jueves, 13 de abril de 2023

Francisca Aguirre / 9 poemas

 


TESTIGO DE EXCEPCIÓN

 

Un mar, un mar es lo que necesito.

Un mar y no otra cosa, no otra cosa.

Lo demás es pequeño, insuficiente, pobre.

Un mar, un mar es lo que necesito.

No una montaña, un río, un cielo.

No. Nada, nada,

únicamente un mar.

Tampoco quiero flores, manos,

ni un corazón que me consuele.

No quiero un corazón

a cambio de otro corazón.

No quiero que me hablen de amor

a cambio del amor.

Yo sólo quiero un mar:

yo sólo necesito un mar.

Un agua de distancia,

un agua que no escape,

un agua misericordiosa

en que lavar mi corazón

y dejarlo a su orilla

para que sea empujado por sus olas,

lamido por su lengua de sal

que cicatriza heridas.

Un mar, un mar del que ser cómplice.

Un mar al que contarle todo.

Un mar, creedme, necesito un mar,

un mar donde llorar a mares

y que nadie lo note.

 

***

 

LOS BIENAVENTURADOS

 

                                               […] ellos poseerán la tierra

 

Los fieles, los constantes,

los condenados a lo eterno,

los asombrados de una sola vez,

los que solo confían en el miedo,

los que edifican sobre el desengaño,

los cuidadosos que cosechan pasos,

los fareros de la rutina,

los cómplices tenaces del trabajo,

los que se mueren razonablemente,

esos que en tantas ocasiones

desearían con urgencia

que hubiese un dios al que pedir socorro.

 

***

 

DESPEDIDA

 

Decir adiós quiere decir tan poco.

Adiós dijimos a la infancia

y vino detrás nuestro como un perro

rastreando nuestros pasos.

Decir adiós: cerrar esa obstinada puerta que se niega,

la persistente cicatriz que destila memoria.

Decir adiós: decir que no; ¿quién lo consigue?

¿quién encontró la mágica llave?

¿quién el instante que nos desliza hacia el olvido,

la mano que extirpará raíces

sin quedarse para siempre cerrada sobre ellas?

Decir adiós: volver la espalda; pero

¿quién sabe dónde está la espalda?

¿quién conoce el camino que no muere en el pisado atajo?

Decir adiós: gritar porque se está diciendo

y llorar porque no se dice nada;

porque decir adiós nunca es bastante,

porque tal vez decir adiós completamente

sea encontrar el recodo donde volver la espalda,

donde hundirse en el no definitivo

mientras escapa lentamente la vida.

 

***

 

NO OS CONFUNDÁIS

 

Y cuando ya no quede nada

tendré siempre el recuerdo

de lo que no se cumplió nunca.

Cuando me miren con áspera piedad

yo siempre tendré

lo que la vida no pudo ofrecerme.

Creedme:

todo lo que pensáis que fue destrozo y pérdida

no ha sido más que conjetura.

Y cuando ya no quede nada

siempre tendré lo que me fue negado.

No os confundáis: con lo que nunca tuve

puedo llenar el mundo palmo a palmo.

Tanto miedo tenéis que no habéis advertido

la riqueza que se oculta en la pérdida.

Desdichados,

poca ganancia es la vuestra

si nunca habéis perdido nada.

Yo sí he perdido:

yo tengo, como el náufrago,

toda la tierra esperándome.

 

***

 

NO CONTESTES

 

Tú que no crees en lo eterno

ni tampoco en lo fugitivo

¿qué podrás ofrecerte?:

exorcismos, conjuros,

el viejo rito de la digestión,

la sonrisa que no te pertenece,

la ofuscación del árbol,

el candor de la piedra.

No contestes,

acógete a las reglas

y que den testimonio de ti

los puntos suspensivos.

 

***

 

UNA MALA DISPOSICIÓN

 

Quizás tuvo la culpa

una mala disposición de mi esqueleto.

Seguramente me falló la osamenta.

Debo de tener la tráquea demasiado estrecha

y cualquier cosa le molesta

se irrita y trago mal.

