DESDICHA
Un día
comprendió cómo sus brazos eran
Solamente
de nubes;
Imposible
con nubes estrechar hasta el fondo
Un
cuerpo, una fortuna.
La
fortuna es redonda y cuenta lentamente
Estrellas
del estío.
Hacen
falta unos brazos seguros como el viento,
Y como el
mar un beso.
Pero él
con sus labios,
Con sus
labios no sabe sino decir palabras;
Palabras
hacia el techo,
Palabras
hacia el suelo,
Y sus
brazos son nubes que transforman la vida
En aire
navegable.
Un río,
un amor (1929)
NO DECÍA
PALABRAS
No decía
palabras,
Acercaba
tan sólo su cuerpo interrogante,
Porque
ignoraba que el deseo es una pregunta
Cuya
respuesta no existe,
Una hoja
cuya rama no existe,
Un mundo
cuyo cielo no existe.
La
angustia se abre paso entre los huesos,
Remonta
por las venas
Hasta
abrirse en la piel,
Surtidores
de sueño
Hechos
carne en interrogación vuelta a las nubes.
Un roce
al paso,
Una
mirada fugaz entre las sombras,
Bastan
para que el cuerpo se abra en dos,
Ávido de
recibir en sí mismo
Otro
cuerpo que sueñe;
Mitad y
mitad; sueño y sueño, carne y carne;
Iguales
en figura, iguales en amor, iguales en deseo.
Aunque
sólo sea una esperanza,
Porque el
deseo es una pregunta cuya respuesta nadie sabe.
Los
placeres prohibidos (1931)
SI EL
HOMBRE PUDIERA DECIR
Si el
hombre pudiera decir lo que ama,
Si el
hombre pudiera levantar su amor por el cielo
Como una
nube en la luz;
Si como
muros que se derrumban,
Para
saludar la verdad erguida en medio,
Pudiera
derrumbar su cuerpo, dejando solo la verdad de su amor,
La verdad
de sí mismo,
Que no se
llama gloria, fortuna o ambición,
Sino amor
o deseo,
Yo sería
aquel que imaginaba;
Aquel que
con su lengua, sus ojos y sus manos
Proclama
ante los hombres la verdad ignorada,
La verdad
de su amor verdadero.
Libertad
no conozco sino la libertad de estar preso en alguien
Cuyo
nombre no puedo oír sin escalofrío;
Alguien
por quien me olvido de esta existencia mezquina,
Por quien
el día y la noche son para mí lo que quiera,
Y mi
cuerpo y espíritu flotan en su cuerpo y espíritu
Como
leños perdidos que el mar anega o levanta
Libremente,
con la libertad del amor,
La única
libertad que me exalta,
La única
libertad por que muero.
Tú
justificas mi existencia:
Si no te
conozco, no he vivido;
Si muero
sin conocerte, no muero, porque no he vivido.
Los
placeres prohibidos (1931)
QUÉ RUIDO
TAN TRISTE
Qué ruido
tan triste el que hacen dos cuerpos cuando se aman,
parece
como el viento que se mece en otoño
sobre
adolescentes mutilados,
mientras
las manos llueven,
manos
ligeras, manos egoístas, manos obscenas,
cataratas
de manos que fueron un día
flores en
el jardín de un diminuto bolsillo.
Las
flores son arena y los niños son hojas,
y su leve
ruido es amable al oído
cuando
ríen, cuando aman, cuando besan,
cuando
besan el fondo
de un
hombre joven y cansado
porque
antaño soñó mucho día y noche.
Mas los
niños no saben,
ni
tampoco las manos llueven como dicen;
así el
hombre, cansado de estar solo con sus sueños,
invoca
los bolsillos que abandonan arena,
arena de
las flores,
para que
un día decoren su semblante de muerto.
Los
placeres prohibidos (1931)
NO DECÍA
PALABRAS
No decía
palabras,
acercaba
tan sólo un cuerpo interrogante,
porque
ignoraba que el deseo es una pregunta
cuya
respuesta no existe,
una hoja
cuya rama no existe,
un mundo
cuyo cielo no existe.
