lunes, 28 de diciembre de 2020

Roberto Ibáñez Ricóuz / Último bombazo

 



Último bombazo

 

Las explosiones lo resuelven todo

algún desajuste en las moléculas del aire

el paso del tiempo: de sur a norte

las estelas de humo que van nadando en el cielo.

Las explosiones pueden resolverlo todo.

las monedas a la baja, las abejas que dejaron

de producir miel o cera para prender los ánimos.

Las explosiones sirven para todo: para perder dedos

o metafóricamente hablando, claro, perder la cabeza.

Los basureros desaparecen lentamente

y la ciudad va mutando formas para combatir fuego enemigo.

La ilusión del todos a salvo va estrechándose cada vez más

con recomendación de rejas, alambres de púas, cercos eléctricos:

las hojas secas que caen al parque podrían contener serias infecciones

transmisiones o pulsares, ondas eléctricas, energía eólica,

solar amarillo que se extingue: cualquier voltio, una chispa

y todo estalla pues las explosiones sirven para todo.

 Gran excusa para tenderse en la cama

 si cuatro niños pierden un ojo, ¿cuán lejos estamos de aquello?

 Puede que llegue el día de mirarse al espejo y decir con asombro:

 ¡Vaya! Me falta un ojo, ¿dónde habrá quedado?

 Y este brazo del demonio, ¿dónde se quebró?

 Las piernas incompletas, la piel volcánica, ¿cuándo ocurrió todo esto?

 Será, acaso, algún mal interior que me anda por las tripas.

No falta mucho, los relojes avanzan implacables.

Ninguna velocidad los reduce ahora, excepto el afilado inicio de

una mecha, ya sabes,

las explosiones lo solucionan todo,

alguna estadística funeraria o corbata mal atada

cruzada por un solo extremo o desatendiendo la seda

alguna tela más económica.

Entonces estalla y todo puede volver a ser como un día de este a oeste,

el sol elevándose tras la cordillera yendo a la desaparición marítima

la armonía de las cosas naturales: las casas gigantes a un lado

y las casas casas al otro: de costa a altura todo desplazamiento,

 prestar servicios higiénicos, vaciar basureros, vaciarse los dedos

observar bien antes de vaciar cualquier recipiente

la comida fría puede transportar alucinógenos terribles

horas de poco equilibrio, hojas verdes y cogollos.

El muchacho de quince años puede hacerte estallar

 o devorarte los dedos. ¡¿Cómo has de tomar la escoba?!

 Mejor es quedarse tendido en la cama

 -piensas- cerrar todo vínculo, dejar aquello de los paseos

-piensas- la situaciones delicadas no hacen más que estallar,

 de un lado u otro podrían caerte cinco dedos en la nuca,

de un lado u otro no importa tanto: en algún momento alguien te toca

la espalda diciéndote “oye, qué bella bomba llevas a cuestas”,

“oye, qué bello momento, podríamos perpetuarlo”

 y la cara no te la saca nadie cuando te das vuelta

 y sabes que la única explosión sucede en términos lejanos:

cuando has perdido dos dedos no te das cuenta hasta que amaneces

bello, bello día, en un hospital público de cualquier lugar, en cualquier televisor.

 

Roberto Ibáñez Ricóuz (Neuquén, Chile 1993).

Licenciado en Letras. Sus poemas aparecen antologados en Halo: 19 poetas nacidos en los noventas, 90 revoluciones y Parias poetas y borrachos. Obtuvo el premio Roberto Bolaño de escritura joven y una mención honrosa en los Juegos Literarios Gabriela Mistral.

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