lunes, 4 de enero de 2021

aZOOMate un poco / Antología de cuentos

 









aZOOMate un poco

Antología de cuentos

 

Por Miguel de Loyola (escritor chileno).

 

El año 2020, a pesar de la pandemia o por causa de la misma, se han publicado cientos de libros en Chile. De todos los géneros y las más diversas categorías. Será difícil su clasificación, en el caso de que la hubiese, en un país donde leer no es una costumbre, salvo para un segmento minoritario, marginado por una sociedad más entregada al placer del cuerpo que del espíritu. Sin embargo, cabe destacar esta vez el auge que ha cobrado la creación literaria. El encierro forzado ha servido a muchos para un encuentro consigo mismo a través de la palabra y su ejercicio. Escribir es resistir, y bajo este contexto pandémico, la frase no puede calar más hondo.

En mis manos tengo una publicación intitulada aZOOMate un poco, título que alude a las condiciones en que se han desarrollado las relaciones humanas en medio de la pandemia, en su mayoría a través de la plataforma virtual denominada zoom. El libro reúne textos de cinco autores: Daniel Alves, Matías Aninat, Irene Araya, Claudio Ernesto y Maritza Herrera. Se trata de relatos breves, probablemente escritos in situ, producto del encierro. En ellos es posible advertir la capacidad de contar que habita en todo aquel que se lo proponga, concentrándose en ello. Un ejercicio que el hombre viene desarrollando desde el principio del mundo para comunicar sus sueños e inquietudes: «En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios».

Los relatos reunidos en aZOOMate un poco subrayan anécdotas y peripecias de lo cotidiano, del diario vivir, algunas referidas a las experiencias en pandemia. Relatos realistas, podríamos clasificar, aunque algunos desbordan hacia otros planos. Relatos bien escritos, sin problemas de sintaxis, como suele ocurrir a la mayoría de los noveles escritores. Se nota aquí la preocupación por el uso de los tiempos verbales correctos, por sustantivos y adjetivos adecuados. Hay un buen trabajo de edición de los textos, sin erratas a diestra a siniestra que tanto malogran un relato, perjudicando el fondo y la forma.

Su lectura es amena, entretiene, divierte. Permite al lector meter narices en mundos ajenos, participar de ellos, advertir las múltiples aristas que dan forma a la realidad, en un mundo que a diario pretende fijarla en un solo punto, reprimiendo la imaginación y la fantasía que tanto necesita el hombre para vivir en paz consigo mismo y con los otros.

Destacan por cierto algunos relatos más que otros, como ocurre en cualquier antología: La fiesta, de Daniel Alves; El nuevo rostro, de Matías Aninat; Furia en primavera, de Irene Araya; La realidad tras el espejo, de Claudio Ernesto y especialmente Como dos gotas de agua, de Maritza Herrera donde se percibe la tensión dramática y el conflicto que todo relato necesita para sorprender al lector. Sin embargo, en todos ellos está implícita la búsqueda permanente de todo narrador de la historia que conmueva. El intento de plasmar una experiencia, real o imaginaria, siguiendo los paradigmas del arte de la literatura.

Sin duda, el año de la pandemia dará a luz muchas antologías, marcando un hito en la historiografía literaria del mundo entero. Se trata de un fenómeno mundial.

 

Santiago de Chile, Diciembre del 2020.

 

 

 

LA FIESTA

 



 

Eso fue lo que encontró Melisa en internet cuando se sintió aburrida e hizo una pausa en su trabajo. A sus treinta años, a veces cuestiona cosas de su vida. Creo que a todos nos ha pasado más de una vez. Saber si estamos donde deberíamos estar o si trabajamos en lo que somos buenos. Incluso se pregunta si haberse cambiado a Chile hace diez años fue una buena decisión.

Le llamó la atención la palabra acaso y más aún la primera explicación. Si te pones a pensar, los acontecimientos causales están por todas partes y todo el tiempo, se dijo mientras caminaba hacia la puerta para recibir el delivery de su cena. Lo que no entiendo, es por qué siempre me cuesta aceptar el acaso, pensó ya sentándose a comer. La televisión estaba encendida en un canal cualquiera, ella sólo quería aquellas voces acompañándola. Luego se iría a la cama a descansar.

—Javi, me voy de vacaciones a Egipto en octubre —me dijo Melisa cuando llegó a la oficina y me vio sentado en mi escritorio.

—¿En serio, por qué Egipto? —le pregunto con algo de envidia, yo que nunca he ido al continente africano.

—Voy al matrimonio de una amiga. ¿Quieres ser mí +1?

