonces como una redención: "dejando sobre su rastro una efímera estela de orgullo."
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