Su sonrisa voló alto
como una mariposa colorida
batiendo sus alas hacia el sol.
La bailarina del circo callejero
se mueve libre sin saberlo,
saltando y girando
llena de emoción.
Sus manos repletas de flores
las lanza al viento
para que lleguen
a los pobres corazones
carentes de amor.
Al final, con los brazos abiertos mira
al breve horizonte lejano
sabiendo,
que su función ha terminado.
Sonrisas aladas despiertan
con las primeras estrellas,
volviendo sobre sus pasos
arrancando saludos
a una luna que recién llega.
***
Entre azules ardientes lejanos
sacude insistente el oleaje
de crines salvajes al viento,
el redoble perpetuo de sus cascos
hace temblar el llano
cuando el monte despierta
estirando al cielo sus manos.
Los veo galopar juntos
como marea incontenible,
como si nada los contuviera,
nada en este mundo
nada más que la libre voluntad
de rodar entre montes y espinos.
Los he visto bebiendo en los arroyos
o corriendo frenéticos contra el viento,
envueltos en remolinos de relinchos,
impregnando el aire con fuertes latidos.
***
El camino corre lejos, muy
lejos.
Se pierde en el infinito sin remedio,
sin saberlo, sin quererlo.
Ruinoso, corcovea salvaje
entre árboles y pájaros sedientos
de aventuras leídas,
de cuentos contados a la luz de una luna
gigante y conocida.
Pero todos esperan ansiosos
que el camino los lleve
a algún lugar concreto,
cuando todo el mundo sabe
que el camino corre lejos,
lejos sin saberlo.
A LA CIUDAD VIEJA DE MONTEVIDEO
Desde la plaza se ve el Plata
que luminoso y brillante responde,
entre árboles del paseo dominical,
a las palomas
que vuelan hacia la Catedral.
Mirando la vieja ciudad
que se rinde al llegar al mar,
como los amantes:
se miran sonrientes,
complacientes,
desgranando su historia de amor.
Blanca arena.
Puerto bravío.
Rugiente mar.
Tantos años sosteniendo
ese claro amor,
entre el mar y la ciudad.
***
A los poetas desconocidos,
a los que nadie ha leído,
a aquellos que sus versos vieron
la luz entre borradores descoloridos.
A los poetas desconocidos,
que han escrito poemas
pero no salieron en libros
ni nadie ha visto,
que no sonaron altivos
en ningún lado,
ni siquiera dichos
lentamente al oído.
A esos poetas,
a esos queridos desconocidos,
a ellos les dedico
-con mi mayor respeto-
estos versos sencillos.
***
Ella estaba en el último vagón
del tren
mirando la gente pasar
mirando con desgano al mundo
al que quería abandonar.
Ella sabía a donde iba,
sabía lo que quería,
solo quería mostrar su voz
luminosa y clara,
blanca cascada que derramaba
millones de sonidos,
esbeltos sonidos
que rompían en pedazos
los oscuros cristales de su pasado.
Así estaba la chica en la ventana
mirando la gente pasar
mirando el estridente silencio
que dejaba atrás.
como una mariposa colorida
batiendo sus alas hacia el sol.
La bailarina del circo callejero
se mueve libre sin saberlo,
saltando y girando
llena de emoción.
Sus manos repletas de flores
las lanza al viento
para que lleguen
a los pobres corazones
carentes de amor.
Al final, con los brazos abiertos mira
al breve horizonte lejano
sabiendo,
que su función ha terminado.
Sonrisas aladas despiertan
con las primeras estrellas,
volviendo sobre sus pasos
arrancando saludos
a una luna que recién llega.
Entre azules ardientes lejanos
sacude insistente el oleaje
de crines salvajes al viento,
el redoble perpetuo de sus cascos
hace temblar el llano
cuando el monte despierta
estirando al cielo sus manos.
Los veo galopar juntos
como marea incontenible,
como si nada los contuviera,
nada en este mundo
nada más que la libre voluntad
de rodar entre montes y espinos.
Los he visto bebiendo en los arroyos
o corriendo frenéticos contra el viento,
envueltos en remolinos de relinchos,
impregnando el aire con fuertes latidos.
Se pierde en el infinito sin remedio,
sin saberlo, sin quererlo.
Ruinoso, corcovea salvaje
entre árboles y pájaros sedientos
de aventuras leídas,
de cuentos contados a la luz de una luna
gigante y conocida.
Pero todos esperan ansiosos
que el camino los lleve
a algún lugar concreto,
cuando todo el mundo sabe
que el camino corre lejos,
lejos sin saberlo.
que luminoso y brillante responde,
entre árboles del paseo dominical,
a las palomas
que vuelan hacia la Catedral.
Mirando la vieja ciudad
que se rinde al llegar al mar,
como los amantes:
se miran sonrientes,
complacientes,
desgranando su historia de amor.
Blanca arena.
Puerto bravío.
Rugiente mar.
Tantos años sosteniendo
ese claro amor,
entre el mar y la ciudad.
a los que nadie ha leído,
a aquellos que sus versos vieron
la luz entre borradores descoloridos.
A los poetas desconocidos,
que han escrito poemas
pero no salieron en libros
ni nadie ha visto,
que no sonaron altivos
en ningún lado,
ni siquiera dichos
lentamente al oído.
A esos poetas,
a esos queridos desconocidos,
a ellos les dedico
-con mi mayor respeto-
estos versos sencillos.
mirando la gente pasar
mirando con desgano al mundo
al que quería abandonar.
Ella sabía a donde iba,
sabía lo que quería,
solo quería mostrar su voz
luminosa y clara,
blanca cascada que derramaba
millones de sonidos,
esbeltos sonidos
que rompían en pedazos
los oscuros cristales de su pasado.
Así estaba la chica en la ventana
mirando la gente pasar
mirando el estridente silencio
que dejaba atrás.
Rubén Pérez Hernández, nació
en ciudad de Montevideo-Uruguay, el 13/10/1960. Trabaja en la Biblioteca del
Poder Legislativo, Licenciado en Historia, escritor y poeta. Ha publicado en
varias revistas de Argentina, México y España. Ha participado de una Antología
poética organizada por la Editorial Oxymoron en la República Argentina.
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