martes, 17 de agosto de 2021

Susana Villalba / 5 poemas

 

 


 

Rikyu


Le lleva al mundo tiempo

una mano,

una pluma.

Es imposible

atravesar un corazón

si no hay deseo

de matarlo.

Toda la tarde caminó

bajo la lluvia

como una forma de sentir

humanidad.

El tiempo -se dijo-

será esta ceremonia

del té.

Es cosa de los astros

si pueden partir

el mundo en dos

en un segundo.

Es cosa de los otros

sus manos.

No es una huella

que dejará

según mueve la pluma.

Es que esas huellas

de sus dedos

son irrepetibles.

Pero llevan su tiempo

las palabras.

No es el camino

el que dice la distancia,

los ojos

no encuentran su paisaje.

Hubiese preferido tocar

con sus palabras,

él habla

maravillosamente

y es un placer físico

escuchar.

Pero no importa

si las uvas están

a demasiada o poca altura.

Si se moja es que llueve

y es la hora

de preparar el té.

El cuerpo es un pacto

con la forma.

Pero el deseo es la forma

que tiene el corazón

de deshacerse

de su cuerpo.

Como un relámpago

espera

en la línea de la mano.

-¿El amor?

-dijo la bruja-

¿Ir al Tíbet?

Una escritora.

Los sueños son la vida

también.

Tuviste un gran amor.

-Tuve, como quien dice

una enfermedad,

escribí

poemas.

-Palabras

-dijo la bruja-

de un corazón

en círculo de fuego.

Se viste de venado

y se devora.

Una pluma en el barro.

-Cuando los amantes duermen,

amanece.

Las palabras no dan cuenta

de ese espacio

que separa a los cuerpos

en el sueño.

-Los amantes

-dijo la brujan-

o se dan cuenta.

Pero el que sueña

es un camino

como cualquier otro.

Los poemas también

son naturaleza.

Si no tocaste

esa mano no existió

más que en el sueño.

-Pero las uvas

a la altura de mi mano,

acaso

simplemente las describa

-Es una forma

como cualquier otra.

-Pero la espada y el tiempo

que le lleva al mundo

el cuerpo

que la cabeza lleva atado

como un perro.

Y el guerrero

si amanece

y en su corazón

noche cerrada.

Cantan los pájaros

y habitan la luz

como una flecha

de su propio sentido.

Dar testimonio

de una manera humana

de levantarse,

preparar el té

y escribir.

-Y acaso haber tocado

¿Daría cuenta?

-Un puma

ni un venado.

Deseo de beber

un animal completo

o palpitante

en la espesura

del deseo

fugar de un cuerpo

agazapado.

Se pregunta

qué tarea tiene

entre las manos.

Palabras como espada

de dos filos.

El deseo real

como la mano

al tocar

fue tan distinta.

Cada cuerpo

irrepetible.

-El arquero

ni el caballo,

la flecha

no pregunta:

Señor

¿no tuviste suficiente

fe

en mí?


Marea


Esa conspiración en el susurro

cuando nada dicen,

persiste el mar

y la piedra en deshacerse

resistiendo.

Quizá belleza

es esa colisión

eternamente fugaz.

Como el mar el deseo

es movimiento

que comienza donde parece

 

acabar.

Inútil seducción y sin embargo

la piedra se transforma.

En el amor

se sabe por el cuerpo

el límite del cuerpo.

Es su plenitud.

Esa revelación

que acaba cuando comienza

a hablar.

Como arena arrebatada

por el agua

que toma y abandona

al mismo tiempo.

Querer ir más allá del mar

es el mar.

Ese murmullo que parece responder

es movimiento,

un rugido

como el fracaso siempre de un deseo

es el deseo.

Inútil preguntar la razón

que desconoce un corazón

de agua.

El mar como el sueño

rumorea en la orilla

restos

de la profundidad.

Porque nada dice

dice el mar:

que la verdad es agua

entre las manos

se sabe por tocar.

 

El caso Ruth

 

La piedra es,

una mujer mata,

por instinto

busca el reverso de la piedra

donde se esconde un animal.

Sólo quería que dé la cara,

dice sin resistir.

No había remedio,

me dolía él.