La
angustia se abre paso entre los huesos,
remonta
por las venas
hasta
abrirse en la piel,
surtidores
de sueño
hechos
carne en interrogación vuelta a las nubes.
Un roce
al paso,
una
mirada fugaz entre las sombras,
bastan
para que el cuerpo se abra en dos,
ávido de
recibir en sí mismo
otro
cuerpo que sueñe;
mitad y
mitad, sueño y sueño, carne y carne,
iguales
en figura, iguales en amor, iguales en deseo.
Aunque
sólo sea una esperanza
porque el
deseo es pregunta cuya respuesta nadie sabe.
Los
placeres prohibidos (1931)
TE QUIERO
Te lo he
dicho con el viento,
jugueteando
como animalillo en la arena.
O iracundo como órgano tempestuoso.
Te lo he
dicho con el sol,
que dora
cuerpos juveniles
y sonríe
en todas las cosas inocentes.
Te lo he
dicho con las nubes,
frentes
melancólicas que sostienen el cielo,
tristezas
fugitivas.
Te lo he
dicho con las plantas,
leves
criaturas transparentes
que se
cubren de rubor repentino.
Te lo he
dicho con el agua,
vida
luminosa que vela en un fondo de sombra;
te lo he
dicho con el miedo,
te lo he
dicho con la alegría,
con el
hastío, con las terribles palabras.
Pero así
no me basta:
más allá
de la vida,
quiero
decírtelo con la muerte;
más allá
del amor,
quiero
decírtelo con el olvido.
Los
placeres prohibidos (1931)
DONDE
HABITE EL OLVIDO
Donde
habite el olvido,
En los
vastos jardines sin aurora;
Donde yo
sólo sea
Memoria
de una piedra sepultada entre ortigas
Sobre la
cual el viento escapa a sus insomnios.
Donde mi
nombre deje
Al cuerpo
que designa en brazos de los siglos,
Donde el
deseo no exista.
En esa
gran región donde el amor, ángel terrible,
No
esconda como acero
En mi
pecho su ala,
Sonriendo
lleno de gracia aérea mientras crece el tormento.
Allí
donde termine este afán que exige un dueño a imagen suya,
Sometiendo
a otra vida su vida,
Sin más
horizonte que otros ojos frente a frente.
Donde
penas y dichas no sean más que nombres,
Cielo y
tierra nativos en torno de un recuerdo;
Donde al
fin quede libre sin saberlo yo mismo,
Disuelto
en niebla, ausencia,
Ausencia
leve como carne de niño.
Allá,
allá lejos;
Donde
habite el olvido.
Donde
habite el olvido (1933)
ADOLESCENTE
FUI EN DÍAS IDÉNTICOS A NUBES
Adolescente
fui en días idénticos a nubes,
cosa
grácil, visible por penumbra y reflejo,
y extraño
es, si ese recuerdo busco,
que
tanto, tanto duela sobre el cuerpo de hoy.
Perder
placer es triste
como la
dulce lámpara sobre el lento nocturno;
aquél
fui, aquél fui, aquél he sido;
era la
ignorancia mi sombra.
Ni gozo
ni pena; fui niño
prisionero
entre muros cambiantes;
historias
como cuerpos, cristales como cielos,
sueño
luego, un sueño más alto que la vida.
Cuando la
muerte quiera
una
verdad quitar de entre mis manos,
las
hallará vacías, como en la adolescencia
ardientes
de deseo, tendidas hacia el aire.
Donde
habite el olvido (1933)
DESPEDIDA
Muchachos
Que nunca
fuisteis compañeros de mi vida,
Adiós.
Muchachos
Que no
seréis nunca compañeros de mi vida,
Adiós.
El tiempo
de una vida nos separa
Infranqueable:
A un lado
la juventud libre y risueña;
A otro la
vejez humillante e inhóspita.
De joven
no sabía
Ver la
hermosura, codiciarla, poseerla;
De viejo la
he aprendido
y veo a
la hermosura, más la codicio inútilmente
Mano de
viejo mancha
El cuerpo
juvenil si intenta acariciarlo.
Con
solitaria dignidad el viejo debe
Pasar de
largo junto a la tentación tardía.