—Sorry, Meli, no tengo dinero ni días de vacaciones para acompañarte. —Y no le mentí, ya estaba todo planificado para irme a Estados Unidos en septiembre.

Melisa no se daba cuenta de que en aquel instante el acaso ya se estaba encargando de preparar sorpresas para su viaje. Yo sí me lo imaginaba. Siempre que alguien me anuncia que se va de viaje, yo ya veo la película completa. Incluso me gusta hacer una salida de despedida, no porque piense que le podría pasar algo malo, al contrario, pienso que tal vez pase algo tan bueno que sea más fuerte que volver al hogar. Conozco experiencias de gente que se fue de vacaciones y nunca volvió.

En nuestras siguientes conversaciones, le contaba a Melisa los lugares que a mí me gustaría conocer de Egipto. Obviamente, yo hablaba desde el punto de vista de alguien curioso y cinéfilo. Y que por eso sabía el nombre de algunos lugares en aquellas tierras. De nuevo ella no vio que el acaso nos llevaba a estas conversaciones y apuntó todo.

Cuando volví de Estados Unidos, nos juntamos a tomar cerveza. Ella, preparada para escuchar mis historias de vacaciones. Como viajé solo, sentía que las historias eran sólo mías también y le omití detalles en mis relatos. La misma fiesta de mi regreso fue para despedirla. El lunes siguiente, yo ya estaría solo en la oficina.

Durante los primeros días de su ausencia, nos comunicamos a diario. Y ella me hablaba de la gente de allá, de las comidas árabes, de los mercados y las personas “exóticas” que se cruzaban en su camino. Todo aquello era el “acaso” en acción. De nuevo no nos dábamos cuenta.

Nuestros mensajes fueron disminuyendo y me dediqué a mi trabajo. Estoy seguro de que Melisa estará disfrutando de sus vacaciones. Algunos días antes de su regreso, le cuento en secreto, que ya no podré seguir haciendo su parte del trabajo. Es fome, le digo, pero dejo de hablar para no echar a perder sus últimos días en Egipto. El lunes siguiente ya no estaría sólo en la oficina.

A su regreso, quiere contármelo todo. Mientras escucho, voy construyendo mi película de Egipto. Me narraba sus aventuras y las cosas que solo se viven cuando se viaja. El mejor dinero gastado es el que se gasta en viajes. “Pensé que no volverías, Meli”, le comento, encontrando gracia en los nombres de la gente que conoció. Ella también reía. Estoy seguro de que igual que yo, también omitió detalles.

La rutina nos hace volver a la vida en Santiago. Hasta que recibo una invitación de las antiguas, en papel, para una fiesta. Como suele decir mi madre, lo mejor de la fiesta es esperar por ella. Me demoré años en entender eso. Le digo a Melisa que sea mí +1, pero responde que ya tiene planes para el fin de semana. No me queda otra que ir solo. Pero el “acaso” me tenía otra sorpresa. Un egipcio había venido a Chile en busca de quien se había enamorado en El Cairo semanas atrás. Entonces celebramos el noviazgo de Melisa y Adib.

 

Daniel Alves

 


 













 

EL NUEVO ROSTRO

 

Jacobo se sentía extranjero en su país. En efecto, era la única persona de la ciudad que conservaba su rostro original. Todo el mundo llevaba cubierta la cara con algún fruto de los árboles que crecían en los parques y espacios verdes de la urbe. El joven se avergonzaba al caminar por las calles. No toleraba ver cómo era el único que estaba ajeno a la nueva moda. Se sentía observado por los transeúntes, quienes fijaban su mirada de desprecio sobre este hombre que aún tenía un rostro humano.

En su casa, la situación no era para mejor. Al mirarse al espejo, reaccionaba con horror frente a este rostro horrible que le estaba condenando al ostracismo. Incluso, tenía pesadillas de manzanas, naranjas y peras que lo perseguían por callejones oscuros. No le quedaba otra alternativa más que sucumbir.

Un día, se levantó decidido a cambiar su rostro. Sólo debía encontrar algún árbol que le brinde un fruto suficientemente atractivo para poder insertarlo en la cara. Para su suerte, a dos cuadras de su casa, un limonero relucía en la colina de un parque aledaño. Sin dudarlo, Jacobo corrió hacia él con la esperanza de poner fin a sus problemas.

Llegó hasta el árbol y cogió entre sus ramas un limón. Sin embargo, no comprendía cuáles pasos eran requeridos para intercambiar su rostro. Intentaba frotárselo por encima de su cara, sin que surgiera efecto. Cuando comenzó a desesperarse, pasó por el lugar un hombre cubierto por una naranja, quien le indicó al joven acudir a un sitio de trasplantes donde un especialista se haría cargo de la operación. Aliviado, Jacobo cogió el fruto y emprendió una nueva búsqueda.