Cuando al fin lo encontró 

sacó de su cartera la Smith and Wesson

y vació el cargador.

Se gana, se pierde

pero negocios son negocios.

¿El dinero? está o no,

como las piedras, en el camino.

Ahora soy yo

la que mata.

Ahora moriré de un acto

real,

es la ley del amor querer perder

la cabeza,

que él abandone el cuerpo

entre mis brazos.

¿El arma? qué sé yo,

las cosas aparecen.

Me enceguecí,

ya no quería verme.

Nos amamos,

después yo disparaba,

es algo contundente.

Antes que nada

108

leíste las noticias policiales,

tomaste café.

Sí, estás despierta,

ese dolor que sos ahora

es el mundo,

la orilla del sueño aún golpea,

agua aceitosa contra un casco.

Algo que deje de moverse,

por favor.

Pero un disparo

en la piedra podría revelar

que nada es tan sencillo,

todo tiene un momento

que nunca cristaliza.

Un corazón.

Estás despierta, todo gira,

no sabés si es el día

siguiente

y faltaste al trabajo

o es domingo.

Sí, fuiste a esa casa,

tomaron un taxi

que se perdió en la niebla,

hubo choques en cadena, dice el diario,

así es que la niebla fue real.

De bar en bar

alguien dijo hay una fiesta

en algún sitio.

Y nunca es ésta.

Llegaron a esa casa o pretensión

de teatro under,

fiesta de primavera.

Un travesti

o lo que un hombre dice

que es una mujer

te hizo sentir ambigua

en tus vaqueros.

Hizo un sketch,

ya se sabe, un sketch.

Princesa, sultán, odalisca,

nadie bailaba, hacía frío,

rodaron latas de cerveza.

Los travesti eran encantadores

de serpientes

sin serpientes,

vos también.

Mariposas deslumbradas por la fiesta

que iluminaban.

Encontraste a tus amigos en el baño,

habían capturado una botella

pero mejor era volver

al bar.

Un lugar donde caer

sin caer.

Ahora entendés el viejo chiste

 de decir al taxista: a casa

por favor.

Ahora el sentido

toma su sentido:

el deseo brilla

por su ausencia.

La noche fue un largo, repetido

nunca más.

Encontraste un murciélago

como si todo lo perdido

por perdido en esa casa

hubiera rezumado su animal.

Se movía si topaba

con el límite.

La propia imagen

de todos los errores,

 el terror al fin

tenía una cara

mítica.

Encendiste la luz

y chocó con la pared;

no la piedad, la ley

de semejanza,

la culpa del demonio

se mata con culpa

 verdadera.

Golpeaste

 una y otra vez,

 sonaba a cuerpo contra piedra,

se quebraba, arrastraba el aleteo,

al fin era un insecto

grande

o una muñeca rota.

Entonces cortaste la cabeza,

las membranas,

clavaste una estaca en el corazón

y abriste para ver

que se movía.

Las manos pegajosas,

el piso de un humor

que no era sangre

 lo cubriste con diarios,

 esa noticia de la mujer

que guardó a su amante

en el freezer.

 No podías tirarlo a la basura,

quemaste el cuerpo 

y la cabeza juntos

 para mirar como algo termina alguna vez

sin dejar restos.

Después dormiste todo el día.

Y ahora alguien dice, en el contestador,

¿venís al club de cine?

 por lo tanto es el domingo

 lo que perdiste

o la idea del día

y de la noche

o no sabés qué querías

perder.

Aunque el cuerpo no olvida

 no encontrás el argumento.

Si entrara ese forense capaz

de encontrar babas y uñas

y huesos calcinados,

demonios, que me cuelguen

pero no me pregunten

por qué.


La occisa

 

Si pudiera volver

la cabeza.

Los ojos, sí

los ojos permanecen

pero yo permanezco

inmóvil

como siempre y sin embargo

ya no importa.

Existe un paraíso

del cuerpo

prometían los ojos,

infierno de saliva

arrasando palabras,

pensamiento, ser

desde adentro

hacia afuera un fuego

líquido y afuera

sólo tacto

de mí.

