…Cuando
comencé a leer los poemas que los organizadores del Premio Rafael Cadenas nos
iban enviando, me di cuenta de que estaba leyendo “el alma” del país. Lo más
inquietante era la edad de los que habían enviado al concurso, dadas sus bases:
jóvenes hasta 35 años. Recibimos casi 600 poemas de todos los estados, o de
casi todos. Y mientras iba leyendo era evidente que ese otro país que decía no
reconocer en su durísimo reclamo, se había hecho presente, las más de las veces
de una manera consciente y dolorosa. (…)
No
puedo imaginar para un escritor, sea poeta o ensayista o narrador, una tarea
más difícil que recoger los pedazos que hemos ido dejando y que refuerza la
idea del poema como pregunta: ¿Qué es esto que está aquí? “Si sabe el poeta de
recoger las piezas”, se llama uno de los poemas que van a leer. En todo caso la
pregunta es muy inquietante –qué es esto que está aquí-, porque abre una brecha
tremenda entre ellos, los muchachos y nosotros “los mayores”, como decía Fina
García Marruz en aquel poema memorable. (…)
No es
un detalle que el concurso que convocó este premio lleve el nombre de Rafael
Cadenas. No porque Rafael sea el mayor poeta vivo venezolano y uno de los
mayores poetas vivos en lengua española, sino por lo que significa para Cadenas
la poesía, cómo vive él la poesía, cómo es su relación con el tiempo y, por lo
mismo, con el lenguaje que expresa la poesía. (…)
Lo he
dicho muchas veces, para mí la poesía tiene por encima de otros valores,
incluido el literario, el valor del testimonio humano: lo que pensó, y escribió
una persona en determinado momento. Como testigo de su tiempo, el poeta es
alguien que está mirando, decía Seamus Heaney, desde un lugar con vista de
360°. En lo alto de sus atalayas, los poetas son lectores privilegiados y de
ese don también son responsables.
Yolanda Pantin
Aquí compartimos algunos de los 27 poemas seleccionados en esta primera edición del Concurso Nacional de poesía joven Rafael Cadenas, iniciativa de @autoresVzlanos y el @teampoetero.
A mí la locura
me viene de mi madre
que rezaba luciérnagas
en medio de lo oscuro
para darnos un universo inédito,
y sin embrago antiguo
Zurcía con barro y perfume de especias
el fisurado hueso del coraje,
por eso hay gotas de cielo
corriendo cual niños ensimismados
por los altos aires del deseo.
Júbilo eran sus cantos
lloviendo pájaros de amores
que nunca en la vida.
Porque antes de ser mujer y madre
era loca, loquísima,
no como Juana
ni Luz Caraballo,
la locura de mi madre
era un relámpago ebrio
desbordado sobre el pecho virgen
de mis hermanos y yo.
Mi madre era una verbena
amainando lágrimas
de niño Jesús tardío.
Alrededor del abuelo José Isabel, su padre,
que mascaba chimó mientras nos contaba sus
amores
imposibles con Susana Dujim
y el fantasma de lirios insaciables de la abuela
Ana Rosa
María, la paterna,
se burlaba dela mentira más hermosa del mundo.
Papá bailaba al son de esos alaridos elefantes
y boleros de Olga, la Guillot,
a quien encendía velas
para librarnos del silencio de los cielos,
cuando el destino apretada el cinturón de pelas
milenarias,
y el arroz con leche de Fabiana, mi madre.
Nos daba el sana sana culito de rana por las
tardes
como un salmo al viento,
nunca escrito,
por algún santo,
jamás.
Yorgenis Ramírez
La negritud de un lejano caballo ha traspasado
mi temblor nocturno
he sostenido mi espinazo apenas con la soga de
un corroído recuerdo
el sueño se erige sobre mis ojos como un oráculo
de muerte
mi rostro huye
le he tramado una terrible artimaña
he tocado el hueso del grito
y heme aquí lavando mis senos con el agua turbia
de la boca de los lobos
Arrastro mi desespero mi desconocimiento
estoy en el umbral de una tentadora puerta
me hallo ante el túmulo de luz salvaje
me prometo habitar las carnes rotas
me prometo el cuerpo
me prometo abrir la cáscara andrógina
ser mujer-hombre
lamer y lacerar un solo
vientre. Ser mi hija y mi madre
parir entre el moho relucientes cabezas y
olvidarlas.
Olvidarme
Habitarme de forma absoluta y
luego y arrojarme de mi misma.
Me espanta esta hambre y esta carencia
y me encanta no sentirla cada día.
El tiempo fue tiempo hasta que se detuvo ante mi
sexo.
La soga está frágil
hay dientes, cuchillos y garras devorando
parajes y cielos,
la soga está frágil y ya no quiero sostenerla.
Duele, duele el retorno
mi cuerpo se inmola, se desgaja, se lacera.
La soga está rota,
las ruinas laten sobre el sol.
Diana Moncada
Shemá PARA MÍ MISMO
Escucha, recuerda Israel,
cuando han halagado tus ojos tristes
inquisidores
y en el exilio de la memoria un encanto
ha dicho tu nombre.
Escucha, recuerda Israel,
que tal vez no seas la más virtuosa
ni las más brillante de las naciones
pero sí la primera en abrazar el pacto.
Que no debes temer ahora a la soledad
ni al silencio,
ni dejarte vencer por el hastío
porque la virtud crece con la renuncia.
Escucha, recuerda Israel,
que llevas contigo tu patria
aunque te sientas extranjero
Si lloras al sol del mediodía
Aunque la costumbre dicte no llorar nunca,
Si te acongoja que alguien te corresponda
Aunque nunca piense en ti como tú en él,
Si te sientes en muerte
Cuando los demás viven la vida,
Si cuando vives la vida
Más te expones a la muerte
Y tienes que seguir, aunque duela.