A los veinte minutos, encontró una tienda que desplegaba un gran cartel en su exterior “cambio de rostros por solo $100 pesos”. Sin pensarlo dos veces, ingresó, para encontrarse con una anciana que —para su gran sorpresa— también conservaba su faceta humana.

—¿En qué lo puedo ayudar joven? —le preguntó.

—Vengo a que me cambien mi rostro por el de un limón.

—¿Y por qué motivo quiere hacerlo?

Fue después de esta pregunta que Jacobo tomó una pausa. En efecto, nunca comprendía el motivo por el cual esta moda había causado tanta sensación en la ciudad. Además, la primera persona a la cual veía también con su rostro humano en mucho tiempo era —vaya paradoja— alguien que se encargaba de hacer el implante.

—Disculpa que le pregunte, ¿pero por qué usted no se ha cambiado el rostro, como todo el mundo? —le replicó Jacobo después de un breve silencio.

—Porque no le encuentro sentido.

—Pero todo el mundo lo hace.

—¿Y así qué? ¿Acaso estoy condenada a seguir la corriente?

—Y si no le parece, ¿por qué entonces se ha dedicado a hacer trasplantes de cara a todos los demás?

—No tengo otra opción, hijo. Yo me dedico a hacer lo que me pidan.

Quedando estupefacto, a Jacobo se le ocurrió una idea. Qué tal si en vez de seguir la moda imperante, él aprovechaba la ocasión para implantar un nuevo movimiento. Era una oportunidad segura para causar sensación, y ser él esta vez quien lleve la batuta.

—Cambio de opinión. Mejor quiero que me saque todo rastro de carne humana sobre mi cara.

Sin cuestionar su cambio de parecer, la anciana puso manos a la obra. Varias horas tardó en despojarle todo rastro de piel humana que almacenaba en la cara. El resultado salió como lo esperaba: Jacobo ahora era una calavera viviente.

El joven estaba feliz. Después de un buen tiempo viviendo bajo la sombra de la vergüenza, al fin podía presumir de su nuevo rostro. A la salida, caminó por las calles más visibles de la ciudad con un evidente aire de orgullo. Las personas a su alrededor lo observaban ya no con desprecio sino con maravilla, como si se tratase de alguna celebridad. Muchos incluso miraban su propia cara de fruta con vergüenza, como si ya estuviera pasada de moda.

Al llegar a su casa, por primera vez en mucho tiempo, Jacobo se miró al espejo con el pecho erguido. Y no era para menos, pues estaba en completo enamoramiento con su nuevo rostro. En lugar de desprecio, se admiraba al observarse con su cráneo, cuya blancura irradiaba como luz de luna llena.

Esa misma noche, Jacobo trató de recostarse en la cama. Sin embargo, no le fue posible conciliar el sueño. La almohada le incomodaba demasiado. Además, su mente estaba absorbida por la idea de querer lucirse en la ciudad. Tras reflexionar por algunas horas, llegó a convencerse de que debía inmiscuirse en su nueva faceta por completo.

Fue así como el protagonista acudió al cementerio donde pretendía pasar la noche. Para su suerte encontró una tumba vacía. Sin pensarlo dos veces se acostó en el sitio y utilizó barro acumulado por los alrededores para cubrir su cuerpo. Así se durmió un poco más tranquilo.

A la mañana siguiente se despertó gracias a los rayos de sol que iluminaron el resplandor del cementerio. Jacobo estaba de buen humor, más aún cuando escuchaba a los pájaros de los árboles de sus alrededores silbar de alegría. Comenzó a dirigirse hacia las vías principales, donde esperaba ver el efecto que surgiría con sus acciones.

Y así fue. Niños, ancianos, mujeres, vagabundos, artistas, y tantos otros personajes que rodeaban las calles estaban ahora a esqueleto descubierto. Sin embargo, lejos de complacer a Jacobo, la escena le resultó horripilante. Las múltiples calaveras con que se topaba, no eran más que un despojo de la humanidad de las personas. Al menos los frutos le recordaban el mundo natural; ver toda esa cantidad de huesos era un espectáculo que personificaba la muerte bajo su faceta más trágica y gris.

Necesitaba volver a sentirse vivo. Corrió al taller a un ritmo desesperado con el propósito de revertir todo lo que había causado. Nuevamente lo recibió la anciana, quien no se sorprendió por su repentino retorno.