Y ahora que la bala penetra

una real calcinación,

me atraviesa: esa mirada

es una trampa

y ya no importa,

fluye,

el deseo es un río,

le dije,

no detengas su curso.

Todo es líquido,

el aire como bruma pegajosa

en la garganta,

los sonidos,

no veo, me derramo

hacia adentro,

agua estancada

lo que fue pólvora viva,

volumen sanguíneo en las vísceras

conscientes ahora de sus ritmos

ralentados,

humores venenosos del alma

que también es un cuerpo

eléctrico.

Un fluido

que al mirar capturaba en un punto

de impacto.

Nunca fui el cazador

siendo rapaz como el deseo

es como el viento

que no sabe qué arrastra,

qué doblega,

por qué aleja al acercarse,

por qué le da una dirección

lo que resiste.

Algo, una baba,

una pluma venida del espacio

toma forma,

toma desde dentro

un cuerpo que pueda tomar cuerpos,

una ciudad de poseídos.

El verdadero horror

en las películas

es que siempre comienza

la misma situación,

cuando cierra la puerta

y suspira

se rompe la ventana

y vuelve a correr.

Sólo hay dos en esa cinta

de Moebius

y ya no sabe quién perseguía

a quién.

No importa,

ya no puedo moverme

y hemos vencido

los dos.

Hemos perdido

lo áspero,

los vientres pegados de sudor,

la radio,

una lámpara en invierno,

acariciar los libros,

las manos se deshacen como papel viejo,

he perdido

la textura de tu espalda,

el árbol,

cicatrices.

Sin embargo siento el agua

alrededor,

me estoy hundiendo

suavemente.

Acaso imagino una lluvia

que no llega a mi oído,

no es que caigo, voy perdiendo

sentido.

Ya no veré el acero,

el mar ni una estación de tren

abandonada.

Me condenaste al tedio,

a la nostalgia monocorde

por alguien que no está:

mi propio cuerpo.

Solitaria

eternamente sabiéndome

invisible

aun para mí misma.

No importa,

ya no puedo pensar

ni imaginar lo que no sé

cómo será

y cuando suceda, como siempre,

ya no tendrá importancia

entender.

Es un río,

dejémonos llevar,

le dije,

a donde sea.

Fue un error, como un viento

diciendo soy un viento,

un giro repentino

de nosotros.

La oscuridad como una piedra

me toma desde dentro,

mi cuerpo es la sombra

de una piedra

y todavía tiembla

un centro

como lava,

una bala que busca salida

y ya no importa,

interesada en el esófago,

un reguero,

una película en que todo estalla

es una bella imagen

que ya no podré ver.

Instantes de oro

y años de polvo

será, como la vida,

la muerte.

Dónde está la luz

cuando se apaga.

Voraz como el deseo

como el fuego no quiere devorar

sino encenderse,

nunca fui el cazador.

Pero que sea yo la víctima

también es un error

o un accidente.

Si desperté pasión

no tuve el mérito del cálculo,

si arrebaté lo ajeno

no tuve el usufructo,

si fui el testigo no supe

con lo visto

más que dar testimonio.

Quizá como el amor, la muerte

como la vida

no sea para siempre.

Será una travesía,

si miro hacia atrás

sus ojos

podrían retenerme.

Sin embargo dispara

contra el viento

como un ciego.

Un individuo en posición

decúbito,

aspecto de masa

cenicienta,

alojada en el canal

la bala ahora es lo que queda

vivo

y este fluir del pensamiento

acaso será siempre

una cámara lenta del disparo.

Un trueno primero,

después el relámpago

reabsorben en una sensación

fulminante de silencio.

También hay una muerte espléndida

que tampoco me tocará en suerte.

No importa


La gaviota


La precisión,

la cadencia

de fuego,

la sobriedad con que se apuesta

entre el sudor y el viento,

el arenado refracta la luz

que te revelaría inmóvil.

Calzar a la medida

el arma de tu cuerpo,

el peso exacto

del silencio,

de la hora, detrás de la ventana.

Podrías estar en un pueblo

de México,

Arizona,

hay algo en este hotel

donde ya no recordás

qué viniste a olvidar.

Ahora el viaje te persigue,

cada mañana escapás

de cada noche

anterior.

