TESTIGO
DE EXCEPCIÓN
Un mar,
un mar es lo que necesito.
Un mar y
no otra cosa, no otra cosa.
Lo demás
es pequeño, insuficiente, pobre.
Un mar,
un mar es lo que necesito.
No una
montaña, un río, un cielo.
No. Nada,
nada,
únicamente
un mar.
Tampoco
quiero flores, manos,
ni un
corazón que me consuele.
No quiero
un corazón
a cambio
de otro corazón.
No quiero
que me hablen de amor
a cambio
del amor.
Yo sólo
quiero un mar:
yo sólo
necesito un mar.
Un agua
de distancia,
un agua que
no escape,
un agua
misericordiosa
en que
lavar mi corazón
y dejarlo
a su orilla
para que
sea empujado por sus olas,
lamido
por su lengua de sal
que
cicatriza heridas.
Un mar,
un mar del que ser cómplice.
Un mar al
que contarle todo.
Un mar,
creedme, necesito un mar,
un mar
donde llorar a mares
y que
nadie lo note.
***
LOS
BIENAVENTURADOS
[…]
ellos poseerán la tierra
Los
fieles, los constantes,
los
condenados a lo eterno,
los
asombrados de una sola vez,
los que
solo confían en el miedo,
los que
edifican sobre el desengaño,
los
cuidadosos que cosechan pasos,
los
fareros de la rutina,
los
cómplices tenaces del trabajo,
los que
se mueren razonablemente,
esos que
en tantas ocasiones
desearían
con urgencia
que
hubiese un dios al que pedir socorro.
***
DESPEDIDA
Decir
adiós quiere decir tan poco.
Adiós
dijimos a la infancia
y vino
detrás nuestro como un perro
rastreando
nuestros pasos.
Decir
adiós: cerrar esa obstinada puerta que se niega,
la
persistente cicatriz que destila memoria.
Decir
adiós: decir que no; ¿quién lo consigue?
¿quién
encontró la mágica llave?
¿quién el
instante que nos desliza hacia el olvido,
la mano
que extirpará raíces
sin
quedarse para siempre cerrada sobre ellas?
Decir
adiós: volver la espalda; pero
¿quién
sabe dónde está la espalda?
¿quién
conoce el camino que no muere en el pisado atajo?
Decir
adiós: gritar porque se está diciendo
y llorar
porque no se dice nada;
porque
decir adiós nunca es bastante,
porque
tal vez decir adiós completamente
sea
encontrar el recodo donde volver la espalda,
donde
hundirse en el no definitivo
mientras
escapa lentamente la vida.
***
NO OS
CONFUNDÁIS
Y cuando
ya no quede nada
tendré
siempre el recuerdo
de lo que
no se cumplió nunca.
Cuando me
miren con áspera piedad
yo
siempre tendré
lo que la
vida no pudo ofrecerme.
Creedme:
todo lo
que pensáis que fue destrozo y pérdida
no ha
sido más que conjetura.
Y cuando
ya no quede nada
siempre
tendré lo que me fue negado.
No os
confundáis: con lo que nunca tuve
puedo
llenar el mundo palmo a palmo.
Tanto
miedo tenéis que no habéis advertido
la
riqueza que se oculta en la pérdida.
Desdichados,
poca
ganancia es la vuestra
si nunca
habéis perdido nada.
Yo sí he
perdido:
yo tengo,
como el náufrago,
toda la
tierra esperándome.
***
NO
CONTESTES
Tú que no
crees en lo eterno
ni
tampoco en lo fugitivo
¿qué
podrás ofrecerte?:
exorcismos,
conjuros,
el viejo
rito de la digestión,
la
sonrisa que no te pertenece,
la
ofuscación del árbol,
el candor
de la piedra.
No
contestes,
acógete a
las reglas
y que den
testimonio de ti
los
puntos suspensivos.
***
UNA MALA
DISPOSICIÓN
Quizás
tuvo la culpa
una mala
disposición de mi esqueleto.
Seguramente
me falló la osamenta.
Debo de
tener la tráquea demasiado estrecha
y
cualquier cosa le molesta
se irrita
y trago mal.