—¿Qué pasa ahora, hijo? —le preguntó ella, manteniendo su tono sereno. —

¡Quiero hacer un cambio!

Así entonces, Jacobo fue experimentando con múltiples facetas. En una primera instancia, el joven quiso pintar su calavera de varios colores. El resultado no lo dejaba satisfecho, pues se sentía como un payaso que intentaba maquillar la realidad. Luego, insertó al interior de su cabeza trozos de tierra para sembrar unas semillas que tenía guardadas en su habitación. Al poco tiempo de que le crecieran plantas, fue invadido por insectos y pájaros, haciendo que nuevamente cambiara de parecer. Por último, se construyó un mueble en la cara, pero al mirarse al espejo, tuvo una sensación horrorosa de verse como un objeto inerte.

Estos intentos lo terminaron frustrando, a tal punto de tomar una decisión final. Fue así que un día acudió por última vez al taller, decidido a recuperar su identidad original. Además, ya estaba asqueado de esta ciudad y, por ende, concluyó que debía emprender nuevos rumbos.

La anciana del taller guardaba en un cajón trozos de piel de la cara de Jacobo, extraídos desde la primera ocasión en la que ingresó a su tienda. Cuando lo vio entrar, la dueña del local tuvo un presentimiento de cuál sería la nueva solicitud. —

¡Quiero ser el yo de antes! —imploró de un golpe el joven

—¿Está seguro? Una vez que recobre su rostro original, ya no me será posible hacerle otro cambio.

—Seguro como nunca en mi vida.  

—Bueno, como es primera vez que hago esta operación, no le puedo asegurar que resulte perfecto.

—No me importa, tiene mi permiso para proceder.

Algunas horas más tarde, Jacobo volvió a sentir el calor de su piel en el rostro. En efecto, el procedimiento no había estado exento de imperfecciones. Manchas y cicatrices eran ahora parte de su cara, como grietas que habían permanecido en una casa tras haberla reconstruido después de un desastre. Poco le importaba al joven, quien estaba contento de lograr su cometido. Se despidió de la anciana, esta vez de forma definitiva, agradeciéndole por su ayuda durante todo este periodo.

Jacobo deambuló por las calles de la ciudad, la que ahora era un caos total. Mientras que algunas personas habían optado por quedarse con su esqueleto, otras —viendo los cambios que el joven había experimentado— decidieron emprender sus propias transformaciones. Así, algunos se revistieron de insectos, mientras que otros construyeron casas y hasta edificios enteros en su rostro. Incluso, había quienes se decapitaron por completo. Cada uno buscaba ser el nuevo estandarte de la moda imperante.

Lejos de perturbarse, Jacobo transitó tranquilo hacia el muelle de la ciudad. Sabía que la urbe ya no era su lugar. Llegó la hora de embarcarse a nuevos destinos. Fue así como cogió uno de los botes, para remar rumbo a su nuevo hogar: la Isla de la Liberación.

 

Matías Aninat

 













 

 

FURIA EN PRIMAVERA

 

Gabriela no paraba un minuto mientras supervisaba hasta el último detalle de la cena que había preparado para sus amigas. Como era tradición, se juntaban cada seis meses en su casa, las cuatro que componían esta cofradía desde sus tiempos de compañeras de curso en el Villa María. Cada una había tomado caminos distintos, pero seguían reuniéndose para compartir y apoyarse en los tiempos difíciles. Rondaban los sesenta años y tenían hijos mayores, excepto Liliana a quien la maternidad nunca le interesó.

La casa de Gabriela era enorme y ella misma se encargaba de la decoración, que había sido su hobby desde que terminó sus estudios. Su marido era gerente de una importante empresa y ella no había necesitado trabajar para subsistir. Sus dos hijos ya eran independientes y vivían en distintos países, por lo que se sentía en ocasiones algo solitaria.

La primera en llegar fue Macarena, la Maca, un torbellino rubio en tacos y mucho animal print. Separada dos veces, con un hijo de cada matrimonio, ahora se dedicaba, según sus propias palabras, a disfrutar de la vida.

—¡Gaby está quedando la embarrá con todo esto de las movilizaciones! —le dijo azorada —esta semana ya me han suspendido tres veces la hora de la peluquería y mira cómo tengo las raíces —agregó mientras estiraba su pelo. —¿Pero qué onda pasa en este país?

—Ni idea —respondió Gabriela —mejor sentémonos a tomar un rico aperitivo que hizo la Rosita, —le contestó refiriéndose a su empleada.

En eso estaban cuando llegó la tercera de las amigas: Isabel Margarita de Larraguibel, como le gustaba nombrarse en honor a su marido, un ilustre senador de la República.