El caso es que aquel hombre

estaba hecho una furia y todo le estorbaba:

los mendigos los chinos los rumanos.

Estaba hasta los pelos de las quejas de las mujeres.

Y se puso a decir que

lo que hacía falta era una mano dura como antes.

 

Y a mí me dio por toser

y terminé escupiéndole.

 

***

 

Última nieve

 

                        A Pedro García Domínguez

 

Una hermosa mentira te acompaña,

pero no llega a acariciarte.

Sólo sabes de ella lo que dicen,

lo que te explican libros enigmáticos

que narran una historia fabulosa

con las palabras llenas de significación,

llenas de claridad y peso exactos,

y que tú no comprendes sin embargo.

Pero tu fe te salva, te mantiene.

 

Una hermosa mentira te vigila,

aunque no puede verte, y tú lo sabes.

Lo sabes de esa forma inexplicable

en que sabemos lo que más nos hiere.

 

Llueve desde los cielos tiempo y sombra,

llueve inocencia y loco desconsuelo.

Un incendio de sombras te ilumina,

mientras la nieve apaga las estrellas

que una vez fueron permanentes ascuas.

 

Una hermosa mentira te acompaña;

a infinitos millones de años luz,

intacta y compasiva, se extiende la nevada.

 

***

 

Desde fuera

 

¿Quién sería el extraño que quisiera

conocer un paisaje como éste?

Desde fuera, la isla es infinita:

una vida resultaría escasa

para cubrir su territorio.

 

Desde fuera.

 

Pero Ítaca está dentro, o no se alcanza.

¿Y quién querría descender al fondo

de un silencio más vasto que el océano?

Silencio son sus habitantes,

silencio y ojos hacia el mar.

 

Desde fuera

las aguas son caminos

desde la playa son sólo frontera.

¿Y quién sería el torpe navegante

que entraría en un puerto sin faro?

 

Desde fuera, los dioses nos contemplan.

 

Desde aquí, no hay un pecho

capaz de cobijarlos:

los dioses son palabras; con el silencio, mueren.

¿Alguna vez la isla fue distinta?

 

Quién lo puede saber desde el aturdimiento.

Sin palabras, sin dioses, Ítaca es sólo el mar.

 

***

 

Hace tiempo

 

                        A Nati y Jorge Riechmann

 

Recuerdo que una vez, cuando era niña,

me pareció que el mundo era un desierto.

Los pájaros nos habían abandonado para siempre:

las estrellas no tenían sentido,

y el mar no estaba ya en su sitio,

como si todo hubiera sido un sueño equivocado.

 

Sé que una vez, cuando era niña,

el mundo fue una tumba, un enorme agujero,

un socavón que se tragó a la vida,

un embudo por el que huyó el futuro.

 

Es cierto que una vez, allá, en la infancia,

oí el silencio como un grito de arena.

Se callaron las almas, los ríos y mis sienes,

se me calló la sangre, como si de improviso,

sin entender por qué, me hubiesen apagado.

 

Y el mundo ya no estaba, sólo quedaba yo:

un asombro tan triste como la triste muerte,

una extrañeza rara, húmeda, pegajosa.

Y un odio lacerante, una rabia homicida

que, paciente, ascendía hasta el pecho,

llegaba hasta los dientes haciéndolos crujir.

 

Es verdad, fue hace tiempo, cuando todo empezaba,

cuando el mundo tenía la dimensión de un hombre,

y yo estaba segura de que un día mi padre volvería

y mientras él cantaba ante su caballete

se quedarían quietos los barcos en el puerto

y la luna saldría con su cara de nata.

 

Pero no volvió nunca.

Sólo quedan sus cuadros,

sus paisajes, sus barcas,

la luz mediterránea que había en sus pinceles

y una niña que espera en un muelle lejano

y una mujer que sabe que los muertos no mueren.


Francisca Aguirre Benito (Alicante, 27 de octubre de 1930-Madrid, 13 de abril de 2019), también conocida como Paca Aguirre, fue una escritora española, nombrada Hija Predilecta de Alicante en 2012 y Premio Nacional de las Letras Españolas en 2018.


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