El caso
es que aquel hombre
estaba
hecho una furia y todo le estorbaba:
los
mendigos los chinos los rumanos.
Estaba
hasta los pelos de las quejas de las mujeres.
Y se puso
a decir que
lo que
hacía falta era una mano dura como antes.
Y a mí me
dio por toser
y terminé
escupiéndole.
***
Última nieve
A
Pedro García Domínguez
Una
hermosa mentira te acompaña,
pero no
llega a acariciarte.
Sólo
sabes de ella lo que dicen,
lo que te
explican libros enigmáticos
que
narran una historia fabulosa
con las
palabras llenas de significación,
llenas de
claridad y peso exactos,
y que tú
no comprendes sin embargo.
Pero tu
fe te salva, te mantiene.
Una
hermosa mentira te vigila,
aunque no
puede verte, y tú lo sabes.
Lo sabes
de esa forma inexplicable
en que
sabemos lo que más nos hiere.
Llueve desde
los cielos tiempo y sombra,
llueve
inocencia y loco desconsuelo.
Un
incendio de sombras te ilumina,
mientras
la nieve apaga las estrellas
que una
vez fueron permanentes ascuas.
Una
hermosa mentira te acompaña;
a
infinitos millones de años luz,
intacta y
compasiva, se extiende la nevada.
***
Desde
fuera
¿Quién
sería el extraño que quisiera
conocer
un paisaje como éste?
Desde
fuera, la isla es infinita:
una vida
resultaría escasa
para
cubrir su territorio.
Desde
fuera.
Pero
Ítaca está dentro, o no se alcanza.
¿Y quién
querría descender al fondo
de un
silencio más vasto que el océano?
Silencio
son sus habitantes,
silencio
y ojos hacia el mar.
Desde
fuera
las aguas
son caminos
desde la
playa son sólo frontera.
¿Y quién
sería el torpe navegante
que
entraría en un puerto sin faro?
Desde
fuera, los dioses nos contemplan.
Desde
aquí, no hay un pecho
capaz de
cobijarlos:
los
dioses son palabras; con el silencio, mueren.
¿Alguna
vez la isla fue distinta?
Quién lo
puede saber desde el aturdimiento.
Sin
palabras, sin dioses, Ítaca es sólo el mar.
***
Hace
tiempo
A Nati y Jorge Riechmann
Recuerdo
que una vez, cuando era niña,
me
pareció que el mundo era un desierto.
Los
pájaros nos habían abandonado para siempre:
las
estrellas no tenían sentido,
y el mar
no estaba ya en su sitio,
como si
todo hubiera sido un sueño equivocado.
Sé que
una vez, cuando era niña,
el mundo
fue una tumba, un enorme agujero,
un
socavón que se tragó a la vida,
un embudo
por el que huyó el futuro.
Es cierto
que una vez, allá, en la infancia,
oí el
silencio como un grito de arena.
Se
callaron las almas, los ríos y mis sienes,
se me
calló la sangre, como si de improviso,
sin
entender por qué, me hubiesen apagado.
Y el
mundo ya no estaba, sólo quedaba yo:
un
asombro tan triste como la triste muerte,
una
extrañeza rara, húmeda, pegajosa.
Y un odio
lacerante, una rabia homicida
que,
paciente, ascendía hasta el pecho,
llegaba
hasta los dientes haciéndolos crujir.
Es
verdad, fue hace tiempo, cuando todo empezaba,
cuando el
mundo tenía la dimensión de un hombre,
y yo
estaba segura de que un día mi padre volvería
y
mientras él cantaba ante su caballete
se
quedarían quietos los barcos en el puerto
y la luna
saldría con su cara de nata.
Pero no
volvió nunca.
Sólo
quedan sus cuadros,
sus
paisajes, sus barcas,
la luz
mediterránea que había en sus pinceles
y una
niña que espera en un muelle lejano
y una
mujer que sabe que los muertos no mueren.
Francisca
Aguirre Benito (Alicante, 27 de octubre de 1930-Madrid, 13 de abril de 2019),
también conocida como Paca Aguirre, fue una
escritora española, nombrada Hija
Predilecta de Alicante en 2012 y Premio Nacional de las Letras Españolas en
2018.
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