—¡Qué tal chicas! —dijo entrando mientras sus pulseras emitían un tintineo cristalino. —¡Qué atroz todo, les digo, esto va a terminar mal! —comenzó diciendo Isa, —todos estos roteques reclamando no sé qué. Julián llamó de Bruselas pidiéndome que no saliera de casa, pero estoy atroz de aburrida sin poder ir a ningún lado, porque claro, cierran temprano en todas partes. Si hasta mi manicurista me dijo que no me podía atender, porque tenía que volver temprano a su casa. Figúrate tú, el colmo de la flojera.

Seguía lamentándose cuando llegó la última de las amigas, Liliana. Alta y delgada, vestida sencillamente de jeans y blusa de seda negra, había sido la única en estudiar en la universidad, de donde había egresado como veterinaria, a lo que se dedicaba desde entonces. Su padre, un diplomático de renombre y sus amigas, no podían creer la carrera que había escogido. Por último, podría haber sido economista o escritora, habían pensado. Todo, menos trabajar con animales. Pero ella era feliz, dedicándose al cuidado de las mascotas de otros.

Las cuatro se saludaron cariñosamente y después del aperitivo, disfrutaron de la exquisita cena preparada por Gabriela. Durante la sobremesa comenzaron nuevamente a hablar de la situación actual.

La más enfadada era Isabel Margarita que no paraba de reclamar:

—¡No sé qué más quieren! Tienen derecho a salud, educación y todo ¿Por qué han llegado tantos inmigrantes entonces? —decía —porque estamos en un oasis como dijo Sebastián* —se respondía a ella misma, mientras saboreaba la torta Tatin del menú.

—¡Atroz, atroz! —agregaba Macarena. —¡Y más encima van todos estos niñitos de las universidades a avivarles más la cueca! ¡Qué horror!

—Paren, chicas —dijo Liliana— ¿No se han detenido un segundo a pensar que tal vez sea la gente que tiene la razón y no ustedes?

Las dos se pusieron en guardia y al unísono le preguntaron a qué se refería.

—Me refiero a que no todo el mundo tiene sus necesidades resueltas, así como ustedes. Aunque no lo crean, existen personas más allá de los límites de sus casas o sitios que frecuentan. Ustedes los conocen, porque los ven todos los días, pero no reparan en ellos, en que no tienen lo mínimo necesario para vivir dignamente.

Ante la mirada perpleja de sus amigas continuó, —tengo una pregunta para las dos: ¿Cuánto ganan sus empleadas?

Isabel Margarita fue la primera en contestar.

—La Chelita gana como dos millones creo yo, no sé, si es Julián el que paga todo.

Macarena, al menos, tenía una idea más aproximada:

—Yo le pago a mi nana cuatrocientas lucas al mes, claro que sin imposiciones porque eso sube mucho el costo.

Al escucharla, Gaby elevó su voz por primera vez: —pero ¿quién vive con esa plata al mes? —dijo —si no alcanza para nada.

—Esa justamente es la razón de las movilizaciones amigas, malos sueldos, mala educación, salud y peores jubilaciones — remató Liliana.

—¡Esto no me está gustando nada, Lili! —declaró Isabel Margarita —así como hablas, te estás pareciendo a esta niñita con lentes rojos, esa diputada del Partido Comunista.

Bastó ese comentario para que Liliana explotara.

—¡Ya me aburrieron! ¡Se acabó! —dijo con lágrimas en los ojos. —no puedo seguir con esta farsa. Hace años que nos reunimos para recordar aquellos tiempos en que éramos unas niñas. Siento que no hemos evolucionado nada. Nos quedamos detenidas en el tiempo. No tengo nada en común con ustedes y creo que ya no seguiré viniendo a estas estúpidas reuniones — les manifestó a sus horrorizadas compañeras —y antes de irme, quiero decirles que tengo una pareja maravillosa hace siete años. Se llama Viviana y nunca he podido presentarla a mis amigas por lo que van a pensar ellas de mí —terminó diciendo, y dirigiendo su mirada a Isabel Margarita le gritó: —

¡Ahora sí que está completo el cuadro, Isa: comunista y lesbiana!

Todas quedaron en shock ante la confesión de Liliana, pero fue justamente Isabel Margarita, la menos pensada, la que ofreció su apoyo.

—Tranquila Lili, nunca te vamos a juzgar por lo que eres. Para serte franca hace un tiempo lo sabíamos —y ante el asombro de Liliana le explicó: —la Maca te vio con ella hace un par de años en una exposición de cuadros de la Isidora Del Río. ¿Recuerdas? ¿pero quiénes somos nosotras para juzgarte? Estábamos esperando que confiaras en nosotras. Además –prosiguió —debo decirles que no soy la yegua insensible que aparento. De hecho, en estos momentos ni siquiera tengo empleada.