Frescos y
codiciables son los labios besados,
Labios
nunca besados más codiciables y frescos
aparecen.
¿Qué
remedio, amigos? ¿Qué remedio?
Bien lo
sé: no lo hay.
Qué dulce
hubiera sido
En
vuestra compañía vivir un tiempo:
Bañarse
juntos en aguas de una playa caliente,
Compartir
bebida y alimento en una mesa.
Sonreír,
conversar, pasearse
Mirando
cerca, en vuestros ojos, esa luz y esa
música.
Seguid,
seguid así, tan descuidadamente,
Atrayendo
al amor, atrayendo al deseo.
No
cuidéis de la herida que la hermosura
vuestra y
vuestra gracia abren
En este
transeúnte inmune en apariencia a ellas.
Adiós,
adiós, manojos de gracias y donaires.
Que yo
pronto he de irme, confiado,
Adonde,
anudado el roto hilo, diga y haga
Lo que
aquí falta, lo que a tiempo decir y hacer
aquí no
supe.
Adiós,
adiós, compañeros imposibles.
Que ya
tan sólo aprendo
A morir,
deseando
Veros de
nuevo, hermosos igualmente
En alguna
otra vida.
Desolación
de la quimera (1962)
PEREGRINO
¿Volver?
Vuelva el que tenga,
Tras
largos años, tras un largo viaje,
Cansancio
del camino y la codicia
De su
tierra, su casa, sus amigos.
Del amor
que al regreso fiel le espere.
Mas ¿tú?
¿volver? Regresar no piensas,
Sino
seguir siempre adelante,
Disponible
por siempre, mozo o viejo,
Sin hijo
que te busque, como a Ulises,
Sin Ítaca
que aguarde y sin Penélope.
Sigue,
sigue adelante y no regreses,
Fiel
hasta el fin del camino y tu vida,
No eches
de menos un destino más fácil,
Tus pies
sobre la tierra antes no hollada,
Tus ojos
frente a lo antes nunca visto.
La
desolación de la quimera, 1962
EPÍLOGO
(POEMAS PARA UN CUERPO)
Playa de
la Roqueta:
Sobre la
piedra, contra la nube,
Entre los
aires estás, conmigo
Que invisible
respiro amor en torno tuyo.
Mas no
eres tú, sino tu imagen.
Tu imagen
de hace años,
Hermosa
como siempre, sobre el papel hablándome,
Aunque
tan lejos yo, de ti tan lejos hoy
En tiempo
y en espacio.
Pero en
olvido no, porque al mirarla,
Al
contemplar tu imagen de aquel tiempo,
Dentro de
mí la hallo y lo revivo.
Tu gracia
y tu sonrisa,
Compañeras
en días a la distancia, vuelven
Poderosas
a mí, ahora que estoy,
Como
otras tantas veces
Antes de
conocerte, solo.
Un plazo
fijo tuvo
Nuestro
conocimiento y trato, como todo
En la
vida, y un día, uno cualquiera,
Sin causa
ni pretexto aparente,
Nos
dejamos de ver. ¿Lo presentiste?
Yo sí,
que siempre estuve presintiéndolo.
La
tentación me ronda
De
pensar, ¿para qué todo aquello:
El tormento
de amar, antiguo como el mundo,
Que unos
pocos instantes rescatar consiguen?
Trabajos
de amor perdidos.
No. No
reniegues de aquello.
Al amor
no perjures.
Todo
estuvo pagado, sí, todo bien pagado,
Pero
valió la pena,
La pena
del trabajo
De amor,
que a pensar ibas hoy perdido.
Es la
hora de la muerte
(Si puede
el hombre para ella
Hacer
presagios, cálculos).
Tu imagen
a mi lado
Acaso me
sonría como hoy me ha sonreído,
Iluminando
este existir oscuro y apartado
Con el
amor, única luz del mundo.
La
desolación de la quimera, 1962
Luis
Cernuda Bidou (Sevilla,
21 de septiembre de 1902-Ciudad de México, 5 de noviembre de 1963) fue un
destacado poeta y crítico literario español, miembro de la Generación del 27.
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