El temporal presagia un punto

en que nada quede

en pie.

¿Pero estarás aquí

cuando limpien la playa de restos

de tejados, pájaros

y botes?

Ya no se ven las casas

pero están

y las banderas de Texaco.

Vendrán a buscarte.

El bus te encuentra en cualquier sitio

en que te hayas perdido,

saben que no sabés

dónde ir, como el mar

impunemente

deja a su lado lo que mata.

Hazte hombre, decís

a un mar atento a tu voz

de alto.

Masivamente pierde su eficacia,

las guerras por millones,

los accidentes de miles

nos aburren.

La sal

opaca el vidrio,

el fondo que parece

emerger es previsible,

ensimismarse es engañoso,

culpable de suicidar

o seducir.

Llevo una bala entre los dientes

cuando beso,

tengo en la lengua el gusto

a metal de la Hotchkiss,

tus muertos gozan

un funeral de escarabajos.

En los baños de rutas

o estaciones donde hago el amor

sin desvestirme, yo sé

-decís al mar que rompe

las sillas de la rambla-

lo que es un corazón,

se macera en lo mismo

que lo pudre

que es su orilla.

Aquí estoy

y no llegas,

sólo un escupitajo,

un toldo desgarrado,

como un adolescente.

Me alimento de verte.

Podés confiarme ese secreto

deseo de matar despacio

y razonado como un hombre,

hacer de tu vaivén una estrategia.

Un cazador

inventa su animal para matar;

en cada huella ve su sombra

a punto de saltar

a la existencia.

La hiena ríe última

y sola

ante los restos.

No confíes en quien bebe

ante un vidrio,

ante tu corazón que persiste

en desplegar su botín de espinazos

hebillas, caracoles,

lo que creés abandonar

te delata

con su resaca de oros,

todo es memoria

en perpetuo movimiento.

Soy, como vos, el cuerpo

de la bruma,

su límite, ir

y venir por nada que comprendas,

haszte hombre, yo te diré por qué

se agita el mar.

Tu amenaza, decís,

empieza a ser monótona,

constante tu inasible

país, tu lengua

que promete rodar en la saliva

del destino,

acabar en el vacío completo

de sentido, es decir

no escuchar.

Ya ves,

soy la granada a punto de estallar

en defensa del amor

en el momento del amor.

El bus

parece haberte olvidado,

los barcos no salen hoy,

estás atrapado

entre cielo y tierra.

La voracidad de la gaviota

resiste en el viento,

un plomeo abierto,

convincente,

cae en el alféizar.

Abrís la ventana y la llevás

a la mesa,

sabés que el barman se molesta

pero sos extranjero.

Boquea, metés los dedos

en el brandy

y dejás caer gotas

en el pico,

se retuerce con un grito afónico,

golpea contra la mesa

el ala destrozada,

se pegan plumas en tu vaso.

Vendrán a buscarte.

Vendrá el bus y el mozo

tirará el cuerpo a la basura,

dejás tus restos,

cumplís tus pactos.

El mar ruge, ciego,

después de todo no mata

para ver,

no entiende nada.

Te levantás,

esperás que te encuentren,

cada día en esos cuartos

con olor a cajones vacíos,

a cepillos o navajas olvidadas.

Cada ventana abriéndose

a un camino

que baja siempre al mar,

siempre un cartel

que dice usted está

aquí.

Siempre un lamento de gaviota,

animal de petróleo y basura

y viento,

decís, dando la espalda al mar.

Una pasión de metralla

requiere el silencio del cuchillo,

la sorpresa

en el discurso, ser

y desaparecer en acción.

Soy el disparo.


 

Susana Ada Villalba (Buenos Aires, Argentina)
Poeta, dramaturga, periodista, y gestora cultural. Cada uno de sus seis libros de poesía publicados desarrolla una temática (de género, filosófica, o social): Oficiante de sombras (1982), Clínica de muñecas (1986), Susy, secretos del corazón (1989), Matar un animal (Venezuela, 1995; Argentina, 1997), Caminatas (1999), y Plegarias (U.S.A., 2002; Argentina, 2004). Actualmente dirige la Casa de la Lectura del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Integra el Consejo asesor de la revista y editorial Último Reino.

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