Hay un estado de gracia
En ser un desdichado,
En ser el último país de la Tierra
y acaparar los mimos de la soledad
Y los fantasmas del silencio
Y dar las gracias a pesar de todo.
Escucha, recuerda Israel,
Cuando el innombrado te ordenó
Hacerte un templo
En Jerusalén
Para tus tragedias,
para tus holocaustos,
para las ceremonias de la cosecha y la vendimia,
para tus pequeñas alegrías,
para cantar elegías.
Pero destruyeron el templo
Las hordas de los romanos
Y tuviste que hacerte templo:
llevar el templo adentro
Para las tragedias
Para los holocaustos,
Para lo que te delata como tonto,
Para las alegrías, aunque pocas,
Y para cantar el dolor callando.
Escucha con la mente y las vísceras, Israel.
Medita en estas palabras
Y guárdalas en tu corazón
Para que no se disipen:
No salves a quien no merece ser salvado
No quieras a quien diciendo
Quererte no se arrepiente de sus pasiones;
Alimenta tu coraje, confía en tu suspicacia,
No dejes entrar al templo a quien no
Se ha hecho templo
Y no se conoce a sí mismo
Porque tiembla ante la soledad
Y teme al silencio.
Vístelas como tus hábitos.
Átalas como tu nombre al pensamiento.
Cóselas en tus manos
Y confía su peso a tu corazón
Porque ellas te augurarán
Cántaros de paz y de harto regocijo.
No hay más que hacerse templo:
Para la concentración y el gusto por la soledad,
Para el equilibrio de los humores,
Para beber las mieles del amor,
Para conseguir perdonarse por persistir
En tanto desgraciado desamor propio.
Hacerse templo.
Pero si no lo hicieras,
Si en un arrebato de obstinación
Y de arrogancia
Quisieras desentenderse de la alianza
Y desistir de la libertad
De hacer el mundo
Y salvar a quienes no merecen ser salvados a
pesar de todo,
Recuerda,
Bueno es que sepas, Israel,
Que el cielo se cerrará sobre ti
Y derramará un diluvio de pesadumbre
Y no habrá refugio para ti
(adentro)
En el templo:
El viento del desierto calcinará tus huesos
Mojados en el salitre de la Gehena
Y arrecian la sequía
Para como si jamás hubiera tu retina
Sido tocada por la luz de la mañana
Trasnportarte a una oscuridad eterna
Sin estrellas
Y hacerte polvo.
Benjamin Mago
EL
ASALTANTE
Un sendero de humo
cubre el cuello
del amante
su ejercicio
pasajera paciencia
ir y venir
sobre el columpio
que empuja Dios
hacia la salida
dela calle
su clamor
pedir un segundo
más de la compañía
entre la vida y la muerte.
Robert Rincón
MAR
BÁLTICO
La sequía me persigue. Mi cuerpo de neonata no
expuesta
a la divinidad navega en la balsa de mi padre .
Hay una
manta que cubre el rostro leve, su olor salitre me
sabe
maldita y arde, mi cara se incendia y me
preguntas por
qué nací tan enferma. La sequía me persigue, mi
padre ha
olvidado al diminuto cuerpo bajo el sol del
caribe, navego
como un espejismo del trópico huérfano de noche.
Padre,
he recolectado estos caracoles para ti. Padre, he escrito
un poema para después de tu muerte, lo murmuro
desde
esta balsa que es débil y me tiembla, lo murmuro
para que
tu cuerpo inmóvil emerja. Te ha llevado un mar oscuro
mientras solo juntaba mis manos lejos de casa.
Eres ceniza
que no es mía ni de dios. Espárcete sobre este
cuerpo
moribundo y diáfano, sopla la sal de mi pequeño
pecho
enceguecido y dale a tu hija descanso eterno. Al
final
siempre regreso hacia la sombra, esta balsa que
habito se
ha detenido ante la especie. Si vine de tan
lejos fue para
susurrar al triste animal del báltico sobre lo
fácil que es
hundirse. Mis manos gélidas intentan aplaudir en
el vacío.
Nadie va a salvarnos cuando los muertos
florezcan como
bacterias en lo ojos. Nadie va a salvarnos. He
venido de
tan lejos y no se escuchan más que el hambre
mientras te veo
nadar de espalda sin ahogarte. Nunca hubo más
peso que
mis huesos en esta balsa. Nunca nadie, nunca.
Apenas la
brisa seca del báltico tropezando con mi rostro
en la última
señal de la cruz.
Nazareth Romero
TREINTA
Tengo treinta años y soy tan sensible como un
niño solo.
Me he desnudado en la calle,
para dejar brotar un caudal de pena.
Me he detenido frente al dolor,
y con mis palabras he intentado sujetarlo,
pero resbalaron sus aceitosos costados.
¡Dolor cuánto te temo, cuánto te llevo,
aquí dentro, cabalgando con la sonrisa!
Te llevo espacio frío, en la oscuridad, en la
sombra.
Tengo treinta años y sólo sé huir,
sólo sé escabullirme entre las líneas,
solo sé dibujarme de pie,
con la mirada perdida y el corazón en la manos.
Soy entonces esos ojos en los que rebotan las
miradas,
sólo sé confundirme entre la gente,
y jugar a que sé quién soy,
jugar a que conmigo misma soy feliz.
Tengo treinta años y me duele la cabeza
Me martilla la palabra,
que me labra, que me labra,
me vuelve sola una estrella infinita.
Usaré entonces esa pala de la palabra,
y labraré mi vida entre sus manos.
Betina Barrios
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