—Pero ¡cómo, Isa! —saltó Gabriela. —¿Y cómo te las arreglas?

—¿Recuerdan ustedes a Luchito “Tololo” Baeza?

—¿El hijo de la señora del kiosco del colegio?

—Sí me acuerdo —dijo Macarena. —usaba unos lentes enormes, por eso lo de Tololo**.

—¡Bien Maca! —felicitó Isabel Margarita. —¡El mismo! Tanto que nos reíamos de él en ese entonces y ahora somos pareja —declaró antes sus estupefactas oyentes. —vivimos juntos hace cinco años. Lo ayudo a atender su pastelería que tiene cerca de la Plaza Ñuñoa.

—¿Pero y tu marido Julián? –preguntaron a coro Gabriela, Maca y Liliana.

—Ese me dejó hace siglos, —respondió tranquilamente Isabel Margarita. —Se fue con su secretaria y no tengo idea dónde estará. Continué con esta farsa por las mismas razones que Liliana. Para mantener las apariencias.

—Bueno —habló Macarena —ya que estamos en esto, debo decirles que mi vida tampoco ha sido fácil. Vivo con mis hijos y me toca cuidar a los nietos todo el día. Cero glamour. Ambos hicieron malas elecciones y ahora con lo difícil que es conseguir trabajo, están todo el día trabajando en Uber mientras me quedo con los críos. Ni para una manicure decente me alcanza. —Se quejó.

De pronto todas se volvieron hacia la dueña de casa.

—¿Por qué me miran todas? —dijo Gabriela. Y ante la mirada inquisitiva de sus amigas se confesó.

—Bueno, para serles franca, debo decirles que probablemente esta será la última reunión en esta casa.

Ante las exclamaciones de las otras mujeres continuó: — seguiremos juntándonos como hasta ahora, pero en otro lugar. Despidieron a José Pablo a sus sesenta y dos años, porque la empresa quiso ceder su puesto a un ingeniero comercial más joven, casualmente sobrino de uno de los accionistas mayores. Y con el tren de gastos de esta casa, obviamente no nos va a alcanzar, así es que ya la vendimos para pagar deudas y pudimos comprar un pequeño departamento en Ñuñoa —confesó emocionada. — Podremos ir a visitarte a tu pastelería Isa —terminó bromeando.

Todas comenzaron a reír simultáneamente. Llevaban tantos años fingiendo.

—Bueno, chicas, brindemos por nosotras —dijo finalmente Liliana, —basta de mentiras y sigamos reuniéndonos por lo que somos.

—¡Eso es! —dijo Macarena —nada más que mujeres comunes, peleando día a día para poder subsistir.

—¿Saben qué? —sugirió Gabriela —les propongo sumarnos a las movilizaciones. Total, todas hemos perdido algo por lo cual habíamos luchado.

Todas asintieron riendo.

—Listo, —continuó Gabriela —¡cada una a buscar su cacerola! ¡El llamado a manifestarse es a las ocho!

 

 

*Sebastián Piñera: actual presidente de Chile.

**Tololo: Observatorio astronómico ubicado cerca de La Serena, Norte de Chile.

 

Irene Araya

 

 














 

LA REALIDAD TRAS EL ESPEJO

 

Abrió los ojos, se estiró con un bostezo prolongado, como con ganas de quedarse durmiendo y después de gritar sílabas inentendibles, se incorporó listo para comenzar un nuevo día. En una hora, entró y salió del baño; subió y bajó repetidas veces la escalera. Vistió formal, se arregló el escaso pelo y, finalmente, antes de tomar el maletín y subir a su 4x4, fue a saludar y a darse ánimo frente al espejo. Limpió con un trozo de papel la humedad que pudiera empañar su mirada. Con amplia sonrisa y mirándose fijamente, se arengó para tener un día perfecto. Miró con admiración los ojos al otro lado del espejo, les habló en distintos tonos, les pidió y dio bendiciones. Después, encendió la tercera luz del baño y repitió todo por segunda vez. Cuando notaba que el tono de la voz que venía desde el espejo no era igual al tono que él había decidido emitir, se volvía a acomodar, moviendo el cuello de un lado al otro y arreglándose el arreglado poco pelo, repetía la limpieza sobre la superficie brillante, borrando cualquier signo que empañara el brillo marrón que lo observaba desde el fondo. A veces, todo resultaba bien al primer intento, ahí era cuando se retiraba de enfrente del espejo, pero inmediatamente y presa de la inseguridad, volvía a la posición anterior sólo para constatar que el otro también se hubiese retirado y al ver que el otro estaba haciendo lo mismo, volvía a repetir todo desde el principio. Finalmente lo miraba con orgullo y al ver que recibía lo mismo, se iba feliz. Y cuando no resultaba al primer intento, ni al segundo y así, por horas, simplemente llegaba atrasado a su trabajo.

Durante el trayecto pensaba en cómo saber si la imagen en el espejo también iba a su trabajo y si también iba atrasada. La imagen del espejo se le cruzaba por la mente en momentos inoportunos durante el trabajo, haciéndolo olvidar detalles o decisiones que después debía explicar con mentiras a sus superiores.

Últimamente le está costando más despegarse del espejo. Arenga, miradas, destellos, movimientos y limpieza, cualquier detalle que no lo convenza, lo hace repetir repetir todo de nuevo, todo de nuevo. En especial, el viernes pasado, fue el colmo. Estando listo para retirarse del espejo y después de haberse acomodado, moviendo el cuello y arreglándose el arreglado poco pelo y haber repetido repetido la limpieza sobre la superficie brillante, se movió leve hacia la frontera del cristal, perdiendo de vista un ojo y media cara del otro lado, pero sin poder resistirlo, devolvió el movimiento una y otra vez hasta que sin darse cuenta cómo, sentía que estaba quieto, paralizado, inmóvil. Perplejo, observó cómo su imagen al fondo, se movía repitiendo sus movimientos anteriores, perdiéndose cada vez un poco más hasta desaparecer por completo. Esto es imposible quiso pensar, pero el frustrado intento de despegar los pies del piso, lo hicieron temer lo peor. No podía moverse.

 Sus hijos se levantaron, su esposa transitaba feliz por la casa. Todos haciendo sus vidas, incluso hablando del papá, que está en el trabajo, decían.

En un estado anterior al pensamiento, quiso pensar lo siguiente: “Inmóvil e invisible, no puede ser”, pero ni siquiera pudo pensar. No había forma de articular un pensamiento, ni de moverse. Comenzó a disfrutar ese estado de no ser, de levitar inducido, de no sentir. Así, se resignó a esperar su vuelta del trabajo, que ya no era su vuelta, pero que de alguna forma sí era su vuelta. Y, dispúsose a dejar pasar el tiempo, mientras veía el fondo vacío del espejo, a la espera de sí mismo.

Recién había notado cómo se comenzaba a extinguir la claridad por entre las celdas de la rejilla de la puerta del baño, cuando logró pensar algo y desde ese momento y cada segundo pensó más y más, hasta que, mirando hacia el fondo del espejo, notó que aparecía un ojo, luego la cara, luego el otro ojo. Cuando su rostro completó su rostro, pudo mover sus piernas y todo el cuerpo. Extrañamente feliz, salió del baño, se puso pijama y se acostó.

Abrió los ojos, se estiró con un bostezo prolongado como con ganas de quedarse durmiendo y después de gritar sílabas inentendibles, se incorporó listo para comenzar un nuevo día.

 

Claudio Ernesto

 

 











 

COMO DOS GOTAS DE AGUA

 

—¿En qué puedo ayudarte? —Dijo con una voz que me sonó conocida.

—¿Papá? —Dije bien bajito, queriendo que me tragara la tierra. —¿Qué haces aquí a esta hora? Deberías estar en casa cuidando a mi madre, por qué la has dejado sola, cuando ya no puede caminar y ¿si necesita alguna cosa? ¿quién la ayudará?

Pero en segundos aterricé, qué le diría yo a mi padre si tampoco debería estar aquí en este café sentada esperando a mi amante, si no lo despachaba luego a casa se encontraría cara a cara con Facundo y ahí no sé qué haría papá conmigo y con él. Necesito actuar rápido. Me levanté de la mesa, lo encaré de frente, me amarré el cabello y le dije en un tono fuerte y claro.

—¿Con quién está mamá?

—Tu madre está bien cuidada, por supuesto que no la dejaría sola, pero tú, Camila ¿desde cuándo vienes por la mañana a este lugar y no pasas a ver a tus padres?

—Bueno, yo me dirigía a la casa de ustedes, pero decidí tomarme un café, no sabía si estarían despiertos tan temprano... —de pronto me sentí como una niña, dando explicaciones, mintiendo y lo más terrible de todo, tendría que sacarlo luego de aquí, ya que Facu no tardaría en llegar y él no sabía que yo era casada y con hijos.

—Papá, te invito a que vayamos a ver a mamá, luego se me pasará la hora y no podré hablar nada con ella.

Me miró con cara de duda, o tal vez, eso sentía yo, debido a que la conciencia ya hacía varios meses me pesaba; si, estaba arriesgando años de matrimonio por una aventura, pero ¿qué podía hacer ahora?, nada, de momento solo retirar a mi padre de esta escena, antes de que se desatara la más terrible de mis pesadillas y fue justo cuando escuché a papá decirme a lo lejos en mi cabeza...

—Vamos hija, te ves tan pálida que parece que estás enferma.

—Sí, puede ser, es por eso que paré aquí, sería bueno tomarme algo para la cabeza apenas llegue a tu casa, —me apresuré en decir y aproveché de tirar de mi papá hacia la puerta lo más rápido posible.

—Hija, te pido que por favor no le digas a mamá dónde me encontraste, tú sabes que a ella le encantaba salir, sobre todo tomarse un café, bueno y ahora, en su condición, me siento egoísta haciéndolo yo solo, ¿Me entiendes?

—Claro, papá, no te preocupes, pero vamos, tu secreto quedará muy bien guardado. —En ese momento, observé a lo lejos una mujer más o menos de la edad de mi madre, sentada al fondo de la cafetería con cara triste mirándonos, y fue entonces que entendí; mi padre estaba pecando igual que su intachable hija, qué cosa más absurda, me dieron ganas de mirarle con cara de ¿tú piensas que soy tonta?, pero me contuve y solo lo invité a caminar delante de mí para asegurarme de que ahora él no descubriera mi secreto. Cuando ya estábamos afuera, no pude aguantarme y solo le dije: —Qué raro papá, sabes que tu color de piel está igual al mío, creo que nos contagiamos del mismo virus, ¿qué crees tú?

—Puede ser cariño, estos días están tan inestables que todo puede ser.

Con su mirada, me dejó callada, no sé si la conciencia me estaba persiguiendo, pero me pareció que el abuelito de mis hijos, el tierno y buen señor de edad, me había descubierto, rápidamente lo abracé y le dije:

—También lo creo.

 

Maritza Herrera

 













 

 

Cinco autores, cinco pantallas distintas, cinco estilos narrativos unidos por encuentros virtuales. Aquí te dejamos un esbozo de lo que traen, apenas un bocado, para que el hambre por conocer sus historias no se sacie.

 

Daniel Alves: Busca siempre la aventura en las letras que nos ofrece, lleva el asombro en los ojos y sus recuerdos en cajas de zapato. Aquí derrama delirio y ensoñación, en historias que nunca pasarán desapercibidas para el lector, con quien dialoga en todo momento, haciéndolo parte de lo que narra. Nos trae personajes únicos como Tunico, el pájaro que cuida los cajones de sus emociones o, Gir Asol, un leal compañero de verano.

 

Matías Aninat: Nos sumerge en un mundo onírico, todo es posible desde su pluma. Leerlo es transformarse, como sus personajes o andar 9 hacia el Valle de los cuentos, para revelar que vivimos en él. Matías nos lleva de la mano a un sueño, que quizá sea el de cada lector, para descubrirnos al final del camino intactos. En esta antología presenta una breve muestra de toda su creatividad, comparable apenas con sus casi dos metros de altura.

 

Irene Araya: Lectora ávida siempre, lo cual se traduce en su destreza narrativa. En sus historias con frecuencia nos encontramos ante hechos realmente sorprendentes y su versatilidad nos puede presentar las ocurrencias de dos jóvenes o mostrarnos el más complejo de los casos detectivescos. Debes leerla con la sonrisa siempre a la mano, pues las oportunas pinceladas de humor te harán requerirla.

 

Claudio Ernesto: Todo es poesía a su alrededor, y con él respiramos la vida en metáforas. Nos trae una muestra que de a ratos nada en el surrealismo y de pronto se sumerge en la realidad más sentida, se hace eco y voz de temas profundamente sensibles. Ama por sobre todas las cosas y de esa pasión que es, quedamos todos impregnados.

 

Maritza Herrera: Nacida bajo el signo de Géminis, nos presenta aquí parte de esa dualidad, y nos lleva de un extremo a otro en ese torbellino de emociones que entreteje para esta antología. Entre lo erótico y lo trágico, nos presenta un camino que debemos transitar con todos los sentidos dispuestos, para poder saborear cada trozo.

 

La invitación ahora es a sumergirse en la ficción que predomina en esta obra, aZOOMate un poco y quizá no quieras salir de estos mundos...

 

Teresa Calderón

Georgina Ramírez

Diciembre, 2020.

 


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